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Plaza de Toros de Las Ventas

Miércoles, 22 de mayo de 2019

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Corrida de toros de Parladé (3º bis de Conde de Mayalde) - variada en su conjunto, con calidad y duración a excepción del quinto - (noble con calidad el primero, encastado con transmisión el segundo, rebrincado y con genio el tercero, deslucido el cuarto, manso y rajado el quinto y manso encastado y con duración el sexto.

Diestros:

El Cid: de azul pavo y oro (palmas y ovación con saludos) (se despide de plaza).

López Simón: de catafalco y oro (oreja tras aviso y ovación con saludos).

Andres Roca Rey: de maquillaje y oro (silencio tras aviso y dos orejas tras aviso).

Entrada: lleno de “no hay billetes” en tarde primaveral (23.624 espectadores).

Incidencias: Al finalizar el paseíllo, Manuel Jesús “El Cid” fue obligado a saludar una ovación desde el tercio.

Parte médico de Andrés Roca Rey:“herida por asta de toro de 6 cm. en tercio superior cara posterior muslo derecho que rompe fascia superficial y lesiona musculatura isquiotibial. Contusiones y erosiones multiples. Es intervenido quirúrgicamente en la enfermería de la plaza de toros bajo anestesia local. Pronóstico reservado que no le impide continuar la lidia. Fdo. Dr. D. Máximo García Leirado”

Imágenes: https://www.las-ventas.com/la-tarde-tras-el-objetivo/las-ventas-22-de-mayo-de-2019

Video: https://twitter.com/i/status/1131306726513364999

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista Apoteósico Roca Rey, gloria y drama en Las Ventas

El peruano rompió cualquier registro posible. Con una severa cornada de 7 cm. salió de la enfermería para reventar Madrid al natural, cortar las dos orejas y salir a hombros por tercera vez en su carrera ante una importante corrida de Parladé. López Simón paseó una oreja en la agridulce despedida del “Cid”.

En una imagen inverosímil, llegó raudo y veloz corriendo junto a su cuadrilla por la explanada de la calle de Alcalá, y se marchó en volandas casi tres horas después por la Puerta grande deLas Ventas. Andrés Roca Rey, cumplió el guión establecido en la segunda tarde de “no hay billetes” de la feria. Decir que el peruano tiene tirón, es algo más que sabido; máxime cuando su primera tarde en San Isidro fue la primera en agotar el papel. Sobran las explicaciones.

Más allá de soberbia e importante, la tarde de Roca Rey se recordará por el valor y el estoicismo. Un alarde de facultades desarrolló con el sobrero del Conde de Mayalde, del que se llevó una cornada de 7 centímetros siendo operado bajo anestesia local en la enfermería, tras resultar volteado de forma espectacular en el recibo capotero. Tras unos segundos se recuperó, y tuvo tiempo en brindar su actuación al Rey emérito. Rebrincado y con genio, el de Mayalde se recompuso y le dio guerra al peruano. Los olés permanecieron impasibles, fue un encuentro fugaz.El bajonazo tuvo efecto fulminante.

Tras pasaportar al toro, entró a la enfermería. Lo mejor estaba por llegar. En el sexto, se vio al Roca Rey esperado. Al de las grandes tardes, frente a un buen toro de Parladé que aunque se rajaba de primeras, la mente y el cerebro privilegiado del peruano, le auparon a la gloria. La mano izquierda, el temple y las distancias hicieron el resto. Faena rotunda cimentada por ambos pitones. Emoción a raudales, cuyo epílogo fueron unas exultantes bernardinas. Enterró el estoque y Madrid bramó. Dos orejas y puerta grande. De Ley.

López Simón no le anduvo a la zaga a Roca Rey, y cortó una oreja (muy lejos de la rotundidad del peruano), pero hubo momentos de buen toreo del madrileño. Lo de mayor entidad llegó con el enclasado segundo en una labor larga ante un burel de infinita transmisión por ambas manos. Amarró la oreja con las siempre recurrentes bernardinas. Estocada y oreja. Con el quinto, un manso de muy señor mío, intentó correrle la mano con el toro pegado a tablas, pero no pasó de la vulgaridad.

