Herramientas de usuario

Herramientas del sitio


madrid_310519

Plaza de Toros de Las Ventas

Viernes, 31 de mayo de 2019

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Alcurrucén, descastados en general, pareja de hechuras, pero descastada y mansa a excepción del noble quinto - (noble sin rubricar el primero, a menos el segundo, deslucido el tercero, inválido el cuarto, manso huidizo el quinto y deslucido a menos el sexto)

Diestros:

David Mora: de rosa y oro, palmas y silencio.

Paco Ureña: de grana y oro, silencio y oreja.

Alvaro Lorenzo: de azul turquesa y oro, silencio en su lote

Entrada: LLeno, 22,920 espectadores

Incidencias: Ángel Otero saludó una ovación tras parear al primero.

Parte médico de David Mora: “Puntazo corrido en cara posterior de la cresta iliaca derecha y herida superficial en el escroto derecho que se sutura bajo anestesia local. Fdo. Dr. D. Máximo García Leirado”.

Imágenes: https://www.las-ventas.com/la-tarde-tras-el-objetivo/las-ventas-31-de-mayo-de-2019

Video: https://twitter.com/i/status/1134556807773523970

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista Paco Ureña corta una oreja a una descastada corrida de Alcurrucén

El murciano hace lo único estimable de la tarde ante un manso huidizo. David Mora y Álvaro Lorenzo, fueron silenciados en sendas actuaciones anodinas.

No funcionó la corrida de Alcurrucén. La ganadería de los Lozano no tuvo ese toro para encumbrarse, que cada San Isidro nos deja para el recuerdo. Aún recordamos la tarde del año pasado del “Juli” con “Licenciado”, o la de Ginés Marín con “Jabatillo” el día de su confirmación, hace ya dos temporadas. En su primera comparecencia los Núñez de Alcurrucen no funcionaron. Encierro tan bien hecho como descastado, pero que a Paco Ureña que últimamente le valen casi todos los toros, le sirvió para cortar una oreja tras una faena tan efectista como dispuesta. El quinto se tragó los muletazos del murciano que fue ganando terreno y haciendo una actuación a merced de la noble embestida del Alcurrucén. Quiso matar recibiendo, pero pinchó y dejó una estocada. El toro tardó en caer. Afloraron los pañuelos. Y paseó una oreja, que con otro torero en el cartel no abría subido al marcador. El público está con Ureña, y eso se nota en la plaza. Los silencios y el respeto que la afición no tiene con otros toreros que han dejado tardes para el recuerdo en Madrid, si lo tienen en cambio con el torero murciano. En su primero fue silenciado tras una labor muy irregular, donde fluyeron los pases de calidad con otros menos ajustados. Faltó estructura a una faena que marró con los aceros.

David Mora es un torero en caída libre. Una lástima teniendo en cuenta el tributo tan caro que pagó en esta misma plaza. En su única comparecencia isidril, no pudo con un primero parado y reservón, pero que se movió en la muleta. Faena irregular. No hubo opción en banderillas pero Ángel Otero tiró de épica y colocó un par magistral. El toro tuvo transmisión en la muleta, aunque duró poco. Y eso que hubo momentos lucidos pero la faena no terminó de romper. Al entrar a matar, el toro le puso los pitones en el pecho y sufrió un varetazo sin consecuencias, teniendo que echar mano del descabello. Con el inválido cuarto, no dijo ni Pío. Tampoco el torero de Borox, que se enroscó en multitud de pases, en un muleteo destemplado y lo peor, sin que nada fluyera.

El tercero en liza, Álvaro Lorenzo tampoco se salvó de la quema ante una mala corrida de Alcurrucén, siendo silenciado en sus dos toros. Inédito quedó con el tercero, un toro de escaso celo que no humilló nunca, y cuando lo hizo acudió con la cara a media altura. La tenue actuación con el manso y huidizo sexto, dejó por los suelos una tarde sin toros y a plaza llena.

