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Plaza de Toros de Las Ventas

©Imagen: El francés Sebastián Castella saliendo a hombros por la Puerta Grande de Las Ventas / Rubén Mondelo

Miércoles, 30 de mayo de 2018

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Garcigrande Domingo Hernández (3º) (2º bis) de Valdefresno - desiguales de presentación, flojos y descastados en líneas generales a excepción del sexto - (inválido y deslucido el primero, manso y parado el segundo, parado el tercero, el cuarto, deslucido el quinto y con movilidad el sexto)

Diestros:

Enrique Ponce: de corinto y oro. Estocada rinconera (leve petición y saludos). En el cuarto, pinchazo y estocada desprendida (saludos).

Sebastián Castella: de azul marino y oro. Pinchazo, sartenazo, pinchazo, otra media estocada baja y trasera y descabello. Dos avisos (silencio). En el quinto, gran estocada (dos orejas).

Colombo: que confirmó alternativa. de azul pavo y oro. Pinchazo y estocada (silencio). En el sexto, estocada (silencio).

Incidencias Parte médico de Sebastián Castella: Herida por asta de toro en la cara lateral parte posterior del pie izquierdo. Contusiones y erosiones múltiples. Pronóstico reservado. Pendiente de estudio radiológico. Fdo. Dr. García Leirado.

Entrada: 23624 espectadores

Imágenes: https://t.co/e4QofbHbbt

Video: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus/multimedia/20185/29/20180529230347_1527628012_video_2096.mp4

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista. Puerta grande de Castella con una mansada de Garcigrande

El francés es premiado de manera excesiva con el doble trofeo en el quinto, y sale a hombros por quinta vez en su carrera. Colombo anduvo desorientado en su confirmación y Ponce sin opciones.

Goles son amores y no buenas razones, debió pensar alguno. Más que goles… orejas. Porque la mansada de Garcigrande, - sin hablar de su anovillada presentación, fue de época. Las Ventas convertida en una plaza de segunda, que los días de clavel se entremezcla con el público festivalero y orejero (el del gin tonic) con el de todos los días, ese que pasa por taquilla y se deja ver por la plaza de Marzo a octubre. Fueron los del gin tonic, una vez más los que premiaron de manera excesiva a Sebastián Castella con las dos orejas, una faena de mucho valor y poder del francés, pero con el toro moribundo. El medio toro. Al que Sebastián obsequio en una faena de tiralíneas y pegándose el arrimón de manera incansable y despachándolo de un estoconazo. Bastan estas líneas para decir que Castella se llevó un feísimo revolcón con cornada incluida en la parte posterior del pie izquierdo en el inicio de faena al ser literalmente arrollado. Se recompuso, y sacó el manual para tapar su lamentable actuación anterior, donde no sólo no consiguió tapar defectos al de Domingo Hernandez sino que encima estuvo por debajo, y dio el sainete con la espada. Aunque para desvarío el del Presidente otorgando sin contemplaciones una puerta grande de chocolate, lo que debió de ser premiado con un solo apéndice. Las Ventas convertida en plaza de segunda. Como tantas tardes.

La tarde estaba para la puerta grande. La plaza llena, el encierro de Garcigrande tras el indulto de Sevilla de “Orgullito” y el regreso del hijo prodigo: Enrique Ponce, lo que hacía pensar en una tarde de vino y rosas hasta que al de Chica le salieron dos asquerosos toretes, de nulo juego con el que para colmo anduvo por debajo, y no dictó el magisterio que se prevía. Y es que de Ponce es sabido su oficio de alturas y distancias, pero tras lo visto en su única tarde en el abono se le pasó por alto. El segundo un inválido pregonado fue devuelto. En su lugar, salió un sobrero de Valdefresno. Manso de carretas con los que el Ponce de otras tardes hubiera sobado y trajinado hasta límites insospechados. Lejos de la realidad, abusó de distancias en una labor larga y vacía, donde se pegó el arrimón cual novillero con otro toro moribundo dejando un bajonazo de época. Para colmo le pidieron la oreja y salió a saludar una ovación. Peor aún estuvo con el cuarto, otro toro sin clase ni celo que le compuso una faena deslucida y sin corregir la desclasada embestida. Otro bajonazo y vuelta a saludar. Ni fue su tarde, ni tampoco estuvo.

