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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

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Tarde del domingo, 18 de abril de 2010

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de El Pilar y Moisés Fraile (1º y 3º) (bien presentados, encastados y nobles, ovacionados en el arrastre; excepto los dos primeros, mansos, sin fuerzas y pitados en el arrastre).

Diestros:

El Cid: Municipal, descabello (silencio); meteysaca, estocada (pitos).

Sebastián Castella. Estocada casi entera caída y atravesada, descabello (silencio); estocada entera un poci caída (oreja).

José María Manzanares. Pinchazo, aviso, pinchazo hondo, estocada (saludos desde el tercio); pinchazo, estocada entera (oreja).

Saludaron: Curro Molina y Manuel Molina, de la cuadrilla de Sebastián Castella, en el 5º); Juan José Trujillo, de la cuadrilla de José María Manzanares, en el 6º.

Presidente: Anabel Moreno.

Tiempo: Nublado con algo de lluvia al principio, despejado después. Un poco de viento.

Entrada: Hasta la bandera.

Crónicas de la prensa: El Mundo, El País, Diario de Sevilla, El Correo de Andalucía, Barquerito, Gastón Ramírez.

©Manzanares en su faena/EFE.


Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Los toros de El Pilar triunfaron el año pasado y esta Feria estaban rifados. El primero fue manso, rajado, y acabó en toriles y el segundo flojo y muy soso. Parecía que no iban a repetir triunfo, pero los otros cuatro sirvieron. Algunos eran excesivamente altos y todos con mucho peso, pero sirvieron. El mejor, el quinto, para no dejar mal el refrán. Se llabama Guajiro y puede ser el toro de la Feria. Fue pronto, derribó dos veces y humilló y embistió hasta la saciedad. Era de vuelta al ruedo, pero cuándo se pide ese trofeo. Si el público y la presidenta están atentos a lo de la segunda oreja, cuando hay parte del público, entendido, que pide la vuelta al toro, si la presidenta no se da cuenta, cómo se hace.Castella estuvo bien pero debió estar mejor y desorejarlo por completo. El Cid está sin sitio, no los ve sencillamente. Con los victorinos anduvo mal y con el cuarto anduvo a la deriva sin centrarse para hacerle la faena que pedía y al final fue pitado tras matar un buen toro. Manzanares tuvo ayer abierta la Puerta del Príncipe. En el tercero debió cortar una oreja y en el sexto las dos con fuerza. Pero, siendo seguro con la espada, esta vez le falló. Otra vez será, pero quedan en el recuerdo pases de pecho de punta a punta, trincherazos, adornos por bajo…Y mucha profundidad, hasta jartarse. Las cuadrillas, igual que sus respectivos matadores.


Lo mejor, lo peor

Por Juan Carlos Gil.

Lo mejor: el embrujo del toreo

Uno de los aspectos más encantadoramente delicioso del toreo consiste en la capacidad de embrujar a las almas sensibles con la suavidad de una apertura de faena como la protagonizada por José María Manzanares al bombón del sexto de la tarde, un colorao, bien armado, astifino, alto de agujas y de embestida acaramelada. Un toro fijo en los engaños, con un tranco magnífico, de largo recorrido y de una nobleza bondadosa eminente precisaba un matador de mente despejada y temple exquisito. No defraudó en esta ocasión Manzanares que nos sedujo con una interpretación de la Tauromaquia adjetivada con el empaque, la calidad, la distinción y la donosura de los elegidos. La faena al sexto tuvo la virtud de la colación. El espada de Alicante dio distancia a “Dudeto” que humillaba y gateaba en el engaño empujándolo hacia adelante. Las dos primeras serias con la diestra sobresalieron por el ritmo y el compás, por la cadencia y el temple. Con la izquierda hubo menos acople y el tono fue creciendo cuando los armónicos derechazos se hilvanaron unos a otros de forma tan rotunda como delicada. Ahí nació el embrujo, es decir, en esa casi imposible paradoja entre la sutileza más delicada y el trazo más portentoso. El epílogo no dejó indiferente a nadie: cambios de manos por bajo acompañados con todo el cuerpo, trincherillas imperecederas que finalizaban con un grácil toque de muñeca para urdir el siguiente adorno y ayudados por alto colosales. Fondo y forman se compenetraron en una obra fascinante.

