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Plaza de Toros de Las Ventas

Sábado, 27 de mayo de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de El torero mansos, blandos, tres cinqueños (1º, 4º y 5º) peligroso el 5º; inválidos 2º y 3º; sin humillar el 1º con algo de clase el 6º

Diestros:

Joselito Adame: de azul añil y oro. Silencio, Silencio y tras encunarse al matarlo sin muleta y ser pisoteado que le valió una oreja pasando luego a la enfermería.

Francisco José Espada: de carmesí y oro. Ovación tras ser cogido en el primero con el confirmaba alternativa. Pasó a la enfermería inconsciente.

Ginés Marín: de verde esperanza y oro. Silencio y silencio.

Incidencias:

Parte facultativo de Francisco José Espada: Traumatismo craneoencefálico con pérdida de conciencia de cinco minutos de duración. Traumatismo facial pendiente de estudio radiológico. Se traslada al Hospital San Francisco de Asís con cargo a la Fraternidad. Pronóstico reservado que le impide continuar la lidia. Firmado: Dr. García Padrós

Parte médico de Joselito Adame: accedió a la enfermería tras cortar la oreja del 6º. Contusión en cresta ilíaca y erosiones múltiples en cuero cabelludo.

Entrada: tres cuartos de entrada. 17.277 espectadores

Galería de imágenes: https://www.facebook.com/pg/PlazaLasVentas/photos/?tab=album&album_id=1304476056315170

Video: https://twitter.com/toros/status/868563135300546561

Crónicas de la prensa:

ABC

Por Andrés Amorós. Dos estocadas a vida o muerte en San Isidro

Como si el día de las Fuerzas Armadas fuese un buen día para entregar la vida, dos toreros ofrecieron la suya en la hora final, la hora en la que se juega el todo y la nada. A matar o morir fueron las estocadas de Francisco José Espada y Joselito Adame, en el prólogo y el epílogo de una corrida de El Torero en escalera, desigual y desbravada, con algunos ejemplares potables, pero con enormes carencias, incluso en lo mínimo exigible: la presentación. Hubo toros por debajo de los límites, como el segundo y el tercero, protestados con razón por el sector más crítico del sol y, también, por parte de la sombra.

La tarde había arrancado con la confirmación de alternativa de Espada, cogido en la suerte suprema. Espantosa la imagen, con un volteretón tremendo. K.O. cayó el confirmante, que sufrió además los pisotones de la bestia. Inerte, las cuadrillas se lo llevaron prestas a la enfermería, en momentos de verdadera angustia. Según el parte médico firmado por el doctor García-Padrós, sufrió «traumatismo craneoencefálico con pérdida de conciencia de cinco minutos de duración y traumatismo facial, pendiente de estudio radiológico». Antes, Francisco José Espada había tenido una digna actuación frente a «Jilguero», un cinqueño que echó las manos por delante en la bienvenida. El torero de Fuenlabrada brindó al cielo y se santiguó con la montera antes del prólogo por estatuarios sobre las rayas. Otro trío más, avanzando hacia los medios, con una espaldina improvisada que provocó el «¡uy!» en los tendidos. Ilusionante comienzo, que siguió a derechas, ofreciendo distancia a «Jilguero», con un prometedor cante en su embestida, aun sin humillar, noble y con ese puntito manso, que le permitía esperar a la siguiente. Serenidad en la faena, con el verdor lógico del principiante, pero con la firmeza como máxima virtud, en la que intercaló muletazos por la espalda para calentar al público, aunque faltó sal y no acabó de trepar la emoción. Remató por manoletinas el largometraje y se anotó un aviso antes de entrar a matar. Llegó entonces la cogida, que marcó el sino de una tarde de «mano a mano»…

Por el percance, Joselito Adame, además de rematar al primero, tuvo que dar cuenta luego de tres toros más. El segundo, que no era ningún dechado de guapura, desagradó desde su salida. El impresentable animal iba y venía sin clase alguna. Adame trasteó con oficio, pero entre los «miaus» y las protestas no hubo modo de levantar aquello. El mexicano ganó terreno con maestría en la bienvenida al más cuajado cuarto. Se atisbaba buen son en este «Oropéndolo» y el matador hidrocálido trató de amasarlo sobre la derecha en dos tandas de cierto eco. Cuando pasó a la zurda, el viaje era más corto por ese pitón. Adame buscó la templanza, se adornó con la trincherilla y la firma. En el regreso a la mano de escribir, no acabaron de encontrarse en un punto ni toro ni torero, ni las distancias ni el acople.

