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Plaza de Toros de Las Ventas

Viernes, 29 de septiembre de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Núñez del Cuvillo cuatro cinqueños (1º, 2º, 3º y 6º), de desiguales hechuras y seriedades.

Diestros:

Sebastián Castella: de frambuesa y oro. Estocada. Aviso (silencio). En el cuarto, estocada tendida. Aviso (silencio).

Paco Ureña: de caña y oro. Estocada delantera. Aviso (oreja). En el quinto, estocada caída y descabello. Aviso (saludos).

Luis David Adame: de blanco y oro. Estocada desprendida (ovación). En el sexto, dos pinchazos y media estocada (ovación de despedida).

Entrada: Casi tres cuartos de entrada

Galería de imágenes: https://www.facebook.com/pg/PlazaLasVentas/photos/?tab=album&album_id=1419985858097522

Video: https://vimeo.com/236135552

Crónicas de la prensa:

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. El temple y la importancia de Ureña, a un paso de la Puerta Grande

El mordisco a la taquilla se sintió en el ambiente no tanto como se temía. La desaparición de Antonio Ferrera como piedra angular de Otoño ha sido un boquete inesperado. Ferrera mantenía a flote la expectación de dos tardes. Aun así la plaza lucía un aspecto más que aparente como para hablar de hundimiento: unas 18.000 personas es una cifra mayor.

El hueco y la sustitución -por Paco Ureña- obligaron a correr turno de antigüedad. Sebastián Castella pasó a encabezar el cartel y, por tanto, a ser padrino de confirmación de Luis David Adame.

“Esparraguero” abría la tercera corrida de Núñez del Cuvillo esta temporada en Las Ventas. Que no se dice pronto. Y traía en su cara la seriedad de los cinco años y en sus finas y bajas líneas, el anuncio de su embestida. Pasó por las verónicas de Adame como si no fuesen con él. A su altura y a su bola. Pero mejoró a partir de sus encuentros con el caballo. Y ya en banderillas se definió por abajo en el capote de Miguel Martín. Fijeza, nobleza y estilo.

Con un trío de péndulos captó Luis David Adame la atención de la afición. Que desde entonces le trató como si de una figura se tratara y, probablemente, le descentró. Adame corría la mano con corrección, quizá algo abierto y con la pierna retrasada en los embroques, que era lo que el sector más duro le recriminaba. La búsqueda de una colocación que acallase las protestas cortocircuitó la faena. “Esparraguero” se dio por uno y otro pitón con generoso viaje. Hasta cuatro series en plenitud. Puede que cinco fueran cuando apagó la llama de su entrega. El toricantano hidrocálido resolvió la ya parada movilidad con una espaldina, y un cierre rodilla entierra que desembocó en un desarme. Tampoco le perdonaron el leve desprendimiento de la espada.

Sebastián Castella se estrelló con un burraco más altón que, cuando perdía la inercia de la distancia concedida en los principios de serie, se dormía en la suerte y se defendía sin haber terminado nunca de humillar. Castella alargó la porfía siempre con los cabezazos que enganchaban y deslucían como respuesta.

Paco Ureña se inventó una faena de puro temple con un cuvillo feo, recortado y acarnerado. En su interior una cierta bondad ayuna de fuelle. Ureña supo tratarlo con suavidad, esperarlo, dosificarlo en tandas necesariamente cortas. La magia de la despaciosidad, los tiempos otorgados y la virtud del sitio pisado. Desde el prólogo que no fue prólogo directamente con la izquierda. Hay una pureza en Ureña que supera su estética. La manera de despedir la embestida detrás de la cadera. Como perlas brotaron pases de pecho y cambios de mano de sentida lentitud. El epílogo de ayudados por alto, un pase del desprecio y un obligado a la hombrera contraria elevaron aún más el espíritu y la comunión con la plaza. La rectitud de la estocada algo delantera amarró una oreja de justicia.

A las notables condiciones del serio cuarto, a su humillación superlativa, les faltó poder para desarrollarlas. Sebastián Castella explosionó la faena con un lío de los suyos. Y luego quiso jugar a favor del cuvillo, que ni con los metros, espacios y tempos, fue a más.

