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PLAZA DE TOROS DE LAS VENTAS

Tarde del viernes, 29 de mayo de 2009

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Adolfo Martín Andrés (de distinta presentación, deslucidos y juego desigual, destacando el 4º aplaudido en el arrastre y un sobrero (5º) de Araúz de Robles (descastado).

Diestros:

Frascuelo: silencio y pitos.

Rafaelillo: silencio y silencio.

Javier Valverde: silencio y silencio.

Saludó: Luis Carlos Aranda, de la cuadrilla de Frascuelo, en el 4º.

Entrada: lleno.

Crónicas de la prensa: El País, El Mundo, ABC.

©Frascuelo/Las Ventas


El País

Por Antonio Lorca. Un señor honorable

Frascuelo tiene toda la pinta de ser un señor honorable. Su porte es de torero de los de antes, y su retrato, una estampa de La Lidia. Es serio y elegante, y tiene la cara curtida por muchos sueños rotos. Ayer, con 60 años cumplidos, y con el recuerdo aún fresco de la grave cornada que se llevó en el San Isidro pasado, hizo el paseíllo para reivindicar, una vez más, su torería, su afán de lucha y la necesidad de sentirse torero en su plaza y ganar contratos.

Las Ventas, dura y fastidiosa en muchas tardes, pero sensible cuando la ocasión lo merece, lo recibió con una ovación, que le obligó a saludar desde el tercio. Es este Frascuelo un hombre querido en Madrid, y en su corazón, seguro, está su firme decisión de responder ante el toro.

Pero, ¡ay!, el corazón tiene razones que las piernas no comprenden. Sufrió Frascuelo porque quería estar en el sitio, no defraudar, decir a voz en grito que aún es torero, pero las piernas, Dios mío, no le respondían. Y se movían una y otra vez, y pugnaban por correr y escaparse del trance; y Frascuelo sufría ante ese miedo incontrolable que te acogota las entrañas y no te suelta, ¡maldita sea…!

El suyo fue el mejor lote de la descastada corrida de Adolfo Martín; al menos, no sobresalieron los defectos de sus toros, porque destacaron más las carencias de su matador. De entrada, se mostró muy precavido, demasiado, muleta en mano, ante su primero, que iba y venía sin muchas ganas, pero noblemente. Frascuelo evidencia pronto que no está a gusto, que no se fía digan lo que digan, que esta noche quiere dormir en su cama, y se ve desbordado por el toro. El valor se le ha ido a los pies y no encuentra el sitio. Con esa inseguridad y desconfianza no es posible el toreo.

Despertó ante el cuarto con el capote entre las manos, se puso torero y dibujó dos verónicas garbosas que quiso que fueran tres, pero los oles los interrumpió el toro, que se llevó el engaño entre los pitones. Sí se lució Luis Carlos Aranda, que saludó al respetable tras colocar dos buenos pares de banderillas. Mientras la plaza aplaude al subalterno, Frascuelo coge los trastos, la ilusión otra vez intacta, y se dobla toreramente por bajo con el toro. Pero en esos pases primeros dejó todo el valor que tenía. El animal le puntea la muleta; el torero, que utiliza el pico, da pases muy despegados, de uno en uno, rectificando siempre la posición, y le asaltan las dudas y también la desesperación. El quinario pasó Frascuelo, fatiguitas de muerte, delante de ese toro que no hizo nada que hiciera pensar que le tuviera manía al torero. Pero el torero, por si acaso, preso de su imposible arrojo, se rindió y dio por finalizada su corrida con la congoja entre los labios, el corazón partío por la pena, y con una nueva cicatriz en la cara por la mala puñalá de otro sueño hecho añicos.

Quedó claro que no bastan las ilusiones. Y otra cosa más: que un señor honorable de 60 años cumplidos no debe tentar la suerte de la oportunidad ante los toros de Adolfo. Lo que no ha podido ser ya, no será, y, además, es imposible.

Sólo voluntad, buena disposición y ganas de agradar pudieron mostrar Rafaelillo y Javier Valverde, que no tuvieron opciones con unos toros sin recorrido, que embestían al paso y con la cara a media altura. Se enfadó Rafaelillo con su mala suerte -el segundo sobrero era una birria total-; y el salmantino recetó una gran estocada a su primero de efectos fulminantes. Fue lo mejor de la tarde.


El Mundo

Por Javier Villán. Frascuelo; elegía por un torero viejo

Frascuelo es torero de Madrid. Adolfo Martín es también ganadero de Madrid. Quiere decir que son un diestro y un criador de toros en los que Madrid ha puesto todas sus complacencias. Ayer, después de estas dos convergencias astrales, no se produjo el encuentro sideral que todos ambicionábamos.

O sea que dos circunstancias luminosas y complementarias, no producen, necesariamente, un efecto benéfico. Frascuelo es también torero de mis complacencias; y si me apuran un poco también lo es Adolfo Martín el ganadero. Lo que quiere decir es que llevarme la contraria a mí mismo y a mis naturales inclinaciones resulta incómodo.

Carlos Escolar Frascuelo tiene lo que dicen los viejos aficionados -entre los que me cuento por antigüedad y por afición- aroma de torero. Pero el aroma tiene fecha de caducidad; como el perfume caro, si se le abre a destiempo, se evapora y fenece. El viejo Frascuelo al que tanto queremos es ya un perfume, un vino añejo que va perdiendo intensidad y buqué. A Frascuelo los toros le han partido la madre en muchas ocasiones: el año pasado un toro de San Martín le dejó seco.

