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Plaza de Toros de Las Ventas

Miércoles, 23 de mayo de 2018

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Victoriano del Rio. Descastados, mansurrones y escasos de fuerza y presencia. Se salvó el 6º que aún con poca fuerza propició la faena de triunfo.

Diestros:

Miguel Ángel Perera:de verde botella y oro. Tres pinchazos y descabello. Aviso (silencio). En el cuarto, estocada desprendida y dos descabellos (silencio).

Alejandro Talavante: de azul añil y oro. Estocada casi entera tendida y varios descabellos (silencio). En el quinto, media estocada pasada y rinconera y descabello (silencio).

Andrés Roca Rey: de verde botella y oro. Pinchazo, estocada y dos descabellos (silencio). En el sexto, gran estocada (oreja)

Destacaron:

Entrada: 23.624 espectadores, no hay billetes.

Imágenes: https://t.co/Rox1ozMLB6

Video: https://twitter.com/twitter/statuses/999386479112736768

Crónicas de la prensa

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver ¿Y qué es el tremendismo?

Desastre absoluto de los “victorianos” que tanto aman, quieren y desean las figuras hasta el punto de encelarse por ellos a la hora de confeccionar los carteles de una Feria. Mansos, descastados, claramente sospechosos algunos, sin fuerzas y sin presencia. El 6º, si hubiera tenido más fuerza, tal vez hubiera sido un buen toro, pero, a la postre le sirvió a Roca Rey para salvar la tarde. El joven figura peruano se echó encima el compromiso de levantar aquello y lo hizo. Perera y Talavante hicieron lo que pudieron, que no era mucho, y se fueron de vacío. Y ahora queda la pregunta del millón: ¿es Roca Rey un torero tremendista? Rotundamente, no, a pesar de que algunos piensan y dicen lo contrario. Utiliza recursos como las espaldinas o pedresinas, pero cuando torea lo hace con temple y profundidad. Y así se le ha visto en Sevilla y en Madrid, con un toreo más maduro. Todo lo más se le puede acusar de ojedista, ¿y eso es malo? ¿es que era mal torero el de Sanlúcar, o era tremendista? Y como el poeta me sigo preguntando y ¿qué es tremendismo?. Tremendismo eres tú, que diría Bécquer.

Las Ventas

La garra de Roca Rey tiene premio,oreja al sexto

Miguel Ángel Perera lidió en primer lugar a un noble de Victoriano que embistió lento las primeras tandas por la poca fuerza del astado. Perdió ese poco fuelle y falló con los aceros. Ante el cuarto pudo ligar en los primeros compases. Destacar una tanda en la que le obligó con firmeza por bajo de pitón a pitón y el de Victoriano metiendo bien la cara y humillando. Se rajó pronto y de nuevo falló con los aceros.

Alejandro Talavante se chocó ante un lote sin ninguna opción. El segundo fue un desrazado ante el que abrevió. Buen comienzo de doblones ante el quinto y ligó una por el derecho hasta que dobló las manos. Otro sin gasolina y de nuevo pronto a por la espada.

Cuando salió el tercero estaba cayendo una fuerte tormenta. Los tendidos se despoblaron y olés con las verónicas de recibo. Cambió el viaje en el inicio de faena viniéndose de lejos e intentó templar el peruano esa embestida rebrincada. Buscó tablas y falló con los aceros. Ante el sexto, con la tarde a menos, ahí estuvo la garra de Roca Rey para levantar los ánimos y los tendidos. Quite por gaoneras y comienzo intenso por estatuarios arriesgados. Templó y buscó la distancia ya que cuando le bajaba mucho la mano doblaba. Firmeza y valor, con el toro a menos y el público entregado se sacó una arrucina y lo exprimió entre pitones con susto incluido al quedar a merced del toro. Estocada hasta la bola de efecto fulminante y oreja.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. El toreo de piedra de Roca Rey voltea a última hora la frustración de la tarde

Un duelo en la cumbre se presentía. Alejandro Talavante y Roca Rey cumplían su último compromiso en San Isidro. Otra plaza como Las Ventas habría sido necesaria para cobijar la desbordada expectación. La México o el campo de Chamartín. De puntillas, sin hacer ruido ni levantar polvo, volvía a Madrid Miguel Ángel Perera. Como si no no hubiera existido la Puerta Grande de Otoño. Ni las otras cinco más que salpican su vasto currículo. Curioso silencio.