Ureña estuvo hecho un tío con un quinto despegado del piso y desabrido de derrotes y tornillazos. Genio desatado. Importante de verdad el lorquino para hacerle las cosas por debajo de la pala del pitón, evitar los violentos ganchos y perseguir la limpieza. Y valiente a carta cabal. Como si fuera bueno, se colocaba el tipo. Tanto que por momentos el cuvillo parecía entregado a la causa ¡Quia! Los pitones volaban al rostro en cuanto se descuidaba. La Puerta Grande engrasaba sus goznes. Paco Ureña cometió el error de prolongar por demás la faena, y en esa prórroga innecesaria sobrevino un volteretón espeluznante. Milagrosamente incruento. A la hora de matar, un descomunal testarazo reventó el volapié. La estocada cayó baja. Y fue necesario el descabello. La ovación final reconoció la autenticidad brutal del torero que Madrid ha adoptado como suyo.

El último toro cerraba el cupo de cinqueños de la desigual corrida de Cuvillo. Otras hechuras. Y otro comportamiento. El lote de la tarde para Luis David Adame, que arrancó de rodillas la obra. A izquierdas el recorrido notable y los naturales de mayor nota del mexicano, cargada ahora la suerte. Faltó fondo en el cuvillo para finalizar todo lo bueno que apuntaba. Y Adame se arrebató y se arrimó a tumba abierta. Entre espaldinas y bernadinas finalmente. El acero arruinó lo conseguido.

ABC

Por Andrés Amorós. La verdad torera de Paco Ureña en la Feria de Otoño

Yendo hacia la Plaza, veo, en muchos balcones, la bandera roja y gualda: es la expresión de un patriotismo absolutamente legítimo, que se siente humillado por el independentismo catalán. En Las Ventas, un anillo de banderas españolas ciñe el coso: es algo tan natural, tan lógico, que casi ni lo advertimos. Si no estuvieran prohibidas las corridas de toros en Barcelona y se colocaran, en su hermosa Plaza, estas mismas banderas, dirían algunos que se trataba de una provocación fascista. A este lamentable disparate hemos llegado: cuando un pueblo se quiere suicidar, no es fácil impedirlo…

La ausencia de Antonio Ferrera es un golpe duro para la Feria de Otoño. Le sustituye Paco Ureña, que corta una oreja. Los toros de Núñez del Cuvillo tienen movilidad y casta; destacan primero, cuarto y sexto.

Castella sigue fiel a su estilo impávido, en una tarde muy gris. El segundo protesta, pega cabezazos: se suceden los enganchones. En el cuarto, muy noble, da muchos pases pero sin sentimiento. Prolonga y mata mal: aviso, en cada uno. Cañabate hablaba de los toreros funcionarios; Verlaine, de la «languidez monótona» de los violines del otoño.

La exigencia de Madrid. Confirma la alternativa el mexicano Luis David Adame, hermano menor de Joselito. En San Sebastián y Salamanca, ha mostrado gran entrega. En el primero, muy bueno, despliega su repertorio pero los exigentes le afean la colocación: en muchas Plazas, hubiera sido una faena de oreja; aquí, sólo división. Es la exigencia de Madrid. Se sobrepone en el sexto, serio, con movilidad. Muestra capacidad y recursos, además de valor, en un trasteo emocionante, metido entre los pitones, pero falla con la espada: una digna confirmación. Ha de madurar pero tiene condiciones.

Sustituye a Antonio Ferrera otro diestro querido por esta afición, el murciano Ureña. A pesar de que no le toca el mejor lote, da una tarde de toros notable. El tercero, protestado, es bondadoso pero apagado, transmite poco. Dibuja Paco muletazos muy templados, aguanta parones y se vuelca, con la espada: justa oreja. El quinto se crece, en el caballo, pero saca genio, pega cabezazos. Ureña tarda en cogerle el aire pero acaba consiguiéndolo, en un trasteo desigual pero de mérito. Se equivoca al prolongar y lo paga con una voltereta. Otro porrazo recibe al matar, muy derecho.

Se ha ganado a pulso Ureña el cariño de Las Ventas. Su toreo transmite una verdad auténtica, sin teatro alguno, con una ingenuidad casi conmovedora, a veces, pero buscando siempre el toreo clásico. Con su gesto serio, que parece el de un nazareno, sigue avanzando hacia la cumbre. Lo esperamos el domingo, con los toros de Adolfo Martín.

