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Real Maestranza de Sevilla

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Sábado, 3 de mayo de 2014

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Juan Pedro Domecq y Parlade (desigualmente presentados, mansos y descastados; el 6º fue devuelto a corrales por cojera; los mejores, 1º y 6º-bis).

Diestros:

Enrique Ponce. De ceniza y oro. Pinchazo hondo, dos descabellos (silencio); estocada baja (silencio).

El Cid. De verde esperanza y oro. Estocada (silencio); dos pinchazos, estocada (silencio).

Javier Jiménez. Tomaba la alternativa. De blanco y oro. Municipal, estocada trasera (saludos desde el tercio); pinchazo, estocada trasera (oreja).

Banderillero que saludó: José M. Fernández “Alcalareño”, de la cuadrilla de El Cid, en el 5º.

Presidenta: Ana Isabel Moreno.

Tiempo: soleado, agradable.

Entrada: casi tres cuartos de plaza.

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Crónicas de la prensa:

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

La corrida de JuanPedroDomecq/Parladé (España/Portugal) fue un petardo, vaya por delante. Se salvó el lote del toricantano, aunque el primero se rajó también al final. Los lotes de Ponce y El Cid, imposibles, mansos, rajados y descastados. Con todo, Ponce era protagonista principal de la tarde -y la gente le puso más atención, y El Cid venía como de convidado de piedra, bueno, de testigo, de eso vino. Y Ponce dejó detalles y voluntad, animado por un público -casi 3/4, aunque los amigos del G-5 ponen media plaza en sus crónicas- cariñoso y entregado con el de Chivas. Pero no había de donde sacar nada, igual que le pasó al de Salteras. El doctorando de Espartinas estuvo nervioso en el primero, y tardó más de la cuenta en centrarse, como para que se le rajara el toro sin remedio. Sueltos los nervios, en el sexto pudo realizar su toreo con tandas de brillantez y remates por bajo de calidad. Un pinchazo evitó que el triunfo fuera más redondo, pero su disposición general en toda la tarde hizo que el público quisiera que no se fuera de vacío. No se le pueden poner pegas a esa oreja, porque se han concedido otras más fáciles en la Maestranza. Y otras más caras, como es natural. El sexto toro y la faena de Javier Jiménez salvaron un festejo que tenía pinta de ruinoso. En fin, que ya viene la Feria, con sus farolillos. Vamos a ver lo que nos trae.

Lo mejor, lo peor

Por Sandra Carbonero

Lo mejor: Sevilla estrena torero. De blanco y oro, como manda la tradición, hizo el paseíllo Javier Jiménez en el día de su doctorado. Por fin cumplía su sueño de tomar la alternativa en la Maestranza y acartelado con dos figuras. Muy buen ambiente acompañó y arropó al toricantano en todo momento. Y si fuera poco, hasta en el sorteo tuvo suerte, llevándose el lote con diferencia. La tarde en líneas generales iba muy cuesta arriba, hasta que saltó al ruedo el sexto bis con el que Jiménez se mostró muy firme e inteligente. El de Espartinas hizo sonar la música por primera vez en toda la tarde, tras dos series con la diestra, pero lo mejor llegó con el temple de su zurda. El pinchazo previo a la estocada, no importó y la Maestranza en pie sacó los pañuelos pidiéndole la oreja a Javier Jiménez. Con “Duque”, el de su alternativa, realizó un sensacional quite por tafalleras. Con la muleta, le faltó atacarle un poco. Tal vez, fue causa de los nervios propios de un chico el día de su alternativa, pero que solventó sobradamente en el sexto.

Lo peor: Otra “juampedrada” más. Aburrimiento extremo ha causado la corrida de Juan Pedro, que una vez más ha deslucido la tarde. Tanto Ponce, que reaparecía tras su grave percance en la Feria de Fallas y que Sevilla tuvo el bonito detalle de hacerlo saludar tras el paseíllo, como El Cid, poco pudieron hacer con escaso o nulo juego de los astados. Y hoy, con uno de sus carteles estrella, la plaza sigue sin llenarse.

El País

Por Antonio Lorca. Juvenil oreja para Jiménez

La oreja que cortó el toricantano Javier Jiménez al sexto de la tarde no redime ni a la ganadería, que cosechó un fracaso de época, ni a los toreros, que sueñan con el toro tonto que aburre a las ovejas, ni a la empresa, que se empecina en el error año tras año. Pero Jiménez consiguió levantar la voz el día de su alternativa, y eso es lo más importante; al menos, para el chaval, que tenía una difícil papeleta de la que puede depender su temporada.

