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Plaza de Toros de Las Ventas

Lunes, 23 de mayo de 2016

Corrida de novillos

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Puerto de San Lorenzo

Diestros:

Alejandro Marcos: vuelta al ruedo y silencio

Joaquín Galdós: silencio y silencio.

Juan de Castilla: silencio y silencio tras aviso

Destacaron:

Entrada: alrededor de tres cuartos

Galería de imágenes: http://www.las-ventas.com/noticia.asp?codigo=7077

Video: http://www.plus.es/video/san-isidro-23-05-2016?id=20160523221821

Crónicas de la prensa:

ABC

Por Andrés Amorós. Ilusiones sin remate de tres novilleros en San Isidro

Me cuenta una amiga que, a su hija, una joven formal, buena estudiante, no le gustan los toros. Logró que la acompañara, el pasado viernes. Le gustaron el ambiente, el colorido y algunos momentos de emoción pero le molestaron profundamente los once descabellos de El Juli. Después de ver eso, no será fácil convencer a la chica de que vuelva a los toros.

Hasta los años veinte, la gente aceptaba ver las tremendas cornadas a los caballos. Llegó un momento en que ya no: era inevitable introducir el peto. Ahora mismo, el público poco habituado no soporta ver los fallos reiterados con la espada o el descabello. Si queremos que acudan (¡por supuesto que queremos!) se impone limitar el número de veces que se utiliza la espada y el descabello; no sólo el tiempo, como ahora sucede: más allá de un cierto número (¿cinco, por ejemplo?), el presidente ordenaría que el toro fuera devuelto a los corrales o apuntillado en el ruedo. Esto plantea problemas pero no son insolubles. Muchos aficionados puritanos se opondrían y esto exigiría una reforma del Reglamento (en realidad, de los Reglamentos, por el disparate a que ha conducido la organización autonómica) pero es la única forma de atraer a nuevos espectadores. Si los taurinos se niegan a verlo…

Los novillos de La Ventana del Puerto han tenido movilidad y aceptable juego. Los tres novilleros han puesto voluntad y demostrado ciertas cualidades, sin llegar a cuajar la faena.

Conocemos ya la buena línea del salmantino Alejandro Marcos. Al primero, que flaquea pero es encastado, le coge el ritmo en algunos naturales. Cuando va a matar, el novillo le arrolla como un tren; conmocionado, se niega a entrar en la enfermería y lo mata con mérito: le premian con la vuelta al ruedo. El cuarto es más complicado, protesta y se cierne. El diestro se muestra correcto pero conecta poco y mata mal.

El peruano Joaquín Galdós, que acaba de cortar dos orejas en Sevilla, va a tomar pronto la alternativa. Se luce en el segundo en verónicas suaves, brinda al cielo y se muestra muy puesto, mandón, ligando los muletazos, pero mata caído. Al quinto, que corta en banderillas, lo trastea con buen oficio hasta que el novillo se raja. Todo lo emborrona con otro bajonazo.

Juan de Castilla se ganó la sustitución de Adame al matar cuatro novillos, hace una semana. El tercero es incierto, hace hilo con los banderilleros pero transmite mucho. El joven colombiano lo sujeta y liga buenos muletazos, de mano baja. Parece que va a ser faena de oreja pero el novillo empeora y mata mal. Realiza en el quinto un vistoso quite, que cierra con una larga de rodillas. El sexto se deja pero se va apagando. Juan traza derechazos con buen oficio pero prolonga y mata mal.

No han estado mal los tres novilleros… pero tampoco bien del todo. No es lógico extremar la dureza con los jóvenes pero deben medir más las faenas –un vicio que heredan de las figuras– y mejorar, en la suerte suprema.

Una vez más, he recordado el verso de Gerardo Diego. «Todo en la vida es casi y es apenas…» Así ha sido también, esta tarde, en la última novillada de la Feria.