Más nervioso que de costumbre estuvo Jesús Enrique Colombo en la tarde de su confirmación - la única del abono, donde estuvo poderoso en banderillas como bullidor con las telas. Se empachó de toro con el sexto y se equivocó de planteamientos, siendo superado en muchos compases. Fue silenciado con el toro de su confirmación, un toro desclasado y sin humillar que pasó sin apuntar nada. Con el sexto, estuvo a contracorriente y volvió a ser silenciado en una tarde de reventón, pero sin toros.

El País

Por Antonio Lorca. Milagros en Las Ventas

Los milagros existen y más de 23.000 personas fueron testigos directos de varios. Parece científicamente inexplicable que Sebastián Castella recuperara la verticalidad y la conciencia después de la muy aparatosa cogida que sufrió cuando capoteaba al quinto de la tarde. Estaban ambos en el centro del ruedo, trataba el torero de parar a su oponente cuando el animal se quedó corto en una embestida por el pitón izquierdo, elevó la cara, enganchó el cuerpo del toreo por el cuello -esa fue la impresión primera-, lo zarandeó dramáticamente en el aire, lo lanzó contra el suelo y allí lo buscó con furia mientras los compañeros corrían en su ayuda en una distancia tan corta como inalcanzable.

Desmadejado e inmóvil quedó Castella en la arena cuando las asistencias lo recogieron y la impresión en la plaza es que acababa de asistir a un gravísimo percance. Lo trasladaron a toda prisa hacia las tablas, y allí, para grata sorpresa de todos, el torero francés se deshizo de las asistencias, probó el agua milagrosa por el cogote, el mozo de espada le vendó el pie izquierdo (el parte médico posterior señaló que había sufrido una herida de pronóstico reservado en esa extremidad y contusiones y erosiones múltiples) y en un par de minutos estaba de nuevo en la cara del toro.

Momentos más tarde, otro milagro. Ese animal que a punto estuvo de segarle la vida a Castella le ofreció un torrente de dulce nobleza, y el torero, empujado por unos tendidos sobrecogidos aún por la cogida, comenzó de rodillas en el tercio, dibujó una emotiva faena de suaves muletazos por ambas manos -el torero, transfigurado, y el público entregado-, y cuando acabó de una buena estocada paseó el excesivo premio de dos orejas que le abrió la puerta grande. Cómo cambia el panorama una voltereta…

Y hubo un tercer milagro. Ese mismo torero que tuvo la dicha de ver a hombros la calle Alcalá ofreció una pésima imagen ante su primer toro, que acudía de largo al cite y repetía en busca de un muleta con mando. Se dejó arrollar Castella, embistió entonces el animal con la cara alta, y toda su labor fue desordenada, deficiente y sin ideas. Para colmo de males, escuchó dos avisos. ¿Dónde estuvo el milagro, entonces? Pues que Castella no escuchó la gran bronca que merecía y todo quedó en un injusto silencio, prueba de la escasa exigencia que desde hace tiempo es santo y seña de esta plaza.

Enrique Ponce había manifestado su intención de abrir por quinta vez la puerta del triunfo, pero no lo consiguió porque sus toros, esos que elige con tanto mimo y tan bien entiende como enfermero jefe de la torería actual, no se lo permitieron.

¡Cómo quiere el respetable a este torero…! En lugar de exigirle un mayor compromiso con la fiesta, jalea todo cuanto hace y parece estar asistiendo a una gran obra de arte cuando Ponce acaricia y anima a un toro mortecino y con aspecto enfermizo como era su primero.

Con bravura y fortaleza se comportó el cuarto en el caballo, donde lo picaron en exceso. Quizá, por ello, se defendió en la muleta y su viaje fue tan corto que impidió el lucimiento del torero. Y Ponce mostró su enfado; primero, golpeó la muleta con el estoque simulado y, tras machetear a su oponente, le dio una colleja en el pitón derecho por su mal comportamiento. Y la gente, aplaude que te aplaude…

El joven venezolano Colombo, que confirmó la alternativa, fue el convidado de piedra. Es un torero poderoso y estos no eran sus toros. Birrioso y adormilado fue su primero, con el que se mostró incómodo y fuera del escenario, y no lo pudo arreglar en el sexto, que lo desarmó hasta cuatro veces, y no se halló a sí mismo. A sus dos toros los banderilleó con suficiencia.