Jiménez está placeado, se le ve suelto y debe ser un aspirante incansable de la mano del padre de Espartaco, su consejero, que no lo dejará vivir fuera del toro. No se acopló con su primero, preso, quizá, de los nervios del debú, mató mal y todo quedó en una preocupante incógnita. Antes de que doblara el toro, que tenía cara y aspecto de novillo, lo capoteó por tafalleras y chicuelinas en un claro aviso de que venía a por todas. El sobrero, que sustituyó al enésimo inválido nobilísimo, con escasas fuerzas, le permitió encontrar la serenidad ansiada y lo muleteó con suavidad y templanza en una labor que no llegó a alcanzar el clímax de las grandes faenas, pero supo a gloria después de una tarde pesada y aburrida. Toreó Jiménez con hondura, se gustó por naturales y garbosas trincherillas, abusó del pico y dijo, eso fue lo mejor, que tiene madera de torero.

Pero dicho queda que esa oreja, cogida, quizá, con alfileres después de un pinchazo, no redime una tarde para la historia negra de esta plaza.

Una señora, con las gafas de ver caladas, leía un libro electrónico en la grada mientras El Cid naufragaba inseguro ante el rajado tercero; al mismo animal al que momentos antes había recibido por verónicas con un capote del tamaño de una sábana de cama de matrimonio.

Del mismo modo saludó Ponce a su segundo, pertrechado tras un muro infranqueable de tela. Y al primero, el joven de la alternativa lo pasaportó de un feísimo sartenazo en el costado, que el animal mostró a toda la concurrencia, pues no hubo manera de sacar el estoque de lugar tan cruel para el torero.

Así, por desgracia, transcurrió un festejo taurino en el que no hubo toros y escaseó el toreo; ni siquiera parecía Feria de Abril, pues no es habitual que el sábado de preferia luzca vacío la mitad de los tendidos de sol.

Es decir, que el reaparecido Ponce tras su cogida en Valencia no animó la taquilla; ni El Cid ni Javier Jiménez, a pesar de que vino arropado por un nutrido grupo de forofos partidarios.

Fracaso sin paliativos Juan Pedro Domecq con una corrida muy desigualmente presentada, inválida, descastada, nobilísima y tonta, de esas que no ofrecen seriedad de toro bravo y espantan la emoción. La terna, con la excepción referida, solo pudo intentar justificarse de un error nuevamente cometido, cual es pedir y suplicar por los toros de Juan Pedro.

A pesar del petardo ganadero, hubo puntuales momentos que merecen ser destacados. Primero, la Maestranza recibió con un cariñosa ovación a Enrique Ponce, al que obligó a saludar tras el paseíllo; los sevillanos mostraron su afecto y confianza al joven Javier Jiménez durante la ceremonia de la alternativa, en la que Ponce lo sermoneó con un largo parlamento. Y Alcalareño saludó tras dos buenos pares al quinto de la tarde. No hubo más.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Cuento de la botella medio llena

De la habitación 408 de la Casa de la Salud de Valencia a la 515 del Hotel Colón de Sevilla, han pasado 1.104 horas de dolor y 46 días de rehabilitación contra el reloj aferrrados a la vieja filosofía, que nunca debió morir, de lo que significa ser figura del toreo. A las 18.00 horas, Enrique Ponce cerraba la puerta de la 'chambre' y dejaba atrás la última sesión de fisioterapia, la memoria de la cornada, los 25 centímetros de desgarro bajo el pecho y la placa de recuerdo del doctor Villamor en la clavícula estallada como la 'mascletà' de aquel brutal 18 de marzo.

El compromiso con Sevilla en este 3 de mayo de calor sofocante tiró del cuerpo de Ponce. Al fin y al cabo el ejercicio de responsabilidad sostenido durante 25 años se hacía realidad cuando a las 18:30 horas sonaban los clarines, chirriaban los goznes del portón de cuadrillas y el maestro de Chiva se hacía presente de gris plomo y oro sobre el albero incendiado de la Maestranza.

Una vez deshecho el paseíllo la plaza rompió en una ovación de reconocimiento que Ponce compartió caballerosamente con El Cid y Javier Jiménez, a cinco minutos de convertirse en matador de toros. El respeto hacia el reaparecido, hacia la superación del hombre ante la adversidad, con todo ya hecho y ganado en una carrera de un cuarto de siglo en la élite, presidió toda su actuación. Como Sevilla sabe hacer.

De la reverencia al torero que volvía la Maestranza pasó a la ilusión por el torero que venía: Javier Jiménez. De Espartinas por más señas. A la hora en la que los vencejos gravitan sobre la arena, cuando el sol inicia su ocaso, Jiménez acarició el triunfo de cerca con un sobrero de bandera. Toda la tarde lo tuvo cerca, como un aliento, una presencia, un bajío. Pero en los momentos cruciales de materializarlo se escapaba como un espíritu escurridizo; en esos instantes en los que la espada se antoja vital, la mala suerte se cruzó. Y aun así los tendidos empujaron tras un pinchazo porque Jiménez había dejado cosas profundas al parladé que los genios de la profesión taurina habían apartado como reserva, que dicen por América. 'Faltón' se llamaba el toro. Espléndido cuello para planear en pos de una izquierda que trazó naturales soberbios cuando morían limpios. Una zocata que dibujó una trincherilla y un molinete muy toreros. Todo con un concepto de un muletazo muy largo, espartaquista el espejo, diría.

