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Plaza de Toros de Las Ventas

Lunes, 22 de mayo de 2017

Corrida de Novillos

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Novillos de El Montecillo, buenos cuarto y el quinto, el resto con dificultades

Diestros:

Jesús Enrique Colombo: Ovación y vuelta

Pablo Aguado: Silencio y ovación

Rafael Serna: Silencio y silencio

Entrada: Casi lleno

Galería de imágenes: http://www.las-ventas.com/resena-tarde/las-ventas-22-de-mayo-de-2017

Video:

Crónicas de la prensa:

ABC

Por Andrés Amorós. Feliz presentación de Colombo en San Isidro

Se presenta el venezolano Jesús Enrique Colombo, que vino a la Escuela de Tauromaquia de Madrid con la ayuda del benemérito Círculo de la dinastía Bienvenida. Hace lo más destacado en el cuarto, un bravo novillo del Montecillo, que se arranca de largo al caballo. Aguanta el diestro en un emocionante tercio de banderillas, porque la res se arranca como una locomotora; sigue así en la muleta, repite, surgen muletazos vibrantes; cuando el toro se apaga, recurre a bernadinas que asustan al público y se vuelca con la espada, a cambio de un trompazo. El presidente le niega la oreja (no entiendo por qué) y se gana una fuerte bronca. En el primero, se muestra suelto con el capote y fácil con las banderillas, le saca algunos naturales y se entrega al matar. Buen debut.

Los dos novilleros sevillanos tomarán la alternativa en la Feria de San Miguel. Pablo Aguado tiene buen estilo clásico pero el segundo, incierto, saca genio y el novillero no logra el necesario dominio. Mata mal. En el quinto, después de dos sustos, corre la mano con empaque por la derecha (por la izquierda, es complicado). Torea con gusto pero ha de mandar más.

Rafael Serna, que fue herido grave en su presentación, liga muletazos clásicos en el tercero, con una elegancia seca, más castellana que sevillana. Mata alargando el brazo. El último es complicado, no permite el lucimiento. Mata del mismo modo (fue herido en esa suerte).

Gracias a la casta de los novillos y la entrega del venezolano Colombo, la tarde ha tenido interés. Mientras veíamos torear, Puigdemont predicaba el independentismo en un local del Ayuntamiento de Madrid y –como dice el maestro Antonio Burgos– «no passa nada». Así estamos.

El País

Por Antonio Lorca. Colombo vino a ganar

El venezolano Jesús Enrique Colombo se presentaba en Las Ventas, y llegó dispuesto a dejar huella. Vino a ganar, y no paseó una oreja porque el presidente, Javier Cano, se la negó injustamente. Su actuación ante el cuarto novillo, bravo en el caballo, alegre en banderillas y fiero y encastado en la muleta, fue un derroche de pundonor, de vergüenza y de arrojo. No realizó la faena que el animal merecía, pero fue encomiable su actitud. Pecó de celeridad, no es un exquisito, le falta el sello artista, pero le sobró disposición, valor y compromiso con su alta responsabilidad.

Recibió al novillo con verónicas muy estimables, se jugó el tipo con las banderillas y colocó un gran segundo par después de aguantar un arreón tremendo del animal, y trató de frenar con la muleta el vendaval de embestidas, preñadas de movilidad y fiereza.

No era fácil triunfar con un novillo así. Se plantó firme en la arena, no fue capaz de ahormar la faena soñada, pero concitó la atención de los tendidos por su decisión valerosa. Tres bernardinas ceñidísimas y dos pases de pecho dieron paso a una estocada y una mayoritaria petición que el presidente ignoró.

Se lució también a la verónica con el que abrió plaza, que solo aguantó tres tandas antes de negarse a embestir de manera definitiva. A Colombo le faltó reposo y conocimiento; y sentimiento, también, pero esa condición solo está al alcance de unos pocos.

En suma, Jesús Enrique no pasó desapercibido. Se llevó al hotel un par de porrazos fruto de su arrojo, y también la satisfacción de una tarde meritoria. Así debe venir un torero a Madrid.

Caso contrario fue el de los sevillanos Pablo Aguado y Rafael Serna. La impresión que ofrecieron es que venían a no perder, y fracasaron.