La tarde la rompió Manuel Jesús “El Cid”, que saludó una calurosa ovación al deshacerse el paseíllo. Madrid, en la mente del torero de Salteras. Y viceversa. Pudo cortar una oreja del noble primero, pero el Cid… volvió a ser Manuel Jesús, y pinchó una meritoria faena. Se movió el de Parladé de más a menos y “El Cid” se enroscó con el toro. El toro de su despedida en Madrid (a falta de su presumible presencia en la feria de Otoño) fue el de menos opciones de la tarde. Dejó una dispuesta labor, pero careció de conexión. Volvió a ser “El Cid” con la espada, hay cosas que no cambian… pero el hombre de la mejor mano izquierda de la historia en Las Ventas, y el torero que más puertas grandes ha perdido por culpa del manejo de la espada, merece el mayor de los respetos.

Del Cid a Roca Rey. El primero en sus últimos paseíllos de su carrera, y el peruano el mandón del toreo. El chaval que reventó Madrid a golpe natural y que hoy pasea su personalidad por las plazas de medio mundo.

El País

Por Antonio Lorca. Puerta grande para Roca Rey

Roca Rey salió por la puerta grande de la plaza de Las Ventas, la segunda vez de su carrera como matador, ganada a pulso a base de coraje, disposición, firmeza y arrojo. Le cortó merecidamente las dos orejas al sexto de la tarde, un manso de libro que embistió con casta a la muleta de un torero dispuesto a todo con tal de alcanzar la gloria.

Huidizo y corretón se comportó de salida ese toro, huyó del capote del peruano y del caballo, a pesar de lo cual el torero brindó a la concurrencia. En el centro del anillo lo recibió con tres pases cambiados por la espalda que animaron la tarde. El toro obedeció con casta, repitió la embestida y Roca Rey lo sometió seguro y muy torero por ambas con muletazos largos y henchidos de hondura. Escuchó un aviso antes de perfilarse para matar, pero la estocada fue tan contundente que el doble trofeo fue solicitado por la inmensa mayoría de los asistentes entusiasmados con el torero peruano.

La corrida estaba saliendo blanda y tontona, pero el tercer toro fue devuelto por su invalidez manifiesta y salió en su lugar un sobrero del Conde de Mayalde, pero de la misma procedencia domecq que los titulares. Roca Rey lo recibió con excesiva suficiencia, y quiso jugar con el capote en la mano. Pero el toro, que era un toro que acababa de salir al ruedo, le leyó el pensamiento y se molestó con la actitud de su lidiador. Al menos, así pareció cuando lo enganchó por la cintura cuando el torero se disponía a burlarlo por gaoneras. Lo lanzó por los aires con estrépito y, una vez en el suelo, volvió a voltearlo por la taleguilla. Como todo sucedió cerca de las tablas, pronto acudió el habitual auxilio de las cuadrillas, la propia y las ajenas, y hasta su apoderado, José Antonio Campuzano, se tiró al ruedo por si hiciera falta su concurso. El joven torero se levantó maltrecho, con destrozos en su ropa, pero con la piel intacta. Eso se supone porque la taleguilla rota dejó al descubierto unas medias negras, algo así como un pantalón de neopreno —o unas mallas metálicas hasta las rodillas o un escudo antibalas, quién sabe— del que, por el momento, se desconoce su utilidad. Poco duró el sorprendente y peculiar espectáculo, porque el mozo de espadas dióse prisa en vendar toda la zona afectada, con lo que Roca Rey quedó mitad momia y mitad torero.

Después, sucedió que el sobrero, tan noblote como sus vecinos de corral, y con ese punto de sosería tan propio de los artistas indolentes, permitió que el torero peruano lo muleteara por ambos lados con más disposición que hondura, y todo acabó en silencio tras el bajonazo infame con el que lo despachó.