Adame, figura en México, no quería marcharse en blanco de la grisácea tarde y se creció con listeza en el último, que apuntó calidad por el pitón izquierdo. Estatuarios de aperitivo del hidrocálido, que se centró al natural con dos series de suavidad y calado, exprimiendo con oficio, técnica y temple la clase de «Omaní», con una a pies juntos con sabor. Claro que a un sector lo que más le entusiasmó fue cómo recogió las telas perdidas en las bernadinas… ¡Qué cosas! La sorpresa llegó cuando se desprendió de la muleta en la suerte suprema y se tiró a matar a cuerpo limpio, con el alma y el corazón desnudos. A lo Galán y lo Fandiño, enterró un espadazo a cuerpo limpio, un cuerpo que acabó con erosiones múltiples al ser pisoteado por el toro. La entrega del torero y la emotividad de la escena desataron la pañolada y se ganó una oreja al valor, como militar mayor del ruedo en la jornada de las Fuerzas Armadas.

Dos lunas después de su conquista de la única Puerta Grande de un matador este San Isidro, volvía a Madrid Ginés Marín, que no se complicó la existencia y optó por abreviar con un mal lote, inválido uno y con guasa otro.

El País

Por Antonio Lorca. La mala estrella y un golpe de picardía

Mala suerte la del joven Francisco José Espada y picardía la del mexicano Joselito Adame. El primero acabó en la enfermería al ser seriamente zarandeado por el toro de su confirmación; y el segundo cortó una oreja inesperada al sexto de la tarde al entrar a matar sin muleta, cobrar una estocada hasta la bola y salir volteado con la taleguilla desgarrada por el derrote de un pitón y el apuro de que le quedaron las piernas bajo del peso del toro, que cayó fulminado. Su osadía, su valor y su acierto le valieron el trofeo que no había ganado con la muleta.

A esas horas, Espada ya había sido trasladado a un centro hospitalario en el que se recupera de los fuertes golpes recibido. Ilusionó durante su etapa como novillero, tomó la alternativa en agosto de 2015, y su estrella se apagó. Solo seis corridas al año siguiente en plazas que no puntúan, y la ilusión de hacer realidad el sueño de su vida: confirmar en San Isidro y triunfar. Sobre todo, triunfar.

Pero el hombre propone y las circunstancias disponen. Y lo que estaba dispuesto era una tremenda voltereta que dio al traste con el sueño del torero. Sucedió después de marrar con un pinchazo; se perfiló de nuevo, se volcó sobre el morrillo de ese primer toro, enterró la estocada, pero el animal metió un pitón entre las piernas del torero, se lo echó a los lomos, lo zarandeó, lo lanzó contra el suelo, y allí, el cuerpo boca abajo, lo pisoteó en la cabeza. El torero quedó inerte y claramente conmocionado. Los compañeros lo trasladaron a la enfermería, mientras en la plaza quedaba la sensación de que podía tratarse de un serio percance.

Afortunadamente, no hubo herida y parece que pronto se recuperará; a fin de cuentas, no ha cumplido los 24 años, que es la mejor medicina para quien quiere ser figura. Pero duro debió ser el traumatismo cuando no salió para matar a su segundo toro; y muy dura será la sensación de mala suerte y derrota personal cuando recobre la sensación de realidad. Muchas ilusiones rotas en un instante; cuánto desasosiego hasta que le confirmaron que estaba colocado en los carteles, cuánto entrenamiento y cuanta ilusión se ha llevado por delante esta muy inoportuna e injusta voltereta.

A Espada se le notó que torea poco. Se mostró firme, pero su entrega no fue suficiente para triunfar ante un toro que repetía la embestida, siempre con un punto de distracción, y al que le faltó fijeza y largura en el recorrido. Comenzó la faena con estatuarios ceñidos, que remató con un pase cambiado por la espalda y otro de pecho que hicieron albergar las mejores esperanzas.

Repitió el toro, se sucedieron los muletazos, algunos enganchados, otros sin remate, y no acabó Espada de cogerle el aire a la faena ni amoldarse a las difíciles condiciones de su oponente. Quizá, ese toro necesitaba una muleta más poderosa, más placeada que la suya. Acabó con unas ajustadas manoletinas antes de que montara el estoque y llegara la cogida.

