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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

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Tarde del Lunes, 19 de abril de 2010

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Jandilla-Vegahermosa (de diferente presentación, escasos de fuerza y blandos en general; el 2º, devuelto a corrales tras partirse un pitón al derrotar contra el burladero; el 5º, devuelto a corrales por debilidad de los cuartos traseros, 5º-bis de Javier Molina, anovillado y con peligro).

Diestros:

Julio Aparicio: Pinchazo, estocada (silencio); estocada (silencio).

Morante de la Puebla. Estocada casi entera caída (silencio); pinchazo hondo y descabello tras aviso (saludos desde el tercio con petición de oreja).

Cayetano Rivera Ordóñez. Estocada en su sitio (ovación); estocada entera (ovación).

Saludó: Ángel Otero, de la cuadrilla de Julio Aparicio, en el 1º.

Presidente: Julián Salguero.

Tiempo: Nublado y soleado.

Entrada: Hasta la bandera.

Crónicas de la prensa: El País, Siglo XXI, La Razón, EFE, Barquerito, ABC, El Mundo.

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© Morante de la Puebla con el segundo de la tarde en La Maestranza/ABC. Cayetano Rivera en su segundo toro de la tarde/ALEJANDRO RUESGA/El País.


Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Los jandillas mal, flojos, sin casta, apenas nada destacable. Julito cumplía veinte años de alternativa y está para detalles, igual que hace veinte años. A Morante le devolvieron los dos, uno porque se partió un pitón por culpa de Cayetano en el burladero -menos mal que los dos tienen el mismo apoderado- y el otro por precipitación del presidente, pues ni estaba cojo ni ná. Claro, que había que registrar a la gente esa para que no cuelen pañuelos verdes en la plaza. Con el sobrero manso de Molina vimos a un Morante inédito, decidido, valiente, hasta jugársela en los chiqueros. Era su último toro de la Feria. Lo mató de pinchazo hondo y descabello y el presidente le negó antirreglamentariamente la oreja, pues la primera no es suya, sino del respetable. Cayetano quiso y no pudo contra dos enemigos descastados. Detalles con el capote e inicios de faena lucidos. La estocada al tercero puede ser la de la Feria, un volapié fulminante.


Lo mejor, lo peor

Por Juan Carlos Gil.

Lo mejor: el valor egregio del artista

Morante de la Puebla es un artista genuino, sorprendente y, en muchos aspectos, atípico. Es capaz de recibir un premio taurino y no pronunciar palabra tras una loa de Antonio Gala; puede torear con el capote con el duende de Gitanillo de Triana; consigue tirar por la calle de en medio cuando pintan bastos… y lo más importante, cuando toca jugarse la femoral lo hace con tranquilidad más pasmosa, sin afectación y con una relajación digna de encomio. Ante el sobrero de Javier Molina, de nombre “Flamenco,” feo, sin cuello y con mucho genio, evidenció que es uno de los toreros artista más valiente de la historia. Principió su faena con unos doblones por bajo que sirvieron para atemperar la brusquedad de la embestida y de paso, le dejó claro al burel de Molina quien mandaba en el ruedo. Una muleta poderosa y grácil a la vez se dejó llegar los pitones a milímetros y pulseó la acometida con un temple portentoso que rompió al toro. Con el toro cosido a la pañosa dibujó un toreo de enjundioso valor, sobre todo en los dos primeros derechazos de la serie, en los que había que tragar una barbaridad. Faena larga, pausada, de temple irreprochable, de técnica inmaculada y de colocación impoluta. Alguna trincherilla supo a gloria, con el toro humillado y rozando el bordado azabache de la taleguilla.

Lo peor: La ausencia de criterio

Se devolvió el primer toro de Morante porque se partió un pitón. Acertada la presidencia. La cuadrilla tardó en ver que el toro remataba muy encelado hasta en tres ocasiones. Sin embargo, el presidente, dejó en el ruedo al cuarto con muy poquita fuerza y mantuvo al sobrero de Morante. Lo mismo ocurrió con el sexto… que tuvo tanta calidad como poco fuelle.

Y la presentación de la corrida dejó mucho que desear… pequeña, sin remate y sin peso… Hay que ver… hay que ver… cuando torea Cayetano… la presencia… deja mucho que desear… Cuanto menos es sospechoso.


