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Plaza de Toros de Las Ventas

Viernes, 26 de mayo de 2017

Corrida de Toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Jandilla y uno de Vegahermosa (3º), un sobrero cinqueño de Salvador Domecq (5º bis), complicado. extraordinario el 2º premiado con la vuelta al ruedo y con mucha clase el 3º.

Diestros:

Paquirri: de azul pavo y oro. silencio. En el cuarto, silencio.

Sebastían Castella: de celeste y oro. Media estocada trasera. Aviso (oreja). En el quinto, pinchazo y estocada. Dos avisos (saludos).

López Simón: de azul marino y oro. Estocada tendida (palmas). En el sexto, dos pinchazos y estocada. Aviso (silencio).

Entrada: Lleno de “no hay billetes”

Galería de imágenes: https://www.facebook.com/pg/PlazaLasVentas/photos/?tab=album&album_id=1303519669744142

Video: http://www.movistarplus.es/video/san-isidro-26-05-2017?id=20170526222744&p=1

Crónicas de la prensa:

El País

Por Antonio Lorca. Un corridón de toros

Quizá sea exagerado el titular, sin duda, pero pretende expresar que fue una corrida distinta, novedosa, sorprendente y, sobre todo, torista en el mejor y más amplio sentido de la palabra. Es exagerado porque el quinto fue devuelto por su manifiesta invalidez; es exagerado porque solo un toro, el segundo, de nombre Hebrea, fue sencillamente extraordinario y recibió los honores de la vuelta al ruedo. Pero valgan esas cuatro palabras porque encierran la experiencia de una corrida en la que embistieron todos los toros, incluido el sobrero de Salvador Domecq; cumplieron sobradamente en varas —de largo y con alegría el segundo, el tercero, el quinto y el sexto—; fueron todos alegres en banderillas y permitieron el lucimiento de Chicote, José Chacón, Domingo Siro, Jesús Arruga y hasta del propio Paquirri, que banderilleó al cuarto. Y embistieron de largo, con nobleza y clase en el tercio final los seis. ¿Quién puede pedir más? Un corridón de toros, aunque pueda parecer exagerado.

El mejor, sin duda, el segundo, el tal Hebrea, de 527 kilos de peso, bien presentado y astifino como toda la corrida. Tuvo defectos, pero hubiera sido indultado en cualquier plaza. Acudió presto en los dos encuentros con el caballo, aunque bien es verdad que no hizo una gran pelea; dobló las manos en el quite de López Simón, y escarbó en varios momentos de la lidia. Pero fue un toro de bandera por su casta desbordante, por su movilidad, su poderío, su fijeza y humillación; en una palabra, por su calidad exuberante en las banderillas —vistoso y alegre galope—, y en el tercio final, de incansable embestida, mejor por el lado derecho que por el zurdo. Era un espectáculo el noble y fiero ímpetu con el que el toro buscaba la muleta, al tiempo que su encastada nobleza realzaba todo el quehacer del torero.

Fue uno de esos toros que justifican una afición y la dedicación y el sacrificio de un ganadero. Un toro para recuperar la esperanza, una vez más, y confirmar de nuevo que el toro bravo y encastado es el protagonista indiscutible de esta fiesta. Cuando hay toro, surge la emoción.

Pero no fue el único toro bravo de la tarde. El tercero también acudió de largo al cite del picador, permitió el lucimiento de los banderilleros y repitió incansable a la muleta de López Simón. Y el sexto, otro toro bravo en el caballo, perseguidor en el segundo tercio y con las dificultades propias de la casta en la muleta. Repitió hasta la saciedad no sin ciertas asperezas.

Fue muy aceptable el lote de Rivera Ordóñez, nobles ambos, y con menos movilidad, quizá, que los demás en el último, aunque quedará para siempre la duda si fue problema de los toros o de la impericia de su lidiador.

Y fue magnífico el sobrero, que también dejó alto su pabellón ante el piquero, obedeció a los banderilleros y se lució en una faena tan larga como anodina de su matador.

En fin, que la corrida no tuvo más que un fallo: los toreros. Los tres tendrían que haber salido a hombros por la puerta grande, pero todo el premio se redujo a una solitaria oreja que paseó Castella del segundo. ¿Qué pasó? Pues que estuvieron mal; así de sencillo y concluyente.

