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Plaza de Toros de Las Ventas

Jueves, 25 de mayo de 2017

Corrida de Toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Alcurrucén

Diestros:

El Juli: de tabaco y oro. Estocada rinconera (oreja). En el cuarto, pinchazo, media estocada trasera y descabello (saludos).

Alvaro Lorenzo: de celeste y oro. Estocada rinconera fulminante (saludos). En el quinto, estocada. Aviso (saludos).

Ginés Marín: de pizarra y oro. Tres pinchazos y descabello (saludos). En el sexto, gran estocada (dos orejas). Salió a hombros por la Puerta Grande.

Incidencias:

Entrada: Lleno

Galería de imágenes: https://www.facebook.com/pg/PlazaLasVentas/photos/?tab=album&album_id=1302397803189662

Video: https://twitter.com/toros/status/867834282861105152

Crónicas de la prensa:

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Puerta Grande al precoz empaque de Ginés Marín

El día de diferencia en las alternativas de Álvaro Lorenzo y Ginés Marín -14 y 15 de mayo de 2016, en Nimes por más señas- marcaba la antigüedad en el cartel de la confirmación. Como hermanos gemelos: una cuestión de horas la vejez. El Juli les ratificaba ayer el doctorado por partida doble. A Lorenzo con Fiscal; a Ginés con Favorito. Nombres de toros históricos en la ganadería de Alcurrucén. Fiscal se hacía un tacazo. Entipado en su negritud. Tan notables y recortadas hechuras se hallaban deshabitadas. Todo lo (poco) que se movió el toro fue apoyado en las manos. Con ellas por delante en el capote y sobre ellas frenado en la muleta. El toledano se justificó con sentido de la medida. Y aplicó la fama del acero de su tierra con un fulminante volapié.

Devolvió Álvaro Lorenzo los trastos a El Juli. El presidente Justo Polo sugirió, con acertado criterio, que no se celebrasen las ceremonias consecutivas. Para que Juli no tuviese que matar tercero y cuarto sin respiro. Así que lidió el segundo. Un toro papudo, chato y largo. Frío y suelto de salida. Como cumplidor con las líneas de comportamiento del encaste. De caballo a caballo se escupió. Del tirón en el picador que guarda puerta. En el quite por chicuelinas de manos bajas de Juli apuntó su franca humillación. Su mejor baza. A falta del tranco más de la casa, reponía en la muleta. Juli provocó siempre con ella al hocico. Permanentemente puesta. Y alargó el recorrido por uno y otro pitón. Por abajo. Todo atado a su ciencia. Fondo de torero largo. Nada nuevo en su perfil de consagrada figura. Un circular invertido y cosido a un interminable cambio de mano levantó las exclamaciones. Más metido en la faena el público que el toro entonces, cuando ya se desentendía. Una coz de propina y un estoconazo. Cada uno de su autor. Y una oreja a su precisión.

Con Favorito confirmó Ginés Marín. De la familia de aquél con el que Urdiales enloqueció Bilbao. Castaño también. De lujosas líneas. Lejos del cuajo redondo del virtuoso alcurrucén bilbaíno. La calidad asomó en la revolera del quite por gaoneras de Lorenzo. Ginés dibujó un trío de tandas de bonitos naturales. Lentamente. Como embestía el toro por su mano más notable. La suave dulzura al paso sobre la chispa. Los pases de pecho encendidos. Unas bernadinas prendieron ilusionadas ovaciones por encima de la serenidad respirada. Marín pinchó con reiteración renunciando a las esperanzas de las buenas gentes.

De los terrenos del “6” donde se había apalancado el serio cuarto en banderillas, se lo sacó El Juli a los medios. Por momentos pareció otro. Otra vez la luminaria julista. Y la raza. Ligó tandas que le sacaron al núñez de sus apoderados el contado fondo. Una por cada pitón. Cuando el toro se paró debajo, Juli aguantó con la plomada en los talones. Incendió el sol acalorado. Un pinchazo y media estocada muy trasera enfriaron los ánimos.

Una cuarta descendió el silleto quinto de su alzada inicial cuando abandonó el peto. Quedó un cuello generoso y descolgado. La embestida también se estiró con profundidad. El estilo caro de la casa. Álvaro Lorenzo se dobló en el prólogo y se puso con el temple como sello. Tres rondas de derechazos ligados fue lo que duró. Puede que una más a izquierdas ya con la bandera blanca. Ni llegándole al hocico volvió a despegar. Otra estocada de nota lo confirmó como matador. Casi tanto como la ceremonia.

