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Plaza de Toros de Las Ventas

Miércoles, 31 de mayo de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Victoriano del Río cuatro cinqueños (1º, 4º, 5º y 6º) con finales rajados, serios y cuajados bueno el 4º.

Diestros:

Miguel Ángel Perera: de gris plomo y oro. Estocada pasada, atravesada y tendida. Aviso (silencio). En el cuarto, estocada (oreja).

López Simón: de grana y oro. Estocada. Aviso (leve petición y saludos). En el quinto, dos pinchazos, media estocada tendida y cuatro descabellos. Aviso (pitos).

Andrés Roca Rey: de corinto y oro. Estoconazo. Aviso (oreja). En el sexto, estocada y tres descabellos. Aviso (silencio).

Entrada: lleno (23.624 espectadores)

Galería de imágenes: https://www.facebook.com/pg/PlazaLasVentas/photos/?tab=album&album_id=1308178209278288

Video: https://twitter.com/toros/status/870013628199600128

Crónicas de la prensa:

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. La soberbia de Roca Rey y la perfección de Perera

Un llenazo inauguró los tres días grandes de San Isidro que esperan. Y un cinqueño alto y montado hizo lo propio con la corrida de Victoriano del Río con todo su velamen a cuestas. Miguel Ángel Perera todo lo pensó a favor del toro: no castigarle en el caballo, jugar con las distancias, no exigir donde no había más que una movilidad engañosa y de escaso celo. Ni se empleó en el peto ni en la muleta. Pasaba. Como pasó en un quite por chicuelinas de Perera. Su prontitud podía conducir a engaño. Varias veces se metió por dentro además. Cuando se rajó, la cosas quedaron claras.

Otras hechuras más armoniosas traía el castaño segundo. Su tranquito en banderillas remontaba su contado poder y delataba su calidad. Especialmente por el pitón derecho. López Simón se puso a torear pronto por esa mano. En tres tandas de hombros caídos, en los terrenos del “4”, el toro si dio con espléndido son. Por abajo viajaba la clase de su embestida. Lo que por momentos prometía la faena, a tenor de la algarabía de los tendidos, se desdibujó en el paso menor por la izquierda. Ni el cuatreño ni Simón volvieron a ser los mismos. O Simón volvió a ser el de siempre. La llamita tenue ya de la embestida todavía valió para un intento de remontada. Luquecinas y manoletinas agitaron a las gentes de sol. Como la estocada en lo alto.

Beato, nombre con historia en la ganadería de Victoriano del Río, se declaró manso en cuanto pisó el ruedo. Huía hasta de su sombra. Tan largo y montado. Cobró los puyazos en el picador que guarda puerta. Y campó a sus anchas por la arena con el inmenso trapío. Roca Rey cumplimentó a Don Juan Carlos y marchó a por Beato a su territorio. Allá en el “5”. La apertura por alto no pareció lo más idóneo para atar al toro. Roca Rey lo intentó en los medios al natural. Pero también se le fue. Como indicándole al peruano los terrenos donde debía ser: en chiqueros. Allí RR se entregó en el toreo al natural, hallando la sorpresa mayúscula, por no vista, de que el toro colocaba la cara y se estiraba a favor de querencia en pos de la muleta. Lenta muleta, toreo de plomo. Atalonado, embraguetado y acinturado el torero. Los naturales brotaban con inacabable largura. Como los oles. Una espaldina avivó el incendio que se extendió también en redondo. Descarado el Cóndor de Perú, enfrontilado y ofrecido. Un estononazo catapultó toda su soberbia. Cayó la oreja con el peso de lo auténtico. La verdad de lo increíble.

Cantapájaros, como el de aquella cumbre del Juli, lucía una perfección de líneas fabulosa. Como cuarto de la tarde y segundo cinqueño de los cuatro que envió Victoriano del Río. Miguel Ángel Perera sintió pronto sus condiciones. Y brindó al público y se arrancó clavado con la explosividad de sus inicios. Los péndulos y el lío prendieron la plaza. Y después y seguido estuvo perfecto. Hundido en su propio temple. La serena rotundidad de los años ligada. Las tandas de cinco y el de pecho. Tan roto y profundo. Amagó Cantapájaros con cantar la gallina. Y entonces MAP lo administró con tiempos. O abundó más en ellos. Dejó que respirase. Y demoró lo inevitable. Un pase de pecho abrochó con rotunda monumentalidad la ronda de naturales. Cuando ya la embestida se rajaba sin remisión. Miguel Ángel de Extremadura hilvanó el final trenzado de la casa. En tierra de fuego la estatua pererista. Como una vela atacó con la espada, que hundió por el mismo hoyo de la agujas. Las Ventas se rindió ante la evidencia. La importancia del trofeo rodó como el toro.