¿Y la corrida? Moderna; presentación deficiente, mansa, a excepción del cuarto, descastada y agotada. Y noble muy noble, como gustan a las figuras.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Emotiva Puerta Grande a la hombría de Castella

Hay tardes señaladas por un nombre propio. Y ésta era la tarde de Enrique Ponce, el regreso del Minotauro a Madrid 362 días después de su última Puerta Grande. Que fue también la fecha -2 de junio de 2017- en que Domingo Hernández tomó antigüedad con una monumental corrida de toros, las más redonda por dentro y por fuera de todo San Isidro. Los ojos del ganadero vivieron la felicidad de la gloria venteña por primera y última vez antes de apagarse en invierno. Ponce volvió a tirar de la taquilla este miércoles hasta colgar el “no hay billetes”. Como entonces padrino de una confirmación. Jesús Enrique Colombo por Varea en la ceremonia. Y los toros de Garcigrande de nuevo por testigos. “Fanfarrón” le tocó en suerte a Colombo. Número 71 y 599 kilos. Negro listón chorreado. Para los amantes de las efemérides. Bajo, cornialto, tocado arriba de pitones y estrecho de sienes. Una hermosura vacía. Desde que pisó la arena su pobre celo, sus idas fugitivas, la distracción manifiesta, el modo de vencerse extrañamente cruzado hacia tablas -raros los estrellones desenfocados-, anunció su mansa condición. Y en algún momento sembró la duda de estar reparado de la vista. Lo del caballo fue sólo la pose de acudir y empujar -un accidente el derribo- con un solo pitón. Por los dos banderilleó atléticamente Colombo al cuarteo. Y en último par al sesgo. No hubo más, tras doctorarse, que la desencelada mansedumbre. A su bola.

Estrepitosamente descoordinado salió el escurrido segundo de Garcigrande. Que pedía a gritos la devolución con su baile de San Vito. Un cinqueño sobrero de Valdefresno se hizo presente con sus hechuras concentradas, su badana como quilla de barco y su morrillo de astracán. Acapachado y chato. Su abanta y fría salida la centró Mariano de la Viña a la antigua usanza. Cuando los peones paraban los toros. Enrique Ponce lo enredó en verónicas camperas en los medios. Del capote de Ponce cayó con cadencia una media bonita en el quite. Quedó el de Valdefresno con una bondad mansita. EP desplegó su estética genuflexa bajo el “7”. Inmenso el cambio de mano basculando. El viento dañó el temaye. La cierta clase dormida de la embestida requirió necesariamente series cortas. Desmayadas y suaves sobre la derecha. Eolo se entrometió tanto que el sabio de Chiva optó por cambiar los terrenos. Diametralmente opuestos. Entre el “1” y el “10”. Allí quiso dibujar el natural. No admitía más de dos. Entre dos y dos, sumaron cuatro de pulso y trazo. Y, entre tanto, un desarme. La faena se extendió por demás con la causa acabada. Agarró una estocada fulminante. Que llegó a hacer flamear pañuelos de cariño. Enrique recogió la ovación con reverencial gesto.

Sebastián Castella se enfrentó con otro toro con los cinco años cumplidos. De notable y serio trapío. De Domingo Hernández. No fácil por su descompuesta embestida. Desabrida de cabezazos y tornillazos. A dos velocidades. Lo que en principio se presentía con esperanza, por el bello prólogo rodilla en tierra, se contagió del desorden del toro. Y Castella se perdió apretando los dientes en un mar de derechazos. Encasquillados y complicados, cada vez más, por las arrítmicas y geniudas acometidas. La resolución con la espada no le fue a la zaga. Una tempestad de sartenazos acarreó dos avisos.

Las cortas manos del cuarto, un zapato de acodada cornamenta, la usó siempre para frenarse. Enrique Ponce se justificó con el mal estilo, se tragó un par de pitonazos en mitad de la suerte y apuró todas las nulas opciones. A toro parado el arrimón. Exprimido el tiempo. Despenó al garcigrande de pinchazo y estocada desprendida. Otra ovación de respeto.

El quinto arrolló a Sebastián Castella con toda la fuerza íntegra de salida. Un atropello brutal. Por el mismo pecho. Una voltereta fraccionada. En el aire los hachazos, las subidas y bajadas, la caída a plomo. En el ruedo quedó tendido, desmadejado, Castella. Un milagro que sólo en su pie izquierdo hubiese la sangre. Una vuelta a la vida. Un renacimiento trágico. El aterrador percance frenó las protestas hacia el escaso perfil del toro. Que confirmaba la disparidad de hechuras de la corrida de Garcigrande. Le Coq se recompuso sobre su raza. Y de rodillas prologó la faena. Sobre la izquierda. Penitente y por naturales. Con dos cojones. En el toro habitaba una clase mayúscula. Y un estilo envidiable. SC renació de sus cenizas. Sobre la mano derecha los derechazos surgieron tersos, ligados, lentos. Las tandas se compactaban asentadas con la calidad de “Juglar”. Cuyo canto duró esas dos rondas. El empuje se avino a menos. A pulso el irreductible galo ya.

