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Plaza de Toros de Las Ventas

Viernes, 24 de mayo de 2019

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: de Juan Pedro Domecq (4º bis de Luis Algarra) - correctos de presentación, los mejores quinto y excepcional de indulto el sexto - (descastado el primero, inválido el segundo, con movilidad el tercero, deslucido el cuarto, con movilidad el quinto y de encomiable trancó, encastado y con duración el sexto)

Diestros:

El Juli: de verde oliva y oro (silencio y silencio tras aviso)

Paco Ureña: de lila y oro (vuelta al ruedo y oreja tras aviso)

David de Miranda: de blanco y oro - que confirmó la alternativa (silencio y dos orejas).

Entrada: lleno de “no hay billetes” (23.624 espectadores)

Incidencias: Al finalizar el paseíllo, Paco Ureña que reaparecía saludó una ovación desde el tercio. El Rey emérito presenció el festejo desde una localidad de preferencia.

Imágenes: https://www.las-ventas.com/la-tarde-tras-el-objetivo/las-ventas-24-de-mayo-de-2019

Video: https://twitter.com/i/status/1132026346765524993

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista David de Miranda da una lección al Juli y sale a hombros en su confirmación

Pletórica tarde del torero onubense, que hizo la faena de su vida desorejando a un extraordinario “Despreciado” de Juan Pedro Domecq que salvó la tarde. Pureza de Ureña que cortó otra oreja. De vacío El Juli, apático y sin lote.

La faena de su vida en el día y la hora. David de Miranda tocó el cielo con las manos, estuvo en torero toda la tarde y se llevó la alegría de su vida en el sexto. Faenón, dos orejas y puerta grande. Del infierno al cielo, y todo en el día de su confirmación del doctorado. Con “El Juli” de padrino y Paco Ureña de testigo, que reaparecía en Madrid, tras su percance del pasado mes de septiembre en Albacete.

No fue fácil torear con el vendaval de viento que acechó durante toda la corrida. Con ese aire, De Miranda se quedó muy quieto, se los pasó muy cerca y ligó muy bien los muletazos tanto al primero como al sexto. Máxime, teniendo en cuenta lo poco placeado que está. La plenitud emergió en el sexto, un encomiable “Despreciado” en una labor de sabor, torería y dominio. Sensacional. Por ambos pitones. Al natural. Estoconazo. Dos orejas de Madrid.

Con el primero escuchó silencio en el toro de su confirmación. El anti toro. Descastado, tullido, inválido. Solo le aguantó una tanda en los medios. El onubense trató de justificarse entre un vendaval de aire. Pinchazo hondo. La tarde que pechó fue de órdago. Puerta grande de Ley. Y una lección al Juli. Y al toreo.

Precisamente El Juli, tuvo una tarde para olvidar. Su primero, echó la cara arriba y no tuvo un pase, quedó inédito. El sobrero de Luis Algarra no dio opciones de triunfo, máxime cuando el titular de Juan Pedro fue devuelto en la faena de muleta, lo que desató la polémica del respetable. Tarde para olvidar.

La reaparición de Ureña, fue todo un acontecimiento. Cortó una oreja y dio una vuelta al ruedo en una tarde de mucha entrega y verdad. El toro de su reaparición tuvo un gran pitón izquierdo, que el de Lorca aprovechó en una faena breve y fugaz. Dio tres tandas estimables en terrenos del 5. La espada le alejó del triunfo. El público le obligó a dar la vuelta al anillo. Cortó una oreja en el quinto, en una faena fría en la corta distancia. Supo administrar tiempos y sacarle jugo al noble Juan Pedro. Lo mejor el toreo en redondo y los pases de pecho. Dejó una estocada, con el público de cara.

Dicen que los sueños, sueños son… aunque en el caso de David de Miranda sea ya una realidad. Difícil se hace que se le olvide la tarde de su confirmación en Madrid. Dos orejas y Puerta grande. La gloria fue para él. Y eso que el onubense no pudo ver la llegada del hombre a la luna, pero todos pudimos observar a qué sabe tocar el cielo con las manos.

El País

Por Antonio Lorca. David de Miranda entusiasmó a Las Ventas

El joven onubense David de Miranda entusiasmó a todos y salió a hombros por la Puerta grande. Aprovechó las buenas condiciones del sexto, el mejor toro del encierro, y dibujó una faena emocionantísima, basada en una gracia profunda, en la creatividad y el embrujo de un torero nuevo y sorprendente. Fueron cinco tandas; dos con la mano izquierda, hondas y hermosas, ligadas en una demostración de naturalidad, buen gusto, aroma, clase, y estilo.

