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Plaza de Toros de Pamplona

Viernes, 14 de julio de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Miura complicados 3º y 4º; sin poder 1º y 2º, mas destacable y manejable el 6º.

Diestros:

Rafaelillo: de fucsia y oro. Estocada (oreja). En el cuarto, pinchazo y estocada (oreja). Salió a hombros.

Javier Castaño: de tabaco y oro. Gran estocada (oreja). En el quinto, estocada un punto contraria y cinco descabellos (saludos).

Ruben Pinar: de carmín y oro. Dos pinchazos y estocada (silencio). En el sexto, estocada rinconera (oreja).

Entrada: Lleno

Galería de imágenes:

Video: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus//20177/14/20170714212122_1500060291_video_2096.mp4

Crónicas de la prensa:

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. La hombría de Rafaelillo con los gigantes de Miura

Miura cerraba la más importante Feria de San Fermín de los últimos años. La llamada Feria del Toro ha respondido a su nombre con un gran número de toros de nota y triunfo. El hierro Zahariche, que tan mal sabor de boca dejó en Madrid, de entrada traía a Pamplona una presentación impecable. La seriedad tremebunda, el respeto de su estirpe. Otra cosa era la fuerza. A Rafaelillo le llegaba el miura por el nudo del corbatín. Su descaro alcanzaba la longitud de un metro. O casi. Ante su escaso poder el torero de Murcia le aplicó la medicina adecuada: sitio y espacio. De uno en uno y a su altura por el izquierdo, la mano más amable en su nula humillación. Cabeza y oficio. Una tarde más la espada fue determinante. La muerte pronta se ha convertido en los Sanfermines de 2017 en sinónimo de oreja. No por habitual deja de sorprender el suceso.

Exactamente igual ocurrió con Javier Castaño. Sólo que el volapié del salmantino lo firmarían los más puros ejecutadores de la suerte. Al cárdeno miureño de bellísimas líneas en su inmenso porte tampoco le sobraba la potencia. Pero sí le acompañaban el galope y la intención cuando Castaño le concedió distancia. A la hora de repetir la embestida en la ligazón se le hacía más trabajoso el viaje. Aunque siempre quiso más y mejor por el derecho, su contada fortaleza no ayudaba a fijar la cara abajo. JC estuvo en el continuo querer.

Ese fondo manejable, aun con todos sus matices, se quedó atrás con el feo estilo del acapachado tercero. Los testarazos desabridos y dirigidos exigieron al corazón de Rubén Pinar bombear sin descanso. Al toma y daca se sumaba la trémula tracción del miureño que concentraba todo su poder en el cuello. Los pitones viajaron a la yugular del albaceteño cuando atacó con la espada. Nada fácil fue meter el puño.

Creció la miurada en poderío. El agrio fondo del gigantesco cuarto, el torazo de mayor romana de los Sanfermines con sus 680 kilos, se convirtió en un desfiladero vertiginoso para Rafaelillo. Desde que se postró de rodillas en el saludo al comienzo también penitente de la faena. En la gresca tabernaria que provocó el miura jurásico se fajó el torero. Cuando sólo las miradas que radiografiaban su cuerpo sembraban el terror. Los violentos gaitazos daban credibilidad a la vieja leyenda de que los miuras tienen una vértebra más. Un volteretón duro como una caída desde un séptimo piso sacó todo el oxígeno a Rafael. Sin casaquilla, sin chaleco, sin un tirante, sin aire pero con los redaños de piedra, regresó como San Jorge a matar al dragón. Y, aunque consiguió la estocada en el segundo envite, Pamplona le nombró caballerocon la llave de la puerta grande. Rafaelillo lloró como un niño con toda su hombría a cuestas.

Sentado en una silla de enea esperó Javier Castaño a un quinto con cabeza de uro. De toro cretense. Ese inicio de faena constituyó el momento más brillante. Correoso el miura y meritorio el salmantino de alma de acero. De nuevo la rectitud selló su volapié. Tanto que la colocación algo contraria de la espada acarreó el uso del descabello.