El País

Por Antonio Lorca. Disertación sobre la pureza

La oreja que paseó Paco Ureña del quinto de la tarde es más que discutible porque estuvo precedida de un pinchazo en lo alto y una estocada caída, pero lo que no admite discusión alguna es la completa disertación sobre la pureza en el toreo que expuso en el tercio final.

Los sombreros que cayeron en su vuelta al ruedo fueron la constatación de que el torero murciano había desparramado torería a borbotones en los 10 minutos que tuvo la muleta en sus manos. Y no fue la suya una labor conjuntada ni compacta porque el manso y soso toro mostró en distintas ocasiones su decisión manifiesta de huir sin vergüenza alguna de la pelea. Pero Ureña lo mantuvo a su lado y consiguió convencerlo para pintar uno de esos cuadros que parecen inacabados, pero que transmiten gozo, armonía y esa íntima belleza, a veces contenida, que es el misterio emocionante del arte del toreo.

La lección comenzó con unos ceñidos estatuarios y una primera trincherilla que fue un destello deslumbrante de torería. Buscó Ureña el terreno más apropiado, plantó las zapatillas en la arena, se cruzó como mandan los cánones y obligó a su oponente a embestir a pesar de su empeño en deslucir los encuentros; y así se sucedieron algunos naturales de frente que supieron a gloria y pases de pecho largos, de pitón a rabo. Nuevos remates, trincherillas, pases del desprecio, por bajo, un natural con la pierna flexionada, otro de rodilla y un pase de pecho monumental. Destellos brillantes todos.

No fue una faena al clásico estilo, ni una obra terminada, sino pinturerías de un maestro, carteles de toros, un homenaje a la pureza del toreo, con la plaza entera arrobada por la textura y la gracia que surgieron de sus muñecas. El desacierto con el estoque emborronó la pincelada final, pero la generosidad de la afición andante permitió que paseara esa oreja que hizo honor, también es verdad, a la maestría de un torero llamado Paco Ureña.

Por su parte, cuando David Mora se perfiló para matar a su primer toro sabía el torero que no se jugaba más que el silencio del respetable. La verdad es que su vuelta a Madrid, donde ha conocido el dolor y la gloria, no había comenzado de la mejor manera. Bueno, recibió al toro con unas verónicas de buen aire y, momentos después, compitió con Ureña en un quite por ceñidas gaoneras. Y algo más: tras el brindis a Ángel Otero, miembro de su cuadrilla y que acababa de desmonterarse tras colocar un grandioso par de banderillas, inició la faena de muleta con varios estatuarios y elegantes remates por ambas manos que hicieron abrigar toda esperanza.

Pero no hubo más. Brilló la codicia del toro en los inicios sobre la claridad de ideas del torero. Citó despegado, sin mando, al hilo del pitón y todo se diluyó como un azucarillo. A su propuesta le faltó condimento y se notó que el tarro de su misterio torero carece hoy de contenido.

Entre la decepción general se perfiló para matar, se tiró sobre el morrillo, el toro lo enganchó de fea manera, el torero quedó colgado de los pitones y cuando lo estrelló contra el suelo parecía claro que Mora estaba herido de gravedad. Pero no. Milagro en Las Ventas. Horas extraordinarias de su ángel de la guarda. Volvió a la cara del toro y otra vez fue atropellado sin consecuencias en el encuentro. Premio gordo y serie.

La corrida de Alcurrucén, un petardo. Mansa y descastada. Nada pudo hacer Álvaro Lorenzo con el peor lote más allá de su pundonor juvenil, ni sus compañeros de terna. Unas verónicas señoriales y una tanda de hermosos naturales de Ureña en su primero y probaturas baldías de Mora a su inválido segundo.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. La zurda febril de Ureña

Manchego colgó a David Mora del pitón como un fardo del revés. Le había tapado la salida cuando atacaba con rectitud espada en ristre. Sin humillar, con la guardia montada y el ojo avizor, el toro de Alcurrucén lo atrapó por las temidas ingles de Scarpa. No caló las carnes milagrosamente: puntazos delante y detrás encontraron en la enfermería como esquirlas de metralla. Quiso vengarse Manchego del milagro y repitió la emboscada en el siguiente volapié de Mora. Que atacó con la misma fe. Y sintió de nuevo el fuego de las puntas. La trayectoria tendida del acero demoró la muerte.

