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PLAZA DE TOROS DE LAS VENTAS

Tarde del lunes, 25 de mayo de 2009

Novillada con picadores

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Novillos de Guadaira, de distinta presentación, mansos, complicados y deslucidos, salvo el 1º.

Diestros:

Francisco Pajares: silencio tras aviso y saludos tras aviso.

Juan Carlos Rey, que debutó en plaza: saludos y silencio tras aviso.

Pablo Lechuga: silencio y silencio.

Entrada: Más de tres cuartos de plaza.

Incidencias: Francisco Pajares, en el 4º, y Pablo Lechuga, en el 3º, resultarón volteados. Parte facultativo. Francisco Ramón Pajares que presenta un puntazo corrido en la cara anterior, tercio superior del muslo derecho y contusiones y erosiones múltiples. Pronóstico leve salvo complicaciones.

Crónicas de la prensa: El País, ABC, El Mundo.

©Juan Carlos Rey/Las Ventas


El País

Por Antonio Lorca. Deliciosos manjares

Se preparó una mesa de gala -plaza de las Ventas- en una fecha muy señalada -feria de San Isidro-, e invitaron a tres chavales con fama de poseer un buen paladar y que, al parecer, habían demostrado sus condiciones para la cata en celebraciones anteriores. A los tres los vistieron de luces y les sirvieron deliciosos manjares, las mejores viandas, saladas unas, dulces otras, varias picantes, pero todas con sabor intenso. Manjares exquisitos para invitados con ilusión y hambre.

Merecen mantel de hule, vajilla de 'duralex' y comida precocinada Pero ocurrió lo imprevisto. Los comensales no apreciaron los aromas, ni la textura de los alimentos; se les vio torpes en el manejo de la cubertería, comieron sin gracia, sin deleite ni gozo, y se comprobó que no merecían invitación de tan alta alcurnia.

Pero si alguno había ganado hasta un reconocido premio en otra feria… pero si los tres eran los mejores de todos los aspirantes… Pero, bueno… Qué extraño todo, qué decepción: ni valoraron los alimentos ni sabían comer.

Miren: sobre la mesa, en bandeja de plata, seis novillos que hicieron una aceptable pelea en varas con tendencia, eso sí, a la mansedumbre, que cumplieron en banderillas, demostraron fortaleza, y se comían la muleta con codicia y casta los cinco primeros, y con una nobleza cercana a la santidad el que abrió plaza.

Ese primero era un dulce de membrillo, precioso de hechuras, que embistió con limpieza, calidad y largura en el último tercio. Un novillo glorioso para encumbrar a cualquiera que tenga la motivación necesaria. Le tocó en suerte a Francisco Pajares, y su problema es que no sabía si tenía que comer con cuchara o tenedor, cuando lo que requería el asunto era una muleta suave y cadenciosa, y un torero con empaque y personalidad. El animal, incansable en su embestida, le decía “cómeme, cómeme, pero con delicadeza”, y el aspirante se empeñaba en tragárselo a bocados. No fue capaz de degustar el dulce membrillo y se manchó el vestío porque no sabía ni comer. El segundo plato, cuarto de la tarde, de sabor picante, mostró interés en comerse al invitado. Mira: el torero, nerviosito, sin ideas, se dejó enganchar la servilleta varias veces, no le echó el valor suficiente y, al final, se quemó el estómago porque su oponente le propinó dos feas volteretas al entrar a matar que sólo quedó en un puntazo corrido en el muslo derecho de pronóstico leve.

A su compañero de mesa, Juan Carlos Rey, le sirvieron un primero dulzón y un segundo con sabor muy intenso. Ni apreció la buena condición de la nobleza ni pudo con la casta y la fortaleza del quinto. El problema es que ha debido de comer en pocas mesas, se sienta muy despegado del mantel y su forma de comer es poco adecuada. En fin, que no se cruza nunca, que da pases muy acelerados y desordenados y no dice nada. Machacó en varas al quinto, y se le paró, aburrido, a mitad de faena.