El País

Por Antonio Lorca. Novilleros sin ángel

Sinónimos de “sin ángel”: sin gracia, sin hondura, sin entrega, sin mando, sin poderío, sin clase… En fin, que los tres novilleros estuvieron muy mal y echaron un negro borrón a sus respectivas carreras y, lo que es peor, a su futuro, esperanzador hasta el instante mismo del paseíllo.

Tiene su dificultad triunfar con un novillo encastado, que repite con codicia una y otra vez y exige un torero con la cabeza fría y bien amueblada y una muleta poderosa; y debe ser más dificultoso aún en esta plaza en la que tanto influye el miedo escénico.

Pero, claro, resulta que los chavales han optado por una profesión de héroes y para elegidos, y llevan la mitad de su corta vida soñando con un novillo que meta la cara y “me permita demostrar todo lo que llevo dentro”. Y va y sale, y no uno sino cuatro, y todos ellos se van con las orejas colgando. ¡Oh… qué desilusión…! Ojalá, al menos, las cuadrillas y los apoderados no engañen a los toreros, y no culpen a los encastados novillos de su triste fracaso. Porque solo si son conscientes de su preocupante realidad tendrán opción de rectificar.

No hay nada más descorazonador que un novillo embista de manera incansable y el torero se muestre incapaz de encontrar el camino del toreo auténtico. Así le ocurrió a Alejandro Marcos ante su primero, que debe aún estar embistiendo como un loco, colgado de un pincho. El novillero dio muchos muletazos, pero no toreó nada. Al final, citó por ayudados, se despistó un segundo y el novillo lo volteó espectacularmente y el chaval cayó de cabeza y quedó noqueado durante un buen rato. Acudió a la enfermería, pero tuvo el gesto de volver para matar a su oponente, lo que le permitió dar una vuelta al ruedo que nadie le pidió. Otra ristra enorme de pases dio ante el quinto, novillo también codicioso, y nadie se inmutó.

Galdós venía de triunfar en Sevilla, pero todo su arte lo dejó en la Maestranza. Tiene maneras indudables, pero no consiguió ahormar una faena con unidad y sentido. En una palabra, no dijo nada, que es asunto grave. Decepcionó ante su noble primero, y aburrió ante el manso quinto, al que mató de un infamante bajonazo.

Volvió Juan de Castilla, en sustitución del herido Luis David Adame, y, quizá, le hicieron un flaco favor. Destacó por su valor el pasado lunes y este premio era para triunfar o morir, para confirmar que es un torero de los pies a la cabeza o acabar en la enfermería.

Pues resultó que no triunfó, y salió de la plaza por su propio pie. Mala cosa, aunque pueda resultar cruel. Además, se mostró tan acelerado, despegado y superficial como sus compañeros; y pesado, también, como ellos, de modo que sus bernardinas al sexto las ejecutó entre el choteo de parte del desesperado público asistente.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Una tarde con la paz de los cementerios

La decimoséptima tarde del Santo Isidro, que bien se podía haber llamdo Job, empezó con una buena noticia -una entrada en la frontera de los tres cuartos- y un susto brutal: concluía ya la faena Alejandro Marcos, cuando el novillo se le cruzó. La verticalidad del estatuario que pretendía saltó por los aires. Fea y seca la caída sobre el cuello. Minutos de angustia entre las cuadrillas que querían llevárselo y el chaval que luchaba por despejarse. El agua bendita por la nuca y volvió para matar con rectitud al altito utrero de La Ventana del Puerto (El Pilar-Monte la Ermita). Nunca humilló por el derecho y descolgó algo más por el izquierdo y, sobre todo, de una manera menos pegajosa. El volteretón y la estocada potenciaron una labor de oficio muy campero hasta la vuelta al ruedo.

