Milagros Taurinos
Si la presencia de este animal en la cultura española se remonta a tiempos pretéritos, ya en los siglos XVI al XVIII los toros constituían el regocijo por excelencia, celebrados en cualquier calle o plaza y principalmente en la Plaza Mayor, a la vez que los santos eran los auténticos héroes de aquella sociedad sacralizada. De esta forma,varios de ellos fueron capaces de dominar la bravura de un toro, a través de la intercesión divina de diversos santos:
El sepulcro de Santiago Apostol. Los discípulos de Santiago fueron al Alcázar de la reina Lupa, en Padrón, para suplicar que les diera algunos bueyes o mulas para conducir el cuerpo del santo al lugar que la estrella había señalado. Pero aquella mala reina tan cruel, tenía dos toros durísimos a los cuales arrojaba aquellos cuya muerte quería, y los toros mataban al punto a los que cogían, de suerte que nadie osaban a cercarse a ellos. La reina mandó que arrojasen a los toros los discípulos, a los que nadie osaba acercarse; pero en cuento los vieron se llenaron de terror y los que esto presenciaron fueron a relatárselo a la reina, la cual, conmovida y aterrada, con tales milagros, se convirtió a la fe de Cristo con todos los suyos, mandando que se dieran a los discípulos aquellos toros, con los cuales condujeron el cuerpo de Santiago al lugar donde la estrella quedó inmóvil y los toros hicieron según su voluntad; y allí colocaron su cuerpo, y en este sitio está hoy su sepulcro. La leyenda se cuenta en el Códice Calixtino.
San Ataúlfo. obispo de Santiago en el siglo IX o X, protagonizó lo que probablemente sea el milagro taurino más antiguo. Fue falsamente denunciado ante el rey (Ordoño I o Bermudo II), de querer entregar Galicia a los moros. El monarca, que estaba en Oviedo, mandó ir hasta allí a Ataúlfo, al que le tenía preparado una serie de tormentos. El primero fue el soltar un toro bravísimo contra el obispo. Pero, ante su presencia, el toro se volvió manso, se acercó a él y puso los cuernos en sus manos para que los tomase. Y, ya sin ellos, volvió su ferocidad contra los que allí se hallaban.
Virgen del Toro, Patrona de Menorca. Según cuenta la historia, que en el siglo XIII una noche un sacerdote, mayor de edad, de la Orden de Santa María de la Merced, vio una columna de luz resplandeciente que iluminaba el cielo, desde la cima del monte. Este hecho se repitió noches sucesivas. A la noche siguiente, los monjes de la comunidad subieron en procesión hasta la cima del monte Toro. Pero la subida se hacía cada vez más complicada, a lo que había que aumentar una gran desorientación. De repente les salió un toro furioso con intenciones claras de arrancarse, pero al ver el toro la “Cruz de Guía” procesional y los crucifijos que portaban los monjes, se amansó y los guió arriba del monte entre la espesura de la maleza. El toro limpió a cornás la vegetación y otros obstáculos, quedando entonces el camino completamente libre. Desde entonces, este lugar es conocido como el “pas del bou”(el paso del toro). Al llegar a la cima, el fiero toro se inclinó ante la entrada de una cueva de la que salía una luz y en ella encontraron la imagen de la Virgen con el niño Jesús en brazos.
La Verónica de la Virgen. Gonzalo de Berceo cuenta en “Los milagros de nuestra Señora en el siglo XIII”, que un toro del diablo embistió a un clérigo bebido que, al verse en apuros, se encomendó a Nuestra Señora. La Virgen le hizo un quite a la “verónica” al furioso animal con la falda de su manto. La Virgen le mandó confesarse sus pecados, lo que hizo posteriormente.
El Toro de Plasencia. En un documento literario que se conserva en la Biblioteca del Monasterio de El Escorial, un códice del siglo XIII que recoge e ilustra las Cantigas de Santa María, del rey Alfonso X el Sabio (1221-1284). En la cantiga CXLIV (144) se relata un supuesto milagro ocurrido con ocasión de la celebración del rito del Toro Nupcial. Importante resaltar que es la primera vez que se relata el rito del toro nupcial, tan arraigada durante siglos y extinguido a finales del siglo XIX. Cuando el novio y sus invitados cazaban en el monte un toro salvaje y conducían al toro por las calles del pueblo, llevándolo toreando hasta la puerta de la casa de la novia y se mataba allí, por el novio, generalmente por medio de banderillas acondicionadas para el hecho, adornadas por la novia con telas de colores. Con el toro muerto en la puerta de la prometida, el amante se impregnaba las manos de sangre y a continuación manchaba con ellas el pañuelo de la novia o su vestido nupcial, rito de la fecundación, alegoría a la fuerza del toro y también a la la virginidad. La cántiga nupcial, no relata la ceremonia del toro sino que manifiesta del poder de Santa María sobre el toro como bestia peligrosa. Obsérvese algún tipo de paralelismo con las bodas gitanas. La cantiga cuenta que un caballero que debía casarse mandó que le trajesen toros para celebrar su boda, que eligió el más bravo entre todos y ordenó que lo corriesen en la plaza de Plasencia. Un hombre atraviesa la plaza y es sorprendido por el toro que arremete contra él. Un clérigo viendo el peligro reza a la Virgen. El toro resbala y cae en tierra. Cuando se levanta se ha convertido en manso.