Crecido en esos terrenos de fuego que son su hábitat. En las distancias cortas. Una espaldina sumó emotividad. La emotividad que corría como un reguero de pólvora. Incendiando Madrid desde el volteretón. Todavía. El volapié fue bárbaro. Perfecta la estocada. La pañolada cuajó por el héroe reconstruido. Una oreja. ¡Y otra! La Puerta Grande descerrajada por el cañonazo y la hombría. Sobre todo, eso. Celebrada la gloria, Sebastián Castella marchó por su propio pie a la enfermería.

No valió el último. Colombo banderilleó con potencia. Y ya. Los planteamientos de ansiedad no solventaron la triste nota brava del toro. Náufrago entre tanto desarme. Un espadazo quedó al menos en su haber.

Del quirófano volvió Castella como antes había vuelto a la vida. El pórtico de la calle de Alcalá esperaba. Por él se fue.

ABC

Por Andrés Amorós. Cogida y Puerta Grande de Castella en San Isidro

Al recibir con el capote al quinto toro, Sebastián Castella sufre una fuerte voltereta, parece que está herido; le vendan el tobillo, vuelve al toro, hace una faena de quietud, en un ambiente de gran pasión, se vuelca en la estocada y corta dos orejas. Sin triunfo, Enrique Ponce lidia con su maestría singular a dos mansos: uno, suave; el otro, brusco. Confirma la alternativa el venezolano Jesús Enrique Colombo.

Los toros de Garcigrande no dan el juego esperado: mansean, no son fáciles, salvo el quinto. Por quinta vez en la Feria, se ha puesto el cartel de «No hay billetes»: esta tarde, sobre todo, por ver a Ponce, en su única actuación. (¿No es jugarse demasiado apostarlo todo al albur de una tarde?).

Colombo fue el novillero triunfador de la pasada temporada; está pasando ahora el habitual «purgatorio», después de la alternativa. Es un diestro decidido y variado. Esta tarde es decisiva para su futuro. En la triste situación que atraviesa su tierra, en la que hay muy buenos aficionados, sería una feliz noticia y un consuelo su éxito: «Que saliera ahora una figura, en Venezuela, sería un premio de la lotería», me dice Gonzalo Santonja.

En el primero, banderillea con espectacularidad. El toro acude al caballo dos veces más, después de cambiado el tercio, pero se apaga pronto: es un «Fanfarrón» que, como otros, se queda en casi nada. Le reprochan la colocación. A la segunda, agarra la estocada. En el último, vuelve a arriesgar en banderillas (el par al quiebro recuerda a su paisano Morenito de Maracay), brinda de nuevo al público y se entrega por completo, pero los desarmes, de rodillas y de pie, deslucen la faena. Se vuelca con la espada.

Castella vive esta tarde las dos caras de la moneda. El tercero es un «Dardo» que no va como una flecha, cabecea, protesta. Con oficio, liga algún muletazo pero los enganchones hacen que se diluya la faena, la prolonga y mata muy mal: dos avisos. En los lances iniciales al quinto, recibe una fuerte voltereta, con sensación de un percance grave. Asume la lidia Ponce mientras se repone, en la barrera, y le vendan el talón izquierdo, herido. Vuelve al toro descalzo y vendado. (Se luce mucho Viotti). Encadena siete muletazos de rodillas, tragando mucho, que ponen al público en pie. El toro resulta ser el único bueno de la tarde, un «Juglar» que canta con la clase de un trovador. Sebastián se queda quieto, aguanta con firmeza las embestidas; cuando el toro se para, recurre al encimismo. Entra a matar «a sangre y fuego» (el título de Chaves Nogales): la emoción del momento provoca que se concedan las orejas. Después de pasar por la enfermería, sale a hombros.