MÁS INFORMACIÓN Digna confirmación Puerta grande para Roca Rey Turbulencias en el rejoneo Poco conocido por estos lares, confirmante de alternativa, se presentó en la corte como un torero valiente, menudo y artista. Su saludo por ajustadas saltilleras en el quite a su primero fue una aceptable carta de bienvenida. Se fue al centro del ruedo con la muleta y allí, en lucha sin cuartel contra el viento, recetó unos estatuarios de categoría mientras el engaño volaba a su antojo. Hubo poco más porque su oponente carecía de los aditamentos propios de la casta brava, pero quedó patente que es torero de buen corte, que tiene hechuras de artista y es valiente. Ante el último confirmó todas sus credenciales con sobresaliente nota.

Cuando Paco Ureña se perfiló para entrar a matar a su primer toro, la plaza de las Ventas guardó el silencio reservado para los grandes momentos. El torero se levantó sobre los talones, la mirada fija en el morrillo del animal, y los tendidos, al unísono, empujaron como una sola persona para que la espada entrara hasta la bola. Pero un “¡oh…!” colectivo de triste decepción se escuchó cuando el acero encontró hueso y el posible trofeo que el murciano tenía ganado se esfumó.

No fue la vuelta al ruedo un regalo al hijo pródigo, querido, eso sí, pero apartado de los ruedos durante meses por una lesión irreversible y también admirado por su compromiso y su torería tantas veces demostrada ante esta afición. No era un regalo, sino el justo premio a una actuación que encerró destellos de alta escuela. Recibió al toro con cinco verónicas y una media que supieron a gloria, templadas, sentidas y emotivas. Brindó al público y comenzó por bajo con un par de muletazos largos y un pase de pecho de pitón a rabo que auguraban faena grande.

Había poco toro, ciertamente, pero sí un torero henchido de ilusión. Situado en el terreno justo, protagonizó momentos estelares de torería por ambas manos, especialmente tres naturales bellísimos que entusiasmaron con razón a la parroquia. No hubo faena grande, probablemente porque el toro lo impidió, pero quedaba el regusto de la vuelta soñada por un torero merecedor de mejor suerte. El pinchazo del “¡oh…!” lo deslució todo, pero quedó la íntima alegría de la vuelta a la vida de un buen torero que merece el triunfo que con tanto ardor persigue a pesar del infortunio.

Su faena al quinto, de tan escasa condición como sus hermanos, fue larga y también una lección de torería arduamente trabajada, de catedrático seguro y templado. Consiguió embeber al toro en la muleta y trazó naturales y derechazos que fueron verdaderos carteles de toros. Unas garbosas manoletinas y una buena estocada dieron paso a una merecida oreja en el cómputo general de una tarde que ojalá le devuelva la confianza perdida.

El Juli no tuvo suerte con su lote. Su primero, una birria, y la compañía furiosa y desasosegante del viento, y el cuarto, un sobrero de Luis Algarra, de corto recorrido y escasa condición brava. En el primero, sí, hubo un momento de alto voltaje. Salió en el quite Ureña y capoteó por ceñidas gaoneras, y le respondió el señor Julián con unas apretadas chicuelinas.

El festejo tuvo un visitante, un enemigo siempre inoportuno e indeseable, el viento, que quiso arrasar con todo. Primero, con los sueños juveniles de un chaval, David de Miranda, al que le ha costado dios y ayuda llegar hasta aquí a causa de una grave lesión; con el deseo de El Juli de afianzar en plaza tan importante su condición de figura y con las ilusiones de Paco Ureña, que reaparecía en Madrid tras perder el ojo izquierdo en la feria septembrina de Albacete.

Y el viento, que molestó una barbaridad y convirtió los engaños en banderas al aire, tuvo un compañero para acabar con la esperanza de todos: el toro de Juan Pedro Domecq, el artista sin fortaleza, sin casta, sin raza… El animal birrioso que es incapaz de explicar por sí mismo la razón del amor eterno que le profesan las figuras; quizá, quién sabe, porque son corderos y solo se parecen al toro bravo en el color de la piel.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Apasionante Puerta Grande: la explosión nuclear de Miranda y 'Despreciado'

Y la marabunta raptó a David de Miranda. Que atravesaba la Puerta Grande tumbado. Envuelto su cuerpo de manos desconocidas, salpicado su vestido blanco y oro por la sangre brava de Despreciado, el último tren de la tarde de su confirmación de alternativa. Un galán tremebundo. Una testa infinita coronaba una anatomía profunda. Como su embestida: un torrente de 605 kilos. David de Miranda había pasado sin fortuna y con mucha actitud con un Molador parado. Cuando se encontró con Despreciado, ya se encendían las luces de la noche. Una explosión deslumbrante cegó Madrid. Como un hongo atómico, una ola nuclear. Un huracán devastador que incluso frenó el viento reinante hasta entonces. ¡Ni vientos ni gaitas gallegas! ¡Cómo estuvo ese tío!