Joaquín Galdós venía con la miel en la boca de su triunfo en Sevilla. Perú está de moda. Las verónicas, tanto del saludo como del quite, adquirieron una prestancia curiosa. Y la réplica a Juan de Castilla por chicuelinas. El novillo no acusó en la muleta el defecto en la vista que de lejos manifestaba. Galdós lo enganchaba en corto y le tapaba a su altura con la muleta. Una solvencia la suya de escaso eco en los tendidos a medida que la embestida se apagaba. La mano se le fue a los blandos con el acero.

Al tercer novillo le delataba su origen de El Pilar no sólo las despegadas hechuras, sino esa manera de cruzarse de salida con el capote. Juan de Castilla, que sustituía con justo criterio a Luis David Adame después del difícil papelón que solventó hace siete días, se dobló como prólogo de faena. Los doblones trataron de fijar al utrero, que había huido de la contraquerencia. Le vino bien el castigo para centrarse y empezar a embestir con largura y humillación por su notable pitón derecho. El aguerrido colombiano interpretó con inteligencia la media distancia pero a la hora de correr la mano su toreo dijo poco. La inapelable espada de la semana pasada se mostró fallona ayer hasta el tercer envite.

No remontó la tarde tampoco con el apretado y bajo cuarto, que no sacó el celo de la bravura en ninguno de los tercios. Y en Alejandro Marcos tampoco afloró un celo especial más allá del empeño en sumar muletazos. Una entente cordial, un pacto de no agresión, se firmó entre Marcos y el sosote novillo de La Ventana del Puerto.

El corpachón fuertote del quinto se movió de acá para allá. Se escupió del caballo y apretó en banderillas. Joaquín Galdós volvió a brillar con el capote a la verónica. Pero el novillo desarrolló en la muleta todo lo que apuntaba: topó más que embestió antes de que los adentros llamasen a las puertas de su vocación de manso. Cuando la llamada definitiva se produjo, se volvió al revés camino de las tablas y una coz proclamó el secreto a voces de su mansedumbre. Galdós lo despachó con un bajonazo de nota.

Si grandón fue el quinto, el sexto le ganó la partida con un volumen y un cuajo de toro. Un tío. Juan de Castilla lo paró con discreción para después gallear de frente por detrás hacia el caballo. Un volatín al abandonar el peto supuso tanto quebranto como un puyazo a ley. Después la manera de querer tomar la muleta del ejemplar de La Ventana del Puerto hizo concebir ciertas esperanzas en el inicio de faena. Pero el fondo, tan escaso como en el resto de la novillada, hundió las posibilidades de Juan el colombiano, un torero al que se le siente más en la guerra que en la paz. Y la tarde tuvo la paz de los cementerios.

Grupo Joly

Por Luis Nieto. Tres promesas que desilusionan

No tuvieron su día las promesas. Alejandro Marcos, Joaquín Galdós y Juan de Castilla, que sustituía a Luis David Adame, convaleciente por una cornada en esta plaza de Las Ventas, aburrieron con una novillada, auténtica corrida de toros en trapío, de La Ventana del Puerto, encierro que en su conjunto ofreció nobleza suficiente como para que el espectáculo no hubiera resultado tan mustio si los diestros hubieran aderezado sus trasteos con arte, pero sin alma ¡Primó la cantidad sobre la calidad! Leandro Marcos consiguió la única vuelta al ruedo en el que abrió plaza en un espectáculo que se saldó en el resto actos con silencios.

Leandro Marcos, con ese primero, cornidelantero, noble y flojo, realizó una faena en la que le faltó ceñirse más y en la que lo más logrado fue una serie al natural. Precisamente por ese pitón, el izquierdo, fue prendido sin consecuencias, cayendo de pie. Más tarde, tras una tanda y cuando iba a volver a citar, el animal se arrancó con fuerza y le propinó una espeluznante voltereta, cayendo violentamente sobre el cuello y quedando prácticamente noqueado. Cuando lo llevaban a la enfermería, retornó al ruedo. Mató de estocada y dio una vuelta al ruedo tras petición de oreja. Con el cuarto, serio, que acometió con nobleza, con el defecto de que punteaba, Leandro Marcos no llegó a acoplarse y falló en la suerte suprema.