El País

Por Antonio Lorca. El valor como símbolo

Morante de la Puebla tiene un misterio y ayer volvió a desvelarlo ante Sevilla: el misterio de un valor incuestionable, profundo cimiento de su embrujo artístico. No es posible ser figura del toreo si no existe un desprecio racional por la vida. El toro exige un corazón de león, una enorme válvula que bombea fortaleza, arrojo y pundonor. Y ayer, como sin venir a cuento, Morante hizo así y aguantó lo inimaginable a un sobrero de Javier Molina, que derrochó aspereza y genio, y al que el torero hizo frente de verdad, le plantó cara con gallardía y le ganó la pelea. Es el misterio de los toreros grandes; quién sabe lo que pasaría ayer por la cabeza de Morante para cambiar un abaniqueo por la cara decoroso y comprensible por jugarse la femoral ante una embestida incierta y deslucida. Lo cierto es que expuso el tipo para diseñar una labor emocionante por su dificultad, que la salpicó de muletazos largos y enjundiosos, sobre todo por el lado derecho, materialmente robados a un toro que no permitía excesivas confianzas. Y el público, acostumbrado a la supuesta fragilidad del artista, se sorprendió, se frotó los ojos y se emocionó con el aguante del torero sevillano.

Así son estos elegidos. Si mata a la primera, le conceden la oreja que el presidente denegó por falta de quórum en los tendidos. Pero ahí quedó para siempre la imagen y el sentido de la vergüenza torera y del valor como estructura básica y suprema del arte del toreo.

Ese mismo torero valeroso se sintió incómodo ante su primero, noblote y soso, con el que sólo se entendió en unas airosas verónicas iniciales. Otra vez, el misterio.

Y dale con el valor. Decía un vecino que Julio Aparicio tiene valor. El problema, añadía, es que sólo le dura treinta segundos. Acertado comentario. Aparicio, que ya no luce la estilizada figura de hace unos años, mantiene su porte agitanado -melena rizada al viento-, y ese porte innato que le permite ser un torero esperado por los admiradores de un pellizco que surge de higos a brevas.

Destáquese el ánimo con el que Aparicio salió en Sevilla. Un quite a su primero de dos verónicas vistosas, una larga y un desplante torerísimo dio paso a otras dos verónicas sublimes de Morante. Se lució Angel Otero con las banderillas, el torero tomó aire, y cogió la muleta con aire heroico. Tanto, que se fue al centro del ruedo y brindó a la concurrencia. Muy valeroso, se dobló por bajo con suprema elegancia, y La Maestranza crujió cuando remató con un largo pase de pecho.

Pero… habían transcurrido treinta segundos… Y, como por arte de magia, Aparicio seguía siendo el mismo hombre, pero ya era otro torero. Cambió la elegancia por la precaución, dio medios pases, arqueó el cuerpo para ampliar la distancia entre él y el toro, no se quedó quieto, no mandó y todo el misterio se diluyó. ¿Por qué? Porque la válvula de Aparicio no aguanta la presión del toro.

Volvió a lucirse con el capote a la salida del cuarto, y las verónicas brotaron con galanura y suprema originalidad. El torito que lucía unos pitones supuestamente afeitados y no tenía fuerza para mantenerse en pie no le ofreció oportunidad alguna. Todo quedó muy aburrido y soso.

Cayetano no quiso ser menos y también le echó valor a la tarde, aunque su lote no le permitió florituras de artista. Su primero dio una vuelta de campana a la salida de un capotazo inicial y quedó lisiado para el resto de su vida que, aunque corta, tenía su importancia. Total que sólo pasó -ya es importante-, que Cayetano cobró un estoconazo en todo lo alto, verdaderamente espectacular. Lo intentó de veras ante el sexto, al que aguantó los pitones en la misma taleguilla, pero no pudo remontar su propia frialdad y la falta de casta de su oponente.


Siglo XXI

<img src="http://t1.gstatic.com/images?q=tbn:LFcRGG4iGmZICM:http://www.diariosigloxxi.com/fotos/ignacio_de_cossio.jpg "/>Por Ignacio de Cossío. Viajes Cayetano

Con el pepino en la mano. ¡Viva mi torero Superstar, así da gusto viajar! Corrida a la medida y bien medida que estuvo de todo. Olé mi Curro Vázquez, yo quiero un apoderado como ese que me comprenda y me cuide. No creo que se afeite ni que se drogue en mi plaza faltaría más, pero la corrida de Jandilla que esperaba no saltó al ruedo, se quedó en Los Quintos. Toros, toritos, toros los pobres míos llegaban como vinieron sin oxígeno, sosos y prácticamente dormiditos al petito. No voy a ser yo que enjuicie las actuaciones pingüineras de Aparicio o las otras cogidas con alfileres de Cayetano, torero de buen corte dicho sea de paso. Hoy destaco a Morante torero de raza que impuso su pundonor y maestría a un difícil toro de Molina. Tras una dura pugna con el quinto muy tobillero, llegó el circular por redondos junto a las tablas. A partir de ahí, todo valió la pena me reservo el trincherazo y el cambio de mano que dejó rotos ya para siempre en las rayas del tercio, creo que hoy los acabaran de desmontar los operarios de la plaza.