A tarde vencida apareció Barberillo. Negro, estrecho de sienes, otra joya de hechuras para cerrar la entipada corrida de Alcurrucén. Otro para el impresionante palmarés de esta ganadería en Madrid. Ginés Marín lo bordó. Cosió la alegría del toro humillado en su izquierda. Así de pronto. Bellísima la expresión de Ginés, el embroque, la muñeca, la cintura conjugada. Un empaque precoz. Ligado el toreo en la honda embestida. Y así también en redondo. Inmensos los pases de pecho. Y la torería en los adornos. En el cambio de mano que se reproducía como un eco gigantesco. En el molinete zurdo de mimbres trianeros. Madrid enronquecía. Gargantas de arena. La faena exacta. El toro de su vida. El sueño en ebullición. En los remates cuando pedía tablas Barberillo. Cuando todavía lo hacía con el punto de planeo que había cuajado Ginés Marín. Inapelable la estocada. El cañonazo a la Puerta Grande. La rendición de Las Ventas. La procesión se desbordó con incotenida locura. Hay torero.

ABC

Por Andrés Amorós. Ginés Marín se confirma como figura en San Isidro

En la tarde de su confirmación de alternativa, Ginés Marín confirma todas las buenas cualidades que muchas tardes le hemos visto, por tantas plazas; en el último toro, el mejor de la corrida de Alcurrucén, logra una gran faena, pone de pie al público, corta dos merecidas orejas y abre la Puerta Grande. También confirma dignamente Álvaro Lorenzo. El Juli demuestra su gran profesionalidad y pierde por la espada una posible Puerta Grande.

Un cartel original, que llamó la atención desde que se anunció: con toros de Alcurrucén, que suelen ser encastados, El Juli confirma la alternativa de dos jóvenes promesas, Álvaro Lorenzo y Ginés Marín.

Los toros de Alcurrucén han dado un juego variado; el defecto, varios se han parado o han tardeado; para el último, excelente, se pide la vuelta al ruedo.

En el segundo, encastado, pegajoso, El Juli se dobla y lo mete enseguida en el canasto, manda, resuelve las dificultades, demuestra su gran oficio; también es cierto que torea algo encorvado y sin especial arte. Mata con salto, como en él es habitual, y corta un trofeo, con protestas. Me comenta un maestro: «Parece que es él el que está tomando la alternativa». Vuelve a mostrar su casta en el cuarto, que tardea demasiado, en banderillas. Sin una duda, dibuja derechazos mandones, casi circulares, dejando la muleta en la cara, que levantan un clamor; cuando se le para a mitad de un muletazo, mira, retador, el tendido, algo que no todos aclaman. Pierde la oreja y la Puerta Grande por la espada.

El primero es incierto pero se viene arriba. Álvaro Lorenzo le da distancia, embarca bien las embestidas pero surge la eterna polémica de la colocación: por querer ligar, queda descolocado. Mete la mano con habilidad. El quinto es paradito pero tiene calidad. Muestra su estilo toledano, clásico y sobrio: adelantando la muleta, engancha bien a la res, manda y liga. El arrimón final levanta una división. Tarda en matar.

Desde que le vi debutar en Olivenza, siempre he defendido que Ginés Marín tiene cualidades de primera figura: ve el toreo con gran facilidad; une algo que no es frecuente, el mando con la estética. Esta tarde, por fin, el último toro le da ocasión para demostrarlo. El tercero es algo chico, algo flojo, algo manso (sólo algo). Ginés demuestra enseguida su soltura, una seguridad impropia de su juventud: le saca todo lo que tiene. Con el toro parado, mata mal. Pero le queda el sexto, un «Barberillo», no de Lavapiés sino encastado, con movilidad, que descabalga al padre del torero, su picador. Desde el comienzo, lo engancha al natural, en grandes series, rematadas con desgarro. Se suceden los muletazos de categoría, arma un verdadero lío, con el público puesto en pie. Tiene la gloria al alcance de la mano. La estocada es certera.Recuerdo a don Nicolás Fernández de Moratín: «El bruto impetuoso, / muerto a sus pies, sin movimiento y frío, / con temeraria y asombrosa hazaña…» Dos orejas y la Puerta Grande. Ha cumplido su sueño, ha demostrado que tiene madera de primera figura, ha puesto a todos de acuerdo. La verdad del toreo: un toro bravo y un diestro que torea muy bien, dentro de la línea clásica; además de todo eso, es muy joven: por mucho que la ataquen, la Fiesta no se acaba. Ya tiene un nuevo héroe.