Tito Sandoval se recuperó de un estruendoso derribó con un puyazo mayúsculo. Tanto, que saludó castoreño en ristre. Había apretado el inmenso castaño con su bravura a toda máquina. López Simón principió faena de rodillas casi sobre la misma boca de riego. Impactante la obertura. Como el tranco de Cojito. Joder con Cojito. Marcó el ritmo de un trío de series amontonadas. Por la derecha las tres. La espectacularidad del cinqueño de Victoriano del Río siguió en la mente del público por encima de su final. Que se anunció en la zurda de Simón. Como a toda la buena corrida faltaba final. Camino de tablas, el torero de Barajas portaba el gesto de la derrota. Que se consumó con la espada.

El sexto de amplia cara, el último de los cinqueños de la corrida, careció de ritmo. Y le sobró el gaitazo que soltaba constantemente. Sin entrega. Roca Rey, hostigado de pronto sin saber por qué, lo intentó por una y otra mano. Y resolvió con la fe perdida en el toro.

ABC

Por Andrés Amorós. San Isidro: cabeza y corazón de Andrés Roca Rey

La nueva actuación de Roca Rey dispara la expectación. Las llamadas de amigos preguntando cómo se consiguen entradas son el más claro ejemplo. Torea por última vez en la Feria, igual que sus dos compañeros. Ninguno de los tres tuvieron fortuna en sus anteriores corridas pero los focos se centran en Roca Rey: es el precio que se paga por el éxito. Victoriano del Río ha lidiado una gran corrida, con varios toros excelentes: segundo, cuarto y quinto eran toros para cortarles las dos orejas. Perera y Roca Rey logran un trofeo. El público ha vibrado –¡por fin!– con toros y toreros. Asiste Don Juan Carlos, que recibe brindis de López Simón y Roca Rey (¿por qué no de Perera?).

En solo un año, Roca Rey se ha convertido en un fenómeno, gracias a su valor, que llega a asustar a los públicos. (A veces, ha degenerado en temeridad y ha dado lugar a demasiados percances: algo que no es síntoma de ser un buen torero). Pero es todo lo contrario de un «chalao»: sabe muy lo que hace y lo que quiere; torea al toro y al público con igual claridad. En su anterior corrida, cierto sector madrileño le trató con la dureza que reserva para las primeras figuras: una evidente señal de que ya lo es.

El momento culminante de esta gran corrida se vive en el tercer toro, «Beato» ( como el de la despedida de Esplá). Desde el comienzo, mansea, huye, barbea a tablas. Brinda a Don Juan Carlos. La gente aprecia la dificultad del toro, que tiene movilidad, transmite peligro. Después de algún intento de sacarlo, sigue Roca Rey la máxima de Marcial Lalanda: lidiar al toro donde él quiera; uno tan manso, en chiqueros. Allí se planta, consigue naturales mandones y suaves, le saca todo lo que tiene y lo mata de una gran estocada: justa e importante oreja. El último es el más deslucido de la tarde, protesta, pega tornillazos. Andrés no puede redondear el triunfo pero se justifica, aguantando las embestidas descompuestas.

Desde su último y grave percance, Miguel Ángel Perera no ha vuelto a ocupar el puesto de privilegio que antes tenía. Creo que los públicos le están tratando con cierta injusticia, porque conserva la capacidad y el valor que le llevaron a la primera línea, pero no ha logrado, quizá, «vender» su imagen y suele empeñarse en realizar «su faena», lo permitan o no las condiciones de cada toro. El primero es veleto, suelto, manejable. Tarda mucho en acoplarse y el toro acaba rajándose. El cuarto es un magnífico «Cantapájaros» (como el del triunfo de El Juli). Se luce en banderillas Curro Javier. Acude suave y templado a la muleta de Perera, que logra derechazos lentos y uno de pecho, interminable. Buena estocada: oreja.