La expectación estaba por las nubes, y colgado en la taquilla ese preciado cartel de “no hay billetes” que está criando telarañas en tantas plazas. Y se decía, con razón, que la estrella del cartel era Roca Rey, pero la gran ovación inicial, tras romperse el paseíllo, se la llevó El Cid, que se despedía de la afición en la temporada de su retirada tras tardes de triunfos clamorosos en esta plaza. Y el sevillano hizo un esfuerzo sobresaliente. A pies juntos veroniqueó con garbo y lentitud al primero de la tarde, que se vio claro que venía con los ojos cerrados después de una larga siesta. Sus andares cansinos no auguraban nada bueno, y solo su carácter bonancible permitió que el veterano maestro compusiera la figura en algunas tandas que resultaron simplemente aceptables ante un birrioso oponente. Mejor toro fue el cuarto, dentro de la tónica general de una corrida con ínfulas artistonas, blanda, noble y descastada, y El Cid hizo lo que sabe sin la emoción de antaño. No estuvo mal y toreó sin apreturas, como quien no se juega nada pero quiere despedirse con afecto, aunque alargó las dos faenas en demasía y la despedida resultó un poco pesada; como larga fue la ovación con la que Las Ventas le dijo adiós. La verdad es que El Cid ha sido campeador en esta plaza.

Una oreja cortó López Simón a su primero, el que más se movió con buen son de toda la corrida. Ausente con el capote, protagonizó una faena larga, escasa en dominio, despegada y carente de la emoción que el toro requería. Unas bernardinas finales —el pase de moda de los toreros con una tauromaquia con pocos argumentos— le facilitaron un trofeo excesivo para la insulsa labor desarrollada. El quinto se rajó tras la primera tanda, huyó a tablas y pidió con urgencia el tránsito al otro barrio.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. El Rey no falla: Roca revienta Madrid

Una marea humana balanceaba a Roca Rey por la calle de Alcalá. Con la réplica del movimiento telúrico que había dinamitado la Puerta Grande y estremecido Madrid. Hasta el golpe de autoridad de última hora, RR sufrió. Como saben sufrir y encajar los grandes. Como remontan los elegidos. Desde una situación agónica que lo tuvo contra las cuerdas después de besar la lona. Pero el Cóndor del Perú levantó la rodilla hincada, regresó de la enfermería y desbarató las teorías del bajío. Maderero, de Parladé, la guinda de una corrida cinqueña, volteó la situación de emergencia. Y el número 1 confirmó por qué lo es: porque cuando llega el día D y la hora H no falla.Y cuajó la excelsitud del ritmo domecq a cámara lenta. De regreso de la enfermería. Con una izquierda opiácea, de propofol en vena y cloroformo en su muñeca. Los tendidos bramaron desde el lío de cambiados que hipnotizó al juampedro de mansitos inicios de lidia, el toque perfecto para su torrente de bravura. Roca ligó en creciente despaciosidad, cada vez con mayor profundidad, siempre el mismo atalonamiento. Un cambio de mano superlativo anunció su zurda clamorosa. Que enloqueció una plaza que lo abrazaba con una verraquera rendida. Las bernadinas últimas de apasionante entrega, el espadazo hasta los gavilanes, la catarsis de una tarde que había nacido con muy diferente sino.

La tímida irrupción de Roca Rey en el ruedo había envuelto la plaza en un silencio expectante. Con esa determinación de la arrogancia que te permite salir el último e intentar ralentizar el paseíllo a tu ritmo. Por cada flanco le adelantaron El Cid y López Simón. Que habían sido los elegidos para no hacer sombra a la estrella. Con lo que no contaban las huestes de RR, ni los hacedores del cartel, es con la baraka, en principio en exclusiva, de los teloneros. Nada nuevo la fortuna en sus carreras, la potra como rutina. Aprovechada por sus dotes en los años de feliz esplendor. Pero su fama de suertudos en los sorteos no debió de alcanzar los oídos de Ramón Valencia y José Antonio Campuzano. Para cuando se quisieron dar cuenta, a Cid y Simón ya les habían embestido dos toros -uno de contado fuelle y magnífico temple por el derecho, otro bravo y repetidor sin rebosarse-; a Andrés le devolvieron el suyo. La verdad es que los teloneros no podían hacerle sombra ni queriendo. Ni la dignidad de Manuel Jesús en su despedida de San Isidro ni el amontamiento de Alberto. Que cortó una oreja sin huella por unas bernadinas, supongo.