La oreja final supo, sin embargo, a premio de consolación, pues el juampedro de la alternativa -'Duque' bautizado-, una auténtica pintura, embistió con muy buen aire y creció y se afianzó hasta que se acabó. Porque todo en esta vida se acaba si se abusa, y Javier Jiménez, en un exceso de celo, en ese afán por querer, se pasó con el capote. No por el quite de tafalleras quieto como un poste y rematado con un farol, una caleserina y una revolera, sino por el siguiente en que crujió una media verónica y ya por demás por la réplica de chicuelinas a los delantales de Ponce. Luego 'Duque' se apagó antes de tiempo y pidió árnica. Todavía si lo mata… Pero tocó muy fuerte con la izquierda hacia tablas, que ya era la querencia añorada, y el toro en su fijeza se abrió demasiado: la espada hilvanó la piel dejando en el trastero pasajes estupendos hasta que al ejemplar de Juan Pedro le empezó a pesar la lidia, su fondo y los terrenos.

Todo ayer se podía ver como el cuento de la botella: medio llena o medio vacía. Al gentío, en cuanto a la corrida de Juan Pedro, se le antojó el casco vacío. Y a mí me dio por verlo medio lleno quizá porque intuí otros toros con calidad. Como el tercero en su escasita duración hasta echarse o como el cuarto por el izquierdo tal vez sin terminar de rebosarse. A los peor lo que pasó es que era El Cid quien parecía que volvía del hule más que Enrique Ponce…

El que desde luego puntuó a la baja fue el carbonero y capirote parladé sin cuello, que, antes de pararse, embistió siempre por las esclavinas o por el palillo de la muleta de Ponce. O el basto y distraído quinto que a su altura se dejó en el planteamiento pulcro de Cid, pero tampoco sumó. A veces confunden en el campo toro fuerte con toro feo. Todo ayer era según del color con que se mirase. Lo de la botella y en ese plan. Las puertas entrebiertas de Sevilla para Javier Jiménez o las que no se abrieron. Su ilusión quedó. Como el respeto a Ponce.

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Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Jiménez despunta en su alternativa

El espartinero Javier Jiménez salvó los muebles de un espectáculo que iba en picado y en el que fue el único diestro destacado. Sucedió en el último acto, consiguiendo el único trofeo, en una corrida que contaba con la reaparición de Enrique Ponce, tras un grave percance en la pasada Feria de Fallas, con una cornada y fractura de la clavícula izquierda. El valenciano, que fue recibido por ello con una fuerte ovación, no consiguió nada positivo de su lote, al igual que le sucedió a Manuel Jesús El Cid, quienes se marcharon de vacío.

Tres cuartos de entrada para un cartel con sentido y esperado dentro de la programación atípica de esta edición abrileña.

Corrida de Juan Pedro Domecq, desigual en presentación y comportamiento y que adoleció de casta y fuerza. Todo ello determinante para que el espectáculo resultara plano, sin emoción. Fue el toricantano Javier Jiménez, quien en el último acto levantó la tarde con una faena de entrega y empeño, con la que llegó a encandilar al público ante un sobrero con el hierro de Parladé. El espartinero lanceó a la verónica, a pies juntos. Con la muleta en mano, en los tercios, comenzó apostando fuerte con la diestra, bien colocado y exponiendo. Interesante en otra serie por ese pitón. Al natural extrajó muletazos largos. Sonó la música y el público se entregó cariñosamente con el nuevo matador de toros, que se marchó a los medios y continuó un trasteo desigual, intercalado por algunos enganchones y bellos remates, como airosas trincherillas y preciosos molinetes. Pese a un pinchazo y una entera muy trasera -el toro perdió las manos en la acometida final-, el público solicitó mayoritariamente la oreja, que fue concedida.

Con el astado que abrió plaza -para las hemerotecas, de nombre Duque, número 101, tostao, de 521 kilos, chico y bonito, de codiciosa condición y al que no hicieron sangre ni para un análisis en el inexistente tercio de varas, Javier Jiménez se lució en el capote en un quite por tafalleras, enlazado con faroles, al que respondió Ponce a la verónica y que tuvo la réplica de Jiménez con unas apretadas chicuelinas. Momento interesante y esperanzador. Tras la cesión de trastos a Jiménez, que brindó su faena a su padre, en el tendido alto, el rubio espartinero realizó una labor entonada, que emborronó con el desacierto en la suerte suprema.

Enrique Ponce quedó inédito ante el precioso cárdeno segundo, un animal mansísimo y sin movilidad. Y ante el cuarto, un ejemplar sin clase, que acusó una fuerte voltereta y perdió las manos en el trasteo, y que embistió con nobleza, el valenciano construyó una labor voluntariosa, pero sin brillo alguno; salvo unos suaves naturales.