Atrás quedó la deriva del núñez: de la fijeza inicial y la obediencia a perder la vista desde banderillas. Ángel Otero cuajó un gran tercio. Y, por eso y por todo, DM le brindó. Lo único que mantuvo la embestida desde el principio fue su escasa humillación. Un chispeante prólogo por bajo a golpe de muñeca y una serie diestra sin vaciar fue lo más redondo. O lo que se pudo redondear.

Protesta siempre José Ignacio de la Serna Ernst porque la prensa explicamos demasiado el toreo, y dice que el toreo no hay que explicarlo tanto. Un ofrecimiento a mi amado tío: el segundo toro de los Lozano se antojó un buen toro sin excelencias y Paco Ureña no terminó de interpretarlo. Luego, que si a veces el toro perdía el celo y matices finos, pero ese ritmo lo halló cuando Ureña fue Ureña en una tanda por la mano izquierda. Tan enfrontilado, desencuadernado y ligado. Ahí puesta la muleta. Como lo mató mal no hubo causa ni caso.

Otro tío pero mucho más ofensivo de cara era el hondo berrendo tercero. Tan desafiante cabeza viajaba por las nubes. No hubo ganas de quite -ya llevábamos tres con el capote a la espalda, uno por matador- y la expresión de Álvaro Lorenzo reflejaba un poema. Anduvo correcto, porque la corrección en Lorenzo es norma, y lo asaetó allá por donde el número, cuarteando la imponente arboladura. Que seguía por el cielo pensando en sus cosas.

No hará más de dos temporadas un Cornetillo de Alcurrucén dejó huella en Bilbao. A este homónimo de Madrid le fallaba el poder, la fuerza y la integridad, que no la buena clase de su estirpe. La bronca en el caballo sonó a condena definitiva. Ni el bálsamo de Iván García con los palos la alivió. El veredicto final lo dictaminó el seco tacto de David Mora: la suavidad de Cornetillo no encontró el temple que pedía y perdía las manos con reiteración. Cada caída resucitó los abucheos y aumentó la decepción.

Paco Ureña volvió a ser Paco Ureña a veces. Y esas veces volvieron a producirse por su izquierda febril. Desde la bellísima obertura de faena, salpicada de espumas y pinceladas. Por aquella mano de ley, el quinto, un torazo grande de espléndido cuello y recogida cara, se daba con categoría y hondo planeo. Ureña hilvanó los versos sueltos de su zurda sentimental. Explosiones que prendían fuegos de oles en los tendidos. Como fogatas de ilusión. El toro por el derecho parecía otro, y se desentendía o amagaba con pirarse. Pero el sitio que le ganó el lorquino por naturales hundidos zarandeó el árbol de los frutos. Un pinchazo al encuentro no se interpuso en el camino de la oreja: la estocada fue empujada con el corazón.

La fortuna jugó otra vez a la contra de Álvaro Lorenzo con un armadísimo y bajo sexto que causó estragos con sus cruces en los capotes; luego, brincó y embistió con las manos. O sobre ellas. El logro de Lorenzo residió en que nunca le tocara la muleta con sus arrítmicos saltos.

Estará en el campo la buena, buena, por hechuras y notas, de Alcurrucén. Que también se sorteó.