Muy bien estuvo Curro Molina y Juan José Trujillo con los rehiletes. Se templaron con sus toros, midieron la suerte, se asomaron al balcón, metieron los brazos con agilidad y salieron garbosamente de la suerte. Y mucho mérito tuvieron las muñecas de Curro Robles que consiguió que “Dudeto” fuese de más a mucho más.

Gran corrida de toros en general la que nos trajo El Pilar y Moisés Fraile. Se dejó pegar en el caballo, pero cuatro de los seis ejemplares se vinieron arriba en el último tercio y ofrecieron muchas posibilidades a sus espadas. Ahora bien, no regalaron nada. Requerían decisión, valor, no dudar y hacer las cosas perfectas.

Lo peor: una pausa para la reflexión

El Cid está atravesando un largo bache que puede costarle algún disgusto serio. Si no lo ve con claridad, si no disfruta delante de la cara del toro, si da tres y está loco por buscar el de pecho… debería tomarse un merecido tiempo para reflexionar. Es lo sensato si se dan las circunstancias descritas… Si sólo es un pequeño socavón del ánimo que continúe a ver si de verdad rompe la racha y de nuevo se coloca dónde se merece. Él debería ser sincero consigo mismo y con la afición.

Con todo, y a pesar de que Manuel Jesús no estuvo bien, ni medio bien, censuro con insistencia los pitos que recibió al final de su segunda actuación y los que se volvieron a repetir cuando atravesaba la plaza en busca del hotel. Un silencio sonoro hubiese sido suficiente.

Castella bien a secas ante un toro de mucha nota y gran templanza en la acometividad. Técnicamente nada que comentar, aunque respecto de la chispa del arte… quedaron sensaciones entrecruzadas


El Mundo

Por Carlos Crivell. Y Guajiro se quedó sin la vuelta al ruedo

El silencio de la Maestranza es fuente inagotable de sugerencias. Esos momentos en los que la plaza espera algo son sublimes. No hay ninguna otra plaza en el mundo que viva con tanta intensidad la Fiesta. Por eso, ver toros en Sevilla sigue siendo una experiencia única, irrepetible y que se mantiene a pesar de que los tiempos cambian. Silencios como los que antecedieron a los grandes pares de banderillas que se colocaron, o los que intuían que habría toreo grande al comienzo de las faenas de los diestros.

La corrida, a punto de ser frustrada por la lluvia, fue de las que hacen afición. El público asistió ensimismado a la lidia de seis toros de presencia y comportamiento diverso. En la corrida de El Pilar hubo de todo, pero el aficionado siempre se acordará del quinto, de nombre Guajiro, alto, ancho y de pelo ensortijado en el cuello, bravo, noble y repetidor. Si un toro así no es premiado con el honor póstumo de la vuelta al ruedo, ¿quién podrá merecer dicho premio? Junto a este pedazo de toro, la nobleza del sexto y las posibilidades no mostradas del cuarto. La variedad se hizo presente en la mansedumbre del primero, la falta de clase del muy feo segundo o la intermitencia del tercero. Simplemente una corrida de toros, aunque esa cumbre de Guajiro le sube la nota al conjunto y se queda ya entre la nómina de los toros buenos de verdad. El Pilar se ha reivindicado y se coloca entre las ganaderías que se necesitan para que los matadores puedan torear a gusto.

Esta corrida pasó a la eternidad sólo con dos orejas cortadas. Algunas de las que pudieron lograrse se las llevaron los aceros. Eso indica que la terna no aprovechó las posibilidades del encierro. No las aprovechó El Cid, que tendrá que someterse a un produjo examen de conciencia para volver a ser el de siempre. El manso de salida no le dejó hacer nada, pero con el cuarto no estuvo centrado. La gente, que no tiene memoria con algunos toreros, le pitó. Seguro que esos pitos debieron herir en los más íntimo de su ser a Manuel Jesús.

Castella debió cortarle las dos orejas al quinto. No las cortó porque, aunque es muy buen torero, es un espada previsible y programado. Algún día hay que cambiar el esquema de una faena, sentirse torero, hacer algo distinto a la rutina de siempre. Castella fue a lo suyo: pases por la espalda, derechazos (infinidad de los mismos), casi ninguno con la izquierda, los circulares invertidos (a esas alturas parte del público se lo recriminó) y la gama de todos los días. No le gustó que le concedieran una sola oreja, pero también debe reflexionar, porque cuando un toro embiste como Guajiro hay que torear con grandeza; si se sabe, claro. El toreo con grandeza llevó la firma de Manzanares. Lo del tercero fue una labor intermitente, con altos de calidad suprema y algunos detalles de falta de acoplamiento, bien porque le enganchó o porque se empeñó en torear muy en corto.

