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Plaza de Toros de Las Ventas

Martes, 31 de mayo de 2016

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de la ganadería Saltillo (regularmente presentados, mansos y peligrosos. El 4º fue condenado a banderillas negras).

Diestros:

Sánchez Vara: de verde manzana y oro. Silencio y silencio.

Alberto Aguilar: de nazareno y oro. Silencio y ovación.

José Carlos Venegas: de blanco y oro. Ovación tras tres avisos y palmas.

Entrada: tres cuartos de entrada.

Galería de imágenes: http://www.las-ventas.com/noticia.asp?codigo=7128

Video: http://bit.ly/25ze0VM

Crónicas de la prensa:

El País

Por Antonio Lorca. Toros del XIX y un torerazo de hoy

La plaza de Las Ventas se introdujo en el túnel del tiempo y apareció una corrida de mediados del siglo XIX, con toros de Saltillo, ganadería preferida por El Chiclanero, Lagartijo, Frascuelo y Cara Ancha, entre otros. Lo que se vio fue una película de terror en la que tomaron el protagonismo seis toros cárdenos de correcta presentación y sin aparatosos pitones que se hicieron dueño de la situación, asustaron con toda razón a las cuadrillas e impusieron su ley cual forajidos armados hasta las cejas.

Seis toros mansos de solemnidad que topaban en lugar de embestir, huían de los caballos, daban arreones de miedo cuando atisbaban una presa, acudían al bulto, la cara siempre por las nubes y buscaban con más que aviesas intenciones a todo lo que se moviera. Toros sencillamente intoreables en el siglo XXI.

Nadie, ningún torero del escalafón actual ni de escalafones precedentes, está preparado hoy día para salir airoso de un trance tan complicado. Porque el toreo de hoy nada tiene que ver con el que emocionaba a los españoles del XIX, ni los toreros actuales están preparados para empresa tan complicada.

Así las cosas, vaya un reconocimiento de respeto y admiración a todos los de oro y plata que ayer, mal que bien, salieron airosos del compromiso. La mejor noticia de la corrida, sin duda alguna, es que todos los toreros abandonaron la plaza por su propio pie y cenaron en sus casas o en el hotel, porque lo que se masticó toda la tarde fue el drama anunciado o la tragedia, que, felizmente, no se produjo.

Nadie se aburrió; claro que no. Como para aburrirse cuando un grupo de hombres se estaba jugando literalmente la vida en un empeño en el que nada tenían que ganar más allá de un sueldo con el miedo metido en el cuerpo y el sudor de su frente.

A José Carlos Venegas le echaron su primero al corral después de escuchar los tres avisos; pues quede claro que ese toro se le queda vivo a todas las figuras de la modernidad. Sorteó estampidas entre los dos picadores, huyó de los capotes, no supo lo que era humillar, buscaba el cuerpo del muchacho y puso todas las dificultades imaginables a la hora de la suerte suprema. Y lo más sorprendente es que, tras una media y una estocada hasta la empuñadora enfiló el camino de chiqueros como si tal cosa, más vivo, si cabe, que cuando salió. Venegas intentó recuperar la dignidad ante el sexto, cortísimo de embestida, se jugó el tipo con sinceridad, y le robó algunos muletazos estimables.

Sánchez Vara mató sus dos toros y adiós muy buenas. Pasó desapercibido ante su primero, que anunció lo que había en los corrales; y el cuarto, que fue condenado a banderillas negras, topaba con evidente maldad.

Los ‘mejores’ toros del festejo le tocaron a Alberto Aguilar; tanto es así que brindó su primero al respetable y le robó algunos naturales antes de que el animal lo pusiera en serios aprietos. Sobre la mano derecha citó al quinto, y se le jalearon redondos estimables en los que brilló más la disposición del torero que la calidad, porque no podía ser de otra manera.

De todos modos, si todos los que hicieron el paseíllo merecen figurar en un cuadro de honor -incluidos los picadores, que fallaron estrepitosamente ante toros imposibles de picar, y quienes huyeron de los terrenos comprometidos para salvar el físico-, sobresale por encima de todos un subalterno llamado David Adalid, que ofreció una lección magistral de torería excelsa con las banderillas en las manos. Aguantó el arreón del tercero, que se le arrancó como un fórmula uno y le clavó un par de categoría; pero más impresionante fue el segundo, de auténtico maestro heroico, asomándose al balcón y dejando los garapullos en todo lo alto. Volvió banderillear al sexto y el segundo par fue, otra vez, excepcional.