Rubén Pinar entendió perfectamente las alturas y la velocidad de un sexto que se prestó con recorrido. Pero sin terminar de humillar nunca. Por una y otra mano, Pinar corrió la mano a aquel Limonero cargado con 635 kilos. Hasta hacerse definitivamente el amo en los circulares invertidos de despedida. La determinación y la firmeza armaron también de coraje la estocada. Y cayó la oreja vital que firmaba su vuelta a San Fermín. Ahora y en el porvenir.

ABC

Por Andrés Amorós. Rafaelillo, épico con los miuras en San Fermín

Por la mañana, el último encierro: como es habitual con los miuras, es rápido y emocionante, sin cornadas pero con muchos contusionados. Por la tarde, el singular espectáculo que suelen dar estos toros, con tres profesionales que tienen amplia experiencia en corridas duras. Los miuras, con muchos kilos y pitones, han dado un juego variado: flaquean los dos primeros; es manejable el último; los otros tres, con serias dificultades: lo que se espera de esta histórica divisa.

Recibe Rafaelillo de rodillas al tercero, abierto de cara, que pronto flojea. Acude templado, algunas veces, por la izquierda. Con mucho oficio, Rafaelillo le va sacando muletazos, de uno en uno, deslucidos por las caídas del toro. A pesar de la altura de la res, logra una buena estocada y, por eso, más que por la faena, le dan la oreja. Al cuarto, «Nevadito», de 660 kilos, el de más peso de la Feria, alto y largo como un tren, también lo recibe de rodillas, con verónicas, y el toro corresponde rompiéndole el chaleco. Le pegan fuerte pero vuelve rápido. Rafaelillo se pelea con él, con mucho mérito y valor, en un trasteo de verdad épico; sufre una tremenda voltereta. Sin chaquetilla, con un solo tirante, todavía se desplanta y, a la segunda, mete muy bien la mano, con la espada: justa oreja y salida a hombros.

Javier Castaño ha superado la enfermedad; es buen profesional pero torea poco. El segundo, muy alto, engallado, también flaquea pero mete bien los riñones, en el caballo, y embiste con nobleza. Se luce Fernando Sánchez, marchoso, con los palos. Castaño le da distancia, traza templados muletazos hasta que el toro protesta y se orienta, como es propio de los miuras. Agarra una estocada desprendida de rápido efecto: nueva oreja. En el quinto, con dos «perchas», que echa la manos por delante, vuelve a lucirse Fernando Sánchez. Comienza Castaño con tres muletazos, sentado en una silla: una suerte añeja. El toro se defiende, pega tornillazos; el diestro traga mucho y mata muy bien (la suerte suprema) pero falla con el descabello (algo accesorio).

El tercero, acapachado de pitones, se queda corto, echa la cara arriba, corta, en banderillas, y también flojea: un miura complicado. Rubén Pinar aguanta los tornillazos, recibe un pitonazo en la mejilla, solventa la papeleta, sin posible brillo, y lo pasa mal, con la espada (sufre un nuevo varetazo). Cierra la Feria «Limonero», con 635 kilos, que resulta manejable. Brinda al cielo. Liga muletazos con el temple característico de la escuela albaceteña, mientras el público hace la ola: no está bien, con un miura en la arena… Mata desprendido: oreja.

Castaño y Pinar, dos buenos profesionales, merecen tener oportunidades. Rafaelillo ha realizado una verdadera gesta: es lógico que, a pesar de su experiencia, se haya emocionado hasta las lágrimas con este triunfo, tan meritorio. En volandas se lo llevan: lo ha merecido. Ha vivido una tarde final de Feria, la del «Pobre de mí», inolvidable.

A las doce en punto de esta noche, tiene lugar la despedida: se encienden las velas; se deshace el nudo de los pañuelos rojos; las sonrisas alternan con las lágrimas. Es el último día de la fiesta. Por este año… Se han acabado ya «Caravinagre» y «Verrugas», los entrañables kilikis y gigantes, las procesiones, el «Baile de la Alpargata», las dianas, las comparsas, las jotas, las verbenas, los aperitivos con chistorra, el capotico del Santo, los fuegos artificiales… Todo un mundo.