Y completaba la mesa Pablo Lechuga, que tuvo peor suerte porque el sexto fue el garbanzo negro y derrochó asperezas. Pero el de la mala suerte de verdad fue el codicioso tercero, que se lo comió con patatas al torero, que no da pases más lejos del toro porque no es el inspector Gadget y no puede alargar el brazo más allá de lo humanamente posible. Además, se coloca muy mal y le pueden las dudas y las precauciones. Así y todo recibió una voltereta del más noble y se salvó de los gañafones que le lanzó el violento sexto.

En resumen: estos tres aspirantes no merecen mantel de seda, sino de hule; una vajilla de duralex, un perol grande lleno hasta arriba de comida precocinada, y cuchará y paso atrás. Los manjares, para otros. Hombre, por favor, qué decepción…


ABC

Por Zabala de la Serna. Las Ventas, despeñadero de la cantera

Las Ventas, más que un vivero de novilleros, es un despeñadero de la cantera. Cuando se presentó ese quinto sobre la arena con hechuras de toro de gache, destartalado, astifina res de sienes kilométricas, 538 kilos —dos menos exactos del límite legal, casualmente—, para el debutante Juan Carlos Rey, me acordé de Florito… Después de la paliza que se había llevado Francisco Pajares al entrar a matar al montado cuarto, que era otro toro, sí, toro, malencarado, y del giro terrorífico de Pablo Lechuga sobre los pitones del sanguinario segundo, otra prueba de fuego y angustia se nos venía encima. Los puyazos de El Pimpi frenaron la carnicería montaraz que se intuía contra el chaval. A Pimpi lo frieron a improperios; felicidades, torero de castoreño calado. La cosa cambió. Y aun así siguió descompuesta, en menor grado gracias al sabio piquero. Rey lo pasó de muleta con disposición, con los nervios más templados que en el anterior de su presentación, queriéndole hacer por abajo todo. Mató a la tercera como en su primero a la primera. O sea, por arriba. Más que digno debut madrileño.

Pajares pasó a la enfermería tras tirarse al volapié por dos veces más tieso que una vela, aun a sabiendas de que el berreón enemigo le esperaría con la cabeza por las nubes. Un volteretón terrorífico, de hachazos revoloteando por todas partes, sucedió a otro también de órdago. De chapó esa decisión para agarrar la tizona maltrecho y emprender de nuevo el camino del horror. Hasta entonces no le habían hecho ni puñetero caso, con el bicharraco pegando saltos por allí, pechazos brutos, cabezazos desabridos. La estocada del segundo embroque lo envió al infierno, y Madrid despertó en una ovación ante el orgullo torero y la tragedia.

Otro drama pudo suceder con el tercero, que, al contrario del cuarto, se quedó muy entero en el caballo. ¡Cómo cortaba ya en banderillas por el izquierdo! A Félix Estévez lo tuvo a tiro. Valiente en un par a aquel rayo demoniaco y eficaz con un solo palo después,alcanzó el callejón con la muerte en los talones de purito milagro. Lechuga, más firme que una roca, cayó herido de una puñalada en cuanto le remató una serie por el lado zurdo: se revolvió la prenda como El Vaquilla con la faca en la mano y lo cazó por atrás. Seca y veloz voltereta. No volvió el chico a atacar, inteligentemente, ni una vez más por el lado oscuro. Seguro sobre la mandona derecha, todavía tuvo que escuchar la soplapollez de que se le iba sin torear. Al sexto, otro tío que enseñaba amenazante las puntas por delante, lo majó Bernal en el caballo. Y aún la bestia quería abrasar con sus lenguas de fuego al pobre Lechuga, que se lo quitó de en medio como pudo.

Sólo el descarado y noble novillo que estrenó la alta y dura escalera de Guadaira —desde hace tiempo esto ha degenerado a pasos agigantados, y más sobre esas hechuras…— permitió a Pajares demostrar su concepto. Pero sin terminar de humillar y un punto gazapón.


El Mundo

Por Javier Villán. Casta y trapío para los novilleros

Imagen de la dureza de esta Fiesta: Francisco Pajares. Saludaba el muchacho en el cuarto, despeinado, lívido, con rastros de sangre y la taleguilla agujereada. Y los tendidos puestos en pie le ovacionaban. Entró a matar Pajares con más fe que precisión y el novillo de Guadaira lo cazó.

