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Plaza de Toros de Pamplona

Miércoles, 12 de julio de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Victoriano del Río y dos de Toros de Cortés muy serios en sus diferentes hechuras; extraordinario el 3º

Diestros:

Sebastian Castella: de azul celeste y oro. Estocada pasada (oreja). En el cuarto, dos pinchazos, uno hondo y tres descabellos. Dos avisos (silencio).

López Simón: de azul marino y oro. Estocada (oreja). En el quinto, estocada desprendida (oreja).

Ginés Marín: de corinto y oro. Tres pinchazos y estocada (vuelta al ruedo). En el sexto, estocada (dos orejas). Salió a hombros con López Simón.

Entrada: Lleno

Galería de imágenes:

Video: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus//20177/12/20170712211829_1499887470_video_2096.mp4

Crónicas de la prensa:

El País

Por Antonio Lorca. Pamplona, una plaza de verbena

La salida a hombros por la puerta grande de López Simón y Ginés Marín es la gota que colma el vaso. Decididamente, Pamplona es una plaza de verbena; será de primera categoría, pero está muy lejos de la mínima exigencia que debe presidir un festejo en coso de tal prestigio. Sale el toro bien presentado, se paga bien a los toreros, pero la actitud festivalera del público y la generosidad escandalosa de la presidencia es tan sorprendente como decepcionante.

Un toro de triunfo gordo fue el segundo, -que no fue picado como toda la corrida-, que mantuvo una nobleza encastada en el último tercio, con chispa y vibración en la embestida, pero no fueron razones suficientes para que López Simón se entretuviera en torear de verdad. Se limitó a dar pases, muchos pases insulsos y vacíos, y toda la faena fue muy irregular y con muy escaso fundamento. A la hora de matar sufrió un espantoso volteretón del que salió milagrosamente ileso. Consciente, quizá, de su deficiente actuación, se tiró a matar o morir, encima del morrillo, salió violentamente trastabillado y, una vez en el suelo, el toro lo empaló, lo levantó y lo lanzó contra la arena. Lógicamente, cortó otra oreja.

De tristona embestida y soso comportamiento fue el quinto, lo que justificó, a la postre, la labor insulsa y nada destacada de López Simón, que trata de salir con dificultades del bache en el que se ha visto inmerso desde los inicios de temporada. En esta ocasión, no se tiró sobre el morrillo en la suerte suprema y prefirió un bajonazo, lo que no impidió que saliera por la puerta grande. Un premio para quedarse boquiabierto por erróneo e injustificado.

Lo más emotivo de la labor de Castella al primero de la tarde fue el brindis. Despacio, se dirigió el torero al centro del ruedo; allí, asentado en la arena, levantó al cielo la montera y se santiguó después entre el silencio respetuoso de la plaza. El destinatario quedó en la intimidad del torero y lo único que se pudo degustar fue la solemnidad del acto.

Lo que vino después ya fue muy distinto. El toro, de casi seis años, serio y con cuajo, blando en el caballo, llegó a la muleta con bondad, nobleza, humillación y recorrido; no destacó por casta, pero sí por su comportamiento de buena gente. Y Castella se limitó a darle pases, correctos, sí, pero fríos, de esos que no dicen nada. Toreó como quien conduce por una autovía, aburrido, con aire cansino y sin pasión. En otras palabras, fue la suya una faena aseada, cuando el toro pedía algo muy distinto. Mató mal, pero paseó la primera oreja, para confirmar, una vez más, que esta plaza es una verbena popular.

Un rictus sonriente Castella esbozó al brindar el cuarto al público, ante el que se le vio más entregado y dispuesto a pesar de que, hasta el momento, era el toro más brusco y áspero de la tarde. Descarado de pitones y de enorme presencia, muy deslucido, no permitió confianza ni mostró nobleza alguna; empeñado, tal vez, en cortar la segunda oreja, el torero se pasó de faena, sonó un aviso antes de montar la espada, el segundo después de dos pinchazos, y solo la fortuna le libró del deshonor en el último instante. Su labor no fue un ejemplo de inteligencia torera, precisamente.