El sueño acabó en la enfermería con el cuerpo hecho un guiñapo; pero puede contarlo, que es lo importante, y ojalá recupere la suerte que ha perdido la tarde de su gran ilusión.

El resto de la corrida tuvo poca historia a causa del mal juego de la corrida de El Torero, protestada en distintas fases por su presentación, su falta de fuerzas y de casta. El tercero fue un inválido declarado que el presidente se negó a devolver y le costó una sonora bronca del respetable. El resto, mansa en los caballos, sosa y sin clase.

Ginés Marín fue recibido con una sonora ovación al romperse el paseíllo en recuerdo de su reciente triunfo. Fue la única que cosechó porque su lote no le permitió gran cosa. Su primero se desplomó en la arena mientras parte del tendido gritaba ¡fuera del palco! al usía, y el otro, incierto y áspero, no le permitió lucimiento alguno.

Joselito Adame mató tres toros y dijo no estar dispuesto a marcharse de vacío. Nada interesante realizó ante su primero, enclenque y soso, al que dio muchos pases ante la indiferencia general; otro toro inservible fue el que lidió por la cogida de Espada, parado y sin carácter; y el único que demostró algunas notas de nobleza fue el sexto.

Brindó al público, comenzó con estatuarios, y el animal se derrumbó en la arena. Siguió con la mano izquierda y algún muletazo destacó sobre la sosería general. Insistió el torero mexicano y dibujo finalmente cuatro naturales muy templados, que levantaron los ánimos y envalentonaron a su protagonista. Tanto es así que vio cercana la oreja y no se le ocurrió mejor treta que tirar la muleta y lanzarse sobre el morrillo del animal a pecho descubierto. Salió trompicado y se salvó de milagro de la cornada, pero tocó el triunfo con la mano. Benditas locuras de los toreros…

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Joselito Adame, del temple a la machada

Completamente K.O. quedó Francisco José Espada. De la durísima caída no despertó. El golpazo contra el ruedo casi se oyó en toda la plaza. Un pezuñazo en la cabeza lo remató. Del volteretón en el volapié parecía haber salido indemne. Como encunado. La altura alcanzada y la vertiginosa ley de Newton lo estrellaron con violencia contra la arena. Y abajo, el “tiro de gracia” del casco del toro. Nunca había humillado, y ahí arriba esperó a Espada. La faena de su confirmación ya venía pasada de tiempo. Con un aviso exigiendo premura y un pinchazo pidiendo firmeza en el ataque. El toricantano la tuvo. Entonces y también antes, cuando por las dos manos comprobó que el tal Jilguero de Lola Domecq volaba con la testa por encima del palillo de la muleta. Y sin embargo su recorrido fue bastante más generoso que su cuello. Pero tan alto el cabezazo enganchó la tela. Especialmente por el pitón izquierdo. A Francisco José Espada lo trasladaron en ambulancia con un traumatismo craneocefálico preocupante. Se supo poco después de que Adame descabellara. Espada había logrado, antes de caer, enterrar el acero hasta la empuñadura. Confirmando de verdad y por derecho su condición de matador de toros.

Quedaba la tarde en un mano a mano entre Joselito Adame y Ginés Marín, que regresaba de la apoteosis. Tanto Adame como Ginés dieron cuenta de dos toros muy alejados del trapío de Madrid. Uno de destartalada cornamenta en su cuerpo sin hacer y otro directamente impresentable. Aquél de muy pobre fuerza y éste directamente inválido. La bronca se extendió como un reguero de pólvora ante el impasible ademán presidencial. Otra vez en el palco Javier Cano, que está echando una feria para enmarcarla.

Cuajo y hondura tenía el cuarto, uno de los tres cinqueños de la corrida de El Torero, abiertos en los lotes. Noble, humillado y gazapón Contado el empuje para salirse de los vuelos. Por ello Joselito Adame jugó con las distancias y las inercias en la primera mitad de la faena. Y después con la muleta más retrasada. Oficio y cabeza del mexicano. El toreo hilvanado más que ligado, mucho sitio y no poco metraje. Algo premiosa finalmente su labor.

Se corrió turno y apareció un galápago viejo y contrahecho para Ginés Marín. Una escalera la corrida. Aun cerrada antes de la Puerta Grande de Ginés, un cero pelotero para quienes dirigen la carrera de una ilusionante promesa. O ya algo más. El morlaco, dicho sea con más precisión que nunca, no hizo nada bueno. Se cruzó en el capote y las tiraba -las miradas y las cornadas- a la chita callando. GM brindó al público ingenuamente. Guasa por todos lados, imposible todo. Más que jugársela a pelo. Ginés resolvió sin más.