El Cid, con el tercero, un animal descastado, que se rajó pronto, tampoco logró nada de interés en una labor que brindó a Ponce y en la que faltó reposo. Y con el flojísimo quinto anduvo machacón, sin que el público entrara en su quehacer. Tarde sin emociones fuertes y que se saldó con el triunfo del joven espartinero Javier Jiménez, preparado y listo para caminar en el escalafón superior. Si del árbol que brota y entallece decimos que despunta, este torero despuntó ayer en su nacimiento como matador de toros.

Plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla. Ganadería: Encierro de Juan Pedro Domecq-Parladé (misma casa y encaste), desigual en presentación y comportamiento y, en conjunto, descastado y flojo. Toreros: Enrique Ponce, de gris perla y oro. Pinchazo hondo y dos descabellos (silencio). Entera algo caída (silencio). Manuel Jesús 'El Cid', de verde y oro. Entera muy tendida (silencio). Dos pinchazos y estocada (silencio). Javier Jiménez, de blanco y oro, que tomó la alternativa. Estocada que hace guardia, pinchazo y entera (saludos tras ovación). Pinchazo y entera muy trasera (oreja). Incidencias: Plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla. Sábado 3 de mayo de 2014. Quinto festejo de abono y tercera corrida de la Feria de Abril. Tres cuartos de entrada. Calor. En cuasdrillas, destacó Alcalareño destacó en la brega y saludó en el quinto en banderillas.

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Una alternativa feliz

La ovación tributada a Ponce cuando se rompió el paseillo tuvo un aire de reinstauración. El valenciano retomaba el cetro en estos tiempos de reinos sin reyes y sedes vacantes. Había que hacerse presente en Sevilla, asumir la auténtica responsabilidad de gran figura mientras la familia y uno más se lo están pasando pipa con sus cuates. La presencia del maestro, con un cuarto de siglo de alternativa colgando de las hombreras, apuntaló los casi tres cuartos de entrada que registró una plaza que no le veía hacer el paseíllo en los últimos años.

Desgraciadamente, Ponce no tuvo toros para explayarse. El primero de su lote, un precioso ensabanado, caribello y un punto carbonero, sólo sirvió para poner a prueba la culturilla taurina del personal. Ayuno de la más mímima raza brava, protestó en el caballo y evidenció durante la lidia que no estaba por la pelea. Desentendido de los banderilleros primero, y huyendo de la muleta con trote cochinero después, al diestro de Chiva sólo le cupo echarlo abajo con media corta y muy bien agarrada que necesitó el refrendo del descabello. Desgraciadamente tampoco pudo ser con el cuarto de la tarde, al que saludó genuflexo y lanceó elegante a la verónica. Ponce quiso ver algo en el animal y no le perdió ripio en la lidia, que administró personalmente antes de brindar a la parroquia en un monterazo cargado de significados que sellaba el reencuentro. Hubo temple en el inicio y buenas intenciones en toro y torero pero la sosería del animal acabó desinflando un trasteo que nunca tomó vuelo. Le queda una y hay ganas de verlo.

El caso es que a esas alturas la tarde comenzaba a pesar como una losa por culpa de la falta de raza de los toros de Juan Pedro a la vez que arreciaban algunas voces demagógicas en los tendidos. Convendría repasar algunas estadísticas pero es verdad, la corrida decepcionó aunque habría que anotar que el tercero de la tarde, a pesar de acabar rajado y derrumbado, brindó algunas dosis de calidad que no fueron aprovechadas por un Cid que volvió a acusar ese declive que viene apuntando en las últimas temporadas. Lo había lanceado con cierto sabor y temple en los medios y después de brindárselo a Ponce comprobó que el toro tenía son y sal por el lado diestro. Pero eso fue todo. El diestro de Salteras se acopló en la primera serie pero luego no fue capaz de reunirse con él, de colocarse y aguantar, especialmente por un pitón izquierdo que empañó con sus dudas. El toro se acabó echando a la vez que la gente se enfadaba.

Y tampoco pudo ser con el imponente castaño que saltó en quinto lugar, lidiado retórica y coreográficamente por El Boni -ya se había marcado unos pasitos con el toro anterior- para que Alcalareño le soplara dos grandes pares en medio de algunos tiempos muertos. Ahí quedó todo. Con la desesperante sosería de ese astado, poco más se podía pedir. El Cid se puso por allí comprobando la cortedad de sus viajes y la escasa fibra de unas embestidas vacías de toda raza y fuerza. Dos pinchazos precedieron a la estocada final. También le queda otra, y es de Victorino Martín…

Pero la tarde se había abierto con buenas vibraciones y cargada de esperanza. Los que andan pendientes de los vericuetos del planeta de los toros sabían que Jiménez -curtido, preparado y motivado- no podía fallar. Formó un lío por originálísimas y ceñidas tafalleras al toro de la alternativa, un animal con clase y teclitas que tocar al que se exprimió en los quites del toricantano -por verónicas y chicuelinas- y del padrino, que calentó por delantales. La alegría con que tomó el segundo puyazo hizo concebir ilusiones. Hubo largo parlamento en la ceremonia. Javier Jiménez ya era matador de toros y después de brindar a su padre enseñó lo que ya sabíamos, que tiene valor. Pero también mostró a los que no se hubieran enterado que su toreo ha evolucionado hacia una maciza calidad a la que sólo faltó algo de acople -los nervios del néofito- en algunas fases de su notable trasteo, a la altura de la calidad de un toro que tampoco estuvo sobrado de fuerzas. Con la espada fue una calamidad y los entusiasmos se enfriaron. Pero se había guardado lo mejor para el final.

