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Plaza de Toros de Pamplona

Viernes, 7 de julio de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Cebada Gago incluido el sobrero con el hierro de Salvador García Cebada (5º bis), cuatro cinqueños (3º, 4º, 5º y 6º), muy serios y astifinos en sus diferentes hechuras, complicados en conjunto.

Diestros:

Juan Bautísta: de corinto y oro. Media estocada perpendicular y atravesada y descabello (silencio). Estocada (silencio).

Javier Jiménez: de blanco y oro. Estocada contraria al encuentro y cuatro descabellos. Aviso (silencio). En el quinto, pinchazo y media estocada (silencio).

Román: de nazareno y oro. Estocada (oreja). En el sexto, estocada desprendida y dos descabellos (saludos).

Entrada: lleno

Galería de imágenes:

Video: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus//20177/7/20170707210636_1499454720_video_2096.mp4

Crónicas de la prensa:

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Una estocada dramática de Román

De cánticos, ruegos y jotas se desbordaba la mañana de San Fermín. “No sabe lo que es emoción quien no ha corrido el encierro, cuando al sonar el cohete se acelera el corazón”, entonaban las joteras navarras a pleno pulmón. Los cebadita cubrieron el recorrido en 2 minutos, 58 segundos y tres heridos. Ni tan rápida ni tan sangrienta la carrera como otras veces en sus 29 años de presencia interrumpida en Pamplona.

La aparición del alcalde Joseba Asirón (Bildu) con su chistera calada dividió la plaza entre los pitos de la sombra y los aplausos del sol. La chistera le caía como sus ideas caen al espíritu foral y español de Navarra. Como para que la pitada hubiera sido unánime.

Al cebadita amelocotonado que estrenaba la tarde le sobraba el diminutivo. Corpulento, redondo y astifinísimo como toda la corrida. Enmorrillado hasta el punto de que desaparecía el cuello. No humilló nada nunca, pasó a su bola de los capotes y se soltó del caballo con la querencia marcada. Careció de maldad en la misma medida que de empleo. Juan Bautista lo toreó a su altura. Con facilidad y sin historia.

La pinta cárdena clara y salpicada, las líneas estilizadas y la cara fina del segundo cebada componían una belleza. El hocico dibujado con el rímel de los ojos. Sueltecito de carnes en su largo esqueleto. Espléndido el cuello. Pero no para descolgar. Tan sólo humillaba en el momento del embroque. Y luego punteaba. Quizá por la falta de fuerza. Resuelto anduvo hasta las manoletinas encadenadas Javier Jiménez, que mató al encuentro. Por la colocación excesivamente contraria de la espada necesitó del verduguillo.

Los cinco años pasados del tercero le conferían una seriedad a su expresión tremenda. Su negritud se aclaraba entrepelada en la testuz. Las puntas afiladísimas la coronaban. Su comportamiento se agravaba por la edad. Nada fácil. Ni por la manera de soltar la cara, ni por sus miradas, ni por su ritmo desigual. Román demostró un valor sordo. Para esperarlo cuando se venía andando y tragar cuando aceleraba. Otro cierre por manolas elevó la temperatura. Que adquirió rango de incendio por el volteretón en el volapié. Atacó con rectitud de lanza el joven debutante valenciano. El pitonazo al pecho lo sacudió en el aire con estruendosa violencia. San Fermín obró el milagro en el suelo. El puñal del cuerno silbó la nuca. La espada se había hundido hasta los gavilanes. Román, medio grogui y sin chaquetilla, observó la muerte ajena como una victoria. Que se materializó en la emotiva oreja. El dramatismo de la estocada había estremecido los tendidos hasta el silencio asustado y la pañolada feliz.

El garfio izquierdo del toro de la merienda convertía cualquier bocadillo en un atragantón. Lo sostenía además una movilidad gazapona, pegajosa y complicada. Como había dejado patente en banderillas. El sitio de Juan Bautista -el que tiene y el que le dio- tapó mucho el genio del cebada. O todo. La profesionalidad volvió a brillar en un espadazo de libro por tan bien librado: había que pasar aquel fielato de pavor.

Un sobrero con el hierro de Salvador García Cebada sustituyó al cornalón quinto, que se partió un asta contra un burladero por la mitad. Bajaba la imponente lámina de la corrida pero mantenía la cuota de los cuatro cinqueños. Y la falta de humillación. Todo lo hizo el cebadita apoyado en las manos y a la defensiva en su feo estilo no exento de guasa. Javier Jiménez trasteó sin opciones.

Volvió Román de la enfermería con el ánimo intacto y un parte de traumatismo cráneoencefálico. Le esperaba el tal Punterito que había sembrado el pánico en las calles. Ese cuello cargado de instinto que sacó a pasear por la mañana era como si hubiera crecido hacia arriba por la tarde. Tan montado y ensillado. Otro cebada difícil que embestía por el palillo. Y por dentro. Román no renunció con su actitud inquebrantable y sus valerosos deseos a cuestas. Incluso corrió la mano con mérito al natural. Metió el brazo con habilidad para finalizar su esfuerzo. Y recogió una ovación de despedida.

