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FERIA DE MÁLAGA

Sábado, 17 de agosto de 2012

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de El Pilar, cuatro, y dos de Juan Pedro, 4º y 5º, que remiendan el cartel.

Diestros:

Enrique Ponce, que sustituye a José María Manzanares, (silencio y petición).

Morante de la Puebla, (ovación y pitos).

Saíl Jiménez Fortes, (oreja y ovación).

Crónicas de la prensa:

El País

Por Antonio Lorca. Un proyecto de cadáver

Se devanen los sesos los taurinos —siempre por separados, nunca juntos— tratando de encontrar las razones por las que los espectadores abandonan su buena costumbre de acudir a las plazas de toros. Y todos coinciden en acusar a la crisis económica de ese mal que parece no tener fin. Y tendrán razón, qué duda cabe, pues, el cierre de empresas, el desempleo y, sobre todo, la incertidumbre ante el futuro hacen que cada cual se aferre a los gastos imprescindibles y huya de aquello sin lo que se puede vivir.

He ahí el problema: mientras que en los tiempos de Joselito y Belmonte había quien empeñaba el colchón para ver a sus ídolos, hoy se puede vivir sin los toros. Y la conclusión cae por su propio peso: se puede prescindir porque se han convertido en un espectáculo sin alma, porque se ha perdido la emoción y, por encima de todo, porque al toro bravo ya no lo conoce ni el que lo fundó.

Por ejemplo, los de ayer. Después de asistir al festejo de ayer, se justifica que un señor te pare por la calle y te espete sin más: 'Oiga, que yo he sido aficionado toda la vida, pero me han obligado a cortarme la coleta'. Y esta enfermedad es más grave que la crisis económica, pues si bien esta puede tener remedio, la falta de fuerzas de los toros, la ausencia de casta y el imperio del aburrimiento amenazan seriamente con erigirse en un mal irremediable.

Toda la corrida fue una pasarela de toros tullidos, lisiados y beodos

Los toros de ayer -encima, no se pudo completar la corrida anunciada de El Pilar, que fue remendada con dos ejemplares de Juan Pedro Domecq- eran todos ellos proyectos de cadáver, animales lisiados, tullidos y muertos en vida, amén de excesivamente justos de presencia. Los seis tuvieron comportamiento de beodos, como si en lugar de la dehesa procedieran de la calle Larios, que en esta ciudad es el centro de la feria de día. Y así no puede ser: un toro no puede salir al ruedo tambaleante. Así no es posible retener a los clientes, porque no hay empuje, ni codicia, ni casta, ni nada que se le parezca. Y que nadie se engañe: el protagonista de esta historia es el de negro; si falla el toro, se derrumba la fiesta al completo. Y, entonces, el festejo se convierte en una fea caricatura de algo que fue capaz de mantener la tensión en los tendidos y que hoy solo produce pena y sopor.

Qué imagen más patética y denigrante es ver a un toro bravo despanzurrado en la arena en plena faena de muleta. Pues eso fue lo que le ocurrió al primero de Ponce, un toro encogido y con todas las ganas de abandonar cuanto antes este mundo. Y por allí anduvo el maestro, con la muleta a media altura, intentando mantener en pie al birrioso animal mientras la música, de manera incomprensible, trataba de amenizar el cotarro. Primo hermano del primero fue el cuarto, de embestida dulzona y sin gracia, incapaz de sostener su propia sombra, y otra vez Ponce trató de justificar lo injustificable, pues lo que debía hacer es anunciarse con otro tipo de ganadería que no ofreciera, de antemano, tanta cantidad de carne lisiada.

La misma suerte corrieron sus compañeros de terna pues sus toros fueron de la misma condición, si bien, como es verdad que el que no se consuela es porque no quiere, se pueden destacar algunos chispazos, de poca luz, pero chispazos, que alegraron en parte la anodina tarde.