Muleteaba Ginés Marín con la mano derecha a su primero -un modelo de calidad excelsa en la embestida-, se cambió el engaño de mano y diseñó, dibujó y bordó un sobrenatural larguísimo, eterno, casi un circular, hondísimo y desbordante de hermosura; y lo abrochó con un pase de pecho de pitón a rabo. Lo mejor de la feria, sin ninguna duda. El único problemilla es que el joven torero no fue capaz de armar faena de triunfo ni de estar a la altura del grandísimo toro, noble y con clase para dar y regalar. Hubo muletazos de postín, pero ni una sola tanda redonda, y toda la faena no fue más que un aperitivo de buen toreo. Además, lo mató muy mal, y aún así dio la vuelta al ruedo.

Descastado fue el sexto, y Marín se cansó de dar pases de variada factura, pocos buenos, pero mucha fue la entrega del torero; mató bien y le concedieron nada menos que las dos orejas. Pues mire usted…

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Un 'Forajido' de leyenda bajo una lluvia de orejas

Victoriano del Río volvía a Pamplona con el estandarte del premio de la Feria del Toro 2016. Una corrida vieja, cinqueña pasada, con tres toros a menos de un mes de cumplir los seis años, y uno como el buen primero que los hacía en septiembre. Ancho de sienes, de amplia cuna, que se dice, armado por delante con la seriedad propia de San Fermín y la edad. Y muy definido desde el tramo inicial. Tan humillado en los lances sedosos de Sebastián Castella sacando los brazos. Castella lo cuidó en el caballo y quitó por chicuelinas a compás abierto. El toro giraba envolviéndose en el eje del torero. Brindó al cielo el galo, se santiguó y se clavó por estatuarios que le dieron aire a la embestida. No le exigió tampoco con la mano derecha en muletazos de largo recorrido: el noble fondo tampoco andaba sobrado. SC decidió desde entonces obligar y apostar más. La faena y la embestida sostuvieron la constante del temple y el estilo. En uno y otro contendiente. Varias miraditas a la barrera indicaron al matador el momento de la muerte. No sin antes adornarse por manoletinas. Mató con la misma facilidad y se embolsó una justa oreja en el esportón.

El modo de tirarse a matar de López Simón fue otro. Totalmente opuesto. Como si se encunase en un volapié sin muleta. Pero llevándola, claro. El volteretón fue de órdago. Como un órdago había sido el estoconazo a cara o cruz. Sacudió la plaza como un electroshock a su cerebro. Y reaccionó como si revivise superando la línea decadente del final de faena. El cinqueño de Victoriano del Río había respondido siempre con fuerza y chispa, y mejor cuanto más por abajo vaciaba Simón el muletazo. Cuando no sucedía así se ensuciaban las series. Especialmente por el izquierdo, por donde la humillación no era igual. LS deshinibido de la tristeza que le embargaba en los últimos tiempos parece haber recuperado también la actitud. Pues esa fue la clave que marcó su actuación.

Qué pedazo toro resultó ser “Forajido”. En la frontera se los seis años, su fijeza, su planeo, su humillación, su recorrido, su ritmo… Ginés Marín tanto en el prólogo como en el epílogo de la faena echó las rodillas por tierra. Y en esa coda “Forajido” todavía lo hacía todo a los vuelos. Que fue donde colocaba la cara con calidad superior y viaje extraordinariamente largo al natural. Ginés, que había interpretado por ese pitón de escándalo un par de cambios de mano soberbios, no cuajó la tanda rotunda y a la misma altura de los mismos. Pese a componer bonito. A pesar de la expresión. Atrás habían quedado series de redondos prometedoras. Cuando se esperaba aún la eclosión que no sucedió. Como con aquel cuvillo de la Corrida de la Cultura de Madrid, la espada arrasó con el triunfo. Pero también como entonces la sensación íntima de quien firma es que, al margen de los pinchazos y del éxito seguro, faltó algo más. La profundidad quizá. “Forajido” acababa de colocarse como el máximo favorito al toro de San Fermín. Para labrarse leyenda en un debut sanferminero.

Un trapío despampanante desbordaba la estampa del cuarto. Herrado con el fuego de Toros de Cortés rompió la inercia notable de la corrida. Frenado y sin entrega. Distraído finalmente. Difícil de comprender la tozudez de Sebastián Castella en prolongar una faena sin sentido una vez descartadas las opciones que nunca hubo. Se le puso complicado el asunto con el gazapeo ausente y huidizo del bruto para cazar la estocada. Pasó la frontera del segundo aviso. In extremis el descabello evitó el mal mayor.