En el zumbido de Madrid palpitaba el ambientazo a la hora del paseíllo. El bochorno presagiaba tormenta. Un toro castaño de cara armoniosa, movido de carnes -y de ahí su falsa imagen de levantado del piso, levantado pero no alto-, salió abanto. Manseó en capotes y se durmió en el caballo. Lo cuidó Miguel Ángel Perera. Que quitó mimoso por airosas chicuelinas y tafalleras. El prólogo de faena desprendió suavidad a media altura. Y belleza en el cambio de mano, en la trincherilla y en el muñecazo del desprecio. Ahí asomó la clase mansita. Y después su templado embestir. Ese modo anunciador de lo que había y lo que faltaría. Dos series ligadas y frondosas de largos derechazos -hasta cinco por ronda- fueron demasiado para su fondo contado. Cuando MAP presentó la izquierda, el toro de Victoriano del Río pidió árnica. Ni en las cercanías ya le extrajo nada. Costó cuadrarlo en la suerte suprema. Y por ende pasar con la espada.

A Tala se le esperaba con ansiedad. Por volverle a ver después de “lo” del 16-M. La decepción por el toro pronto inundó los tendidos. La seriedad por delante -tan arremangado de pitones- se escurría por detrás. Humillaba con el tope de sus manos. No salía de los lances la salutación. Al escaso poder tampoco le acompañaba el motor. Ni el estilo. Alejandro optó por la brevedad tras enseñar al gentío que no había causa. Una estocada casi entera y tendida. Sin muerte. Goterones como chapelas empezaron a caer. El diluvio tormentoso se precipitó. El descabello eternizó la huida en masa. Cuando cayó, cuajó la estampida de la parroquia.

La anchura de sienes del tercero escondía el genio eléctrico que tantas veces se confunde con la casta. Roca Rey lanceó con decisión y quietud. La cortina de agua generaba una imagen borrosa. La media verónica chispeó bajo el aguacero. A RR no le importó para clavarse y explosionar la faena por cambiados terroríficos. Como las puntas de fuego. La apuesta por la emoción desatada por encima de la necesidad de horma. El calambre del toro enganchaba los derechazos. No era fácil la limpieza. La muleta empapada y la rabia del toro componían una ecuación difícil de resolver. Pero lo consiguió a base de bajar mucho la mano. Sólo que cuando logró la conquista la embestida aminoró el recorrido. Y multiplicó las miradas desafiantes. El torero limeño piso terrenos volcánicos. Ya con la deriva del toro reculando y vencido.

Las hechuras del negro cuarto prometían. Un tío bien hecho. Su celo y su empleo sacaron nota en el peto. Mucho tiempo, mucho desgaste, para su bravura. Aún duró. Apretó hacia los adentros en banderillas. Y en una de aquellas galopadas a poco no arrolla a Curro Javier. Perera le planteó faena en firme. Con exigencia y por abajo. Que era por donde lo pedía el toro. La entregaba de los contendientes calaba en los tendidos ya más que la lluvia cesante. Pero el carburador empezó a griparse. El fuelle, a fallar. Y Perera volvía a quedarse sin enemigo. Otra vez el ataque y el valor a pelo en las distancias cortas. Tanto que el animal se asustó. Y se rajó.

El trapío de las caras igualaba los diferentes tipos, los distintos cuerpos, de la corrida de Victoriano del Río. El quinto subía la altura de agujas de la media. Y de la edad con sus cinco años. También se dio en la suerte de varas. De nuevo la supuesta bravura se quedaría ahí. Talavante abrió faena por ayudados, genuflexo. Y pronto le propuso su izquierda. Donde Díaz Yanes dice que habita la melancolía de Chenel. Perdió las manos el toro en el toque y abortó los naturales. Y las perdió otra vez en el embroque de los derechazos. Lo que de verdad había perdido era el celo que sostenía la buena intención.