La faena al sexto fue una joya, llena de empaque, perfume caro y regusto exquisito. Toreó con lentitud pasmosa, ligó mucho en las tandas diestras, se gustó en los monumentales pases de pecho y dibujó unos cambios de mano (ya en el tercero pintó un cartel de toros) que nos reivindican con el toreo de clase, el que te levanta del asiento y recibe el óle rotundo y macizo. Manzanares, que tiene la espalda herida, quería torear en Sevilla. Se entiende, es un torero para Sevilla, para una plaza capaz de esperar en silencio la obra de arte.

Lo que ya no es de recibo es que un torero tan bueno con la espada, haya perdido el sitio precisamente ahora. Debe ser por la espalda. Da igual, Manzanares toreó y Sevilla le aclamó.


El País

Por Antonio Lorca. El sabor amargo de la derrota

Manuel Jesús, El Cid, supo ayer a qué sabe la derrota en la plaza de la Maestranza. Y, a tenor de su semblante, debe ser un sabor muy amargo. Sonaron pitos mientras se retiraba al burladero tras la muerte del cuarto y el arrastre del toro fue acompañado por una ovación. ¡Malas puñalás te da la vida…! El torero poderoso, el grande, la mejor mano izquierda del toreo, cabizbajo y parapetado entre las tablas del desaire de un público que hace nada comía de su mano.

No vive su mejor momento el gran maestro de Salteras. Se le ve inseguro, con pocas ideas y menos recursos, sin mando ni solvencia. Y, lo que es peor: a merced de las circunstancias. Y éstas no le fueron ayer favorables. Su lote no fue propicio; ni su primero, un manso de mala condición, ni el cuarto, un animal de embestida incierta y con genio. Pero Manuel Jesús no fue el torero vigoroso de otros tiempos. Se le notó muy contrariado mientras perseguía a su manso primero, y lo muleteó nervioso, movido, destemplado y muy acelerado. Se libró de la voltereta de purito milagro porque el animal esperaba cualquier error para coger a su presa, pero el resultado final fue decepcionante. Con muchas prisas se enfrentó al deslucido cuarto, y lo toreó sin gusto ni relajación desde una preocupante inseguridad. Para remate clavó la espada en los costillares antes de cobrar una estocada, y en la plaza quedó la sensación de que a este Cid algo le ocurre, algo lo tiene fuera de sí. Porque estuvo sin estar, quiso y no pudo, y, además, no sabe estar mal.

Quizá, uno de los problemas resida en que se ha perdido el concepto de la lidia. Toda la tauromaquia moderna se reduce al derechazo y el natural, y cuando el toro no los acepta todo se descompone y se torna en insoportable aburrimiento. Le ocurrió a El Cid en su lote, y a Sebastián Castella ante su soso primero, con lo que se mostró de una pesadez insufrible. ¡Qué pocos recursos! ¡Qué ausencia de creatividad!

Pero la corrida dio más de sí. Se concedió, por ejemplo, la oreja más barata de los últimos años, y el depositario fue el citado Castella. El quinto llegó a la muleta alegre y confiado (Curro Molina le había clavado dos pares de banderillas sensacionales), y el torero hizo una labor de más a muchísimo menos, de la emoción de dos pases cambiados por la espada al sopor de dos circulares insulsos. Quede en su haber unas vistosas verónicas y un airoso quite por chicuelinas.

Y volvió a torear con la prestancia que le es propia José María Manzanares, torero elegante, transfigurado siempre en esta plaza. Acompaña su personal embrujo con la cintura y esconde sus irregularidades con sus finas maneras. Su soso y noble primero sólo le permitió una labor irregular, salpicada por varios muletazos hondos y, sobre todo, por un par de cambios de manos, que es lo que vuelve locos a los espectadores modernos. Mucho mejor estuvo con el muy noble sexto, un buenazo que le permitió el toreo de salón. Faltó la emoción del toro, pero hubo toreo del bueno, intermitente, eso sí, sólo con la mano derecha, también; pero bueno. También triunfó su cuadrilla: Curro Javier, en el tercero, y Juan José Trujillo, en el sexto, saludaron tras las banderillas.