Posdata. Después del 18 de julio de 1936, la primera corrida de toros, en Barcelona, tuvo lugar el 16 de agosto. La presidió Companys, presidente de la Generalidad, de Esquerra, junto a Maciá. (También estuvieron los dos, una tarde, en el palco presidencial de la plaza de los toros sevillana). Después del cuarto toro, arengó al público: «¡Luchad por la libertad!» Ya se ve cómo le han hecho caso, usando su libertad para prohibir los toros e intentar romper España.

La Razón

Por Patricia Navarro. Ureña, por lo civil o lo criminal

Zarpazos de ilusión nos daba Paco en el ocaso de la faena. Ya con la espada, todo vendido, el partido jugado, vencido, gozado, disfrutado, iba la faena con lentitud, era una búsqueda, ansiada, porque Madrid es mayúsculo, porque Madrid vuela, porque Madrid araña en las noches de invierno, y duele en las primaverales de ausencia y antes de hundir la espada era quizá su ahora o nunca. Seguía Ureña en modo búsqueda. No dejaba atrás el mundo de las rotundidades aunque siempre las buscó. No se trataba de eso. Era el tercero un toro con nobleza, franco en el encuentro y hasta el final y con mucho ritmo en el viaje. Calidad. Tenía un pena. Un debe. Y era la falta de empuje que se traducía en sosería. Y ahí penaba Madrid. Ureña lo toreó desde el principio como quien le apremia la necesidad. Por naturales en el centro del ruedo. Y quiso estrujarse con el toro con esa cadencia, ese punto forzado, incluso desubicado, pero era como un encuentro, con su público, con el toro, buscaba el chispazo que prendiera la magia. Al natural, de uno en uno, no aguantaba otra cosa el Cuvillo, el temple y al final los pases más gozosos y más gozados, antes de volcarse en la suerte suprema. Y Madrid fue suyo de nuevo. Y el trofeo también.

Una paliza se llevó con el quinto. Un exceso. Engañaba la movilidad y prontitud del toro, porque luego lejos de empujar en la muleta protestaba. Intentó defender el murciano la faena con sus mejores argumentos aunque le quedó un trasteo muy desigual, cada muletazo, cada tanda, tenía un color distinto. Pero Ureña estaba ahí con entrega absoluta para darse a Madrid y al toreo, por lo civil o lo criminal. Sufrimos de mitad de faena para adelante. Cuando le cogió de manera descomunal. Se salvó de puro milagro. Y otro más sumó cuando se encunó y quedó colgado del pitón en la suerte suprema. Fueron momentos angustiosos. Rozando lo dramático. Salió a saludar con el cuerpo ileso de purito milagro. Ido. Y en pie.

“Asturiano” salió al ruedo para desafiar los límites de la tauromaquia. Tenía tantos matices que era complicado enmarcarlo. Tuvo la prontitud entre sus virtudes y la capacidad de tomar el engaño con mucha humillación en el primer tramo; no quería viajar largo después, protestaba con aspereza. Castella le recibió con dos pases cambiados por la espalda, muy explosivos pero este era de torear, de poderle, un duelo que no pasaba más por el toreo fundamental que por los adornos. Castella no volvió la cara, intentó por un pitón y por el otro, pero no acabó de fraguar una estructura a la faena. Bronco y sin continuidad fue el segundo con el que armó el francés una labor voluntariosa.

“Esparraguero” fue noble, repetidor y de buen juego. El de la confirmación de alternativa del mexicano Luis David Adame. El Cuvillo. No se alienaron los astros ni palpitó Madrid a ritmo de ranchera. El matador impuso voluntad, pero pecó de falta de ajuste en ese toreo que quería ser pero descargaba la suerte con la pierna de fuera y no acababa de cuajarse. Optó por las cercanía Adame y el toro cantaba sus bondades en la distancia. Los misterios del toreo. No hay patrones que funcionen igual para todos los toros. Se hizo con el público con el sexto, aunque no con la espada. Fue toro cómplice y bueno. Más centrado, ligó las embestidas del toro en primera instancia y las cortó, a pesar de que el toro se venía con prontitud, para imponerse en las cercanías. Con la espada desplomó la conquista madrileña.

madrid_290917.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:23 (editor externo)