Como último saltó al ruedo un sexto con cierta armonía. Y cierta clase en su escaso poder. Joselito Adame remontó un derrumbe inicial del domecq. A base del pulso de su izquierda. Los mejores muletazos de 120 minutos. Mucho temple en la palma de la mano. La gente regresó del limbo y se metió en la faena. A más los decibelios y los oles. Y a más con los ¡ayes! de las bernadinas ajustadas. De pronto, Joselito se desentendió de la muleta cuando perfilaba el volapié. Y como un hombre bala se lanzó entre los pitones espada en ristre. La escena de escalofrío. El pitonazo en la ingle brutal. Como la voltereta. Bestial como el espadazo. Antonio José Galán en la memoria. De la escena tremenda rodó el toro muerto encima del cuerpo de Adame. Puro macho, el cabrón. No había sangre tras el boquete de la taleguilla. La raza de México enarbolada como bandera. La oreja tan de ley como la plata de su país. Qué bestia.

La Razón

Por Patricia Navarro. Adame: matar o morir

Al cielo brindó Francisco José Espada el toro de su confirmación de alternativa. Esas cosas que quedan para él, que sólo sabe él aunque se hagan delante de 18.000 personas. Un secreto bien guardado. Espada confirmaba; aquí gustó de novillero y protagonizó alguna gesta. Tuvo movilidad el toro de El Torero, iba y venía, sin entrega, salía desentendido aunque sin molestar. Hizo una faena llena de quietud y buenas intenciones y al entrar a matar, en el segundo envite, resultó cogido de manera espectacular. Quedó inerte sobre la arena de forma muy impactante. Ya nunca volvió y el festejo se quedó en un improvisado mano a mano, como aquella tarde en la que fue él, precisamente Espada el que se quedó solo con cinco novillos. Un metro tenía de pitón a pitón el segundo, que se abrió la punta de las astas enseguida, pero le faltaba remate por detrás. Tuvo movilidad y nobleza después, aunque otra cosa era empujar de verdad detrás del engaño de Joselito Adame. La faena estaba condenada. Y así fue. Voluntariosa sin más. Mucha más historia tuvo dentro el cuarto, que fue noble y de buena condición, pero a pesar de la firmeza de la faena del torero mexicano la faena no conectó con el público y comenzó a pesar la falta de transmisión, la contundencia de la labor… No rodaba la tarde ni locos. Fue con el sexto con el que vimos a Joselito más relajado, más a gusto, más desprendido de tensiones. Tuvo el toro bondad y calidad aunque con el empuje justo. Quizá al natural llegó la mejor tanda, al final. Dentro de la corrección no conquistaba grandes glorias, pero apostó fuerte Adame y a matar o morir se desprendió de la muleta al entrar en la suerte suprema, resultó cogido, rota la taleguilla, hundió el acero y en tres segundos cayó el toro de manera fulminante, atrapando sobre sus patas al propio diestro al ser derribado. Todo muy volcánico, muy arrebatado, muy loco, aquella capacidad de salirse del guión hizo posible que paseara un trofeo. Y parecía imposible tal y como iba la tarde.

A Ginés Marín le sacó a saludar la afición de manera espontánea por el milagro de su inmensa puerta grande dos días antes en esta plaza. En este mismo lugar, casi casi con este mismo público. Endiablado destino. Casi diríamos que ayer no pudo pegar ni un muletazo. El tercero vino a castigarnos de golpe. Tan flojo y descastado que el toreo era una utopía a la que no teníamos derecho ni a acercarnos. ¡Y lo habíamos gozado hacía tan poco! Pero el quinto tuvo más gracia. Ironía activada en la frase. De salida se le cruzó a Ginés Marín con el capote con peligro, cerrando las vías de salida. Todo una incógnita el desenlace cuando cogió la muleta y lo curioso es que lo brindó. Pero no pudo hacer nada. Seguía el toro cruzado, incierto, sin saber si iba o venía y para contextualizar con la imponente presencia del toro de Madrid. Un trago. Lo pasó liviano Ginés, sólo que de lo vivido, que de aquella Puerta Grande que se nos iba alejando kilómetros según pasaban segundos no quedaba nada. Todo simbólico, intacta la faena de doble trofeo en la memoria. De ellas vive la tauromaquia.

madrid_270517.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:22 (editor externo)