San Juan de Sahagún (1430-1479). Fraile agustino de la villa de Sahagún(León). Es el patrón de Sahagún y de Salamanca. Cuenta la tradición que estando en Salamanca el santo caminaba tranquilamente por una calle, cuando de una manada de toros se escapó uno de ellos del mercado de ganados, e iba corriendo tras sembrar el pánico por las calles de la ciudad hasta llegar a la entonces conocida como calle de Santa Catalina, quedándose a punto de embestir a una madre con su hijo o a unos niños. En ese momento, San Juan de Sahagún se interpuso entre el toro y los niños y dijo «tente necio, deja a los niños en paz». El toro frenó su carrera y se volvió mansamente ala manada. Desde entonces, la calle salmantina se llama de Tentenecio, en recuerdo del santo patrón.
Santa Teresa de Jesús (1515-1582). Fue protagonista de, al menos, dos milagros taurinos. El primero tuvo lugar cuando, con sus compañeros, monjas y frailes, llegó a Medina del Campo una noche en que se encerraban toros para correr al día siguiente. Todo el acompañamiento se turbó al ver que, des mandado uno de los astados, se dirigía a la piadosa comitiva. Pero a cierta voz, seña, amenaza o suerte de la santa, pasó el animal, sin rozarse siquiera con las personas. El otro milagro tuvo lugar cuando trataba de fundar un convento de frailes en Duruelo (Segovia). Pero las gentes eran muy pobres y sólo había un rico ganadero con posibilidades de ayudar a la causa de la fundación. Este, que era un hombre perverso, ofreció los dos toros más bravos que tenía. Santa Teresa se dirigió alas bestias, las cuales, a sus palabras, se convirtieron en mansas y obedientes.
El Milagro del toro. La leyenda nos habla de la aparición de la imagen de la Virgen de la Cinta de Huelva, tras ser ocultada, como lo relata Francisco Muñoz Pérez en su artículo sobre Nuestra Señora de la Cinta publicado en la revista Idearium, en 1901: “La tradición acerca del descubrimiento de la imagen de la Señora, como la llaman los marineros, cuenta que a un pastorcillo que vagaba por aquellos contornos se le apareció un toro, y, temiendo la acometida del bruto, comenzó a correr por la elevada cuesta que conducía al edificio que es hoy santuario. Al llegar a él, encaramóse sobre una de sus viejas tapias, de la cual empezaron a desprenderse cascotes de tierra y piedra, dejando al descubierto un trozo de paredón, en cuyo centro hallóse el magnífico fresco de la imagen de la Virgen que todavía se conserva”. En el altar mayor del santuario de Nuestra Señora de la Cinta, Patrona de Huelva, se encuentran dos muy buenos azulejos del ceramista
Daniel Zuloaga. Representan sendos milagros de la Virgen de la Cinta, del toro o del pastor y su reaparición tras ser ocultada; y de la ayuda ofrecida a los marineros descubridores del Nuevo Mundo a su regreso. El acuerdo de ejecución de los mismos se encuentra en el acta de la junta de gobierno de la Hermandad de Nuestra Señora de la Cinta de 20 de septiembre de 1919.
Francisco Solano (1549-1610). Fraile franciscano. Nació en Montilla (Córdoba). Se fue como misionero a América. Patrón de Buenos Aires, Cartagena de Indias y Santiago de Chile. Se le atribuyen tres milagros taurinos en América. Uno delos cuales, fue pintado por Murillo (en 1645), sucedió en San Miguel de Tucumán. Se escapó un toro de un corral, donde se estaba corriendo, y empezó a cornear sin compasión por las calles, hasta que, al llegar ante el santo, lo toreó se volvió manso y se dejó llevar por él otra vez al corral, conducido por el cordón de su hábito.
Milagro de la Virgen de la Vega. Este milagro tuvo lugar en Palacios del Arzobispo (Salamanca), en un paraje denominado La Vega. Cuenta la leyenda que todos los días al atardecer, un toro semental se ausentaba de la manada durante dos o tres horas. Por la frecuencia del hecho, el mayoral de la ganadería decidió investigar qué pasaba. Un día siguió al semental comprobando que el toro saltaba la pared de piedra que había y comenzaba a escarbar en la tierra con los cuernos y las patas. Esto lo hacía durante un buen rato, y más o menos fatigado, regresaba a la dehesa donde se encontraba nuevamente con la manada. El mayoral ayudado de los vaqueros de la finca, decidieron profundizar en la tierra, justo donde el toro ya había hecho el hueco. Apenas iniciada la excavación, apareció una imagen de la Virgen, tallada en piedra, de unos noventa centímetros de altura, con la imagen de un niño en sus brazos. Posteriormente, y en honor la talla de la virgen, se erigió una ermita en la zona del descubrimiento para venerar a la a la Virgen la Vega.
El Santo Cristo de Torrijos. La tradición de este pueblo de Toledo, cuenta como un picador estando en peligro de ser cogido por el toro, reza al Cristo y éste realiza un pase con su mano evitando que el varilarguero fuese atropellado. En el exvoto se indica la leyenda: “Divino milagro del Santísimo Cristo de Torrijos a un picador librándole de la muerte”. El grabado, nos muestra al Cristo en la cruz, un toro embistiendo, un caballo muerto y a su lado el picador con su castoreño y la pica a su derecha.