Joaquín Galdós, que el domingo había triunfado en Sevilla, decepcionó en Madrid. Se lució ante su lote con el capote, pero evidenció fallos en sus faenas. Tuvo como primer oponente un astado bien hecho. El peruano gustó en un quite a la verónica y otro por chicuelinas. Sin embargo, la faena no cobró vuelo con un animal que se movía, aunque no humillaba tras la tela encarnada. El quinto se dejó pegar en varas y salió suelto, apuntando su mansedumbre, que fue aumentando. De nuevo, Galdós dibujó buenas verónicas. Pero su labor, con un astado noble y sin clase, no tuvo intensidad alguna, con el agravante de que mató de bajonazo.

Juan de Castilla, con actitud, pero desacertado con las telas y en la suerte suprema, tuvo como primer oponente un buen astado, con clase, que fue ovacionado en el ruedo y al que no entendió en un trasteo en el que únicamente consiguió una buena tanda con la diestra. Con el que cerró plaza, serio, un ejemplar con movilidad y sin calidad, hubo corrección en un par de tandas diestras y un cierre por bernadinas en una labor que el público siguió sin interés.

El espectáculo, que comenzaba con la ilusión que aportan las promesas, resultó aburrido por sus desaciertos.

La Razón

Por Patricia Navarro. Y a la tercera novillada se le escapó el espíritu

El susto fue monumental. Y la caída, de las que te dejan sin palabras. Acongojado el público; desmadejado el torero. El joven torero el día de la novillada. Se descuidó Alejandro Marcos. Se había aproximado silenciosamente al peligro en algún momento durante la faena, cuando abría la ventana al toro y éste quería hacerse hueco frente al torero, pero nada que ver a cuando llegó el momento final. Un descuido. De los que pueden salir caros. Cogió la espada. No miró, tan pronto había sido el novillo toda la faena, e hizo por él, lo lanzó y cayó feísimo. La conmoción aplastó a toda la plaza. En pie vino el desmayo. Estaba y no. Ido. Camino de la enfermería iba o tal vez había entrado, no recuerdo, cuando volvió a pisar el ruedo. Podía más el compromiso. El deber. Se perfiló para darle muerte y acertó. Se le pidió el trofeo y quedó la cosa en vuelta al ruedo. Fue faena alternada en ambas manos a un toro que repitió sin descanso. Inagotable. Muchos pies el novillo; muchos pases el novillero. Devorador de muleta sin fin ni límite más que el tiempo interpuesto por los códigos del toreo. Dispuesto el novillero. Suertudo al final. Iba y venía el cuarto sin acabar de definirse e iguales trazas tuvo la faena. Anodina hasta la médula andaba la tarde a estas alturas.

Movió bien Galdós el capote a la verónica y en las chicuelinas y se amontonó después en la faena al segundo, que tuvo movilidad y repetición aunque sin demasiada calidad. Venía de (casi) abrir la Puerta del Príncipe de Sevilla y le esperaba Madrid. Otra historia era. Y otra fue un quinto, mansito y sin clase. La faena fue un borrón que nada sumó y un bajonazo que restó al plomo que teníamos encima en la tarde.

Un carretón fue el tercero. El más completo de todos los que se habían lidiado hasta entonces. Noble, clarísimo y repetidor. A Juan de Castilla le tocó, que venía de lidiar cuatro aquí hacía una semana por la cogida de Luis David Adame y justo a él acabó por sustituir. La faena lo tuvo todo de aparente, pero también de periférica y superficial. Sin acabar de dar un paso más. Se alargó hasta lo indecible con un sexto, que tuvo la virtud de embestir humillado y responder al toque, luego era irregular en la arrancada, pero tenía sus teclas. La faena, más allá de los números, no conectó con el público. La tarde no tuvo el espíritu de una novillada. Ni espíritu. Ni nada. Era otra cosa.

madrid_230516.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:17 (editor externo)