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Plaza de Toros de Las Ventas

Miercoles, 24 de mayo de 2017

Corrida de Toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Núñez del Cuvillo de diferentes hechuras, serios, destacaron el encastado 2º y el 5º por el izquierdo.

Diestros:

Juan Bautista: de corintio y oro. Silencio y saludos

Alejandro Talavante: de pizarra y oro. Saludos y en el quinto toro herido en la rodilla derecha. Oreja.

Andrés Roca Rey: de azul marino y oro. Silencio y silencio.

Incidencias: Alejandro Talavante herido en el quinto, continuó con la lidia y luego pasó a la enfermería. Sufrió «una cornada en el tercio inferior de la cara interna del muslo derecho, con una trayectoria hacia arriba y hacia dentro de 20 centímetros, que produce amplio despegamiento de tejido celular subcutáneo sin afectación de plano muscular, de pronóstico reservado».

Entrada: Lleno de “no hay billetes”

Galería de imágenes: https://www.facebook.com/pg/PlazaLasVentas/photos/?tab=album&album_id=1301493039946805

Video: https://twitter.com/toros/status/867473408145186818

Crónicas de la prensa:

ABC

Por Andrés Amorós. Sangre y triunfo de Alejandro Talavante en San Isidro

Por fin, un cartel de enorme expectación, con lleno de «No hay billetes» y reventa. A la vez, el sector exigente acude con la mosca detrás de la oreja, después de los anteriores fracasos ganaderos. Como varios toros flaquean, surgen la división de opiniones y la pasión: algo tan propio de nuestra Fiesta; sobre todo, cuando, en esta plaza, torean las primeras figuras. En el quinto toro, Alejandro Talavante, herido en la rodilla derecha, continúa en el ruedo y completa una hermosa faena clásica, con inmensos naturales, que pone a todo el mundo de acuerdo y obliga a concederle una oreja, antes de pasar a la enfermería.

Un paisano de Andrés Roca Rey, el peruano José Santos Chocano, cantaba, hace un siglo, la emoción de una tarde de toros en Madrid: «El tumulto / que corre al coliseo de toros: en mis venas / se despierta la fiebre de un viejo instinto oculto». Con esa pasión vive el público de Las Ventas esta tarde de toros. Las reses de Núñez del Cuvillo han vuelto a ser elegidas por las figuras. Los de esta corrida tienen casta, son manejables pero varios resultan demasiado flojos y suscitan los pitos de los más exigentes.

Con el paso de los años, el francés Juan Bautista ha consolidado su reputación como buen profesional, al que perjudica, a veces, cierta frialdad. El primer toro, un hermoso salinero, tiene movilidad pero flaquea. El diestro juega bien los brazos a la verónica. Se suceden los muletazos correctos pero que dicen bastante poco. Al final de la faena, ataca un poco más pero sufre un desarme y el conjunto no remonta. Mata con facilidad.

El cuarto flaquea demasiado y la ira del público se desata. Intenta frenarla Juan Bautista con un barroco quite, con el capote a la espalda, y se frustra su réplica cuando Talavante dibuja suaves delantales. El toro es muy noble pero muy flojo y la bronca no cesa. Dándole mucha distancia logra correctos muletazos pero se mantiene la división de opiniones. Mata en la suerte de recibir (una de sus virtudes) pero la espada queda defectuosa.

En un solo año, Roca Rey se ha colocado en la cabeza del escalafón. Todos alaban su evidente valor, que corre el riesgo de virar hacia la temeridad. Además de eso, quiero yo subrayar su cabeza (sabe muy bien lo que hace) y su ambición, ese «hambre» que es imprescindible para llegar a lo más alto. El público madrileño, esta tarde, le ha exigido ya como lo que es, una primera figura. El tercero, astifino, cae antes de varas pero sí galopa en banderillas. Con inteligencia, el peruano renuncia a brindar a los tendidos. Comienza la faena con impávidos estatuarios; enseguida, atornilla los pies y manda mucho pero el toro está muy justo de fuerzas y, al natural, queda corto. Surge la división típica de esta plaza cuando una figura lidia un toro que no les satisface. Mata caído y el juicio popular queda en suspenso. En el último, asusta al público con uno de sus típicos quites, por saltilleras y gaoneras, que levantan un «¡uy!» Inicia la faena también del modo habitual, con un muletazo cambiado de gran exposición pero el toro se ha lastimado y embiste con los cuartos traseros descoordinados: hay que cortar la faena. Mata de estocada y es despedido con palmas cariñosas. Todo queda pendiente hasta dentro de una semana.