Sobre zancos parecía levantado el último. Tan largas sus patas. Un toro hecho cuesta arriba además. Colocó la cara abajo en el peto. Dosificó Roca Rey el castigo y se clavó por saltilleras impertérritas. Del quite de Saltillo brotó una media verónica espléndida. Las zapatillas de plomo del peruano volvieron a hundirse en los estatuarios. Los cimientos temblaron con la espaldina sin espacios. Y el pase de pecho de pitón a rabo. El poderoso toreo volteó la plaza. Tan por abajo y atalonado. El toro respondía con fijeza. Sin excelencias. La excelencia brotaba de la estatua peruana. La quietud máxima. El trazo profundo también con la izquierda. Otro cambiado, una arrucina, la embestida por las espinillas. Un circular invertido que desembocó en un interminable pase de pecho. Ardía Madrid. Un volcán. En un trance sin espacios, lo derribó. El toro quedó asustado ante el torero tendido. Cuando se levantó, lo crujió de un espadazo monumental. Oreja del ley del toro que al menos no duró un suspiro. Don King Roca salvaba la tarde a última hora. El don del rey de piedra.

El País

Por Antonio Lorca. Roca Rey, el ídolo

El joven Roca Rey se erigió en el salvador de la tarde, si es que la corrida tenía salvación posible. El torero lo intentó con todas sus fuerzas ante el sexto de la tarde, cuando los ánimos estaban decaídos y nadie esperaba una recuperación que parecía imposible.

Pero este peruano es un ciclón. Cuenta con la fortaleza y la ilusión como atributos de su juventud; pero es, además, valiente a carta cabal. Ha adquirido oficio y trató de torear como mandan las escrituras. Goza del fervor popular y se ha convertido en el ídolo indiscutible del nuevo público taurino.

Todo se le jalea, todo se le aplaude, pero es que hay que reconocerle el gran mérito de su faena de muleta al que cerraba plaza, el único que embistió en el tercio final.

Esperó al toro en la primera raya del tercio, atornilladas las zapatillas en la arena, y aguantó unos muy ceñidos estatuarios, que cerró con un largo pase de pecho, que produjeron el delirio en los tendidos.

No le acompañaba la fortaleza al animal y dobló las manos dos veces en la primera tanda con la derecha. Cuando todo parecía destinado a la desesperación, Roca Rey lo embarcó en el engaño y le robó redondos hondos y largos, en el sitio justo, en un palmo de terreno, y, por vez primera en toda la tarde, surgió la emoción.

Hubo después un natural excelente y un espectacular e inteligente arrimón posterior; tanto se acercó a los pitones del toro que este lo derribó y, una vez en la arena, le perdonó la cornada. Se tiró a matar de verdad y consiguió una estocada en lo alto que produjo derrame y una muerte fulminante del animal.

Paseó la oreja con todo merecimiento; por su entrega, su encomiable decisión y porque salvó una tarde que había caído por el precipicio del fiasco más absoluto.

Salió engallado el primero de la tarde, recorrió el diámetro del ruedo y se asomó al callejón del tendido 6; dio un par de vueltas al anillo y pronto se le bajaron los humos. Ya no tenía cara de chulito, sino de avejentado. Llegó a la muleta con una nobleza altamente almibarada, de esas insípidas y carentes de atractivo. Ni el toro ni Perera dijeron nada. Tan bonachón el animal y tan soso el torero…

El segundo dobló las manos un par de veces al salir del primer encuentro con el caballo, y momentos después se derrumbó ante la muleta de Talavante. Un inválido era.

Roca Rey brindó a la concurrencia la muerte del tercero y aún alguien se estará preguntando el motivo del agasajo. Comenzó con dos pases cambiados por la espalda y ahí acabó la historia. Corto fue el viaje del toro y despegado y fuera de cacho el torero.

A punto estuvo el cuarto de darle un serio disgusto a Curro Javier, excelente subalterno. Lo persiguió con furia tras un par de banderillas, no hizo caso al capote de Javier Ambel y nadie se explica cómo se libró de la cornada antes de caer sin consecuencias en la boca del burladero. A este toro, Perera no le dio redondos, sino rectilíneos muletazos, vacíos de torería, antes de que el animal se rajara definitivamente.

Un natural dibujó Talavante al quinto, que pronto dio con el hocico en la arena e instantes después hundió los pitones en el mismo lugar. Y, por fin, salió el sexto y ocurrió lo que ocurrió.

Cinco toros, cinco silencios… Nada. Ni un solo recuerdo para la vejez. Un aguacero, eso sí, comenzó durante la lidia del segundo y arreció en el tercero. Los tendidos se despoblaron, y más de uno recordará el festejo por el enfriamiento del día siguiente.

Tarde de “no hay billetes”; corrida de expectación, que dicen los que se consideran cabales, y un fiasco como una catedral.