Solo Morante de la Puebla tuvo algunos chispazos de su particular tauromaquia

Morante se estiró a la verónica en su primero y una, solo una, pero enorme, quedó ahí para el recuerdo. Compitió, después, en un quite por chicuelinas con Jiménez Fortes y se cubrió el cuerpo con el capote como en un paso de baile. Y muleta en mano atisbo el natural ante un toro sin fuelle, pero con esa gracia exclusiva de este torero. Aún hubo una tanda de derechazos ceñidos y largos y un precioso cambio de manos. Y se acabó. El toro, que era una mona, no dio más de sí.

Volvió a intentarlo en el quinto a la verónica y no dejó más que el regusto de su innata sensibilidad; el toro se paró poco después y todo volvió a ser el triunfo de la nada.

Era la segunda y última corrida del joven Jiménez Fortes, a quien más falta le hacía un triunfo en su corta carrera. Fue un dechado de entrega, decisión y voluntad, pero de donde no hay no se puede sacar. Es de esperar que haya aprendido la lección, porque con oponentes de esa calaña no le sonreirá el triunfo. Su primero era la tonta del bote, que doblaba las manos con preocupante asiduidad; el chaval se mostró suficiente y logró algún natural de buena factura. Le devolvieron el sexto -puro trámite, pues los seis debieron seguir el mismo camino- y salió otro de las mismas hechuras y comportamiento, al que Juan José Trujillo puso un extraordinario par de banderillas, y Fortes hizo lo que pudo, que fue bien poco.

En suma, que nadie tiene interés en cantar el aburrimiento; es que no hay tu tía…

El Mundo

Por Carlos Crivell. Oreja para Jiménez Fortes

Sin toro no puede haber fiesta. Y en La Malagueta se ausentó el toro, así que la mayoría de los lances del festejo perdieron valor por esta circunstancia, crucial para el desarrollo de las corridas. No hay toro cuando éste se derrumba continuamente; tampoco cuando embiste como borracho a media altura; ni, por supuesto, cuando se echa antes de que su lidiador haya entrado a matar. Todo eso, y muchas cosas más, sucedieron en durante la última de lidia ordinaria de esta feria.

No vale que el torero ensaye muletazos sin fin con bonitas posturas cuando delante tiene un toro a punto de morirse. No es lo que necesita este espectáculo en estos tiempos, que sólo puede revitalizarse a costa de la emoción que generan un toro encastado, bravo o manso, pero con movilidad, así como un torero valiente o artista. Todo lo demás se convierte en un simulacro. La corrida de El Pilar, apenas tres toros, fue un desecho. Con una presentación al límite, el comportamiento deslució de principio a fin la lidia. Y si hubo instantes de mayor emoción fue por el empeño de los toreros.

En la corrida hubo momentos de inspiración artística, todos con la firma de Morante con el capote y algún muletazo suelto al primero de su lote. Apareció Enrique Ponce más entregado en el toro con el que ponía el remate a su paso por la feria. Y volvió a justificarse Jiménez Fortes. A pesar de ello, muy poca cosa.

Jiménez Fortes cortó una oreja. El tercero, con el hierro de El Pilar, fue muy flojo, se cayó en la faena varias veces, aunque también tuvo mérito el joven espada que logró que no se derrumbara de forma definitiva. Aprovechó su nobleza para realizar una labor con fases de toreo templado, sobre todo al final con la izquierda. Estuvo firme, asentado y templado. Lo mató de forma contundente y sus paisanos consiguieron que a sus manos llegara una oreja. En realidad, con tan poco toro no se deben cortar orejas.

Ponce no pudo torear al que abrió plaza. El toro cumplió como bravo en el caballo de Manolo Quinta y recibió un duro castigo. No se sabrá nunca si su forma de echarse al final de la faena de Ponce fue por la dureza del tercio de varas o porque carecía de casta. Ponce dio pases sueltos a un animal que ya anunciaba su catástrofe final. Se tumbó antes de que Ponce se perfilara para matarlo.


Toros en Málaga

malaga180812.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:22 (editor externo)