La gran fiesta no decae. Los encierros, tampoco. ¿Y las corridas? Los llenos tranquilizan pero la falta de criterio es preocupante. Los toros descomunales, si no tienen casta brava, poco aportan al toreo. Si lo único que ha contado, algunas tardes, es que el toro cayera cuanto antes, fuera como fuera la estocada, el nivel de la Plaza baja peligrosamente.

Cervantes nos enseñó a despedirnos: «Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos». (Quizá el alcalde, de Bildu, lo juzgaría «demasiado español»: tendría razón). Lo mismo hizo Próspero, en «La tempestad», de Shakespeare: «Ahora quedan rotos todos mis hechizos / y me veo reducido a mis propias fuerzas,/ que son pocas…» Los mozos de Pamplona se limitan a cantar: «¡Pobre de mí!» Y, enseguida, lo compensan: «Ya falta menos…» ¡Hasta el año que viene!

La Razón

Por Patricia Navarro. Rafaelillo no perdona la Puerta Grande con la miurada

Miura ponía el colofón antes de que el “Pobre de mí” nos atrape a todos y casi irremediablemente comencemos el descuento. Se acababa otra edición de Sanfermín con todo lo que supone. Pamplona se lleva en el corazón, aunque no quieras y pocas cosas hay más tristes que deambular camino a la plaza con los tablones del encierro ya retirados. Pamplona ya no es Pamplona, es otra ciudad. Como cuando se acaban las vacaciones en los lugares costeros. Entra un vacío de dolor de huesos. Quedaban seis en los corrales antes de echar el cierre. Los seis de Miura. Un colofón a lo grande. Muy abierto de pitones fue el primero con el que se vio las caras Rafaelillo. Tuvo nobleza al menos aunque corto el recorrido, ahí estaba el desafío, pero de eso sabe mucho el torero murciano. Y lo hizo fácil y en esa facilidad, también con la espada, se llevó un trofeo. Prontitud tuvo el segundo que fue irregular después, más claro por el derecho que por el izquierdo. Se justificó Javier Castaño tirando de oficio, pero lo que no tuvo un pero fue la ejecución de la suerte suprema. En lo alto prendió la espada y una oreja se llevó también el torero.

La versión más Miura la puso el tercero a la defensiva y sin opciones. Imposible se lo puso a Rubén Pinar, a pesar de que quiso y le buscó las vueltas por todos los caminos. Tuvo peligro el toro. Y no sordo. Un huracán fue el cuarto de la tarde. Lo supo Rafael. Rafaelillo que ya al final le levantó los pies del suelo con una virulencia como si estuviera recién salido de toriles. Bárbaro. Se había jugado los muslos y el honor, porque a pesar de las muchas dificultades del toro no volvió la cara ni un solo segundo. Y no sólo no volvió la cara sino que persiguió el triunfo con denuedo, desde que recibió al toro con el capote de rodillas a la verónica o así con la muleta. Un pinchazo precedió a la estocada y asomó el pañuelo. Un trofeo con este tipo de toro vale su peso en oro. Incomparable el reto. Se abría así la Puerta Grande.

Sentado en la silla en el tercio comenzó Castaño la faena al quinto. Apostaba. Disposición que el toro puso a examen al poco. Desarrolló complicaciones sobre todo por el izquierdo, más andarín y reponiendo el animal. Pasaba el toro aunque con la necesidad de ganarle la acción, muchos matices en cada embestida. Le metió la espada y el descabello le jugó después una mala pasada.

Quiso Rubén Pinar con el toro que cerró plaza, que se dejó hacer con sus matices y con las dificultades propias de su encaste. Y por uno y otro pitón le buscó las vueltas en una faena repleta de verdad y autenticidad. Se le iba la vida en ello. Se notaba. Así en la manera de entrar a matar, a pesar de que la espada se le fuera abajo. Toreros valientes para cerrar un año más la feria de San Fermín. Queda menos de un año para el rojo y el blanco.

pamplona_140717.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:18 (editor externo)