Alejandro Talavante, poco a poco, ha ido definiendo su personalidad artística, a la que incorporado improvisaciones mexicanas. Posee una gran mano izquierda y su toreo parece fluir con facilidad sedosa, sin esfuerzo. La faena del pasado viernes tuvo auténtica categoría. Con buen arte y con la sangre de una cornada refrenda hoy, ante la exigente afición madrileña, su categoría de figura del toreo. El segundo galopa en banderillas, repite y transmite emoción desde la primera serie. Firme como una vela, Talavante encadena muletazos emocionantes por los dos lados. Cuando el toro amaina su empuje, logra derechazos suaves, a cámara lenta, con los toques justos. Pierde la oreja al pinchar antes de la estocada. El quinto flojea y vuelven a surgir los pitos. Se luce Trujillo en banderillas. Sin probaturas, Alejandro se echa la mano a la izquierda y consigue naturales clásicos. Cuando el toro le voltea y le hiere, las voces discordantes se han apagado. Se niega a pasar a la enfermería. e insiste con excelentes naturales. Cita a recibir y la espada queda defectuosa pero corta una oreja entre el clamor popular. Ha demostrado el gran momento en que se halla.

COPE

Por Sixto Naranjo. Talavante, conciencia de figura

La tarde pintaba a clásica de San Isidro. Lleno a rebosar, calor de mayo, cielo radiante, el 7 levantado en armas contra la silente sombra venteña. La casta, el marketing, los veedores y los presidentes como protagonistas en las pancartas reivindicativas. Y en el ruedo, el duelo por el cetro. Talavante y Roca Rey dirimían su batalla. Ganó el extremeño, que demostró que posee conciencia de figura. Sangre y triunfo con el mejor lote de una más que manejable corrida de Cuvillo.

El salinero primero fue un animal de un trapío demasiado justo para Madrid. Más kilos que seriedad en su expresión. El de Cuvillo, dentro de su justo fondo de raza, sacó bondad en sus embestidas. Faltó chispa y emoción cuando se movió. Juan Bautista fue hilvanando una faena basada en el temple. Todo muy limpio, muy correcto y académico. Pero al conjunto le faltó alma y continuidad. Hubo pases salpicados de buen trazo pero ninguna tanda completa en conjunto. Además, alargó la faena cuando al toro le comenzó a faltar el gas.

El cuarto fue un 'cuvillo' cogido con alfileres. En fortaleza de remos y nivel de raza. No se entendió un apunte de pique de quites entre Bautista y Talavante cuando el animal bordeaba insistentemente la devolución por su blandura. El galo se empeñó en una faena limpia pero ligera al no poder bajar la mano para obligar al toro. Y eso en Madrid impide que aquello cale en los tendidos.

También hubo protestas cuando asomó el jabonero segundo. El de Cuvillo tapaba con la cara su pobre remate por detrás. Le cuidó en varas Talavante y el toro respondió embistiendo con prontitud a los cites. Con más clase a derechas que a izquierdas. Talavante fue alternando la muleta de mano en busca de una limpieza de trazo que faltó en algunos momentos al natural por ese punto de violencia que tuvo el toro. A derechas hubo mejor embroque, mayor ritmo en las series y mejores finales. Pero algo faltaba para que prendiese la llama de la emoción que se vivió en su primera tarde. Se entregó totalmente Alejandro en un final de cercanías con los pitones rozando la taleguilla y ahí creció la faena. Lástima que el pinchazo previo a la estocada al segundo envite dejase sin premio al torero.

Pero donde Talavante dio la verdadera dimensión de figura que es, fue con el quinto. Otro toro con movilidad y exigencia al que Alejandro sometió a base firmeza de plantas y sometimiento con los engaños. Al natural se le metió por dentro. Se presintió la cornada en los derrotes que soltó el de Cuvillo. Le alcanzó por encima de la rodilla derecha. Chivata la sangre corriendo por la pantorrilla. Pero ahí se quedo Talavante, que volvió al natural. El toro seguía con codicia las telas. Dos tandas más con la plaza metida en la faena y el toro en la muleta del torero. La espada cayó suelta y ralentizó la muerte del animal. La oreja cayó por mayoría de pañuelos.