La tarde declinaba sin remedio cuando salió el sexto, un animal de feas hechuras que tuvo que ser devuelto por descoordinación en sus extremidades. Pero Javier guardaba la moneda y sabía que, definitiamente relajado después de las emociones de la alternativa, podía lanzarla cuando se presentara la oportunidad. En lugar del toro devuelto salió un sobrero de Parladé, negro y salpicado, que le permitió revelarse como un consumado y templado capotero. La atención ya no cesó aunque el toro quiso poco palo y caballo. Lipi se sumó a la fiesta cuajando dos excelentes pares de banderillas y su matador encontró el acople y la reunión desde el primer muletazo de una faena en tono creciente, dicha y hecha sobre ambas manos. El toro no estaba sobrado de fuerzas y protestaba a veces en los engaños pero el trasteo ya no bajó de tono, especialmente cuando Javier Jiménez se echó la muleta al lado izquierdo para enseñar una desconocida alma de artista en varios muletazos de dibujo lento y preciso resueltos con un temple deslizante que pusieron al personal de pie en sus asientos.

Algunos desajustes fueron resueltos con desparpajo e imaginación;con afán creativo en los detalles y en los fundamental. Cerrando las series con trincherillas, pases de pecho y un sentido de la escena que le sirvió para llenar la plaza cuando el toro empezó a acortar sus viajes por el lado derecho. Jiménez gustaba y se estaba gustando, transmitía felicidad y estaba haciendo un guiño al futuro immediato. Había exprimido al toro y sólo quedaba matarlo pero no terminó de encontrar la suerte mientras el bicho se arrugaba. La espada entró al fin con el toro claudicando. Y cayó la oreja, que todavía le sabe a gloria.

La Razón

Por Paco Moreno. Alternativa con triunfo para Jiménez en el regreso de Ponce

Uno de los festejos más esperados, pese a los apenas tres cuartos de entrada, de la pobre cartelería de esta Feria de Abril se saldó con suerte dispar para sus protagonistas. Doctorado con oreja para Javier Jiménez, que sorprendió gratamente; mientras Enrique Ponce unió regreso a Sevilla y reaparición tras la grave cornada de Fallas, en una tarde en plenitud de condiciones que se estrelló con la adversidad de su lote.

Javier Jiménez cumplió con el trámite de la alternativa soñada. En su tierra, en un cartel incrustado en plena Feria de Abril, con dos figuras del toreo como padrinos y, encima, con un «Duque» de Juan Pedro Domecq que mostró nobleza y buen son. El nuevo matador de toros aprovechó estas virtudes y estuvo airoso con el capote en los de recibo. Se lució después en sendos quites. Uno, precioso por tafalleras, seis, cerrado con un par de saltilleras. Tuvo continuidad en dos verónicas más abrochadas con la media y una posterior réplica por chicuelinas al quite por delantales de Ponce. Tras la ceremonia, compuso una estimable faena en la que hubo temple y ritmo. Muy centrado y sereno sobre la diestra, siguió al natural con tandas largas. Todo iba encarrilado, pero este feliz guión no tuvo el desenlace previsto. El noble animal acabó rajándose en busca de la querencia y deslució el tramo final. Quizás sobró la última serie al abrigo de las tablas y lo empeoró con la espada. Buena impresión, pese a todo.

La suerte sí se alió con el toricantano en el sexto. El titular fue devuelto tras lesionarse una pata y saltó un sobrero de buen juego de Parladé. El destino quiso que no volviera al campo y Jiménez aprovechó sus condiciones para brillar desde el saludo con el percal. En el último tercio, el de Espartinas trazó tandas largas con muletazos hondos y bien trenzados sobre ambas manos. Caló en el tendido. Muy centrado, ahora sí, hubo final feliz. Oreja para abrir el nuevo camino en el escalafón superior.

Ponce no acusó la inactividad desde marzo y buscó las vueltas a su lote, a pesar de las complicaciones propias de su poco juego. Pese a ello, porfió y trató de rascar algo entre la casi nada. El valenciano cumplió en los de recibo a un animal corto en el viaje y que comenzó a atisbar las pocas opciones de triunfo que llevaba dentro. A poco de tomar la muleta el de Chiva, el burel buscó terrenos de tablas y dejó claro que no quería embestir. Lo intentó Ponce tirando de su amplio oficio: le tapó la cara en la salida de los muletazos, probó terrenos y distancias… Pero su magisterio fue inútil y abrevió.