Y saltó un sobrero camino de los seis años -esto ya no es del todo la suerte de los otros- del Conde de Mayalde. Castaño, bajo, basto y armado. Roca Rey apretó los dientes y se echó el capote a la espalda temerariamente. De salida, sin fijar el toro, ni apenas catarlo, compró todas las papeletas del volteretón. Que sucedió de inmediato, con el condeso soltando la cara, revoloteando como pájaro de mal agüero por debajo. Voló el torero como si le hubiera estallado una mina a los pies. De pitón a pitón, lo giró como a una marioneta. Y lo subió. Y lo recogió cuando caía. Y lo soltó cuando se aburrió de castigarle. Por todas las partes del cuerpo. Cuando recuperó la vida y el aliento, Roca tenía en el rostro un blanco marmóreo y la taleguilla desgajada por la explosión de derrotes. Una lluvia de la proyectiles que milagrosamente no hicieron carne. La pierna derecha no se mostraba desnuda, sino que la recubría una especie de malla negra. Nunca vista. Ni los clásicos calzones largos de hilo, ni los horribles pantis modernos.

La expresión de dolor de Roca Rey hacía temer por algo más que el golpe. Ordenó castigar nada al manso de Mayalde en el caballo. Como suele. Durante el tercio de banderillas, le reconstruyeron con un vendaje la taleguilla. Y cruzó el ruedo para brindar a Don Juan Carlos.

La apertura de faena por alto pareció tan bizarra como poco conveniente. Otra apuesta de Roca Rey atropellando las luces toreras: el sobrero soltaba la cara con violencia y lo que precisaba era, sencillamente, todo lo contrario. Lo que sucedió desde entonces. Atalonado y hundido RR en su derecha, le exigió por abajo a la arrítmica y violenta acometida. Trepaba la emoción de la incertidumbre, saltaban chispas de los tornillazos, las llamas del valor de plomo: el mayalde viajaba jodido en el sometimiento. Y cuando le ofreció la izquierda sucedía, más o menos, lo mismo. Sólo que la embestida se abría y dejaba descolocado al astro limeño. Que se encasquilló en la reiteración. Y la grey del «7» le cantaba la colocación. Hasta que el funo se rajó. Un bajonazo puso fin al episodio I. Y entró en la enfermería, cojitranco y muy dolorido (un puntazo de 6 centímetros).

No pasó nada con un cuarto altón que no tiró hacia delante y con un quinto como una mole de carne hueca. Una ovaciones cariñosas para El Cid y López Simón.

Y entonces regresó de la enfermería el Rey en tromba, para reventar Madrid: los número 1 nunca fallan.

ABC

Por Andrés Amorós. Faena de gran figura del toreo de Andrés Roca Rey

En la corrida de mayor expectación, Roca Rey es herido, en el primero, y cuaja un faenón, en el último: corta dos orejas y abre la Puerta Grande. Confirma plenamente su condición de figura del toreo. También corta una oreja López Simón y Las Ventas despide con todo cariño a El Cid.

«Da gusto ver la Plaza tan llena», me dice mi compañero, y tiene razón. También da gusto ver en los toros al Rey emérito, con la Infanta Elena, y comprobar el fervor popular. Los diestros le brindan el tercer, cuarto y quinto toro. Reciben a El Cid con una gran ovación.