Este es el toro de las figuras, el que acabará con la fiesta, el que crían unos cuantos para que jueguen con ellos quienes copan ya todas las ferias al margen de un fracaso en Madrid.

Menos mal que, cuando nadie lo esperaba, surgió Roca…

ABC

Por Andrés Amorós. Ni el agua puede con la Roca en San Isidro

La tarde de máxima expectación parece hundida, entre el diluvio y la escasa casta de las reses de Victoriano del Río. A pesar de la decepción y de estar empapados, la gente no se va, esperando que algo cambie. El milagro sucede en el último: Roca Rey convence a todos y corta un trofeo. La mojadura ha merecido la pena.

Los toros de Victoriano del Río han cumplido bien en varas pero se han apagado; los mejores, han transmitido muy poco; los peores, se han rajado a tablas. En conjunto, no aportan emoción: así, en Madrid, es casi imposible el triunfo rotundo.

El primero va largo y humilla pero transmite muy poco. Es un «Casero» que recuerda más a la gaseosa que al gran pintor taurino. En su primera actuación en la Feria, Miguel Ángel Perera se muestra muy firme, reposado, seguro, en un trasteo correcto, pero el toro y la faena van a menos. Su estilo, tan poderoso, necesita un toro con más pujanza. Mata sin convicción. Después del diluvio, el cuarto se duerme en el caballo. El gran Curro Javier arriesga muchísimo en banderillas: quizá no corre bien por el suelo mojado, queda a merced del toro, que lo entrampilla, se libra por pelos de un percance serio. Perera se queda muy quieto, le saca una buena tanda de muletazos pero el toro se raja. Con un toro huido, prolongar el intento de faena no tiene sentido. Le queda otra tarde, en la Feria.

Se esperaba con gran interés a Talavante y su posible enfrentamiento con Roca Rey. Entre los toros y la lluvia, las esperanzas se frustran. El segundo, recibido con protestas, pronto flaquea. Es un «Cantaor» que no propicia el cante jondo, ni siquiera el chico; no va mal pero se queda en muy poco. Alejandro no se da coba y se encasquilla con el descabello. Al final de esta casi inexistente faena, se desata la tormenta, caen chorros de agua sobre Las Ventas, la gente huye, despavorida, se refugia en el bar, con copas de coñac, cafés calientes y chistes malos. «Estamos como los huevos: pasados por agua». El quinto flaquea, se va, queda corto; no es digno de su nombre, «Entonado», como la voz de Don Quijote («ronquilla pero entonada»). Se luce Trujillo con los palos. Talavante lo prueba, con suaves muletazos, que carecen de toda emoción, y se lo quita de en medio. Y se va de la Feria con esta triste sensación, «sin romperlo ni mancharlo».

El tercero tiene un nombre muy adecuado, es un «Navegante» encastado pero flojo. Bajo el chaparrón, Roca Rey, impávido y solemne, logra suscitar olés con el capote; brinda al público; la faena es desigual pero tiene mérito: lo mejor, los naturales; lo más emocionante, cómo aguanta un parón, con los pitones rozándole el muslo. Pero el toro acaba rajado, en tablas.

Al salir el sexto, la esperanza de ver a Roca Rey hace que la gente no haya huIdo, a pesar del miedo al catarrazo. Este último toro sale fuerte pero suelto; tardea, en el caballo; no humilla. Después del quite por saltilleras, el peruano hace la estatua cuatro veces y sorprende al público, sacándose al toro por la espalda. Aunque la res flaquea, se suceden los muletazos mandones, ligados. Cuando aguanta un parón, la Plaza es un clamor y se convierte en un manicomio, cuando se saca al toro con una arrucina. Está tan cerca que el animal lo empuja pero, en el suelo, no hace por él: «Con su valor, lo ha asustado», escucho. Y mata entrando muy derecho: la oreja es el premio justo, pedido por todos. En una tarde difícil, ha mostrado la responsabilidad y la seguridad en sí mismo que distingue a las figuras. Apostilla un vecino: «Como Cristiano, cuando tiró el penalti a la Juve». Escucho a un viejo aficionado: «Mi destino es morir de una pulmonía, en una Plaza de Toros». Pero añade: «Ha merecido la pena». La gente sale empapada pero feliz: se han emocionado viendo lo que esperaban, el fenómeno que es, ahora mismo, Andrés Roca Rey.