A Aguado se le vio desorientado, sin ideas, despegado y desconfiado ante su primer novillo, que no era un bombón, pero tampoco un novillo intoreable. Dio muchos pases sin mando, y la impresión es que estuvo muy por debajo de lo esperado. Salió a por todas en el quinto, se lució con el capote por verónicas, un galleo por gaoneras y en un quite por chicuelinas, pero no dijo nada ante la noble e incansable embestida de su oponente.

Y su compañero Serna pasó desapercibido en su primero, un novillo noble y con calidad, y mostró excesivas precauciones ante el complicado sexto.

¿Y los novillos? Muy interesantes, nada bobos, mansones a excepción del cuarto, nobles y con las orejas colgando para novilleros dispuestos a ganar.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Colombo tira la moneda y se la roban

No hay Dios que entienda a la presidencia de Las Ventas. Dicho así en general y en particular con don Javier Cano. Que ayer se anotó la machada de negarle una oreja a un novillerito de Venezuela que se entregó en cuerpo y alma. Como antes se reclamaba a un debutante. Aquello de “estar en novillero”. Y Colombo lo estuvo. Y hecho un tío. Toda la tarde. Y cuando atacó con la espada el volapié recto como una vela también. Del embroque salió rebotado y cojitranco el venezolano y rodado el toro. Una pañolada inmensa, mayoría absoluta, sin resquicio a la duda, despreció el señor Cano. Que se saltó el Reglamento como si fuese Yelena Isinbáyeva. Y lo más grave es que además había motivos para no hacerlo. Los que dio Colombo con este cuarto novillo de El Montecillo de enorme movilidad. Muy de público. Que ya creyó descubrir la bravura en los estruendosos estrellones contra el caballo y en su velocidad vertiginosa en banderillas. Al chaval le exigió todas las facultades físicas de sus 19 años. Y firmeza en la muleta con aquellas acometidas rectas y tralleras. Por dentro siempre. Aguantó el tipo todos los envites. Cuando el utrero redujo su ímpetu fronterizo entre la casta y el genio, se defendió. Y desarmó a Jesús Enrique Colombo, que se recompuso en unas impactantes bernadinas de ataque en tromba. De moneda al aire. De todo o nada. Y, cuando iba a salir cara tras el inapelable espadazo, va el usía, se ofusca y se la roba. Todavía el otro día con El Fandi se podría discutir sobre el número de moqueros. Pero ayer se hacía tan abrumador el porcentaje que habría que hablar de incompetencia, mala fe o voluntad secuestrada… El ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, presente en el callejón para apoyar a dos promesas de Sevilla como Aguado y Serna, tomaría nota del latrocinio. Como en los toros no existe la nevera futbolística para los árbitros, al tal Cano se le verá tan campante presidiendo próximamente y concediendo entrevistas como estrella de rock.

José Enrique Colombo ya había dejado muestras de su facilidad capotera con el novillo que estrenó la tarde. Suelto de caballos, alocado en banderillas y veloz como una flecha. Otra vez la quietud de Colombo en el tercio de muerte, su actitud, su asentamiento como principal arma. Y de nuevo el enemigo disminuyendo marchas una vez perdido el motor, la raza o el genio. Raza de verdad la de Colombo. Volvía Pablo Aguado a Madrid. Cayó inconsciente en la novillada de apertura de la temporada en una escena dramática. Por la violencia de la voltereta y el golpe contra el ruedo, las cuadrillas le tuvieron que sacar la lengua que se había tragado. Ayer lo que se le atravesó fue el novillo de El Montecillo. En sentido literal. Ya se le vino cruzado, midiendo, por dentro y sin humillar en el capote. Seguiría la guasa en la muleta. Especialmente por el pitón derecho. Resolvió con oficio los problemas sin que su esfuerzo, ciertamente contenido pero generoso en el tiempo, trascendiera a la parroquia. Un bajonazo y un aviso no ayudaron. La única vez que apareció la entrega, esa cosa olvidada en la novillada de El Montecillo, fue en el pitón derecho del grandón quinto y sólo a ratos. Intratable el bruto por el izquierdo, orientado con instinto de tiburón. Aguado cumplió con las opciones ofrecidas. También Rafa Serna sabe lo que es sufrir sobre esta arena. Su cornada de 2016 sería de las más graves de la temporada. El burraco, montado y grandón utrero de Paco Medina declaró pronto su estilo en los capotes y en el peto. Nada bueno a su favor. Manso y rajado desde el principio de faena, las dos series que embistió fueron de mentira. Sin empuje. Al menos Serna dejó entonces constancia de su concepto. Perdió el celo y el interés el novillo. Si es que alguna vez los tuvo. Y el alto sexto fue una prenda infumable. Lo de El Montecillo está en un punto como para hacérselo mirar.