Para el que sepa apreciarlo, Ponce dicta dos lecciones magistrales con dos mansos: el primero, suave, de Valdefresno; el segundo, brusco, de Garcigrande. Da gusto ver cómo estudia a los toros, cómo les da la lidia adecuada, de comienzo a fin. En el segundo, destacan unos doblones extraordinarios, que unen mando y estética; lleva al toro imantado, liga muletazos desmayados, dibuja naturales y cambios de mano; cruza limpiamente, en la estocada. No se le puede sacar más partido a este toro. En el cuarto, brusco y complicado, que le pone varias veces los pitones en la cara, le demuestra quién manda, lo lidia por la cara -como se ha hecho siempre, con estos toros- y se adorna cogiéndole el pitón, como hacía Domingo Ortega. ¿Algún otro torero hace esto, hoy en día? Me temo que no. Ver a un maestro lidiando a un toro manso es un hermoso espectáculo, aunque buena parte del público actual no sepa apreciarlo.

La Razón

Por Patricia Navarro. Castella se olvida del cuerpo y entrega la vida

Volaban las muñecas del capote, se mecían, buscando el compás, los tiempos, el ritmo, los vuelos, todas esas pequeñas cosas en las que vive y muere el toreo. La normalidad. Andábamos deshaciendo el nudo que nos había hecho Ponce con el toro anterior. En su única tarde. Una. Compromiso cien. Pidió el cuarto los papeles del valor, los muslos al servicio del toreo, otra vez, 28 años después de convertirse en matador. Y el matador fue. Andábamos en eso y en el despertar de las emociones, ajustándolas, ubicándolas en el tiempo y espacio en esto del toreo que anda tan distante del tiempo y espacio real. Gracias a dios en otra realidad. A veces pura. Y ahí. Fue justo ahí cuando nos sobrevino el atropello. Eso no fue una colada… No es minimizable. El quinto toro de la tarde pasó a Sebastián Castella por encima, zarandeado, por aquí por allá. Arriba. Abajo. Sin previo aviso. A contramano. Bárbaro y trágico el momento. Aquel tsunami nos arrancó las emociones para dejarnos sin aliento y a pesar de los 24.000 se nos hizo el silencio. Descompuesto el torero. Encontrándose en su cuerpo maltrecho, sangraba del pie izquierdo, no sé si recompuso antes los músculos o el alma, pero vendaron fuerte aquello para que no sangraran y aguantar… Y la raza del torero hizo el resto. Emoción de la que no se vende a borbotones. De rodillas el comienzo de muleta, al natural ahí también, de contener la respiración. Exprimió las arrancadas del toro después que fue noble y con ritmo y cuando se vino abajo el animal hacía tiempo que el diestro francés se había crecido. Más allá de los detalles técnicos, fue una de esas faenas vividas con mucha intensidad por la épica del momento, la entrega y la verdad. Momento estelar llegó después. En esa suerte suprema que fue mayúscula. Derecho, encunado entre los pitones. Forzado a matar o morir. Resolvió la espada en el hoyo de las agujas. Emocionante final para una faena que hace grande la tauromaquia. Hay días que los toreros se abandonan al sentimiento de torear, Castella fue capaz de olvidarse del cuerpo y entregar la vida al toreo. Cumplía su quinta Puerta Grande.

Fue Ponce el que había toreado justo antes un toro con muchas dificultades y lejos de volver la cara, se jugó la barriga como si pendiera de esa faena su futuro. Amor propio. Quiso con un segundo, sobrero de Valdefresno, que tuvo ritmo y nobleza, pero le faltó final. La estocada fue soberana. Y la raza que sacó después, el torero.

José Enrique Colombo confirmaba la alternativa en un cartelazo y su primero no fue demasiado cómplice y deslució la faena más allá de un buen tercio de banderillas. El sexto sí tuvo más opciones y a Colombo le pasó por encima la tarde. Dos titanes había tenido al lado.

Castella salió de la enfermería para gozar esa Puerta Grande. Antes se las había visto con un tercero muy pronto y con acometividad de los que son difíciles de resolver en Madrid. Se le ensució mucho la faena y no fue buen trago. Vino la recompensa después. A hombros por esa puerta inmensa. La de los sueños, los desvelos. Esa que dicen que por mucho que se sufra, por el acoso de la gente que quiere tocar, arrancar, casi desnudar al torero mientras cruza el umbral venteño… Por esa se sigue matando en vida. Denme esta vida de locos. Que se olviden los cuerdos. Por ahí se fue arropado el torero. El toreo.

Madrid Temporada 2018.

madrid_300518.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:22 (editor externo)