ABC

Por Andrés Amorós. Oreja y cariño a Paco Ureña en Las Ventas

Después de una tarde de fuertes emociones, llega ésta, sólo templada (no en la temperatura), con dos diestros toledanos y uno, murciano. «Desde Toledo a Madrid» es una curiosa comedia de Tirso de Molina. Desde Toledo a Las Ventas han venido David Mora y Álvaro Lorenzo. Y toledanos son los ganaderos, los hermanos Lozano. Con Toledo se identifica un estilo de torear, basado en el dominio y el temple, que deriva en una sobria estética. Domingo Ortega es la clara referencia, de un nivel excepcional. (El que no pudo verlo, en la Plaza, debe hacerlo en la gran película «Tarde de toros»). Pero no triunfan los toledanos sino el murciano Paco Ureña, muy querido por este público, por su estilo clásico y su entrega. Los toros de Alcurrucén han manseado de salida pero se han venido arriba, después (lo propio del encaste Núñez).

El toledano David Mora logró superar un gravísimo percance y reaparecer con éxito pero, después, no se ha mantenido en la primera línea. Recibe con templadas verónicas al primero y, en quites, replica a las gaoneras de Ureña por el mismo palo. El toro espera, en banderillas, y Ángel Otero provoca la arrancada, con mérito. A él le brinda David. El toro rompe a embestir (la casta Núñez) y el comienzo, por bajo, tan «toledano», levanta entusiasmo. El toro repite pero el diestro no termina de acoplarse, un desarme lo certifica. Al entrar a matar, sufre una tremenda voltereta y, la segunda vez, otro tanto, en la estocada. El cuarto, «Cornetillo», de los «músicos», flaquea y mansea. Iván García clava dos grandes pares, como siempre. (Y, como siempre, se brinda por la tele, no sabemos a quién). Traza David pulcros muletazos, deslucidos por la flojedad del toro, que «dice» muy poco, y la gente se impacienta. Mata a la segunda.

Después de haber perdido el ojo por la cornada de Albacete, con un toro de esta misma ganadería, Paco Ureña ha reaparecido con éxito en Madrid, rozando la Puerta Grande, que algún día debe llegarle. Juega bien los brazos en las verónicas de recibo al segundo, que sale con pies, va fuerte al caballo pero sale suelto. Quita Álvaro Lorenzo por gaoneras (son las terceras, en dos toros: las modas). Lo sujeta bien por bajo y eso le permite trazar muletazos con temple y ligazón, citando de frente, dando el pecho. La encastada embestida transmite emoción a los naturales. Parecía que iba para triunfo… pero no llega. Y mata mal. Pitan de salida al quinto, que mansea pero es manejable, en la muleta. Le aplauden a Ureña los pases del desprecio igual que los naturales; los estatuarios, igual que los bonitos remates por bajo: ésa es la cultura taurina actual… La faena tiene momentos brillantes, aunque el toro se raja. La gente está con él. Pincha, en la suerte de recibir y, atracándose, deja una estocada, a cambio de un puntazo: oreja.

El joven Álvaro Lorenzo, que ha vuelto con los Lozano, sus iniciales mentores, ha demostrado ya sus cualidades pero, a pesar de haber abierto la Puerta Grande de Las Ventas, todavía no se ha consolidado en la primera fila. El tercero, un precioso berrendo en negro, es manejable pero humilla poco. Álvaro apunta muletazos con buen estilo pero la faena no cuaja y mata con la mano suelta, demasiado trasero. El último, chorreado oscuro, sale incierto y suelto; en banderillas, hiere a Víctor Manuel Martínez. Conduce Álvaro con templanza las irregulares embestidas, algo rebrincadas. Mata con facilidad y todo queda a medias.

A pesar del calor bochornoso, la tarde ha sido, taurinamente, bastante fría. Varias faenas apuntaban a un triunfo que no ha llegado a producirse. ¿Por qué? Como decían en el Toledo del Siglo de Oro, «¡Averígüelo Vargas!»

Postdata. Hace exactamente cien años, el 31 de mayo de 1819, nació Walt Whitman, uno de los más importantes poetas contemporáneos. (Lo menciona, por ejemplo, nuestro García Lorca). Nadie lo identificaría, en principio, con nuestra Fiesta, pero en su poema «Salut au monde» (con título en francés, aunque él era norteamericano) se va dirigiendo a los seres humanos de varios países: «¡Tú, quienquiera que seas! ¡Tú, hijo o hija de…!» Llama a los ingleses, noruegos, suecos, prusianos… No se olvida de nuestra patria: «¡Tú, español de España!» Y concreta, como símbolo: «¡Tú, ágil matador, en la arena de Sevilla!» Una vez más, lo comprobamos: en el mundo entero, se identifica al pueblo español con nuestra Fiesta.