Con valor impávido, López Simónlogró entrar en las Ferias; el año pasado, fue el que más toreó y más trofeos cortó; no veo que haya mejorado la calidad de su toreo. Ésta es su tercera actuación en esta Feria: las anteriores, no logró triunfar. Esta tarde, recibe ovaciones pero, con dos grandes toros, no ha logrado ningún trofeo… El segundo flaquea pero embiste con suavidad, humilla. El diestro se planta, muy vertical, se enrosca al toro, que repite incansable. Por la derecha, surgen algunos enganchones. La faena ha sido desigual, comparada con la nobleza encastada del toro. Mata con suavidad (como a veces hace Talavante). El quinto va de largo al caballo, derriba, se luce Tito Sandoval, muy ovacionado, firme candidato a premio. No es «Cojito» sino nobilísimo: humilla, repite, saca motor, va a más; aunque al final se raja, ha tenido magníficas embestidas, que López Simón sólo ha aprovechado en parte. Entrando de lejísimos, pincha.

Siempre me ha gustado ver a los buenos toreros con toros mansos pero encastados: es una buena prueba de su capacidad. Roca Rey la ha superado brillantemente, esta tarde, sin heterodoxias ni tremendismos. Se la ha jugado pero sabiendo perfectamente lo que hacía y teniendo el valor preciso para realizarlo. En el toreo –y en la vida–, el que reúne cabeza y corazón tiene todas las bazas para triunfar.

La Razón

Por Patricia Navarro. ¿Y esto es todo?

En los llenazos se espera, aunque sea por no empezar a desesperar, que la feria nos devora lentamente, tediosamente, que ocurran cosas. Se depositan todas las esperanzas. Abría plaza Miguel Ángel Perera en un cartel de jóvenes, el peruano Roca Rey que arrasa allá donde va y López Simón, que tuvo en su mano tres puertas grandes en esta misma plaza en una temporada y anda en modo búsqueda. Se buscó Perera también con un primero con la virtud de la prontitud, pasaba de largo en la muleta después, era una belleza de toro, reunido de pitones, tocado arriba, brutal. No tenía demasiado poder ni entrega y de hecho el de Victoriano del Río acabó por rajarse al final del trasteo, pero cierto es que antes por no ocurrir no ocurrió nada. Pasaba la vida, el tiempo. Tristeza de feria. A estas alturas lo más novedoso es que Morante de la Puebla, ausente del serial, se pasó por Madrid y ocupó localidad del Tendido Siete para ver el espectáculo. Comprobación de piso sería a dos semanas de hacer su único paseíllo en el ruedo venteño. Después pasaron cosas y entre ellas que la corrida de Victoriano del Río al filo de la mansedumbre embistió. Como ese cuarto que miraba de reojo a tablas pero entre que lo hacía y no iba a la muleta con denuedo, con entrega y con ritmo. “Cantapájaros” de nombre. Buena evocación a la memoria y a la faena de El Juli en esta misma plaza. Eso lo tuvo siempre. Perera lo aprovechó en el toreo diestro, templado y poderoso en las primeras tandas. No logró la misma sintonía al natural, tampoco era lo mismo el toro y después cayó en efectismo con un colofón a espadas que le permitió pasear el trofeo. Fue toro con clase, cantada desde los albores. Medianías en la labor.

Como a “Cangrejero”, que le faltaron fuerzas. O eso nos hizo creer. Pero se las reservó todas para el último tercio. No fue faena larga la que tuvo el toro, pero suficiente para haberle cortado una oreja de esas de 20 y en la mano. De las de made in Madrid. Pero no fue. López Simón nos enseñó el toro. Le vimos humillar y repetir en el engaño, nos lo creímos, le disfrutamos, y de pronto la faena se vulgarizó, enganchones y largo metraje. La vida al revés en el ruedo. Entró la espada, pero no le habían funcionado las cuentas.

Saludó Tito Sandoval en el quinto. Otra vida es posible. Le derribó en la primera vara y le pegó una segunda tremenda. El tercio en esencia. Y la plaza en pie. Fue otra vez más, de corrido, pero no le quitaba la vista de encima. Se presentía un faenón. Empezó de rodillas, un huracán fue el toro. Vibración. La plaza con él. Y con el toro. Pedazo toro. Rápido y en la mano. No hace falta tres faenas. Vale con poco, bueno y de verdad. Tuvimos que esperar una barbaridad a ver la zurda y cuando llegó no quedaba más que las migajas. El tren le había pasado por delante y le había arrollado. Nos pasó de largo a todos. Una pena.

“Beato” nos traía imborrables recuerdos de la mano de Esplá. Sólo que este, el de la edición 2017, manseó con descaro desde el principio y obligó a Roca Rey a hacerle faena en la misma puerta de toriles. Descolgó una barbaridad el de Victoriano del Río, acostándose un poquito y con calidad, transmitía lo que ocurría por allí y en esa mansedumbre creció una faena lista de Roca al calor de toriles. Valentía y honradez. No cabía más. Bueno sí, una estocada de muerte lenta que le permitió pasear el primer trofeo de la tarde. El sexto no le dio opciones y nos aplastó de lleno la decepción que habíamos mascullado toda la tarde. Y otras tantas tardes. ¿Esto es todo? ¿En serio?