Buenísimas fueron las verónicas con las que saludó al cuarto, que tuvo calidad, buen son y clase. Le gustó al torero e incluso lo brindó al público. Inició bien la faena hasta que una voltereta del toro provocó que perdiese demasiadas energías. A menos, se fue diluyendo su bondad. El torero lo llevó con suavidad y buenas maneras, pero era imposible que rompiera la faena.

El Cid se encontró con un primero de su lote que dejó la impresión de que podía embestir con calidad. Su lidia fue de más a menos. Ya con la franela en la mano, el de Salteras, que brindó a Enrique Ponce, compuso una primera tanda en redondo de buena factura. Comienzo prometedor. A las puertas de la esperanza. Un espejismo. Bajó la intensidad en la serie siguiente y, sobre la zurda, ya resultó mucho más deslucida. Todo a medida que el toro se iba apagando. Cada vez con menos raza hasta echarse en medio de la desilusión del torero y desesperación del público.

El quinto sacó nobleza, pero se unió a la sosería de sus hermanos y se vino a menos. Comportamiento anodino. Escasa transmisión. Lo intentó El Cid en una tanda prometedora de derechazos, pero el astado perdió pronto las manos y cantó su decadencia. Peor la segunda tanda y ya sin emoción cuando lo probó por la izquierda. Nuevo desencanto. Suerte que saltó «Faltón» para entenderse con Jiménez y salvar la tarde. Oreja para hacer camino.

Acababa de romperse el paseíllo. Sevilla tuvo memoria y agradeció el gesto. Rompió la ovación. Ponce, impulsado por las palmas al tercio. Dos años ausente sin pisar La Maestranza. Un mes y medio después de la grave cornada en la axila derecha con fractura de clavícula izquierda en la Feria de Fallas. Ponce, al que El Cid brindó el tercero, hizo el esfuerzo y no volvió la cara. Trabajó a destajo para cumplir con su doble compromiso en la Feria de Abril. La responsabilidad de las figuras. Luego, el ganado se convirtió en un muro imposible de salvar. El viernes, junto a Castella y Adame, la segunda oportunidad.

Toromedia

Javier Jiménez corta una oreja en el sexto

La tarde comenzó con una ovación de reconocimiento a Enrique Ponce por su reaparición después de la cornada de Valencia. A continuación, no pudo lucirse Javier Jiménez de capa en el toro que abrió plaza, prefirió cuidar al toro de Juan Pedro. Sí lo hizo en un quite por tafalleras sin moverse ligándolas muy bien y después a la verónica en dos lances muy buenos. Entró en quite Ponce y le replicó el toricantano. Buen comienzo de faena, primero por alto y después llevando mucho al toro en muletazos largos que provocaron los primeros oles. Comenzó con la derecha destacando la segunda serie y también fue buena la primera al natural. El toro comenzó a agotarse y la faena fue a menos. Hasta que se rajó por completo el de Juan Pedro. Mal con la espada. Ovación.

El sexto fue devuelto y en su lugar salió un sobrero de Parladé al que Javier Jiménez toreó bien a la verónica, rematando de revolera mirando al tendido. La faena comenzó con una buena serie diestra bien ligada y otra más por ese pitón que hizo sonar la música. Cuando cogió la zurda dio una serie de naturales largos y lentos, la mejor de la faena. En la siguiente sobresalieron los remates por bajo con buen gusto. Hubo una última serie con la derecha. Un pinchazo previo a la estocada no le privó de cortar la única oreja del festejo.

Manso de salida el segundo, con el que Enrique Ponce no pudo lucirse de capa. Comenzó la faena con bonitos trincherazos por el izquierdo y, cuando se dispuso a torear en redondo, el toro se desentendió. Le hizo tragar una serie pegado a las tablas a base de dejarle la muleta puesta. Pero el toro no dio más de sí. Mató de media y dos descabellos. Silencio

Ponce toreó muy bien a la verónica al cuarto, primero con la rodilla flexionada y después vertical. El toro fue muy cuidado en el caballo y Mariano de la viña se lució en banderillas. Ponce brindó al público y comenzó doblándose, perdiendo el toro las manos y clavando los cuernos en la arena. Las series diestras fueron limpias pero marcadas por la sosería del toro. Cuando cambió a la zurda hubo tres naturales muy buenos. La segunda serie por ese pitón comenzó con un molinete y un cambio de mano muy bueno pero el toro se fue agotando y empeorando su embestida. Mató de estocada efectiva.

Muy bien toreó El Cid a la verónica al primero de su lote en los medios. El Cid brindó a Enrique Ponce y se fue al centro para ligar una buena serie por la derecha sin probaturas. Más atropellada resultó la segunda, pero cambió a la zurda y ligó bien los muletazos. En la segunda serie por ese pitón el toro comenzó a desentenderse hasta el punto que se echó. Mató de estocada fue silenciado.