La Razón

Por Patricia Navarro. Paco Ureña, una única verdad

A matar o morir se fue detrás de la espada. A matar o morir y en esa línea recta que trazó David Mora en la suerte suprema se quedó colgado del pitón. Brutal. No sabíamos si de la barriga, de la ingle o de donde, pero le dio la vuelta entera sobre su propio eje. Espeluznante. Justo fue Otero el que salió raudo a quitarle el toro, el mismo que se había desmonterado tras parear y a quien brindó David Mora el astado de Alcurrucén. Y por la emoción del torero se intuía que había mucho más que una dedicatoria protocolaria. Hay cosas que solo saben ellos. Fueron buenos los comienzos, incluso la memoria nos dejó volar a aquel día que reaparecía en la plaza de Madrid y «Malagueño» se cruzó en su vida y en las nuestras. Este Alcurrucén fue al engaño con todo, tuvo movilidad y repetición y nos ilusionó en los primeros compases de faena, luego la cosa fue bajando enteros, porque faltó entrega y humillación. Recto se fue en el segundo envite en la suerte suprema. Y esta vez sí.

Con la fuerza justa y el ímpetu, la raza, todo aquello que defiende los argumentos de lo bravo llegó el cuarto toro a la muleta de Mora. Se dilató mucho el tercio de varas e incluso el de banderillas y luego lo pagó. Tuvo nobleza el Alcurrucén, pero poca transmisión para que la faena se excediera de los límites de la corrección. Con dignidad dio muerte al toro en su única comparecencia en San Isidro.

Paco Ureña volvía a Madrid después de su gran tarde en la primera. Se habían picado a quites con Mora en el primero y se gustó sobre todo en la media de remate al segundo. Calma chicha en los tendidos. Volvía Ureña al rincón de los miedos, a la misma ganadería con la que tuvo el percance en septiembre en Albacete. Su verdad es aplastante. Y se nota. Toda su faena fue seria, centrada, valerosa y en busca de la pureza dando al pecho al toro siempre. Cuajó al animal en las primeras tandas y luego dio la sensación de que el Alcurrucén se amedrantó y comenzó una segunda faena más de ir a buscárselo. Tuvo buena condición el toro, un punto desentendido entre pase y pase, pero la faena no logró romper ese modo desconexión en el que andaba Madrid.

No sobró nada en la faena al quinto. El comienzo de la obra resultó vibrante y mágico, por estatuarios y alguna trinchera de las que hacen crujir Madrid. O aquel pase del desprecio en el que cabía toda su tauromaquia junta. El del Alcurrucén contaba con la franqueza en el viaje y la movilidad, pero falto de humillación y a un paso de querer irse. Impecable Ureña, sin agredir al toro, inteligente, brillante en los tiempos, en los cites, en la distancia y de hondo calado su toreo. Más todavía al natural, por donde el toro se entregaba más. Un pinchazo precedió a una estocada enrabietada incluso. Verdad buena esta de Ureña. En esta catarsis que le ha puesto la vida se ha quedado con lo fundamental y ha eliminado lo accesorio. Así delante del toro. Su verdad es única, como lo habrán sido sus miedos durante estos meses de recuperación.

Álvaro Lorenzo se las vio con un tercero que fue a la muleta con franqueza, aunque le faltó hacerlo por abajo y repetir, como a toda la corrida. A contraestilo de su propio encaste. Lorenzo se justificó con él sin grandes momentos. La movilidad del sexto tampoco vino acompañada por la entrega. El fondo de nobleza le dio el argumento para construir una faena solvente. Ureña había roto la maldición. Eso era evidente.

Madrid Temporada 2019

madrid_310519.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:26 (editor externo)