Veamos: Castella quiso estar a la altura de Hebrea y no lo consiguió. Lo intentó con toda su alma, pero la calidad del animal era insuperable. En su haber, dos naturales circulares templados y hermosos, y muchos buenos pases que levantaron un clamor exagerado. En el quinto, quiso arrancar otra oreja, pero no pudo. Su faena fue larga, irregular y deslavazada, muy lejos de la calidad de su oponente.

López Simón está en horas bajas. Ayer naufragó en sus dos toros, desvaído, insípido, anodino, aburrido y superficial. Tuvo dos toros de premio y los dos desaprovechó.

Se despidió Rivera Ordóñez. No está para estos compromisos. Quiso y eso es todo. Lo intentó de veras, pero su corazón no le permitió heroicidades. Adiós, muy buenas, y que dé las gracias a quien deba por el favor recibido. Banderilleó al cuarto con voluntad y acierto y fue lo mejor de su actuación. Fue la suya una despedida sin alma, sin afecto, sin un abrazo; una despedida sin alegría. Vamos, que podía haberlo hecho con un mensaje de Twitter y se hubiera ahorrado el mal trago.

La Razón

Por Patricia Navarro. Brilla Castella con un «Hebrea» para la historia

“Hebrea” lo tuvo todo. ¡Qué toro! El rey de la manada. Empujó en el peto, galopó en banderillas y el Jandilla llegó a la muleta de Sebastián Castella con la bravura íntegra para regalarla nada menos que en Madrid en diez minutos apoteósicos. Lo fueron. Uno a uno. Segundo a segundo. Mágicos. Con un huracán fue al pase cambiado por la espalda, que ya conocíamos, que intuíamos, que sabíamos que iba a pasar, pero lo que vino después nos pasó por encima como pasan las emociones. Fue por la derecha por donde ligó con profundidad, con hondura, galopaba ese toro detrás de los vuelos de la muleta, humillado, entregado, sumaba las embestidas y las convertía en una deliciosa espiral de bravura. El campo bravo mugía por él. Bendito sea. A derechas e izquierdas. Lo vimos, lo vio, mejor dicho lo disfrutó el torero en un cambio de mano que se convirtió en una eternidad. Fue el primero, cómo volaba el toro, cómo trepaba detrás del engaño, con qué ritmo, prodigiosa muñeca del torero francés. Se encajó, se retorció para llegar hasta el más allá que iba el Jandilla. Lo gozamos, no quedaba otra. Por uno y otro pitón, colmado en los cambio que resolvía en redondos, fundidos, disueltos, resueltos con un olé de 24. 24.000 personas al unísono. Y el toro sin abrir la boca. Y el toro fijo todavía en la muleta, presto, cómplice, un rey. A dos manos fue el preámbulo del adiós y llegábamos con pena. Una media estocada dejó, fue suficiente aunque con su tiempo. La oreja fue unánime. Lo vivido era para haber abierto de nuevo la codiciada Puerta Grande de Madrid. El sueño de la calle de Alcalá.

Un mundo tardó el presidente en devolver al quinto, ya en banderillas. El sobrero de Salvador Domecq no era como para tomar muchas confianzas. Ponía la cara bien abajo, humillaba, pero resolvía el entuerto ávido, raudo en el momento más inesperado. Y así la faena no fluyó con la fuerza del otro. Pero quiso Castella. Y no renunció, aunque no siempre tuviera la estética de cara. A los surcos que había dejado “Hebrea” sobre la arena y el corazón se nos iba la memoria. A los altares va. Ya vengan los siglos.

22 años después de tomar la alternativa en Sevilla se despedía de Madrid Francisco Rivera, Paquirri en los carteles en homenaje a su padre en los últimos años. Encaminó su último paseíllo. El último trago.

El primer Jandilla tuvo calidad y las fuerzas justas y la faena fue vacía. Se alargó en vano con un cuarto deslucido. No sabemos quién desistió antes. Con otro silencio se despidió de la Monumental.

