La afición del Nobel es firme y sin medias tintas. Así recordaba en una entrevista con Andrés Amorós su primera vez en los toros: «Vivíamos entonces en Bolivia, en la ciudad de Cochabamba, y yo debía de andar por los ocho o nueve años. Una tarde, mi abuelo Pedro me tomó de la mano y me hizo subir una larga cuesta que conducía a El Alto: en aquella cumbre, desde donde se divisaba toda la ciudad, pude presenciar la primera novillada de mi vida. Fue, sin duda, una corrida sin importancia pero dejó en mí una huella muy honda».
Mario Vargas Llosa, amigo personal de Enrique Ponce, jugaba con sus primas al toro y reconoce: «Como todos los que jugábamos al toro: de chico, yo quería ser torero. Supongo que tomé esa resolución inquebrantable desde la primera novillada que presencié». Pero el camino del gran escritor fue otro… (ABC).
Participa en el documental La última lidia.