El animal sólo tuvo que esperar el ataque un poco atropellado del novillero. Se recompuso un poco el desbarajuste y Francisco Pajares entró otra vez a matar, dejándose el alma en el envite. Y el encastado guadaira volvió a cazarlo.

El novillo murió de la estocada fulminante y Pajares quedó hecho un cristo; pero con el honor en alto. Que les echen a unos muchachos hambrientos de gloria novillos como el cuarto y el quinto de ayer, es una canallada. Y encima, en muchas plazas menos importantes que Las Ventas, tienen que pagar para comprarse ese pasaporte a la gloria. Toros ha habido en esta Feria con menos trapío y menos peligro que los de la novillada de ayer.

Toros anovillados mientras la mayor parte de los de Guadaira eran ayer novillos atorados; es decir, con facha e intenciones de toros. Con esos dos novillos citados y con algunos más querría ver yo a muchos maestros del escalafón. A la semana del toro que se nos avecina, que vengan los guadaira y que los maten las figuras.

Los novilleros lo pasaron mal y el picador asesinó al quinto, que quedó inservible para la muleta. Nada nuevo; eso ocurre casi todas las tardes con figuras que tienen ya el futuro asegurado. Los picadores a veces son unos holgazanes y otras veces unos matarifes, según y cómo; ayer, al quinto, le tocó matarife.

La novillada de Guadaira fue un modelo de lo que debe ser el toro de lidia; con casta, con trapío, con fuerza y, en algunos momentos, con problemas. Sin embargo, hubo de todo. Los dos primeros eran para comérselos a besos, de puro nobles. Y el tercero, por ejemplo, era listo a la vez que noble; vibrante a la vez que templado. Buscaba continuamente competidor y gresca de la buena. El cuarto derribó y no de latigazo o al relance o porque el picador marrara. Derribó por riñones. Berreó como síntoma de mansedumbre, aunque a la vez que berreaba embestía con fijeza.

De cualquier forma, todo daba igual. Los novilleros las pasaron mal, tanto en los nobles y pastueños como en los encastados y duros. Puede que con el cuarto, buena parte del escalafón de matadores hubiera fracasado como fracasó Francisco Pajares. O peor. Mas lo cierto es que éste fue un magnífico animal: encastado, serio y poderoso. Justo lo que no sale en las corridas de rango superior. Pajares entró a matar con más fe que precisión y se llevó una paliza de órdago.

Juan Carlos Rey no se llevó ninguna paliza, aunque bien cierto es que no arriesgó como arriesgó Pajares. Tiene buen corte de torero este muchacho a pesar de que ayer no pudiera demostrarlo en plenitud. Ni en su claro primero ni en el arriscado quinto, que empezó selvático y acabó flojo y aplomado. Qué remedio, después de cómo le sacudieron en varas.

A Pablo Lechuga le echó mano su primer novillo y lo primero que hizo nada más levantarse fue mirarse el muslo, palparse la entrepierna y comprobar los desperfectos de su vestido y de su anatomía. Eso es humano, pero dicen que para el torero esa preocupación es mala. Para dar una idea del arrojo de un torero tras un revolcón, los viejos revisteros y los nuevos que saben algo de esto escriben: «Se levantó sin mirarse y volvió a la cara del toro». Esto, naturalmente, forma parte de la leyenda.

El olvido del propio cuerpo puede ser síntoma de muchas cosas y no necesariamente de preocupación temerosa. Fuera lo que fuese, lo cierto es que Pablo Lechuga, a partir de ese infeliz momento, anduvo descolocado. Insisto en que con esta novillada hubieran fracasado muchos matadores de alternativa. Así está el oficio.

Y así están los ánimos de quienes aspiran a la fama y al dinero de esta durísima profesión. Esto puede exculpar, sólo relativamente, a los novilleros de ayer que anduvieron un poco sin saber por dónde meter mano a sus encastados enemigos.

En el sexto, puede que a Lechuga le atormentara el recuerdo del infeliz trance que le tuvo a merced de la cornada o puede que fuese, simplemente, que está todavía un poco verde. Valor no le faltó; lo que le faltó fue conocimiento cabal de los problemas de la casta. O sea, como a muchos matadores de alternativa.

Madrid Temporada 2009

madrid_250509.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:08 (editor externo)