Andrés Roca Rey había hecho acto de presencia en un buen quite por chicuelinas al toro de Talavante. El primero de su lote duró un suspiro. Lo que el peruanó tardó en apretarlo por abajo en redondo en la segunda tanda de la faena. El toro lo acusó. El desfondamiento fue evidente y pese a la voluntad del torero, no hubo oponente enfrente que plentease batalla a Andrés.

Menos suerte tuvo con el sexto, que se descaderó en un quebrantador inicio por alto de faena. Hubo de abreviar. Roca Rey apuró sin suerte su primer paseíllo madrileño.

La Razón

Por Patricia Navarro. Talavante, sangre y honor

El toro era un huracán, encastado, un torbellino que se atornillaba a la muleta y convertía aquello en una espiral. Era el quinto Cuvillo. Y el quinto no perdonó. Levantó los pies a Alejandro Talavante con la furia del toro encastado que está en medio de la pelea, que quiere más, que no renuncia, y le pudo destrozar y de hecho, le metió el pitón. Muy demoledora la cogida, a punto estuvo de meterse para la enfermería pero se mantuvo en pie y a partir de entonces ni un gesto de dolor, ni un guiño a la galería. Volvió a la cara del toro, del imponente Cuvillo, con la muleta en la mano izquierda, al natural, desprendido de miedo y henchido de valores, quedarse para entregarse de verdad. Cuajó al toro ahí, en ese instante, con la carne herida, fueron dos o tres tandas las que vinieron. Y un cambio de mano ya preparando al toro para la muerte simplemente monumental. Recibiendo acabó con el toro, se le fue abajo, primaban las emociones. Se le pidió la oreja. Se le concedió. Y una vez apretada con la mano, conseguido el logro, mientras la sangre empapaba la media hacia la zapatilla caminó de nuevo, pero esta vez el paseíllo inverso y en dirección a la enfermería. Imagen torera. No se había detenido con su primero. No era cuestión de tiempo. Maneja la escena. La defiende y la argumenta. Y se puso a torear a la de ya al segundo, que cantó las virtudes pronto: codicia, descolgaba la cara y quería pelea. Fue quizá esa tanda inicial la más emocionante. De ahí para adelante no nos dejó indiferente, pendiente siempre de lo que pasaba por allí. Ligó por la derecha, se entretuvo en algún pase de pecho, improvisó en un cambiado por la espalda cuando se quedó descolocado… Era faena de búsqueda, pero adentrándonos en los matices, no fue de las faena rotundas de Talavante que te mueven las entrañas. La emoción vino después.

A Roca Rey se le esperaba. Se le espera. Argumentos ha dado en los últimos tiempos de sobra. Y de hecho fue emocionante su puesta en escena en el segundo. Un quite. Nada más. Y le hizo hilo y acabó feo. Pero con su sello de compromiso más allá de la media. El tercero era su toro pero la faena no fue. Movilidad tuvo el Cuvillo y también punteaba el engaño. No fluía la cosa así y la espada cayó en los bajos. El sexto fue un muro infranqueable en el mismo momento que se lastimó una mano. Imposible. Habrá que esperar, le queda recorrido a su juventud. Aunque debe prestar atención a colocarse bien en la plaza, sobre todo cuando es el momento de cubrir a los banderilleros.

Salinero de pelo, “Tobillita” de nombre fue el primero de la tarde. El Cuvillo que comenzaba a despejar las dudas del cartelazo que había convocado el ansiado “No hay billetes”. Era una belleza de toro y tuvo buena condición pero le faltó empuje en la muleta como le está faltando empuje a la feria. Abrió el cartel un francés, el veterano Juan Bautista se las vio con él. Noble el toro acudió al engaño hasta el final con calidad y suavidad; Bautista nos descubrió al toro de vez en vez, cuando quiso encajarse con el animal y reunirse, después la faena se le fue en altibajos. El cuarto tuvo también buena condición pero fue protestado por flojo en los primeros tercios y así llegó a la muleta, con el ímpetu justo. Se alargó en una faena de oficio sin conexión. Talavante dio la tarde.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Talavante, herido y condecorado

Frente a la revolución silenciosa de los claves en sombra, el alzamiento de pancartas reivindicativas en el sol del “7”. El ambientazo de gala de las viejas tardes de San Isidro. Rebosaba la plaza por las tejas. El ansiado cartel de “no hay billetes” colgaba desde la mañana en las taquillas. El nuevo asalto al trono de Alejandro Talavante en directa rivalidad con Roca Rey como gancho. Y Juan Bautista que decía que no venía de convidado de piedra.