Más allá de la emoción, tengo que insistir en el breve análisis: su valor sereno impresiona a los públicos pero, detrás de él, hay una capacidad técnica grande. No es un artista exquisito pero, siendo tan joven, tiene amplio espacio para mejorar en las suertes básicas del toreo. Su entrega es absoluta; su ambición, total. Y detrás de todo ello está una cualidad muy rara, que distingue a los elegidos: la capacidad para pensar, delante del toro; para cambiar, según convenga, por las condiciones del toro y para ganarse al público; es decir, lo contrario del vicio, tan común, de traer la faena hecha, desde el hotel.

Esta tarde, Andrés Roca ha vuelto a ser rey, bajo el diluvio. Ni siquiera el agua ha podido contra esta roca.

La Razón

Por Patricia Navarro. Roca aprieta y le aprietan

¡Ay los comienzos! Ingenuos, inocentes, limpios de prejuicios. De cuando todavía el toro trepaba detrás de los vuelos de la muleta de Miguel Ángel Perera, en el prólogo de faena, en el inicio de la tarde. Esa en la que volvía Talavante a Madrid después de… Después de tantas. Pero era Perera, era Miguel Ángel quien se fundía en un cambio de mano, tan profundo y largo que a punto estuvo de convertirse en circular. Mágico. Y repetido. Lo volvimos a ver. Delicioso. Tenía clase el toro, pero poca transmisión y en esa ecuación Madrid se maneja a regañadientes. Lo intentó el extremeño, entre medio protestas, entre la indiferencia, entre una espada que no quiso y no fue. Fue antes de que la corrida de Victoriano del Río, que no estuvo bien presentada, nos pasara por encima y lo hiciera al mismo tiempo la lluvia. En esta primavera que cumple al milímetro los sorprendentes cambios de tiempo y logró que la nube negra que amenazaba tardara menos que el toro de Talavante en venirse abajo y lo que era un amenaza se convirtió rápidamente en una tormenta ventosa sin tregua. El toro, segundo, no sirvió y Talavante no nos hizo perder el bendito tiempo salvo cuando cogió la espada.

Un huracán fueron las primeras embestidas del tercero a la muleta de Roca Rey y un muro de piedra la figura del peruano. Impasible ante el destino, ante la cogida. Inverosímil fue el espacio por el que pasó en el cambiado por la espalda con el que le hizo tragar en los comienzos. Emoción. A secas. Bajo la lluvia, también. Lástima que la casta del toro fuera desarrollando a falta de entrega y tragándose las ganas de embestir para racanearlas. Se entregó el torero. En direcciones distintas caminaron uno y otro. Y en la misma la lluvia. Molesta. Incesante.

A Curro Javier le pegó un arreón el cuarto de los que no se olvidan pronto. Perseguidor nato. Descolgó una barbaridad la cara en la muleta de Perera. ¡Bieeen! Ya viajaba la mente por faenas históricas que nos ha dejado el diluvio. Creímos. Nos pareció. De eso vive, también, la magia de una tarde de toros. Y más cuando aguantó la gente el chaparrón, intenso y a medias tintas, sin quejarse. Y había motivos. Pero el toro de Victoriano del Río, que sí tuvo calidad en el engaño, se rajó antes de lo previsto, antes de lo que el guión marcaba para que la faena pudiera levantar el vuelo. Y así ocurrió: que la labor de Perera quedó con el recorrido corto a pesar de la larga extensión.

La nobleza del quinto era tanta como su falta de fuerza. Y esta tregua de toro dolía por dos tratándose de Talavante y de Madrid. Un puñal para la ilusión. Resolvió Talavante con armonía y brevedad. Se agradece.

Se repobló la plaza para ver a Roca. Y se paró la lluvia. Quiso. Y quiso el peruano. Con el capote primero. Tan quieto que asusta. Y la muleta después. Estatuarios, más uno por la espalda, que es el que prende la llama, y la locura colectiva. Humilló el toro con esmero y repitió, aunque con ese punto de estar encogido, amedrentado. Por eso que se salvó Roca cuando estuvo a su merced. Roca se ajustó con el toro y cuando se le había acabado el gas tiró de largo del valor que tiene para pasarse los pitones del toro por donde la lógica dice no. Roca apretó en el esfuerzo y lo cierto es que un sector del público también le cuestionó. Estamos ya en la cara b del éxito.

Madrid Temporada 2018.

madrid_230518.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:19 (editor externo)