Postdata. Un detalle curioso, con poca importancia: el orden de lidia, cuando hay dos confirmantes. El 12 de octubre de 1950, en Valencia, Cagancho dio la alternativa a Aparicio y Litri. El padrino toreó el 3º y 4º; Aparicio, el 1º y 5º; Litri, el 2º y 6º. Esta vez, se ha elegido otra fórmula. No era necesario. En el 2º toro, Álvaro podía haber devuelto los trastos a Julián y éste, entregarlos a Ginés. Claro que eso suponía que El Juli matara dos toros seguidos, el 3º y el 4º: quizá el público (y el diestro) prefieren evitarlo.

El País

Por Antonio Lorca. Ginés Marín, por la puerta grande

Salir a hombros por la puerta grande el día de la confirmación de alternativa es el premio gordo con el que sueña todo el que se viste de luces. Y se lo ha llevado el joven Ginés Marín no porque jugara a la lotería, sino porque se encontró con un toro —el sexto de la tarde— excepcional para la muleta, y se entretuvo en realizar una faena primorosa de principio a fin, preñada de ritmo, compás, armonía, largura, profundidad y elegancia. Un compendio, en fin, de torería. La plaza vibró, rugió y se conmocionó ante el derroche de belleza que brotó de la pronta embestida, profunda, desbordante de clase y transmisión de un toro incansable a la hora de perseguir la muleta con fijeza y humillación. Un toro para la triunfal consagración o la derrota definitiva de un torero.

Por fortuna, la ilusión y la fortaleza de Marín, torero de la nueva hornada, se encontraron con la inspiración artística, y entre todas dibujaron una obra de arte que ha devuelto la alegría a los entristecidos tendidos de Las Ventas.

Recibió Marín al toro con unas aseadas verónicas; derribó en el primer puyazo y no confirmó su supuesta bravura en el segundo, fue pronto en banderillas y ofreció un derroche de calidad en el tercio final. La primera tanda con la mano izquierda hizo presagiar lo mejor: magníficos naturales, largos, bellísimos, coronados con una preciosa trincherilla y un pase del desprecio. Un natural grande —sobrenatural—, en la siguiente, cuando ya el toro, Barberillo de nombre, de 528 kilos de peso, había desnudado sus cualidades delante de todos. Templadísimo resultaron los redondos posteriores, nacidos de una total simbiosis entre toro y torero.

La plaza disfrutaba como casi nunca, después de tanto hastío continuado, y aún quedaban destellos de toreo excelso, otro natural inmenso, un molinete, un largo pase de pecho… Y el toro que se siente agotado, exprimido, y se quiere marchar de la pelea.

Una estocada casi en el hoyo de las agujas, pero de efectos fulminantes, hizo que los tendidos se poblaran de pañuelos y Marín paseara merecidamente dos orejas que lo aúpan al podio de los grandes triunfadores.

Pero pasaron más cosas. El propio Marín realizó una faena de menos a más, plena de disposición y entrega, a un toro aplomado, noble y blando que se lidió en tercer lugar.

Y algo mejor: El Juli a punto estuvo de acompañar a Marín en la salida a hombros si mata a la primera a su segundo toro. No le sobra exquisitez a este torero, pero es una enciclopedia de conocimiento, en la que destacan el oficio y la experiencia. Le falta misterio y sensibilidad, pero es un derroche de técnica y poderío. Así lo demostró en sus dos toros. Le cortó la oreja al primero, un animal exigente, al que superó en todos los terrenos; y volvió a dictar otra lección de maestro ante el cuarto. Absolutamente parado en el tercio de banderillas, se transfiguró ante el imán de la muleta de El Juli, que se lo llevó al centro del ruedo y allí le mostró los secretos de la lidia.

Lo enseñó a embestir, la muleta siempre en la cara, y dibujó redondos enjundiosos y un manojo de naturales largos y hondos. No tenía más fondo el animal, que, incluso, llegó a derrumbarse en la arena, pero el torero exprimió las pocas gotas de casta restante con un arrimón final y un par de adornos muy bien vendidos al respetable, que estalló en una ovación clamorosa. Si mata a la primera, que no fue así, hace acto de presencia la polémica, porque El Juli hubiera salido a hombros tras una doble actuación poderosa, aunque no redonda ni completa.