Y lo que está mal de verdad, de auténtica pena, es este público feriado de Sevilla, que lo aplaude todo, que pide las orejas sin ton ni son, que ovaciona a los picadores por no picar, y que está contagiado de una perniciosa modernidad que ni sabe ni entiende.

Quede el recuerdo final para Manuel Jesús El Cid: en estos momentos bajos, queda la espera por el gran torero que ojalá resucite pronto para bien de esta alicaída fiesta. El Cid tiene la moneda y puede y debe cambiarla.


Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. El Pilar repite éxito

La corrida de El Pilar, ganadería triunfadora el año pasado, volvió a repetir éxito en esta edición. En los tiempos que vivimos es muy difícil que hasta cinco toros, cinco, ofrezcan bravura y nobleza, en distintos grados, suficientes para que los toreros triunfen. Los toros que saltaron en la segunda parte de la corrida fueron de nota. Un cuarto, bravo y exigente; el quinto, también bravo y con calidad; y el sexto, con clase. Pero es que el segundo fue un animal noblón, aunque se rajó pronto; y el tercero también derrochó nobleza, aunque se apagó pronto. Un cocido ganadero soberbio, en el que únicamente, como garbanzo negro, saltó un primero manso.

Con este menú, los comensales Manuel Jesús El Cid, Sebastián Castella y José María Manzanares dieron cuenta de muy distinta forma. El Cid, que anda sin sitio, se marchó de vacío. Y Castella y Manzanares -con más mérito el alicantino- cortaron sendas orejas.

El Cid lo pasó francamente mal con el mansísimo que abrió plaza. Con el cuarto anduvo sin confianza, con precipitación y se hinchó a dar pases por ambos pitones, en una labor que no caló en los tendidos. Entre las protestas, un espectador le increpó: “¡Se ha ido sin torear, Manuel!”. Y tras liquidar al toro de un metisaca en los sótanos y una casi entera, el respetable ovacionó al bravo toro.

Castella, ante el noblón segundo, que tuvo el motor justo, alternó enganchones con muletazos buenos. El toro se rajó pronto. Con el quinto, buen toro que fue a más, realizó una faena que fue a menos. Tras lucirse con el capote, en cuatro bellas verónicas, rematadas con una estupenda media, comenzó con la muleta de manera explosiva, desde la distancia larga, con un par de pases por la espalda. Hilvanó dos buenas tandas con la diestra, una de ellas con muletazos suaves. Otra, con mucho temple, con un cambio de mano por delante y un gran pase de pecho. Con la izquierda también brilló en algunos naturales. Pero la faena cayó en picado tras obstinarse en dos circulares invertidos, en los que el toro le tropezó el engaño, con el público protestando. Se tiró de verdad en la suerte suprema para una buena estocada y una oreja, en la que no hubo mayoría abrumadora de pañuelos.

José María Manzanares consiguió los mejores pasajes de la corrida. Su actuación rezumó en todo momento torería. Acarició la Puerta del Príncipe, que se alejó por el fallo con la espada. Con el noblote y tardo tercero, un animal distraído que se rajó pronto, el alicantino evidenció su clase a cuentagotas. Su obra, tuvo como mayor expresión estética una tanda con la diestra, que cerró con una impresionante trincherilla. Tras ello, el toro fue a menos. Dibujó dos deslumbrantes cambios de mano que dejaron con la boca abierta al personal. No acertó con la espada.

La mejor versión de Manzanares y lo más impactante de la tarde por parte de los diestros llegó en el sexto, un ejemplar muy noble y que aguantó mucho. Manzanares imprimió su sello de torero artista en los lances de recibo, con unas hondas verónicas y delantales preciosos. Con la muleta, derrochó sentimiento, arrebatando al público en distintas fases de la faena, en la que toreó muy asentado, encajado los riñones, girando la cintura, tirando siempre del toro con suma suavidad y de manera exquisita. Series preciosas por su alta dosis de estética. Una faena que fue a más y se cerró con un pasaje de ensueño con la diestra de ensueño, con un molinete, un cambio de mano, un ayudado a media altura, una trincherilla y un pase de pecho, poniendo al público de pie. Pinchó antes de una buena estocada y el premio quedó en una oreja. Pero en el ruedo de la Maestranza quedó plasmada una bellísima obra de arte.