Sereno, ligado, consciente, firme en la fibra, plomo en sus plantas. El juampedro humillaba con una seriedad bárbara, con una emotividad uniforme. A más y a más. Y Miranda, por una y otra mano, tersaba los muletazos, vertical, hierático, frío en el infierno, ante el asombro general. Que ya no se creía cómo podía pasar aquella mole por las estrechas bernadinas. Una despedida loca. Como la estocada empujada con el alma. Madrid, sorprendida y borracha de pasión, se entregó de igual modo. La Puerta Grande de una tacada. O casi. La sorpresa de San Isidro. Como aquellas inesperadas de tantos toreros innominados. Volvieron a olvidarse del toro en el arrastre. Muy rácana respuesta a tanta bravura. Como si hicieran honor a su nombre: Despreciado.

A Ureña lo recibió su plaza con entrañable cariño. Como la fortuna. En su bolita, los dos toros de Juan Pedro. Sin viento, hablamos de otra cosa. Y con otra espada. De salida le enseñó el tercero su buen estilo, prontamente definido. Las verónicas volaron con seguridad. El juampedro cabezón demostró fijeza, humillación y temple de generoso recorrido por el izquierdo. El lorquino entendió el sitio del sol más que en principio el del toro. Que se lo pedía por la derecha. Como la espera. Ese punto que ya había hallado en el prólogo genuflexo lo recuperó al natural. Cuatro fueron de categoría. Y el de pecho. Después, las ráfagas de aire descompusieron la siguiente tanda. Remontada de ahí en adelante con fe. Sobre todo con fe. Pero pinchó. Y quedó la historia en una vuelta al ruedo de consolación. Que se compensó con la oreja del notable quinto y la importancia de la segunda mitad de una faena que creció cuando le pudo hacer las cosas por abajo. Por donde exigía el gobierno el domecq. Que ni quería ni perdonaba la media altura. La remontada de Paco Ureña mereció la indulgencia del bajonazo.

El mal bajío quedó entero para El Juli. «Es una sensación extraña. Es como venir a ver lo que me iba a esperar», decía en los albores de la tarde Enrique Ponce. Que asistía a la corrida que el sorteo de Casas le entregó y el destino de Valencia le quitó: El Juli ocupaba su puesto, y Ponce, el de consejero taurino del Rey. Mi vida sin mí, o algo así, se titularía la película.

Cuando Don Juan Carlos le devolvía la montera, el rostro de Juli reflejaba una mueca de contrariedad. El maestro valenciano aplaudía a su compañero de maestría. En el fondo con cierto alivio por no haber estado ahí. Por el viento y el genio del toro de Juan Pedro, el único cuatreño de una corrida cinqueña. Astifino, tocado arriba de pitones, hondo, alto de agujas. De las que descolgó una cuarta en el caballo. Paco Ureña se atrevió con un quite temerario con el capote a la espalda: el nervio del juampedro se alió con Eolo y por poco no le levanta los pies del suelo. El Juli le respondió por chicuelinas de manos bajas y una media arrebujada contra los elementos. Luego, la figura de San Blas no buscó refugio y planteó faena en las afueras. Lejos de los terrenos del «5», donde se arremolinaban los papelillos. La muleta ondeaba en horizontal al ruedo, y el toro arreaba con calambre, pistón y sin recorrido. «Mal estilo», comentó Ponce.

Y, sin embargo, todo fueron elogios para el cuarto. Que se hacía un tacazo. Por hechuras, clase y poder contado. Las cosas que apuntaba Garatero venían preñadas de clase y muy poquita fuerza… El juampedro de algodón de caramelo se partió o lesionó la mano derecha en banderillas. Y le quedó dolorida y colgona. El Juli emprendió el trasteo en medio de protestas que le animaban a abreviar. Es de suponer. Pero el presidente Trinidad López-Pastor le pegó una voltereta al Reglamento, y así como por la segunda o tercera serie asomó el pañuelo verde. La bronca elevó los decibelios a límites atronadores. Entre ver a El Juli y la Ley, siempre la Ley, se podría concluir. Madrid defiende la norma por encima de su cadáver. Y Trinidad no distingue una vaca de un eral.