Si alguna objeción se le puede poner a Álvaro Lorenzo es su pesadez. La cantidad nunca es sinónimo de calidad ni el cansancio de alegría. Se le vio suelto, firme, con gracia, con sentido estético y empaque. Se le vio que atesora maneras que pueden dar que hablar. Decepcionante y de corta embestida fue su primero, al que no encontraba el momento para la suerte final; y dejó la impronta de su buen gusto ante el sexto, al que muleteó con prestancia y temple sin que el asunto llegara a más.

La Razón

Por Patricia Navarro. A Ginés Marín le llega la hora

Era el día de El Juli. Eso creímos. Pero no fue. A pecho descubierto se fue a por el sexto Ginés Marín. Al natural. El toreo al natural. Al desnudo. A la espera de lo que estaba por venir. En la distancia, auténtico, verdadero, el cite al toro y qué toro este «Barberillo» para cerrar la tarde. Un alcurrucén de oro, que embistió con entrega, con repetición, con belleza. El toro de la tarde. Lo supo Ginés y nos hizo cómplice desde el principio. Toreo redondo, largo, bello, hondo, en un ramillete de naturales que parecían no acabar y cuando lo hacían es porque faltaba más. Fue un deleite en plena comunión del toro, el torero y el público, esa magia por la que perdura el espectáculo a estas alturas de la vida, en este mundo loco. No rompió nunca Ginés la verticalidad para cuajar al toro, para disfrutarlo, para disfrutarse, tenía una joya entre manos y la supo aprovechar. Así una y otra vez, inspirado, tan largo a veces, tan despacioso, tan templado, tan bonito y emocionante que cuando se perfiló en la suerte suprema, en la que está en juego la misma vida por millones de cosas, la plaza lo vivía en un silencio sepulcral. Se sabía que en el filo de esa espada estaba la Puerta Grande, no hay premio más cotizado para el que se viste de luces por San Isidro y el que se ansía por vestir. La hundió. Crujió Madrid. Cayó ese pedazo toro que amagó con rajarse en última instancia. Gran compañero de viaje a la gloria. Y los dos pañuelos que elevan al cielo sin levantar del suelo un milímetro los pies. La gente no se movió. Esas cosas hay que vivirlas y quisieron ver a Ginés salir de Madrid a un hombros. Una revolución. Un vía crucis, suponemos, de puertas para fuera. La puerta de la gloria que a veces se convierte en sufrimiento. A Ginés Marín le llegó la hora. La hora grande de los días inolvidables.

Había confirmado doctorado con «Favorito», que fue toro guapo y puso bien la cara pero le faltó empujar. Todo lo puso el torero. Todo y más. Hasta que se le cruzó la espada.

El Juli reivindicó su día con todas sus armas y entre ellas cuenta con el amor propio por mucho que pesen los años en el podium. Con «Castañuela», el segundo de la tarde, que fue toro con muchos matices, sacó su repertorio de madurez. Tuvo el alcurrucén media arrancada, sin acabar de definir nunca el ritmo; El Juli caminó en la faena de acuerdo al toro, buscando las teclas, buscándose, y mediada la labor, fue una tanda de derechazos cuando le metió en vereda, muy por abajo, muy mandón, y rematado. Más allá de las rayas del tercio, le pegó un circular y fue justo ahí cuando el toro desistió de la pelea y se rajó. Inteligente aprovechó esa huida a tablas con pases airosos cerrando al toro, yéndose con él. Metió una estocada punto trasera que trasmitió mucho por la forma de entrar con cuerpo y voz y cortó una oreja. Un premio que no estaba a la altura del historial. Léase Ferrera, léase Talavante… Y para de contar.

El cuarto quiso pero no empujó de verdad en la muleta. El Juli puso todo y lo multiplicó al cuadrado. Ligado y medido primero, en las cercanías después, tragando y por encima de las condiciones del animal que a estas alturas era nulas.

Álvaro Lorenzo se las vio con un deslucido primero con el que confirmó alternativa y con un quinto de buen son en los primeros compases de faena, pero que se vino a menos. Mostró la calidad de su toreo y luego la historia se diluyó. Grande, grande fue el final. De los que no dejan dudas, porque transpira por la piel la emoción. Y hasta duele.

madrid_250517.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:24 (editor externo)