¿Por qué está Adalid desaparecido cuando es un torerazo que dignifica la tauromaquia? Un gran misterio. Ayer, por dos veces, la plaza en pie le vitoreó emocionada y conmovida.

ABC

Por Andrés Amorós. Durísima corrida de Saltillo en San Isidro

Desastre ganadero total: una corrida de Saltillo/Moreno Silva durísima, complicada, muy peligrosa. Sería muy fácil hablar del circo romano, de toros que parecen sacados de las terribles capeas que denostaba Eugenio Noel, de morlacos propios de fines del siglo XIX o comienzos del XX… y malos. Muchas tardes me quejo de los toros flojos, descastados, bobalicones, sin emoción. Ése es el pan nuestro de cada día, por desgracia, pero tampoco queremos irnos al extremo opuesto, con dos toros, tercero y cuarto, prácticamente ilidiables. Aunque Alberto Aguilar ha escuchado dos avisos y Venegas ha visto volver al corral al tercero, los tres diestros han estado dignos. (No se puede decir lo mismo de algunos picadores). Y el banderillero David Adalid ha puesto al público de pie, con su gallardía.

Retrocedamos un poco: el nombre mítico Saltillo designa a uno de los encastes originarios, la raíz de tantas ganaderías españolas y mexicanas. Los de esta tarde son de la formada, hace sólo tres años, por Joaquín Moreno Silva, que lidió aquí, el pasado 13 de septiembre, una gran corrida, en la que cortaron trofeos dos de estos matadores, Sánchez Vara y Venegas: se ganó el verse anunciado en San Isidro. ¿Por qué ha habido un cambio tan rotundo en el juego de los toros? La verdad, no lo sé. Se fijan algunos en el doble nombre con que se anuncia, Saltillo y Moreno de Silva: ¿obedece eso a una doble rama? Lo ignoro. En todo caso, le espera una dura tarea para remontar esto.

Detallemos un poco. El alcarreño Sánchez Vara celebró el año pasado sus quince años de alternativa matando con éxito nada menos que seis toros de Palha, conoce bien el oficio. Al primero le pican muy mal, cerrándole en tablas (la mala lidia empeora el comportamiento de varios de estos toros pero no es su única causa). Embiste sin fijeza, dormido, con la cara a media altura, se desentiende. El diestro está correcto y logra ligar algún derechazo templado. El cuarto frena y busca de salida, persigue a todos, no tiene ni una embestida. No consiguen picarlo y se le condena a banderillas negras (algo que no sucedía en esta Plaza desde hace casi diez años); se la juega Raúl Ramírez, para colocárselas. Única pega a Sánchez Vara: debía haber comenzado ya con la espada de verdad. Sortea las embestidas y lo caza con habilidad. En su larga carrera, pocas veces habrá toreado un toro semejante.

Vuelve a esta Plaza Alberto Aguilar, dos días después de cortar una oreja a un bravísimo toro de Baltasar Ibán. En el segundo, otra desastrosa suerte de varas levanta la justa bronca. Este toro embiste con cierta clase, aunque no repite, y Alberto logra algunos buenos naturales (por la derecha, no se deja dar ni un muletazo). Pincha y recibe el segundo aviso cuando el toro dobla. El quinto persigue en banderillas, pega arreones. El diestro se pelea con él, mostrando oficio, valor y habilidad: hemos vuelto a la época de Vicente Pastor.

Al jiennense José Carlos Venegas le toca el tercero, una «prenda», que se queda sin picar, embiste como un huracán. Con inteligencia, aprovecha los viajes por la izquierda –el lado potable– pero no logra matarlo. El último no es tan malo pero prueba, derrota, vuelve rápido. Todavía le saca algunos muletazos con notable estilo.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Saltillo: una infumable y montaraz moruchada de talanqueras

¡Ay, las varas de medir! Tanta exigencia para algunos y ninguna para otros. Saltaban los saltillos famélicos al ruedo de Madrid y nadie decía nada. Del desmedido celo por la báscula que ha normalizado el toro de 600 kilos en este San Isidro a transigir con las tablas de planchar de Moreno Silva. Ni una cosa ni la otra. El criterio de la báscula priorizado sobre el criterio del trapío; este martes ni báscula ni trapío. A Millorquito, Mandarín y Luvino daban ganas de tirarles un bocadillo. Animalitos. No pasa nada. Acuérdense de esta corrida, señores veterinarios, cuando se les ponga el filtro inflexible con las novilladas. A los picadores les montaban las escandelera porque picaban malamente. ¡Coño, si no encontraban lomo donde picar!