Regresó López Simón recompuesto de la enfermería y con la paliza a cuestas. Le esperaba el toro más pesado y voluminoso, que no el más ofensivo ni por su inabarcable medida de pitón a pitón, del sexteto de Victoriano del Río. Simplón en su empleo, de ir y venir, un punto andarín, no más. Simón muleteó tesonero por las dos manos sin que nada trepase a los tendidos. Tampoco se cambia por arte de magia de la noche a la mañana. La eficacia de la estocada, que tampoco es que fuera un volapié de libro de Paco Camino ni tan siquiera el suyo anterior, produjo un efecto lisérgico en los tendidos. Alucinante la oreja y la puerta grande.

Definitivamente, la corrida fue otra en su segunda mitad. Aun con sus opciones. El largo sexto de Toros de Cortés descolgó muy poco. Sin maldad pero… Ginés Marín brilló en algunos pasajes con la mano izquierda gracias a su sentido de la colocación. Enfrontilada y acinturada la figura. Todo el mérito de los destellos se debían al joven torero, que ahora enterró el estoque hasta los gavilanes. Otra vez se desató la pañolada. Increíblemente hasta las dos orejas. Compensó el palco la frustración de “Forajido”. Y Ginés, cuyo mayor premio es la sustitución Roca Rey este jueves, marchó a hombros felizmente con Simón. Fiesta, fiesta, fiesta. Ya lo dijo Hemingway.

COPE

Por Sixto Naranjo. López Simón y Ginés Marín salen a hombros casi sin querer

Tuvo su trapío el primero de Victoriano. Bajo de Cruz, pero bien hecho y serio por delante. El trapío no son los kilos. Éste primero fue un buen toro, empujó con brío en el caballo y rompió a embestir con nobleza, clase y ritmo por ambos pitones. Sebastián Castella trenzó una faena correcta, de buenas formas, pero se echó de menos un punto más de alma y sometimiento. Todo demasiado académico. La espada se fue baja pero no restó intensidad a la petición de una oreja que el palco concedió.

El segundo toro, cinqueño pasado, tuvo motor y exigencia durante toda su lidia. Alberto López Simón se acopló por momentos con él en una faena basada en el pitón derecho. Ese acoplamiento llegó cuando corrió la mano con limpieza y se embarulló más cuando el animal lograba alcanzar y puntear el engaño. Faena abundante en número de muletazos que tuvo como rúbrica una estocada en la que el madrileño se tiró a matar sin vaciar la embestida del toro. El de Victoriano lo prendió y ya en suelo lo volvió a lanzar por los aires. El impacto del trance elevó lo realizado a la oreja que finalmente paseó.

El primero del lote de Ginés Marín no entraba por los ojos. Destartaladas las hechuras, ancho de sienes y cornivuelto de pitones. Sin embargo el toro se ahormó tras el caballo y embistió con gran clase, especialmente por el pitón izquierdo. Ginés volvió a demostrar que posee un concepto caro del toreo. Se gustó en una faena de gran expresión y trazo magnífico. Al natural hubo una tanda de gran nivel. Pero dos pinchazos previos a un espadazo contrario dejaron el premio final en una vuelta al ruedo que supo a poco.

La tarde entró en un bache con la salida del cuarto. Un tío de impresionante arboladura. Sin embargo el de Toros de Cortés solo fue eso, fachada. Sin ningún fondo de raza, nunca se entregó en los engaños de un Sebastián Castella que a punto estuvo de escuchar los tres avisos. Un golpe de descabello sobre la bocina acabó con una actuación de escaso relieve.

El quinto fue el toro que más kilos sumó en la báscula. Seiscientos kilos traía el de Victoriano. Sin embargo, el animal no tuvo ni una brizna de casta. Embistió de forma sosa, pasando sin más. López Simón volvió a realizar un trasteo anodino, de más cantidad que calidad. Pero una estocada caída de efectos rápidos hicieron que el madrileño se viese en su mano con una nueva oreja de escaso peso.