A Julián López, que ya se veía en casa, le esperaba el viejo cinqueño sobrero de Algarra. De recogida cabeza y 599 kilos de extensa osamenta. Que empezó bueyuno y por las esclavinas y terminó pajuno, descolgado y dejándose enredar en la muleta de Julián. Quien esta vez sí quiso buscar el refugio del viento entre el «5» y «6». Y hubo momentos de pulso y temple en que centró a la plaza, entre protestona y desconectada ante la falta de transmisión. El metraje no fue corto; la resolución con la espada, larga y periférica. Una leve bronca por el bajonazo.

Yo creo que EP pensaba lo bien que se estaba en la piedra. Incluso cuando la marabunta raptó a David de Miranda.

ABC

Por Andrés Amorós. Puerta Grande a David de Miranda

Con otro lleno de «No hay billetes», abre la Puerta Grande David de Miranda, en su confirmación de alternativa. Aprovecha un gran toro de Juan Pedro Domecq, con un valor tremendo. También triunfa Paco Ureña en su vuelta a Las Ventas, después del percance en el que perdió el ojo. El Juli apenas tiene opciones, con reses deslucidas y fuertes ráfagas de aire.

Esta corrida la tenía que haber toreado Enrique Ponce. A pesar de su indiscutible categoría, se apuntó al sorteo de ganaderías y le tocó la de Juan Pedro, una de sus preferidas, pero la rotura de ligamentos se lo ha impedido. No aceptó el bombo El Juli (mal hecho) pero sí, sustituir a su lesionado compañero (bien hecho). El círculo se cierra cuando, esta tarde, con un lleno de «No hay billetes», Ponce, en proceso de rehabilitación (¿llegará a Bilbao, como pretende?) acompaña al Rey emérito en la corrida que él iba a torear. «Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel», reza el título de la obra dramática de los Machado. Esa misma fortuna que sonríe, porque la ha sabido buscar, a David de Miranda.

Vuelve a Las Ventas El Juli, donde ha triunfado pero se le exige mucho. El segundo embiste con brusquedad, pega derrotes, lleva la cara a media altura y flaquea: un conjunto de defectos. En medio de un vendaval, El Juli no consigue lucimiento y desiste pronto. Pincha atravesado, yéndose de la suerte, con salto, y la gente se enfada. El cuarto va largo y noble pero cojea de una mano y se devuelve, aunque ya había comenzado la faena de muleta (algo poco frecuente). El sobrero de Algarra, alto y largo, no se entrega, embiste rebrincado y flaquea. Julián resuelve la papeleta con mucho oficio pero con escaso brillo y la división de opiniones es grande. Le ha ido sacando más de lo que se esperaba, con mérito, pero mata mal y suena el aviso.

Regreso prometedor También vuelve a Madrid Paco Ureña: otro ejemplo de superación, como Padilla. Aquí siempre se le ha querido, por la sinceridad clásica de su toreo; ahora, lógicamente, más. La reciben con una ovación. Casi es cogido en el quite al segundo toro, por impávidas y poco adecuadas gaoneras. Traza buenas verónicas en el tercero, que se mueve mucho pero flaquea y protesta. El comienzo de faena es prometedor, con clasicismo; los naturales, citando de frente, levantan ovaciones, aunque pasa momentos de apuro. Una faena muy sincera, con su punto de ingenuidad, que encuentra mucho eco. Mata a la segunda, volcándose. Pierde la oreja por el pinchazo pero acierta el público, al obligarle a dar la vuelta al ruedo. Consigue algunos buenos muletazos en el quinto, dándole el pecho, con mucha entrega, aunque el toro protesta y surgen algunos enganchones. La faena ha sido larga, ha ido a más, suena un aviso. Mata con más decisión que acierto: oreja.