El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. El toreo según Manzanares

Como cuatro o cinco golpes de brisa tibia, Manzanares inició su recital con un ramillete de ayudados bajos y altos que cosió a un enorme pase de pecho. Sin solución de continuidad, con toda la orquesta afinada, el alicantino se fue a los medios para coger la batuta y abrir los pistones de todos los metales. Era la obertura operística, más de Verdi que de Wagner, de una faena que comenzó a brotar en tres sensacionales derechazos y un pase por alto de aroma caro.

Cada vez más encajado, más armonizado con la noble embestida del toro charro, Manzanares toreó y toreó para sí mismo en un torrente creciente que saltó por encima de los de pecho y de los cambios de mano trocados en escultura griega, hasta ralentizarse en una serie que fue puro pulso, nuevas caricias para un toro de enorme duración que no se cansó de embestir. Se quebró en parte la tensión argumental cuando el torero se echó la muleta a la mano izquierda pero un sensacional pase de pecho devolvió el ritmo a un trasteo al que aún le quedaba un largo epílogo: un trincherazo trocado en molinete y un derroche de ayudados postreros que levantaron al personal de los asientos. Pero la espada no quiso entrar a la primera y el segundo trofeo que ya tenía agarrado acabó volando. No importó; la faena estaba hecha y el público se partió las manos aplaudiendo en una apoteósica vuelta al ruedo. Y es que Manzanares había acariciado la Puerta del Príncipe. Antes podía haber cortado otro trofeo del tercero de la tarde, un toro que no terminó de romper hacia adelante y que se acabó parando. En el trasteo hubo más principios que finales, pero allí quedaron varias perlas marca de la casa para el deleite del público sevillano.

Sebastián Castella se le había adelantado en el marcador. Ya había cortado una oreja al quinto de la tarde, un toro de excepcional clase y enorme calidad y profundidad en sus embestidas al que administró un notable trasteo al que faltó ese poquito de más para alcanzar la excelencia. Castella inició esta faena, demasiado estereotipada, con el clásico pase cambiado por la espalda antes de enjaretarle varias series de correcta factura que enseñaron la calidad del toro por ambos pitones. Hubo muy buenas fases en la labor del francés, que hasta toreó con enorme regusto en el final de su faena, abrochada con una muy buena estocada que no terminó de desatar el entusiasmo del público, que pidió para él una oreja que quedaría borrada después por el despliegue sinfónico de José María Manzanares. El segundo de la tarde salía muy distraído de los muletazos y no dio demasiadas opciones al diestro galo. Ese fue uno de los dos únicos lunares de un gitantesco y completísimo encierro de El Pilar que, sin la alta nota registrada el pasado año, volvió a brindar una amplia baraja de posibilidades para el triunfo de la terna.

Desgraciadamente la tarde también alumbró una mala noticia. Y aunque la leña del árbol caído sólo alimenta la hoguera de los mediocres no hay manera de tapar o justificar ya el mal momento por el que atraviesa El Cid, un torero al que nadie le ha regalado nada. Debería darse una tregua a sí mismo. No puede permitirse la rechifla del público, inmisericorde con las dudas evidentes que mostró el de Salteras con el cuarto, un toro de fondo noble que se quedaba un pelín corto. Supo taparse más con la faena gestual -más escénica que real- planteada al manso que abrió el notable encierro de El Pilar. Pero Manuel sufrió en sus carnes el abandono absoluto del público que, con el de Madrid, lo lanzó al estrellato no hace tanto. Debía pensárselo.


Autores

Por Barquerito. Otra notable corrida de El Pilar

De los seis toros que echó Moisés Fraile en Sevilla, el más completo fue el quinto: 600 kilos, del hierro de El Pilar. Guajiro de nombre. Se descaró nada más asomar. Fue la primera pero no la única ovación que iba a llevarse ese toro, que tomó el capote de Castella descolgado y con inesperada delicadeza, y se templó Castella en lances de compás; que derribó en dos varas tomadas con toda la prontitud que le permitieron, porque la lidia fue prudente, a la contra y, con casi todos mal colocados, para proteger a caballo y piquero; que galopó en banderillas y dejó lucirse a Curro Molina en un par de los que se premian con música.