La faena de Bautista como telonero respondió aseadamente a su papel. Sueltecito de carnes, largo y estrecho, de escaso perfil y parco cuello, anchas las sienes del salinero cuvillo. La piel como camuflaje del contado trapío. Su boba bondad sin terminar de humillar permitió al galo la facilidad de su toreo. En el ecuador de la obra, la tercera y cuarta serie de derechazos, descolgados los hombros, relajada la figura, sonaron a remontada. La pérdida de la muleta en el momento exacto de cierta ebullución y luego el extenso metraje devolvieron la frialdad.

En las antípodas, la chispa encastada de un jabonero sucio, bajo y hechurado, que cerraba la cara con fina armada. Más trapío que su “hermano” de camada y, sin embargo, se sintieron algunas protestas (emoticono de sorpresa). La seriedad aumentaba con su manera de arrear. La alegría descolgada de “Tristón” que se coronaba con un ligero tornillacito. Alejandro Talavante se puso pronto a torear. Ente las rayas la derecha, un un cambio de mano y un molinete zurdo subieron los decibelios. Y desde ahí las afuras. Frondosas las tandas ligadas, intercalados los lados, una especialmente cuajada, de seis redondos y dos pases de pecho. Viajaba el cuvillo por ese pitón con más ritmo y limpieza que al natural. Cobró la faena el relumbrón del descaro cuando el toro amagó con varias paradiñas. Talavante ensoberbecido y crecido. La plaza caliente pero no tanto como merecía la transmisión del toro. La prueba es que por un solo pinchazo se apagó la llama de la pasión. En el punto de ligereza de AT, tan a su aire, quizá se hallaba la clave por qué no ardió Troya con la buena faena: que calentó sin dejar poso.

A Roca Rey no se le vio cómodo con el colorao y chorreado tercero, de ofensiva cara en su recortadas hechuras. Entre los estatuarios del prólogo a las manoletinas del epílogo, la faena no despegó: el toro se apoyaba demasiado en las manos sin salirse nunca del todo de los vuelos. Un bajonazo afeó su voluntarismo.

Bautista y Talavante compitieron en quites sin huella ante el hondo cuarto de contado poder y buena clase. Jugaron con el pañuelo verde que no fue. La labor de Jean Baptista Jalabert se antojó profusa en su querer, arropada por un coro de continuas protestas.

Alejandro Talavante cayó herido sin caer. Se resistió a ser llevado a la enfermería cuando el astifinísimo quinto con hechuras de dije lo volteó con violencia. La colada por el derecho hizo carne. El hilo de sangre que manaba por el agujero del muslo de la taleguilla se convirtió en un grifo abierto. Antes y después del percance, el cuvillo había planeado por la mano izquierda con su importante fondo. Talavante trazaba el natural con muleta volandera. La quietud unificaba la velocidad. Y el dramatismo de la sangre lo ascendió a los cielos. Un muletazo mirando al tendido quedó entre desafiante y desabrido. La estocada al encuentro se desprendió de la cruz. La muerte lenta del toro convulsionó la plaza. AT agarró la oreja y emprendió el camino de la enfermería con la medalla del honor, el corazón púrpura al valor, la condecoración a la dignidad del congreso de la tauromaquia. Pero hay un Talavante mejor.

Roca Rey pisó el aceleador con el despampanante sexto. Un zamacuco de cuvillo. Como en toda su tarde, con perdonó el quite. Capote a la espalda y los arrestos por delante esta vez. Otra vez. Pero en el impactante péndulo del arranque de faena el toro se lesionó y se descoordinó. Como si se hubiera abierto de mala manera. No hubo otra que matarlo. Queda una cita pendiente con Madrid.

El País

Por Antonio Lorca. Arrebato inconcluso

Alejandro Talavante, torero de hondo sentimiento e inspiración, tuvo un lote de puerta grande y solo cortó una oreja. Pobre balance. Y no porque sus obras maestras no fueran coronadas a ley, sino porque a sus dos faenas le faltó la grandeza que exigían los toros.