Se movió el tercero también con calidad y por abajo. Buena corrida de Jandilla, aunque este fuera de Vegahermosa. No llegaba a la altura de “Hebrea”, porque eso es estar en el Olimpo, pero fue toro bueno. La faena de López Simón diluyó entre las manos y las ilusiones. O ambas a la vez. El sexto fue bravo en el caballo y quiso muleta, pero reponía, exigía y la faena no fue. Se nos apagaba la tarde.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Castella y la torrencial bravura de 'Hebreo'

Un ambiente de bochorno irrespirable aplastaba Las Ventas. Fuego en la piedra granítica de los tendidos, fuego en el cielo tormentoso y amenazante. Ni un gramo de oxígeno entre las 24.000 personas que colgaron el “no hay billetes”. A cuchillo se podía cortar el aire. Rivera Ordóñez asaetaba el carretón por la mañana en el ruedo vacío. Como para soltar tensión antes de la despedida de la afición de Madrid. Vestido como quien acude al gimnasio… Un terno azul pavo y oro de impecables bordados por la tarde devolvía a su ser la torería del oficio. Ni una palma al deshacerse el paseíllo. Tampoco a la muerte del primer y ancho jandilla. Cinqueño como casi toda la seria corrida. Toda menos el sexto. Se empleó en el peto en un puyazo fuerte y se dejó en la muleta. Sin entusiasmo en su empuje. No lo provocaba tampoco el sitio que pisó Rivera. O el que no pisó.

A los medios sí que se fue Sebastián Castella. El torrente de bravura de “Hebrea”, que era “Hebreo”, merecía la apuesta pese al viento intermitente. Un toro astifinísimo de imponente trapío, dibujado con flexibilidad y armonía. El cuello, ese cuello, pintado para humillar. La prontitud y la alegría en el caballo pusieron en alerta a la plaza. Castella lo había lucido en largo con generosidad. La misma que derrochó en la apertura de faena. Clavado sobre la boca de riego como un géiser enhiesto. Los péndulos de un arranque explosivo. Made in Le Coq. El ritmo del toro lo ligó en frondosas series de derechazos. Todo por abajo. Un volcán la plaza. Un par de cambios de mano infinitos sublimaron la trepidante faena. Y, sin embargo, Castella no abundó en la izquierda más allá de una ronda. La emotividad del todo hervía. Ni un quebranto ni en el toro ni en el torero. Los ayudados hacia la muerte desprendieron sutileza. Un reguero de perlas. Demasiado trasera la media estocada. Lenta la agonía. De bravo. Por ella la vuelta al ruedo en el arrastre para “Hebreo”; por ella quizá también la soledad de una oreja de peso.

A “Hebreo” le siguió “Imperial”. Hermosa seriedad en su negritud. Hocicudo y hondo. Tocado arriba de pitones. Para imperial, su clase. Otra forma de bravura. Pero bravura al fin y al cabo. De Vegahermosa el hierro. López Simón pasó con más pena que gloria. Tan tieso y escayolado el muletazo.

Rivera Ordóñez agarró los palos con el tremendo y más alto cuarto, la balconada que lo coronaba. Fácil y atléticas la reuniones rehileteras después de que Castella se plantase por saltilleras. La tendencia a soltarse del jandilla en capotes derivó en aflicción en la muleta. Una estocada contraria acabó con el adiós forzado, discreto y sin huella.

Ni la sutil brega de José Chacón, que tan soberbiamente había estado en banderillas con “Hebreo”, contuvo el pañuelo verde. Devuelto el castaño quinto ya en el segundo tercio por su reincidente, aunque tampoco escandalosa, flojedad, salió el sobrero de Salvador Domecq. También cinqueño. Y como descoordinado de atrás. Desacompasados sus movimientos. Escasa la humillación y engañosa la prontitud. De venirse sin irse de la muleta de un firme y aguerrido Sebastián Castella. Peleón en la trifulca defensiva del domecq. Difícil la limpieza, loable la actitud, sordo el valor. Cada vez a peor el toro. Farragosa, tenaz y empecinada la lucha. Tanto, que se puso complicada la situación para matar. Un segundo aviso cayó con absurda puntalidad, levantado el bruto por el puntillero. Una ovación reconoció los espolones afilados de Le Coq.