COPE

Por Sixto Naranjo. Hubo orejas y hubo ‘victorianos’ para más

El lleno como argumento y la corrida de Victoriano del Río que se presentía voluminosa y de gran aparato tras el sorteo matinal. Argumentan los taurinos cuando les interesa la teoría de los kilos y las embestidas. Que a más volumen, menos movilidad. Todo queda en entredicho cuando hay casta de verdad.

Y raza tuvo la corrida de Victoriano del Río. Interesante para el aficionado y aprovechable para los toreros. Con los matices que da la casta, desde la brava emotividad del quinto, hasta la templada embestida del segundo y cuarto, pasando el aquerenciado pero humillador tercero o la movilidad hasta que se rajó del primero. Sólo el sexto restó puntos a un conjunto de nota. Hubo orejas. Pero hubo toros para haber dotado de más contenido a la tarde.

La corrida de Victoriano se abrió con un toro vuelto de pitones, hondo y serio que se empleó poco en el caballo. El toro, que siempre tendía a meterse por dentro, sin embargo tuvo prontitud y movilidad en la primera parte de la faena. Espeso de ideas, Miguel Ángel Perera fue construyendo una faena sin unidad ni visos de remontar en ningún momento. Fue sumando pases por ambos pitones sin decir absolutamente nada. Los aplausos al toro y los leves pitos al torero fueron el balance final.

Para seguir con 'victorianos' ilustres, en cuarto lugar saltó 'Cantapájaros'. Un toro con clase y profundidad en sus embestidas al que le faltaron finales mediada la faena de Perera. El destino le tenía guardado este buen ejemplar como último cartucho y lo aprovechó el extremeño. Muy templado, fue desgranando series de profundo trazo por el pitón derecho. Al natural bajó algo la intensidad, que se retomó en un final de cercanías. Contundente el volapié y de ley la oreja que paseó Perera.

Se protestó la justa fuerza del primer toro del lote de Alberto López Simón. Su tercera y última tarde en el abono no parecía comenzar con buen pie. Sin embargo, el pupilo de Victoriano del Río rompió a bueno en el último tercio. Con prontitud y recorrido por el pitón derecho, el torero madrileño ligó dos tandas aprovechando la embestida del toro. Se presentía la remontada. Pero todo quedó ahí. El inicio del apagón llegó al natural, por donde el astado embestía con menor claridad y el torero tuvo más dudas. La obcecación en reducir distancias al final de faena terminaron por diluir todo. Se pidió tímidamente la oreja y todo quedó en una ovación en tono menor.

'Cojito' fue el quinto. Y de cojito no tuvo nada. No paró el animal de moverse en los primeros tercios. El clamor comenzó con un gran tercio de varas a cargo de Tito Sandoval. El toro empujando y el piquero agarrando un segundo puyazo arriba tras ser derribado en el primer encuentro. Y el de Victoriano embistiendo con viveza después. El inicio de faena de rodillas. Y el toro que se rebosó en un par de embestidas en las que se deslizó con clase y profundidad. A derechas llegó la ligazón, pero se hacía asfixiante la escasa distancia otorgada por López Simón. En la cuarta le faltaron pulmones al de Barajas. Hubo un par de tirones que parecieron lastimar al toro. Al natural lo acusó. Después llegó el carrusel de circulares que terminaron por desfondar la intensidad inicial del trasteo. Con la espada no lo vio claro y al final quedó la sensación de un lote de puerta grande que no fue aprovechado del todo por Alberto.

'Beato' se llamó el tercero de Victoriano. Tantos recuerdos agolpados en un nombre así. También éste sobrepasó los seiscientos kilos. Pero no tuvo el mismo nivel de casta como la que tuvo a aquel 'Beato' que inmortalizó Luis Francisco Esplá en su adiós a Las Ventas. Manso, mal lidiado, el animal puso en más de un aprieto a la cuadrilla de Andrés Roca Rey. El toro cantó su huidiza condición desde que Roca Rey se echó el capote a la espalda para un quite. El animal apuntó que su lugar era chiqueros y por la insistencia del peruano en sacarlo fuera de allí, la faena tardó más en romper. Cuando Andrés comprendió que aquel era el lugar para lidiar al manso, todo cambió. Fue al natural, dando las ventajas al toro para que éste embistiese. La emoción del manso y la firmeza y temple del torero. El final explosivo, con el torero entregado metido entre los pitones. Y la estocada, contraria de atracarse de toro. Tardó en caer el de Victoriano, pero no decayó la petición posterior que finalmente dio como resultado la oreja que paseó Roca Rey.