La Razón

Por Patricia Navarro. Feria de San Fermín: Román, los segundos del miedo

La Fiesta bulle. Y lo hará de manera ininterrumpida. Llueve o truene. De manera simbólica en Pamplona. Real como la vida misma en la capital, por poner ejemplo. Un ejemplo es Pamplona. La vida en blanco y rojo. La pasión en blanco y rojo. La Fiesta en plenitud en blanco y rojo. Una manera de ser y estar a la que es imposible resistirse a ese blanco y rojo que lo inunda todo como una marea. Los colores del alma pamplonica y de los millones de enamorados de esta fiesta universal que convierten a Pamplona en tierra de toros durante más de una semana. Año tras año. Por los siglos. Un siglo cabía en lo hondo que era el primer toro de Cebada que no lo puso fácil en los primeros tercios. Era el Cebada Gago del estreno. El primero toro de este Sanfermín 2017. Que todo cuenta por estas tierras. Todo lo molesto que fue en el caballo y para los peones se desentendió después en la muleta de Juan Bautista. Iba y venía el toro. Sin grandes alegrías ni tormentos. De oficio tiró Bautista, mientras el animal fue a su aire, de corto recorrido y sin maldad. Abrevió con facilidad. Encastado y exigente resultó el cuarto. El toro de la merienda. Mucho tuvo que torear el de Cebada. No permitía errores. Exigió el toro, lindando entre la casta y el genio. Pero eso es también la casta brava. Juan Bautista sacó a relucir oficio y salió del apuro como si no le costara, en la línea media, ni subió para arriba ni le comió terreno.

Nobleza tuvo el segundo Cebada con la fuerza justa pero se dejó hacer sin poner en aprietos al matador. Y voluntad tuvo la faena de Javier Jiménez, que volvía a esta plaza y con la misma ganadería con la que el año pasado sufrió una cogida espectacular y con la que padeció más consecuencias de las que pensamos en un primer momento. La apañada faena se dio de bruces con el descabello. El quinto fue sobrero de la misma divisa. Pero nada fácil. Por arriba buscaba en cortas arracadas. Se justificó Jiménez en valerosa faena.

Exigía el tercero. Agresivo de cara. Enseñando las puntas. Una melodía difícil de interpretar en la muleta de Román. Esos detalles que no trascienden con facilidad y menos con el incesante ruido que tiene la plaza de Pamplona sólo sostenido con la merienda del cuarto. Debutaba Román y no fue un paseo precisamente. Colocó el Cebada bien la cara en el primer tramo del viaje. Si la foto se quedara ahí, sería perfecta. Pero lo duro venía después. Pesaba una barbaridad por dentro el toro, se descontrolaba con aspereza el animal, se violentaba. Quiso Román. Pero el drama y les aviso que el corazón ya no aguanta, que la sombra de Fandiño sigue siendo alargada, nos sobrecogió al entrar a matar. Qué manera de atraparle. De destrozarle en la arena. Y qué manera de devolverle la vida para dejarle indemne. Un trofeo paseó Román y fue justo en ese momento cuando recuperó la sonrisa. En esa estocada iba una vida y la cruzó en línea recta.

Largo e imponente fue el sexto toro de la tarde. Un tren en su inmensidad. Serio en su estética y en su manera de embestir. Descolgó más por el izquierdo y hubo una tanda en la que Román le cogió el aire y fluyó el toreo con este toro encastado y exigente pero con sus cosas dentro. Era uno de esos animales que delimitaba muy bien la línea de los valientes. Pocos eran capaces de estar ahí. Se buscó Román por uno y otro pitón y cumplió en su paso sanferminero. Quiso el torero. Y el capotillo de Sanfermín. Bendecido queda.

El País

Por Antonio Lorca. Román es un sonriente torero de goma

Decididamente, Román es un torero de goma. No es fácil que este hombre pierda la sonrisa, pero la voltereta que sufrió al entrar a matar al tercero fue para que se le quedara helada de por vida. Se perfiló ante la cara desafiante de un animal con muy malas pulgas, y cuando enterró el estoque en el morrillo, el toro alargó su astifino pitón derecho con la descarada intención de clavárselo en la pechera. La chaquetilla le sirvió de escudo protector, pero no pudo evitar que el menudo cuerpo del torero saltara por los aires; una vez en el suelo, desmadejado, el fiero animal lo buscó con saña, rozó con sus agujas la cabeza del torero y no pasó más porque el subalterno que echó su capote tenía cara de patrón de Navarra.

Se levantó hecho un guiñado, lo recogieron sus compañeros, convencidos de que iba herido, pero Román se deshizo de las manos que lo trasladaban a la enfermería y se dirigió con la mirada perdida hacia el toro. No había llegado a su jurisdicción cuando se desmayó, aunque pronto recuperó la consciencia para presenciar, con los brazos en alto, la muerte de su oponente. Román pasó a la enfermería, donde se le diagnosticó una conmoción cerebral que no le impidió salir a lidiar al sexto.