El Cid fue a más en el recibo al quinto, ganando terreno a la verónica. Otro toro cuidado en el caballo y bien banderilleado por Alcalareño, que saludó montera en mano. El animal llegó justo de fuerza a la muleta y las primeras series diestras fueron limpias aunque faltas de emoción por falta de enemigo. Al natural también dio series buenas aunque la gente protestó la sosería del animal. Pinchó dos veces y dejó una estocada efectiva.

Firmas

Una alternativa con fundamentos

Por Carlos Crivell, en El Mundo

La empresa no tenía prevista ninguna alternativa entre sus proyectos primitivos para esta temporada. Claro está que los proyectos primitivos quedaron pulverizados en noviembre en una comida que forma parte de la historia. Ante la huída de los toreros más encopetados, la empresa cambió de idea y anunció a Javier Jiménez, novillero de Espartinas con un bagaje amplio para lo que en estos tiempos puede presentar un aspirante. Javier Jiménez se ha forjado en la cantera de Espartaco padre. Es decir, que por disciplina, preparación y conocimientos técnicos es un torero capacitado para andar por el escalafón superior. El doctorado era todo un lujo. Enrique Ponce, de padrino; El Cid, de testigo. La buena noticia del festejo es que Javier demostró que su alternativa estaba más que justificada. Su faena al sexto fue una mezcla perfecta de buen gusto y oficio.

La tarde resultó un fiasco en general por culpa del ganado. También fue una sorpresa que no se llegara a los tres cuartos de plaza. Fue un día en el que Sevilla se pronunció públicamente cuando obligó a saludar tras el paseíllo a Enrique Ponce. El valenciano volvía a los ruedos, tal vez antes de su curación definitiva, para poder cumplir su compromiso con la plaza sevillana. La ovación del público tenía otro mensaje. Era el agradecimiento por haber manifestado que su presencia en la Maestranza se debía al respeto que le tiene a esta afición. Y Sevilla, señorial, le dio las gracias en una ovación unánime.

Decíamos que el festejo fue malo sin excusas por culpa del ganado de Juan Pedro. No es la primera vez que sucede tal cosa con esta ganadería. Es cierto que un ‘juanpedro’ embistiendo bien es una delicia, pero también es verdad que el porcentaje de toros empalagosos, insípidos y mortecinos que se lidian de este hierro es muy abundante. Del festejo de ayer, solo el sobrero, y gracias a buen quehacer del toricantano, se pudo torear con cierta emotividad.

Es la palabra clave: emoción. Lo dijo alguno del tendido. Las embestidas nobles de los toros de Juan Pedro eran capaces de adormilar al más pintado. La bondad no puede ser el único argumento del toro de lidia. En los momentos cruciales que vive ahora la Fiesta, es totalmente prioritario que el ruedo se pueble de toros encastados, que obliguen a los espadas a hacer un esfuerzo, reses que hagan temblar de miedo al tendido. Sin esos toros, más bien con reses en las antipodas, el futuro parece oscuro.

Enrique Ponce, dicho queda,recogió el cariño y el agradecimiento de la plaza. El torero de Chiva tropezó con un animal rajado en primer lugar. Se fue a las tablas huyendo de la pelea. No cabía mayor fasta de casta. El segundo de su lote fue blando y rodó por el albero en varias ocasiones. Con la cara alta, parado entre pase y pase, la labor del maestro fue soporífera. Otro ejemplo de toro de ida y vuelta sin chispa fue el quinto, segundo del lote de El Cid. El de Salteras, torero de poder, estuvo pulcro y aseado. El problema es que no tenía delante nada que torear. Era como darle pases a un carretón, muy bonito, pero ausente de alma. El que lidió como tercero no fue mucho mejor. Era como un gazpacho sin tomate. Soso hasta la desesperación, Manuel Jesús toreó sin estrecheces ante de algunas caídas del astado.

La tarde quedó para el torero de la alternativa. El de su doctorado fue muy apropiado para la ocasión por la escasa presencia del animal. El quite por tafalleras y caleserinas resultó explosivo. El de Juan Pedro se frenó conforme avanzaba cada tanda. Javier Jiménez, tal vez bajo los efectos de la presión de un día de mayor responsabilidad, anduvo solvente pero sin centrarse. Puso toda la voluntad del mundo, el toro se rajó y se fue a las tablas y allí el chaval animó sus embestidas con recursos sobrados. Con la espada se le fue la mano y el estoque quedó bajo y asomando por el costado. Mala suerte. La fortuna se puso de su lado. El sexto titular fue un toraco enorme que arrastraba una pata. La devolución le tenía reservado otro sobrero de Parladé que le permitió explicar los argumentos con los que ha llegado a esta alternativa.