Desde que se anunciaron los carteles de San Isidro, mucha gente señaló esta corrida y las otras dos que torea Andrés Roca Rey. Cuando se pusieron a la venta las localidades, bastaron unas horas para que se agotaran. Y un síntoma personal: las llamadas que recibimos para conseguir una entrada… No cabe duda: el diestro peruano es un fenómeno.

El inolvidable Marcial Lalanda distinguía tres clases de matadores, según predominara en ellos el dominio, el valor o la estética. Y, al margen de esas tres, una más, el fenómeno: el diestro que rompe las reglas, del que todos hablan -y discuten-, el que atrae más gente a las taquillas. Eso fueron, por ejemplo, Manolete, El Cordobés o Jesulín. (No estoy hablando de categoría artística sino de «gancho» popular). Ahora mismo, Roca Rey.

Después de la Feria de Abril, Roca Rey pasa su primer gran examen en sus tres tardes de San Isidro. La tradición de Las Ventas es mostrar su mayor exigencia con las figuras: «a ver si aquí…» (Ese ceño adusto demuestra que han alcanzado esta categoría). Empieza por las reses que lidian, partiendo -con razón- de que han podido elegirlas. Roca Rey dio un gran puñetazo en la mesa y le salió la corrida de Adolfo Martín. Quizá no le agradó eso a algunos de su entorno pero era la prueba rotunda de que asumía su papel de primera figura. Lo compensa lidiando las reses de Parladé, la segunda divisa de Juan Pedro Domecq. Esta tarde, resultan, en general, muy manejables.

En su temporada de despedida, El Cid está recibiendo muestras de afecto, como agradecimiento por su gloriosa historia; en Madrid, de modo especial. También está confirmando que la decisión ha sido oportuna. El primero, un bonito salpicado, sale embistiendo con nobleza y dulzura, como si ya lo hubieran picado. (Ahora esto es frecuente; antes, hubiera sido impensable). Lo aprovecha El Cid en buenos lances y traza derechazos a cámara lenta. De toros así, se decía antes que eran «una Hermanita de la Caridad». Brinda al herido Gonzalo Caballero. El toro dura poco, se apaga. Le ha dejado estar a gusto, sin sobresaltos, pero no una faena completa. No mata bien. El cuarto sale apagadito pero embiste a la muleta con gran bondad, fuerzas justas, cierta sosería… Eso le permite al Cid trazar muletazos en su línea, sin pasar apuros pero sin emoción, por la embestida mortecina. Mata sin estrecharse y le ovacionan con cariño.

López Simón sigue cortando trofeos en muchas Plazas (la última, Aguas Calientes), con su quietud y su certera espada, pero no veo que mejore su estética. El segundo sale con pies, justo de fuerzas, acude desde lejos, galopando con alegría. Lo recibe con estatuarios. Se queda quieto, aguanta, en derechazos desiguales. Mejora cuando el toro humilla mucho. Por la izquierda, se acopla peor. Un toro de carril, define mi vecino. No nos libramos de las bernadinas invertidas. La estocada queda caída mientras suena el aviso pero corta oreja. Recibe a porta gayola al quinto, de más de 600 kilos, y se ha de tirar a la arena. El toro se para en banderillas, aguanta mucho Yelco Álvarez, que saluda. En la muleta, el toro flaquea y se raja a tablas. Allí, se empeña López Simón en una porfía embarullada que no todos aprecian, se justifica. No mata bien.