Muy complicado, brusco, con genio, agresivo y descompuesto en su incierta embestida fue ese toro tercero. El torero valenciano lo recibió de rodillas con una larga cambiada, continuó de hinojos y lo citó a la verónica, y ya enhiesto dio una gaonera y un farol; más variado, difícil. Cuando Román tomó la muleta, el toro le informó que no era de fiar, que guardaba tanto genio y brusquedad como poca clase y que se andara con cuidado. A pesar de todo, lo toreó con firmeza y sorteó las muchas dificultades con responsable entrega. Después, llegaría la cogida y el quite milagroso del santo de la ciudad.

Volvió a jugársela ante el sexto, otra prenda imposible para el toreo moderno, y solo el manejo erróneo del descabello le impidió redondear una tarde de torero heroico.

Bonito de capa fue el primero, de un limpio y brillante color melocotón, pero vacío estaba el toro de condiciones bravas. Cumplió, sin embargo, en el caballo, aunque desbordó sosería, distracción y un empeño desmedido en no humillar en su embestida.

Bautista es un torero con oficio demostrado, pero no le sobran la hondura ni la magia, le cuesta conectar con el tendido y emocionar al aficionado. Su faena fue larga, abundante en pases y escaso de toreo verdadero. No le ayudó su oponente, es cierto, que acudía al cite con la cara a media altura y sin clase, pero el diestro francés dio la impresión de limitarse a cumplir el serio compromiso y poco más. Su labor fue perfectamente olvidable, igual que el toro, que no dejó más recuerdo que el color de su piel.

El cuarto tenía un pitón izquierdo impresionante por su largura y parecido con una aguja; pero tampoco tenía cara de amigo. Nada fácil se mostró en el tercio final, y el torero francés se limitó, que no es poco, a estar por encima de las enormes dificultades de su oponente, y lo mató de una más que eficiente estocada.

Otra preciosidad, cárdeno claro, y los pitones como alfileres fue el segundo, al que Jiménez recibió con unas estimables verónicas. Noble se mostró el animal en la muleta, y escaso de fortaleza y casta, también. El torero lo muleteó muy aceptablemente por ambos pitones, pero entre la sosería del toro y un aparente conformismo del torero, la faena no alcanzó el vuelo deseado. Falló con el descabello y se esfumó la que pudo ser la primera oreja de la tarde.

El quinto -otro toro de muy astifinas defensas- se partió el pitón derecho al derrotar contra un burladero y fue devuelto a los corrales. El sobrero, perteneciente a otro hierro de la misma casa, bajó mucho en su presentación, pero fue igualmente complicado y carente de la más mínima dosis de calidad. Mala suerte, pues, la de Javier Jiménez, en esta vuelta a Pamplona tras su heroica actuación de pasado año.

ABC

Por Andrés Amorós. Voltereta y oreja al valeroso Román en San Fermín

Desde 1591 celebran los pamplonicas, el 7 de julio, la fiesta de San Fermín. A un pueblo con tan fuertes raíces, religiosas y españolas, algunos están intentado quitárselas. Espero que no lo consigan.

A las ocho de la mañana, un año más, hemos escuchado el entrañable cántico («A San Fermín pedimos / por ser nuestro patrón») y admirado el espectáculo único del primer encierro: una carrera de casi 850 metros, en menos de cuatro minutos, que asombra y emociona – en directo o por televisión – a millones de personas. Los toros de Cebada Gago, que cumplen ahora treinta años de presencia en esta Feria, tienen fama de peligrosos; esta vez, protagonizan un encierro emocionante, con tres cornadas, y el peligro de dos toros sueltos. Los mozos navarros vuelven a mostrar su arrojo, en el viejísimo rito de «jugar al toro». Esa primera parte no tendría sentido sin la segunda, a la que conduce necesariamente: por la tarde, la corrida, ya con la algarabía de las peñas. Los toros, serios, astifinos, dan pocas opciones para el lucimiento.

El primero, melocotón, se deja pero humilla poco y no transmite. Juan Bautista se muestra correcto, profesional, sin más brillo. En el cárdeno cuarto, descarado de pitones, rebrincado, resuelve las dificultades con mucha seguridad y mata bien.

El segundo, un precioso cárdeno claro, es noble pero flojo. Javier Jiménez tiene voluntad y buen oficio pero no surge la emoción: mata contrario y se atasca con el descabello. Devuelven el quinto por romperse el pitón en el burladero. El sobrero, con setenta kilos menos, flaquea, echa la cara arriba, engancha la muleta. Los intentos del diestro se estrellan.

Debuta en Pamplona el valeroso y sonriente Román. Recibe de rodillas, con lances variados, al tercero, incierto, que pega arreones, en la muleta. Sufre un fuerte pitonazo en el pecho y una angustiosa voltereta, al matar: premian su valor con una oreja. Pasa a la enfermería con conmoción cerebral. Contra la opinión de los médicos, sale para matar al último (el de las cornadas, en el encierro), engallado, que embiste a su aire. Román traga mucho, se libra del percance y mata pronto. Su valor merece elogio pero debe equilibrarlo con el necesario mando. Y los mozos salen de la Plaza cantando…

pamplona_070717.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:23 (editor externo)