Para completar una segunda mitad de festejo muy a la baja por parte de los toros de Victoriano del Río, el sexto de Toros de Cortés resultó otro animal al límite de todo. Tuvo su bondad por el pitón izquierdo, por donde de nuevo llegaron las cotas más altas de Ginés Marín con la muleta. Todo muy suave, haciéndolo todo a favor del toro. Pero el animal duró un suspiro y todo quedó inconcluso. Pero esta vez el espadazo fue de premio. Sólo el volapié valía una oreja. La otra fue fruto de la generosidad del palco.

ABC

Por Andrés Amorós. López Simón y Ginés Marín, por la puerta grande en Pamplona

Los triunfos de Cayetano y Roca Rey, la tarde anterior, con buenos toros de Jandilla, han subido la temperatura taurina de la Feria. Discuten los aficionados sobre Roca Rey, herido, de nuevo, en su reaparición. Arriesga mucho, con suertes poco ortodoxas, pero lo hace con cabeza y con una aplastante seguridad. La cornada ha llegado, como otras veces, al matar: da un toque fuerte y, cuando el toro descubre, ataca muy recto. Todo eso está muy bien; el problema surge porque se vuelca sobre el morrillo y no juega adecuadamente la mano izquierda: un problema de coordinación de movimientos, que debe perfeccionar, con el maestro José Antonio Campuzano.

Los cinqueños de Victoriano del Río, al borde de los seis años, muy armados, dan un juego excelente, en conjunto (sólo bajan cuarto y quinto).

Por la mañana, en la Plaza, Sebastián Castella, con el atuendo de los mozos navarros, ha dictado una lección de toreo, para los más jóvenes. (Ha sustituido, en eso, al herido Roca Rey). En el primero, quita por chicuelinas con el compás abierto (el invento de José Tomás). Brinda al cielo, a Iván Fandiño. Logra muletazos suaves, templados, aprovechando las nobles embestidas, y mata pronto: oreja. Ha estado bien pero un toro tan bueno hubiera permitido una faena más inspirada, de dos orejas. Recibe con una larga al cuarto, que luce dos «perchas» espectaculares, con las puntas vueltas al cielo, y es deslucido. El trasteo se alarga sin éxito, el toro se pone difícil para matar, no lo ve claro Castella y suenan dos avisos.

López Simón se busca a sí mismo en esta nueva etapa, sin su apoderado. El segundo derriba al gran Tito Sandoval; es pronto, humilla; las encastadas embestidas transmiten mucho. El diestro se queda quieto, aguanta; alternan los muletazos limpios con los tropezados y lo derriba. Al entrar a matar, se encuna, sin darle salida: sufre un volteretón y un puntazo, en el glúteo. La emoción del momento le hace ganar la oreja. Ha sido un toro más para el aficionado que para el torero. El quinto, abierto y acapachado, embiste con clase, humilla, no plantea graves problemas. López Simón se queda en voluntarioso, sin brillo, y la espada queda baja. Como el toro ha caído pronto, sorprendentemente, se le concede la oreja y sale a hombros. Con todo respeto, no contribuye eso en nada al prestigio de esta Plaza.

Después de su triunfo resonante en San Isidro, Ginés Marín es la gran atracción en su debut, en Pamplona. Recibe con suaves lances al tercero, descarado de pitones, que da un juego excelente. Pica bien el padre del diestro, lidia templado Carretero. Comienza Ginés de rodillas; se luce en un cambio de manos y naturales largos, suaves, de categoría. Al final, los nuevos naturales son de rodillas. Ha demostrado su facilidad y arte pero pierde los trofeos con la espada. El sexto, muy armado, flaquea, transmite poco. Luce Ginés su torería y buen estilo en suaves muletazos, por los dos lados; muestra su variedad y recursos, en naturales a pies juntos y manoletinas mirando al tendido (algo bastante feo). Esta vez sí que mata bien y corta las dos orejas: la segunda es generosa pero, en el tercer toro, hizo, sin duda, lo mejor de la tarde. Sustituye muy merecidamente a Roca Rey, en la corrida de este jueves.

Posdata. En San Fermín no sólo hay estrépito, también existen «momenticos» –así los llaman, aquí– muy gratos. Comparto con Antonio Burgos la debilidad por el tradicional «Vals de Astrain», con su suave melancolía, y la letra de María Isabel Hualde Redín: «Porque llegaron las fiestas / de esta gloriosa ciudad / que, son, en el mundo entero, una cosa singular». Y todos corean, felices: «Riau, Riau».

pamplona_120717.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:11 (editor externo)