Cerró la corrida de Borja Domecq el único cuatreño. De una agresividad bárbara. Por fuera y por dentro. Su punto tardo escondía un disparo seco. Exigía sometimiento la aspereza. No contó el rectificado prólogo por alto. Simón queriendo y sin poder. No pasó nada.

ABC

Por Andrés Amorós. Oreja a Castella con encastados jandillas en San Isidro

Volvemos a la Plaza, todos, paladeando la gran faena de Ginés Marín. Hay varios hechos indiscutibles: puso al público en pie. No suscitó la menor discrepancia. Tuvo la medida justa: «pronto y en la mano», decía Antoñete. No utilizó ningún recurso que esté fuera del clasicismo. Volví a ver la faena por la noche, en la tele: todavía me pareció mejor. Guardaremos en la memoria un cambio de mano que se prolonga en un larguísimo natural… Sólo ha sorprendido Ginés Marín a los que no lo habían visto. Desde que debutó, posee cualidades de primera figura: sobre todo, la facilidad, unida a una natural estética, sin amaneramientos. ¿A dónde llegará? De él depende.

Los toros de Jandilla dan un juego muy notable: premiado con la vuelta al ruedo el segundo, también son buenos el tercero y el sexto. Exigen pero propician el triunfo de Castella y la buena labor de las cuadrillas, con saludos de picadores y banderilleros. Cuando hay toros de verdad, todo cobra seriedad e importancia.

Despedida de Rivera

Se ha despedido de Las Ventas Francisco Rivera «Paquirri». No es el momento de exigencias. En el primero, el trasteo es aseado. En el cuarto, un mansito manejable, hace el esfuerzo de poner banderillas y realiza un trasteo correcto, con oficio. En México, le hubieran cantado una preciosa canción: «¿A dónde irá, / veloz y fatigada, / la golondrina / que de aquí se va?…» Deseo que culmine con bien su temporada y que disfrute de su nueva vida.

El tercero acude bien al caballo, se luce Tito Sandoval. Galopa con alegría, repite. López Simón alterna los buenos muletazos con los enganchados. Se cubre con una buena estocada pero era un toro para un triunfo grande. Al último, más exigente, lo pica bien Ángel Rivas. El toro va a más. ¿Logrará Alberto imponer su dominio? No del todo. Y mata mal.

Castella es el mejor librado. El segundo es un gran toro, que acude de largo al caballo. Saluda Chacón. En la muleta, saca gran nobleza, repite, parece una máquina de embestir. Después de los cambiados, Sebastián da distancia, conduce las encastadas embestidas, liga los muletazos con emoción: un gran toro y un buen torero. Media estocada y una hermosa muerte de toro bravo, como las que canta Miguel Hernández: «El toro sabe al fin de la corrida / en que prueba su chorro repentino / que el sabor de la muerte es el de un vino / que el equilibrio impide de la vida». Justa vuelta al ruedo al toro y merecido trofeo (como Pedro a Malco, ha cortado la oreja a un «Hebreo»). Devuelto el quinto por flojo, el sobrero de Salvador Domecq saca genio. Saluda Viotti. Intenta el diestro redondear el éxito pero se lo impiden los arreones del toro: una faena intensa, de mérito, pero desigual.

Sin triunfo grande, hemos visto toros bravos, encastados; unos, más nobles; otros, exigentes. Los aficionados salen contentos: primera vuelta al ruedo a un toro, en este San Isidro. ¡Que siga esta buena racha!

Postdata. Después de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la Tauromaquia, no es fácil (pero tampoco imposible) que una Comunidad Autónoma decida prohibir las corridas de toros. Sí es muy probable que alguna de ellas reivindique sus competencias para regular el espectáculo. (Eso hubiera sucedido, sin duda, en Cataluña, si no lo hubiera hecho innecesario la cobardía del empresario). Pueden prohibir, por ejemplo, las varas, las banderillas y la suerte de matar: eso supondría desnaturalizar por completo la Fiesta. ¿Son conscientes los aficionados y profesionales de este riesgo? ¿Están preparados para combatirlo, cuando se produzca, la Fundación del Toro de Lidia y el Ministerio de Cultura?

madrid_260517.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:18 (editor externo)