El torero de Espartinas entendió bien a su oponente, le ligó los muletazos con técnica y valor para quedarse en el sitio colocado y fue capaz de gustarse en alguno muletazos de trazo airoso y sentido. El toro, a duras penas, medio aguantó con cierta nobleza la faena del nuevo matador. Javier Jiménez toreó bien con la derecha y con la izquierda, para ya al final dibujar una trincherilla gloriosa como firma de su vibrante y torera labor. Le costó cuadrar al animal, ya muy quebrantado en este trance, pinchó a la primera y metió la espada a la segunda. La imagen del torero fue excelente. Había dejado claro que su alternativa estaba más que justificada.


Por Gastón Ramírez Cuevas. Un torero y dos fantasmas

De no haber sido por Javier Jiménez, el muchacho de Espartinas que tomó la alternativa, el festejo hubiera pasado al libro Guinness de records como el más aburrido de la era cristiana. Afortunadamente, el flamante matador de toros se enfrentó al lote menos manso y más potable de la tarde.

Javier demostró que su tauromaquia posee honradez, pureza, naturalidad, sensibilidad e imaginación. Además exhibió en todo momento una quietud y un aguante extraordinarios. El que abrió plaza fue débil y se apagó muy pronto. El alumno de Espartaco padre le hizo un portentoso quite por tafalleras sin enmendar, afarolados y revolera. Luego, con dos verónicas muy suaves, puso al toro en suerte para la segunda vara. Ponce hizo un anodino quite por mandiles y Javier le replicó con chicuelinas modernas y revolera.

El cornúpeto de Juan Pedro se dejó pegar algún buen muletazo antes de negarse a pasar debido a su falta de fuerza, y de rajarse como casi todos los pupilos de esa casa. El torero andaluz aguantó, templó y consintió al de negro. Pero la faena, después de que Javier lo citó de largo y le aguantó tratando de lucirlo hasta donde fue posible, no pudo ir a más. El bicho se le pasó de faena y tuvo problemas para acabar con él. No obstante, el respetable le sacó a agradecer una fuerte ovación en el tercio.

Después de los dos pares de toros de sus alternantes (quienes nos hicieron acordarnos de que la percepción del paso del tiempo es relativa, pues esa hora y media nos pareció más larga que un discurso de Fidel Castro) salió el sexto, un zambombo que le llevaba más de 100 kilos de peso a alguno de sus hermanos. Como era previsible, el pobre gordinflón claudicó de inmediato y volvió presuroso a los corrales. Eso fue una clara muestra de que la Divina Providencia a veces se acuerda de los aficionados mártires y de los toreros de verdad. Y no es porque el primer sobrero haya sido una maravilla, sino porque por lo menos el morlaco demostró que podía sostenerse en pie y que embestiría con nobleza hasta donde le alcanzaran las fuerzas.

Javier Jiménez estaba inspirado y recibió al de Parladé con primorosos lances a pies juntos y una revolera. Brindó al público y luego nos regaló un trasteo pleno de elegancia, variedad, buen gusto y decisión. Perdone usted, estimado lector, que me repita, pero no puedo menos que volver a citar a Andrés de Miguel (escritor taurino de Madrid) quien dijo: “Lo más noble del arte de torear es la decisión de buscar la belleza en los dominios del toro”. Eso precisamente hizo el nuevo doctor en tauromaquia, toreando al burel como si fuera de bandera. Ahí surgieron los naturales largos y templados, las sabrosas trincherillas, los profundos pases de pecho y los torerísimos adornos. Javier pinchó en lo alto, el público le aplaudió y luego cobró una entera tirándose sobre el morrillo con fe. La presidenta le concedió una oreja que le supo a gloria tanto al público como al propio torero.

De sus alternantes, dos coletas relativamente importantes, sería preferible ni hablar, pero quizá deba hacerlo aunque sea para establecer una necesaria comparación entre dos señores que ya no tienen nada que hacer en la Fiesta y una espléndida promesa. Ponce estuvo irremediablemente denso y aburrido, pero El Cid le ganó la pelea y nos volvió a demostrar que ya no tiene un ápice de afición y que si Hitchcock era el mago del suspenso, él es el mago del hastío.

El famoso inventor de la poncina no se jugó ni un alamar y debe estar contento por el comportamiento de su lote. Toros indignos que no podían ni con su alma. Bueno, eso es lo que le gusta que salga por toriles para ejecutar su toreo de lejanías y almíbar. El Cid, ese torero que tanto valor y clase sobria le echaba al asunto, es ahora sólo un triste espectro que vaga por ahí sin pegar un miserable pase que valga la pena. El gran Ponce y el figurón de Salteras estuvieron extraordinariamente mediocres y creo que debían irse antes de que los echen.

En resumen, podemos decir que al salir de La Maestranza se nos iluminaba el semblante al pensar que en Javier Jiménez tenemos a un torero auténtico y carismático para rato. Lo malo es que luego nos venía a la mente el hecho de que Ponce tiene todavía otra tarde en la feria y El Cid otras dos, y que a Javier no le veremos en Sevilla probablemente hasta dentro de un año. Eso es para deprimir hasta al rey de los optimistas.


©Fotos de Raúl Caro y Arjona.

Sevilla Temporada 2014.

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