El sexto fue el toro menos claro en la muleta. Incierto, sin fijeza ni entrega, pese a la voluntad del torero, que pareció acusar el esfuerzo hecho con el tercero, la faena no tomó vuelo en ningún momento.

El País

Por Antonio Lorca. Roca Rey quiere el poder, pero no tanto

Es muy joven, tan solo veinte años, y ya quiere el poder. Como debe ser, en el toreo, al menos. Muchas figuras empezaron a afeitarse cuando ya estaban en la cima. Y ese parece que es el objetivo de Roca Rey.

Ese fue su mensaje claro ante el tercero de la tarde, un toro manso de libro, que buscó desesperadamente una salida desde que pisó el ruedo; salió suelto de cada capotazo, costó un mundo que acudiera a los caballos, un picotazo en cada uno, difícil empeño el de los banderilleros, y le costó al torero dios y ayuda hacerle un quite porque el animal solo ansiaba el abrigo de las tablas.

Brindó Roca al rey Juan Carlos y recibió por alto al toro cobardón, que volvió a poner pies en polvorosa, como quien huye del diablo. Le robó materialmente dos redondos y uno de pecho, pero ahí parecía que se acababa la pelea.

Consiguió llevarlo a los medios, con la esperanza de que el animal perdiera la querencia, que era lo que no quería perder por nada del mundo, y al segundo muletazo ya corrió hacia chiqueros con la vana esperanza de que la dehesa estuviera al otro lado de la tabla rojiza.

Allí, con el toro entregado ya a su destino, Roca Rey se plantó firme en la arena, le mostró el engaño y el animal sacó a relucir una nobleza desconocida, de tal modo que brotó una tanda de hermosos naturales, humillado el toro y fijo en el engaño, largo y hondo el muletazo, que caló en los tendidos. Otra tanda más, valeroso y decidido el torero, en el mismo lugar, y uno de los naturales desbordó grandeza. Otros naturales de frente y una demostración de valor, de técnica y poderío de un chaval que empezó ayer en esto, como quien dice. Una estocada en buen sitio le permitió pasear una oreja de peso.

Fue esa faena una expresión de valor, de toreo de verdad, de suficiencia y ansia de poder. Fue la transmisión de un espíritu joven, entregado e ilusionado con el triunfo.

Era evidente que Roca Rey quiere el poder.

Pero quedaba el sexto, en el que había que confirmar lo anterior y abrir de par en par la puerta grande. Brindó al público, y toda la plaza esperaba esa reacción de figura que sabe que esa es la tarde en la que debe jugarse la vida para atrapar el poder con las manos. Con esa intención comenzó su faena a un toro manso, que brindó al respetable, y con el que no había lucido con el capote. Firmeza en los primeros compases, pero las asperezas del toro deslucen la ilusión inicial, y el torero deslumbrante se muestra comedido, reservado y se retira de la primera línea de batalla. El animal se viene abajo y él también. Y la puerta grande se cierra y el poder se esfuma. Quizá sea el contagio de las figuras actuales: que el poder no está reñido con la comodidad, que queda mucha temporada por delante.

Otra oreja cortó Perera a un toro bondadoso y de humillada y muy dulce embestida, al que hizo una faena bonita, templada, pero no conmovedora. Algunos redondos fueron grandes de verdad, y uno de pecho, largo, largo y duradero. Pero fue una labor inconclusa, sin colofón ni arrebato. Y no fue buena la impresión que dejó en su primero, complicado, con el que ofreció una preocupante sensación de vacío.

El toro bravo de la tarde fue el quinto, Cojito de nombre, con el que se lució el picador Tito Sandoval, que saludó, tras aguantar con maestría las tres acometidas del animal. Acudió alegre y pronto en banderillas y llegó a la muleta con movilidad y codicia. De rodillas lo recibió entonces López Simón, y aceptables fueron las dos primeras tandas en las que brilló más la casta del toro que el temple del torero. Seguidamente, los pases se acortaron, la labor se vino a menos y el madrileño dio la impresión de estar desbordado. Insistió el torero hasta que el animal se cansó, agotado, y le volvió la cara. Tampoco encontró el camino ante el noble segundo, y todo quedó en unos cuentos redondos desmayados que supieron a poco.

madrid_310517.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:09 (editor externo)