Luvino, hijo de Luvina, que ni al pelo, oye, para ser sardina, se quedó sin picar con su carita abecerrada coronada por sus puntas. De caballo a caballo y ni modo. Así que en banderillas corría como un galgo. David Adalid le ganó la cara y reunió dos pares en todo lo alto celebrados como la resurrección de Magritas.

El tal Luvino traía una mezcla de mansedumbre y genio. Si lo escriben con be, se sale. La imagen de todo aquello era como viajar a las plazas de talanqueras con ganado de medio pelo. El nervudo bicho se hacía un imposible. Casi se lleva puesto a José Carlos Venegas en un par de coladas descompuestas. Apenas pudo robarle en su huida por las tablas del sol un puñadito de pases sueltos aquí y allá. Una prenda que pasaba como una bala a la altura de la barriga. A Venegas, por cumplir al modo moderno, en lugar de doblarse, machetearlo y darle matarile, le pasó factura: con media estocada tendida el toro se armó, se tapó la muerte y se puso en modo arreón. El chaval perdió un tiempo de oro merodeando al cárdeno en lugar de volverse a tirar con premura. La luz se encendió cuando ya era tarde. Y finalmente cayeron los tres avisos con otra estocada ya dentro pero igual de inocua. Luvino se complicó hasta para Florito. Al chaval lo ovacionaron para insuflarle ánimos.

El espectáculo de cuarta no acabó ahí. Cazarrata salió a continuación con su estampa del XIX como si estuviera toreado. Lo que cazaba eran moscas con el rabo. De una mansedumbre agresiva y montaraz, provocó la condena a banderillas negras. No había quien se pusiera delante. Atacaba al cuerpo como un tigre. Los hombres de plata salvaron el campo de minas entre explosiones. Un trago. A le gente le daba risa. Ya ves. A Vara solo le salvó el oficio de mil pueblos. Ni caso a la muleta. Pronto la espada y, salvada la última oleada al pecho, la estocada. El cuarto de Saltillo fue castigado con banderillas negras.

Al Millorquito anterior de Sánchez Vara se le contaban las costillas literalmente. No humilló, se escupió del peto, se movió distraído. Mil capotazos y otra bronca al piquero en repetidas entradas. La cara siempre por encima del palillo de la muleta del desencelado animal. El oficio curtido de Vara sirvió para matarlo con brevedad.

Otra bronca para Francisco Javier Sánchez, que el hombre no encontraba carne donde hundir la puya. A todo el mundo un rapapolvo menos a la mierda que había presentado el ganadero. Alberto Aguilar se puso por la izquierda, el único camino abordable. Descolgaba un poquito al inicio del muletazo y el resto del tramo lo hacía sin descolgar pero también sin maldad. Aguilar incluso se entretuvo demasiado antes de perderse con la espada.

Se emplazó el quinto en medio de la involución atávica. Al menos éste se había comido el pienso de sus hermanos… El picador tuvo donde agarrarse. Alberto le echó valor con aquellas oleadas. Lo llevó tapado a su altura y a la velocidad de sus muchos pies. Desprendía la emotividad de lo incierto cuando el saltillo escarbaba con la cara entre las manos antes de atacar cada serie. Lo cazó al segundo intento con la espada y todavía fue duro para morir.

La tarde tocaba a su fin. Derribó el último en el caballo por accidente. Y luego hizo sonar el estribo y las puñaladas de sus pitones pasaban por la quijada del equino. Genio una vez más. Y arrancadas descompuestas. Por el palillo de nuevo. Venegas lo solventó por la derecha y por la izquierda aún se tragó algún zarpazo. Al tercer envite se lo quitó del medio.

Fieras corrupias. Feroces pirañas. Mañana todavía alguno hablará de casta. Un salto en el tiempo. Una vergüenza de plaza.

madrid_310516.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:10 (editor externo)