La Razón

Por Patricia Navarro. El presidente roba el trofeo al arrojo del novillero

Hizo el paseíllo sin la montera puesta. Era su primera vez. Su presentación en la plaza de Madrid. Pero no se le notó en su puesta en escena. En la seguridad. El venezolano Jesús Colombo llegó a Las Ventas como lo hacían antes los toreros, con el rodaje hecho. Y se le vislumbró desde el principio por cómo manejó los terrenos durante el tercio de banderillas que él mismo protagonizó con solvencia y después. Fue en su manera de estar en la plaza donde se vieron el aplomo, la solvencia y la capacidad de llegar ese puntito más. El novillo de El Montecillo tuvo nobleza y se dejó hacer. Lo aprovechó el novillero y cuando bajó revoluciones el animal, aprovechó las cercanías, pulseó la embestida e intentó alargarla. En la estocada se tiró de veras. Pinchó y a la segunda fue la vencida. Torerísimo fue el saludo de capa al cuarto, y con chispazo en los remates con las manos muy bajas. Se jugó los muslos, el pecho y las ideas en banderillas con este novillo que arreó una barbaridad. La expectación era máxima cuando comenzaba la faena de muleta, rodilla en tierra. Aquello era un huracán, y un punto por dentro en la embestida. Se presentía algo bueno. Por la derecha fluyó pero duró poco. Apenas en una tanda morían las emociones, al unísono de la comunión, el toro que tenía raza le faltaba ese punto de repetición, de codicia, y al torero dejarle de veras la muleta en el hocico. De ahí que la faena comenzó a naufragar, sobre todo cuando se echó la muleta a la izquierda, por donde el novillo desarrolló más dificultades. Abrumadoras fueron las bernardinas y la manera de volcarse en la estocada, de donde salió arrollado. Se le pidió la oreja. Fue rácano el presidente con un chaval que acababa de llegar y lo había entregado todo, a pesar de que no alcanzó la rotundidad, hubo verdad en todo momento. Le obligaron a dar la vuelta al ruedo.

Pablo Aguado está en su última temporada como novillero. En Sevilla, por San Miguel y como Rafa Serna, se convertirá en matador de toros. Su primer antagonista, que era el segundo de la tarde, no se lo puso fácil. Se movió el de El Montecillo y apretó en el caballo, pero lo hizo siempre desigual de ritmo, pegajoso y sin acabar de definirse en la muleta. La faena de Aguado no logró nunca tener una estructura fija, solventó el defecto inicial del toro que se venía por dentro y anduvo voluntarioso después, aunque lo mejor fueron los muletazos a dos manos que prepararon al animal para el desenlace. Se gustó con la capa en el quinto, sobre todo cuando lo llevó galleando al caballo y esperamos mucho de la faena. Aunque lo primero que nos sobrevino, cual impacto, fue una colada brutal por el izquierdo. Era ángel y demonio el de El Montecillo. Clase y nobleza a rabiar tuvo por el derecho y se dio cuenta Aguado en la siguiente tanda. En cambio la faena no alcanzó la armonía deseada y entre los altibajos se le fue la labor, hasta que dejó un estoconazo. Por el izquierdo era un criminal, pero bueno por el derecho.

Esperó mucho en banderillas el tercero y no acabó nunca de emplearse en la muleta. Bajo de raza y sin emoción llegó al engaño de Rafa Serna, que hizo todo con mucha parsimonia e intentado torear siempre con los vuelos de la muleta. El difícil sexto le quita más sitio que dárselo. Se le notó incómodo con el animal.

madrid_220517.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:13 (editor externo)