Lo más llamativo del toro era su carbón. Castella brindó al público desde los medios y ahí pretendió que el toro le llegara desde tablas pero sin citarlo ni llamarlo. Al fin se vino el toro a un muletazo cambiado por la espalda y a dos más por alto en un nudo, y tres por abajo, un natural, el de la firma y una trinchera que provocaron a la música. Fue el momento más redondo de la faena. Una estocada arriba puso a todos de acuerdo. Una oreja. Se pidió la vuelta para el toro. No quiso el palco. Ese Guajiro estuvo por encima de todos los compañeros de viaje.

El viaje de Salamanca a Sevilla tan ingrato para tantos toros. No para un cuarto bravo con un punto tal vez incierto y díscolo; ni tampoco para un sexto de embestidas tan despaciosas como las del carretón con el que se ensaya el toreo de salón. Los dos llevaban el hierro de El Pilar. El Cid se vio desarbolado por no gobernar al cuarto, que se le subió a las barbas. Manzanares toreó a placer al sexto. Pero ni a este sexto ni a un importante tercero, de encaste Lisardo y no Aldeanueva-Juan Pedro, los mató Manzanares como suele. El primero, también lisardo, fue peleón pero buscó su querencia y El Cid gastó pólvora en salvas con un trabajo arrebatado. Castella le pegó al segundo demasiados capotazos de brega y el toro, suave en los primeros toques de muleta pero rebelado cuando enganchó engaño, se indispuso sin aviso previo. La gente lo pasó de maravilla.


Autores

Por Gastón Ramírez. La poesía de Manzanares y el silencio de Castella

Como suele ocurrir en prácticamente todas las corridas de toros, el mejor toro del encierro no le tocó al mejor torero. De esa manera el estupendo y bravo toro “Guajiro”, de Moisés Fraile, fue a caer en manos de Castella, quien lo toreó de una manera nada memorable. El toro derrochó bravura en el caballo ocasionando dos tumbos, y desde que salió de toriles hasta el momento de la estocada embistió con alegría y humillando.

En descargo de Castella señalaré que estuvo bien con el capote, tanto en las verónicas como en el quite por chicuelinas, que le dio a “Guajiro” muy buenos pases al natural y que lo mató de manera muy digna. La oreja fue pedida por gran parte del público y el torero galo la arrojó displicente a uno de su cuadrilla.

Ese quinto toro merecía más, mucho más, pero Sebastián ha caído en un toreo convencional hasta la intrascendencia, en una tauromaquia muda. Sus kilométricos avíos deslucen lances y muletazos, y aunque se ve que intenta no caer en la vulgaridad, se trata de una tarea visiblemente superior a sus fuerzas. Bueno, para fortuna del toro, éste murió dignamente y se fue al desolladero sin una oreja.

José Mari Manzanares es la otra cara de la moneda y cortó la otra oreja de la tarde en el sexto toro. Ya en el primero de su lote había hecho una faena de las suyas, en la cual dos soberbios cambios de mano por delante bastaron para que el aficionado se olvidara de las lluvias y aburrimientos de días pasados. De haber matado a la primera, hubiera vuelto a La Maestranza el tema eterno de si oreja sí u oreja no.

En el que cerró plaza, un castaño que no tenía mucha fuerza -como casi todo el encierro, a excepción del cuarto-, Manzanares estuvo cumbre, toreando con ese empaque, esa poesía y ese temple inimitables. Los muletazos por el pitón derecho eran largos y muy suaves, completos y geométricamente hermosos. El toreo de José Mari tiene la virtud de proporcionar una enorme alegría estética al que lo contempla, algo que muy pocos toreros pueden transmitir al tendido. Volvió a pinchar (cosa rara en él) y cortó una merecida oreja con una absurda petición de la segunda.

El Cid no estuvo ayer en la plaza, o por lo menos, su alma torera parecía haberle abandonado. La inseguridad, el torear atravesado, fuera de cacho, los gritos, y hasta un metisaca en el chaleco (propinado al cuarto), fueron el sello de la aciaga tarde para el de Salteras. Es una pena, ya que puede haber cierta nobleza en el fracaso, pero no hay gloria alguna en demostrar ineptitud.


Sevilla Temporada 2010

sevilla_180410.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:11 (editor externo)