Yo canto al viejo héroe, al viejo torero, a la torería inmarcesible aunque decadente. Pero el magisterio de Frascuelo acuchillado por las cornadas y la mala fortuna no puede impartirse ya en los ruedos. Vale las escuelas de tauromaquia y los tentaderos de alcurnia y lujo; mas salir al ruedo, vestirse de luces con más de 62 años, no es sólo un contradiós: es una temeridad.

Yo canto a los viejos héroes, a la raíz nutricia del arte de torear; y canto esas dos verónicas de museo al cuarto. Hasta canto el desarme de su capa y la torpeza al tomar el olivo acosado sin miramientos por el adolfo. Y canto su venerable madurez dorada y otoñal colgada de los alamares y los remates del vestido de torear.

Cuando canto a Frascuelo, puede que esté cantando también mi propia decadencia, la severidad de los años, la melancolía de tiempos pasados más o menos gloriosos. Y no es lo mismo idear metáforas y analogías literarias que tirar de capa o de muleta para torear los adolfos.

Canto los dos doblones para abrir faena y hasta el tropezón peligroso de Frascuelo canto porque el cuerpo ya no le daba para más al veterano maestro. El ánimo puede ser fuerte, mas el cuerpo es frágil. O, mejor dicho, el cuerpo tiene sus límites. Por eso canto la espantada gloriosa de Frascuelo, su derrota de torero grande que no llegó a figura cuando su corazón torero albergaba todas las calidades y todo el arrojo del mundo. Don Carlos Escolar; fue torero de Madrid, de Las Ventas del Espíritu Santo; pero el público de toros carece de recuerdos.

La desmemoria de los aficionados es selectiva y cruel. Le silbaron pero en recuerdo de algunas de sus faenas yo le canto y saludo. Me gustaría que alguien recordase alguno de mis versos con la emoción con que yo recuerdo algunas de sus faenas.

¿Y el valiente Rafaelillo, corazón grande de león? El adolfo manso y distraído en apariencia le dejaba confiarse y, cuando le tenía a tiro le tiraba el tornillazo. Era un manso falsamente distraído: una perla. Tenía todos los sentidos puestos en el torero. Rafaelillo se ha curtido en la adversidad, en el filo de la navaja y el despeñadero. Y sigue curtiéndose a la intemperie inhóspita de los toros marrajos. Si malo fue el adolfo, igual de malo, o peor fue el sobrero de Araúz de Robles. Rafaelillo tuvo que parar cuatro toros y ninguno le valió. ¿Y Javier Valverde?: teoría de la impavidez y el estoicismo ante la mansedumbre de los adolfos. Fue quien mejor y más en su sitio puso la muleta. Firmeza sin recompensa.

Y un brindis por Luis Carlos Aranda. Un magnífico subalterno que parece haber vuelto al sitio que ha ocupado casi siempre; entró, cuadró y salió del embroque con la cabeza alta y el paso quedo y torerísimo. Al saludar, levantó al cielo la montera. Supongo que se acordaba de su padre, el gran Manolillo de Valencia muerto hace muy poco.


ABC

Por Zabala de la Serna. La bola y la bula de Adolfo Martín

Una más de Adolfo Martín en Madrid. Y van… Lo de Adolfo ha adquirido rango de bola con bula. Si los tres primeros de la tarde los echa cualquiera, fuera de la semana supuestamente torista, los «¡miau, miau!» se oyen hasta en Guadalix… «Estaba el señor don gato, sentadito en su tejado, marramamiamiau, fu, fu…» Y encima moruchos de medio pelo, gazapones, al paso, sin empleo ninguno, distraídos en santacoloma fuera de cobertura, de los que buscan al dueño en la grada del «8» y no embisten dos veces igual, sin irse ninguno de la jurisdicción torera. Una mentira perfectamente arropada por todos los poderes fácticos de la Monumental de las Ventas año tras año.

La corrida transcurría en hora, y eso era lo mejor a las ocho y veinte de la tarde, cuando moría un cuarto más serio, pero igual de andarín que casi todos, que pareció querer en la única serie en la que medio tragó, aunque el adolfo abandonaba cada muletazo con la cara por encima del palillo. La verdad es que el veterano torero tampoco lo esperó en su caminar indefinido, sin quedarse ni ponerse. Y su primero, de culata y trapío ausentes, se frenó siempre por debajo desde el saludo con el capote. Merodeador adolfo en constante gazapeo. Como Frascuelo, que manda huevos las «oportunidades» que le dan a estas alturas de su madura carrera. De todas formas, a su romántica historia sería mejor darle ya un digno punto final.

Manso de la vaca de Milka fue el vareado segundo de mirada perdida. Y si no la perdía, se venía por dentro. Rafaelillo estuvo por encima. Devolvieron el flojo quinto. Saltó un sobrero de Sepúlveda de buen aire y a su aire. Acusó más su flojedad en el lío de la lidia —¡qué de toreros en el redondel, uno, dos y tres!—, y volvió por donde salió. El tercer quinto, de Araúz de Robles, rematado, con escaso cuello, se desinfló como un globo, si es que alguna vez estuvo hinchado. Noblón de pobre y descastado viaje. Rafaelillo lo pasaportó otra vez de estocada contraria, ahora al tercer intento.

Javier Valverde se topó con un escaso morucho que topaba. Su firmeza fue en vano. El sexto, veleto, casi cornipaso, de histórico nombre («Baratero»), descolgó al menos. Valverde lo recibió con una larga cambiada de rodillas. Pero el blandito toro nunca terminó de romper hacia delante.

Cómo sería la tarde que lo más emotivo fueron los pares de Luis Carlos Aranda, tan extraordinario el último como lo fue su padre, torero.

Seguiremos con la bola con bula de Adolfo en 2016. Tengo esa corazonada.

Madrid Temporada 2009

madrid_290509.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:25 (editor externo)