Confirma su alternativa el onubense David de Mirada, que también ha superado un muy grave percance, con el castaño «Molador»: un toro noble, que llega desfondado del todo a la muleta. El diestro está firme y tranquilo, con un toreo vertical, valeroso: lances a pies juntos, saltilleras, estatuarios, manoletinas… Todo, con más aguante que dominio. Mata pronto. Se ciñe mucho en las chicuelinas al sexto, que repite incansable, con casta: un gran toro. Con su valor impávido, David asusta y emociona al público, en una faena de enorme impacto. Varias veces roza la cogida. Mata con gran decisión. La gente, puesta en pie, exige las dos orejas. Madrid ha descubierto a un nuevo torero, con un valor extraordinario. ¡Una nueva Puerta Grande! Esta Feria nos está compensando de tantos desastres cotidianos…

Postdata. El ABC de Sevilla ha concedido su «Premio Manuel Ramírez» de periodismo taurino a Gonzalo Santonja, por una Tercera. Acaba también de publicar un nuevo libro, «Tierras adentro. Andanzas y escrutinio por el país de la piel de toro»: una indiscutible demostración de la raíz popular de nuestra Fiesta, desde fines de la Edad Media, aunque algunos indocumentados y sectarios todavía no se hayan enterado.

La Razón

Por Patricia Navarro. David de Miranda, confirmación soñada con Puerta Grande

Al tercer lance le rebanó la barriga a Paco Ureña. No era suyo el toro, era el de Juli y había salido a quitar. Una ovación se llevó Ureña al romperse el paseíllo de reconocimiento. Volvía a Madrid después, después de todo, de aquel percance fatídico que le ha obligado a reinventarse delante de la cara del toro, a volver a coger las distancias y las proporciones. Pero lo hace con una categoría tremenda, sin habitar el camino fácil de la pena. Ni en la primera ocasión, ni en la primera temporada. Se guarda sus miserias y sus desafíos en el intento de seguir convirtiendo el toreo en grandeza. Remató a tiempo aquel quite para que el susto no avanzara, para proteger los corazones y replicó El Juli con el fin de poner todo en orden. Dos lances y una media. Un vendaval hubo después, qué descaro, no había manera de estar ahí abajo. Volaba la muleta y las ideas. La violencia del toro era otro impedimento para una historia que tenía visos de no poder ser. Brindó al emérito, que estaba acompañado por Enrique Ponce. Justo era hoy su tarde, la que sorteó en el bombo al que se sumó sin miramientos. La lesión de la rodilla izquierda de Valencia le echó de manera inmediata de este San Isidro. Las sustituciones las cogió El Juli a última hora entrando así en Madrid casi cuando sonaba la campana. Abrevió con el violento segundo y vio cómo le echaron para atrás el cuarto una vez que ya estaba toreando de muleta. Una devolución en contra del reglamento. Curioso dato que esto ocurra en una plaza como Madrid. El sobrero de Luis Algarra no nos dio mejor vida. De media arrancada el toro y sosote, la faena del madrileño no alcanzó más sonoridad que las protestas con las que hace tiempo que convivíamos.

Ureña se estiró a la verónica con el tercero, suyo, echó los vuelos y gustó. Al cobijo del viento trazó una faena siempre interesante y, aunque en ocasiones se le ensució, logró una tanda de naturales soberbios, así como una serie diestra y el remate de faena. Un pinchazo precedió a la estocada y así la vuelta. El quinto no resultó fácil, iba y venía el toro, un punto suelto, sin entrega en el engaño y por dentro. Alargó Ureña en la faena en la constante búsqueda de un resquicio de verdad y de tanto insistir acabó por encontrarlo. Tras la estocada, aunque fue punto abajo, paseó un trofeo.

“Molador” había sido el toro de la confirmación, pero no estuvo a la altura ni de Madrid ni de la ocasión. El toro tenía un cuarto de arrancada descastada a la que sumábamos un cero de emoción. El Juli cumplió la ceremonia y poco dejamos después, además de un viento temible que amagaba ya con fastidiarnos la tarde. David de Miranda se frustró con el toro. La recompensa llegó con “Despreciado”, el sexto, bravo, fiero y entregado en la muleta que la devoraba. El último en llegar se hizo con la tarde, con la afición y ante todo con ese toro que tuvo todo que torear. Dos pases cambiados por la espalda fueron el preludio. Lo bueno vino después, cuando cuajó al toro por la derecha en esa delicada y casi imposible combinación del temple y el toreo reventado por abajo. Se paró el viento. Se paró el tiempo. Se crecían ambos y así la conexión con el público, que no tuvo filtro. Expresión máxima al natural y ya para desengrasar, unas bernadinas finales antes hundir la estocada hasta la yema. La salida a hombros fue unánime y loca. La multitud se arremolinó mientras le sacaban en hombros entre vítores de “torero, torero”. Confirmaba su doctorado y se había llevado por derecho la gloria eterna de Madrid.

Madrid Temporada 2019

madrid_240519.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:08 (editor externo)