El runrún de la expectación anuncia la salida del tercer toro. Devuelto por flojo el Parladé, el sobrero de Mayalde es brusco. Antes de dominarlo, Roca Rey se echa el capote a la espalda y sufre una tremenda voltereta. (Un diestro con tanta cabeza, esta vez ha atropellado la razón). Con la taleguilla hecha unos zorros y cojeando claramente, vuelve al toro. Brinda al Rey. Después de hacer el poste, le va dominando, aunque el toro puntea, al final de cada muletazo. Al bajarle la mano, protesta. Una faena de más mérito que brillo. La estocada cae baja y lo desluce todo. Pasa a la enfermería. Ha sufrido una herida de 6 centímetros en el muslo derecho. Sale de la enfermería para matar al último, que mansea, muy suelto. Traza buena verónicas, cargando la suerte. Como el toro tiene movilidad, comienza con los habituales muletazos cambiados, que enlaza con un natural y el de pecho. La primera tanda de derechazos, muy largos, muy mandones, con la muleta muy baja, ya levanta un clamor: liga, conduce la embestida, se lo enrosca a la cintura. Un lento natural se convierte en un circular, que pone a la gente de pie. Se suceden las tandas de naturales con gran dominio y temple. Recuerdo lo que decía mi amigo Federico de los muletazos de Antoñete: «No son naturales, son catedrales». Catedrales del auténtico arte del toreo. El toro ha sido muy bueno pero acaba yéndose a tablas: recurre entonces a las bernadinas temerarias, que encandilan al personal. Suena el aviso antes de la rotunda estocada. Nadie le discute las dos orejas y la Puerta Grande. ¿Quién decía que no domina el toreo clásico? ¿Quién ponía en duda que es una auténtica primera figura? Después de esta tarde, en Las Ventas, espero que ya, nadie.

ABC

Por Rosario Pérez. El «CSI» de las medias negras de Roca Rey

Tarde de resaca tras la borrachera de toreo de Roca Rey, el número uno. Cómo sería el banquete de la anochecida anterior que a la mañana siguiente se lió «parda» en el «tuitendido». Como la faena fue de dos orejas unánimes, el debate se montó con los leotardos azabache del limeño, al descubierto tras ser cogido por el sobrero. El CSI de las taleguillas comenzó a desvariar con raras teorías: desde el chaleco antibalas hasta las mallas de kevlar. El pitón del Mayalde, que rajó el muslo en seis centímetros, debió entrar por obra y gracia del espíritu santo… ¡Qué cosas! Harto de tanta «estupidez», el mozo de espadas de la figura del Perú colgó una foto en las redes con el boquete de los «panti de mujer Ysabel Mora, normales y corrientes, para aclarar dudas». Dio más pelos y señales, de 70 deniers y al precio de 7,95 euros. Por si hay algún interesado, en rebajas puede encontrarlos al treinta por ciento… Con y sin faja reductora. «Lástima que no sirvan para reducir la insensibilidad», comentaron en un palco impar mientras se hablaba de tan crucial asunto. Un joven veinteañero mostraba un tuit de Curro Escarcena: «Ahora se va a enterar el personal de que para poder meterte las taleguillas, que resbalen y encajen bien, antes van unos leotardos. Blancos, negros o de estrellitas de colores». Incluso un pijama cuentan que se ponía un famoso diestro de tan flaco que estaba. Leyendas y leyendas…

Negras eran las «medias» (pantis, para ser exactos) de Roca, a lo Sabina. Pero el CSI Las Vegas rodaba un capítulo en Las Ventas para analizar el tejido de un matador que cayó herido, abandonó el hule para reventar Madrid y ayer tuvo que pasar por la clínica para realizarse una ecografía por los fuertes dolores. A la cornada se unía ese vía crucis en el que se ha convertido una Puerta Grande, con la gente queriendo arrancar hombreras y machos. ¡Y hasta las medias! Una locura.