No fue, ni mucho menos, el mejor Talavante. Gustó, claro que sí, porque da pinceladas henchidas de color, pero no arrebató, ni conmovió ni puso la plaza a sus pies. En fin, que una tarde inconclusa la tiene cualquier artista.

Se llevo el lote de la corrida. Mansos los dos, como los demás, pero ambos toros se vinieron arriba en banderillas y llegaron al tercio final con movilidad, codicia y casta suficiente para poner en apuros a cualquier coletudo y ofrecer en bandeja un triunfo a un torero grande.

Talavante es de estos últimos, y de los que exigen, además, este tipo de ganaderías, sobre el papel cómodas y nobles; pero estos dos, además de un carácter bonancible, derrocharon fiereza, lo que viene a complicar la tarea de los artistas. No están acostumbrados ellos a tanto derroche de energía, a tanto motor en las entrañas, y, claro, algunos brochazos salen desdibujados.

Eso le ocurrió a Talavante. La faena de muleta a su primero fue de más a menos. En la primera tanda con la mano derecha el toro buscó con raza la muleta, y el torero salvó con honor ese primer encuentro, bien rematado con un cambio de manos, un molinete y el de pecho.

Repitió el animal por el lado contrario, enganchó el engaño y ya los muletazos no surgieron con tanta plasticidad. Mecánicos y acelerados resultaron los redondos siguientes, y, a partir de entonces, se deshizo el encanto. El toro siguió embistiendo, pero el torero ya no fue el mismo. La obra no quedó rematada. Ni el torero estuvo a la altura del toro, ni hubo conexión entre ambos. Mejor Talavante en los adornos que en el toreo fundamental, y quedó patente que la grandeza esperada no había hecho acto de presencia. Eso sucedió porque el toro era exigente, y ya se sabe…

De menos a más fue la segunda. Otro toro encastado, este con genio áspero, que le permitió, sin embargo, lucirse de entrada con unos naturales largos, que remató con una preciosa trincherilla. Perdió la muleta y resbaló en la siguiente tanda, también con la zurda, y, cuando citó con la mano derecha, el toro se quedó corto en el viaje, le levantó los pies del suelo y se lo echó a los lomos. Salió dolorido de la voltereta y sus compañeros le insistieron para que se dirigiera a la enfermería, lo que no consintió. El parte demostró después que la herida no era grave. Con el público enardecido (suele ocurrir tras una cogida), Talavante dibujó dos tandas de naturales de categoría antes de cobrar una estocada baja. Le concedieron una oreja tras una mayoritaria petición, y con el trofeo en la mano cruzó el diámetro de la plaza para ponerse en manos del equipo médico.

No tuvo suerte Roca Rey porque su primer toro fue el único que, de verdad, se paró a mitad de faena, y el sexto se lesionó gravemente tras dos pases cambiados por la espalda que rompieron materialmente al animal.

Se jugó el tipo, no obstante, con los ceñidísimos estatuarios con los que comenzó la faena al tercero, derecho el torero como una vela, asentado en la arena, que remató con un pase del desprecio y el obligado de pecho. Unos redondos más aguantó el burel antes de venirse abajo definitivamente por su falta de fuerza y ausencia de casta. Quiso Roca Rey jugar de verdad la última carta de la tarde, y, tras un quite por chicuelinas de Bautista, respondió con otro por saltilleras y gaoneras ajustadísimas, que desprendieron verdadera emoción. Brindó al público, llegaron los dos pases por la espalda, pero el toro quedó tan seriamente lesionado que se desplomó para siempre.

No fue convidado de piedra Juan Bautista, pero así se quedó el respetable ante sus formas anodinas, frías e insípidas. Sus dos toros fueron nobilísimos y tontunos, de esos que los coge un artista y les hace encaje de bolillos. Pero Bautista no lo es, como la mayoría de los habitantes del globo terráqueo, y no dijo nada. Dio muchos pases, alargó la primera faena de manera innecesaria, pero no sintió nada. La historia se repitió ante el cuarto, y Bautista corroboró que es un torero sin alma que, no obstante, se lució con un variado repertorio con el capote.

madrid_240517.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:25 (editor externo)