La Razón

Por Patricia Navarro. Madrid se rinde a un descomunal Roca Rey

Pasión hubo en la Puerta Grande hasta derribarle, hasta hacerle caer, como si fuera uno más de nosotros, y no era. Roca Rey había enloquecido Madrid por todos los poros. La emoción fue un torrente que lo inundó todo en una corrida que se recordará para los restos. La tarde de Roca Rey transitó la dureza del percance, la cogida, una tremebunda voltereta en la que el toro le despedazó el cuerpo, le hizo jirones la taleguilla, zarandeado para un sitio y para otro, entre los pitones del toro, los muslos, el cuerpo del torero viajó con una agresividad tremenda hasta salvarse. Se deshizo de él como si se la tuviera jurada: tremenda paliza. Poseído el de Conde de Mayalde, deshecho el torero sobre la arena de Madrid. Y mil dudas. Hasta costaba pensar que detrás de ese remolino de pitonazos no hubiera una cornada de gravedad. Empalideció Roca. Fue lo único que pasó, el único recuerdo del dolor de la carne. Estaba herido. Lo supimos después. Recobró el valor íntegro para volver a la cara del toro y hacerlo con la entrega de siempre, elevada a la enésima potencia. Se había transportado a otro mundo, a otro lejano en el que sólo es posible que ocurran cosas así, en el mundanal ruido nos abruma. Verdad descomunal la suya ante un toro que tenía un punto de incierto y más claridad al natural. Hasta se pasó de faena y la espada desdibujó la gesta, que era mayúscula. Se fue a la enfermería, allí le esperaba las manos de Máximo García Padrós, una cornada en el glúteo de 7 centímetros. Pidió alivio rápido, no quitarse, no irse, volver al desafío del ruedo. Y así fue con el sexto, esta vez de la divisa titular de Parladé. Y nos vino, nos pasó por encima de pronto una tormenta de emociones de las que tardas en recuperarte días, porque te han movido los cimientos. Nada ocurrió bajo los parámetros de la banalidad. Salió suelto el toro en los primeros compases de la faena hasta que de pronto, uno y otro, hicieron click y aquella ecuación resultó perfecta. Un viaje a las emociones, al rugido profundo de Madrid. Roca se había desquitado con dos o tres pases cambiados por la espalda de los que no dejan de ser un alarde de valor, pero se puso a torear. A torear de veras. Primero por la derecha, sometido el toro, roto y entregado a la muleta. Era imposible no hacerlo. La magia del toreo fluía ante las 24.000 personas que estábamos allí. El “No hay billetes” que el torero venido del Perú se había encargado de colgar. Lo cuajó por la diestra, en un palmo de terreno, temple exquisito y tan por abajo que aquello explotaba por la emoción. Se encontró también al natural, y en los cambio de mano, y en la eternidad de los pases de pecho a la hombrera y en el misterio de un torero nacido para revolucionar la Tauromaquia. Un auténtico elegido. Con Madrid en pie, el toro, extraordinario, hecho ya a su imagen y semejanza, nos puso el corazón a bombear, más todavía. Las bernadinas fueron de infarto. Tremendas, ajustadas, desafiantes, una locura. La locura de la ambición. Se fue detrás de la espada, como nos fuimos todos, no podía haber otro fin para lo que había pasado en el ruedo de Madrid. Las dos orejas fueron incontestables, como la Puerta Grande, un triunfo de verdad, un éxito con toda la verdad. Madrid se caía. Rendida.

A estas alturas, el resto se convirtió en algo anecdótico, en una preparación para llegar hasta aquí. La conmoción general apenas dejaba hueco para la memoria. Arrasó con todo. Con aquella faena de El Cid a su último toro de San Isidro, está el torero de Salteras de despedida, que fue noble y a menos. Uno y otro. Y largo el trasteo y la muerte. Correcto con el primero, ligado y por fuera. Se le sacó a saludar. Esta plaza ha sido suya y Madrid si algo tiene es memoria. Una controvertida oreja cortó López Simón del segundo, que tuvo franqueza y recorrido en la telas. El de Barajas le fue buscando las vueltas y buscándoselas a él y aunque su toreo fue más cantidad que calidad bien es cierto que siempre quiso. Con la estocada cortó la oreja y dejó la Puerta Grande a medio abrir. Se la cerró la mansedumbre del quinto. Y luego vino un huracán llamado Roca, que acabó con todo. Acabó con todos. Rendidos. Y exhaustos. Esto sí es el toreo.

Madrid Temporada 2019

madrid_221019.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:15 (editor externo)