La Razón

Por Patricia Navarro. Morante, hasta para el valor tiene arte

El cartel del arte arrancó las entrañas del valor. Lo hizo Morante. Un Morante capaz de enloquecer sin el toro noblón. Desató a La Maestranza de sus amores y desamores con una lección de casta torera y pundonor. Nos metió en la faena cuando la mayoría pensó que se lo quitaría del medio sin protocolo, sin perdición tras minuto y medio de muleteo. Al carajo los pronósticos. Antes de que Morante diera sentido a la tarde salió explosivo a parar al quinto y de esa conjunción nació la emoción en los lances genuflexos. No le dio tiempo a estirarse de verdad cuando a punto estuvo el toro de prenderlo en tablas. Se salvó, y después llegaría el milagro. El Jandilla se fue a los corrales sin apenas darnos cuenta y tuvo Morante que entrarle al sobrero de Javier Molina, que llevaba toda la feria esperando.

Qué gran torero tuvo delante. Le dejó el de La Puebla pasado en el caballo y aun así sacó genio para repartir en el último tercio. Estaban en juego las carnes y a los medios se lo llevó. Es difícil encajarse con un toro cuando a mitad de viaje regala un derrote. A Morante le sobró valor e hizo el toreo bueno al toro malo, justo después de que cantara el animal su voluntad de rajarse. Crecía como espuma de cerveza recién tirada la emoción en el ambiente. Otra vez Morante. Otra vez el misterio que se desvelaba entre lo onírico y lo real. Metió al toro en vereda, haciéndole tragar por derechazos y ganando en rotundidad. Y entonces no importó nada, tanto que le puso la izquierda como si el toro estuviera hecho de bondad. Torero, torerazo. Sevilla era suya de nuevo. Lo sudó, lo fraguó y rompió al toro por abajo, elogio al arte, al arte del valor para no renunciar al principio de pureza sobre el que se cimenta su puesta en escena. Era el torero enrazado, que sorprende, que enrabieta, que enloquece. Sevilla rezumaba silencio cuando se perfiló para entrar a matar. Hacía rato que había sonado el primer aviso. Una media estocada sin primor y un descabello le negaban el trofeo, que el público sí pidió. Atronó la plaza en la ovación.

Cayetano se abrió de capa con el sexto con suavidad, en ese canto a la verónica que supuso toda la tarde. Tuvo que hacerle Morante después el quite de la salvación, cuando quedó Cayetano sin capa en un sedoso toreo por tijerillas. ¿Habrían firmado la paz? No pudo Cayetano redondear en la tarde de su presentación. Estaba justo el toro y de vez en vez se defendía con cierto peligro. Lo salvó con seriedad y entrega; no había mucho más.

Empezó la corrida con atisbos de intensidad. Primero porque el toro apretó en varas y después porque Julio Aparicio quiso torear de capa. Buscó el lucimiento y en los remates, bien en la larga o ciñéndose en la media, lo encontró. También en la verónica. Vino instantes después Morante a elevarla a la categoría de monumento en ese toreo templado y de cintura rota, que te levanta del asiento.

Ángel Otero se desmonteró tras clavar con ajuste los palos. Tuvo el toro toda la nobleza del mundo, toda junta y amontonada. Al comienzo de Aparicio le sobró duende, sabor, arte y la faena gozó de quietud y torería. Si llega a bajar la mano, los olés se hubieran escuchado desde la Giralda. Pero no llegaron, no llegó nunca.

Compitiendo a la verónica recibió Aparicio al cuarto. Y le salieron con gracia y encanto, sobre todo cuando las remataba con las manos bajas. Por ese resquicio se volvió a ir toda la magia que pudo haber en la faena. El toro era manejable, se dejaba hacer, pero al límite de casta y empuje, y Aparicio lo intentó, pero cuando el toreo comienza arriba y acaba más arriba todavía muere antes de empezar.

También por verónicas, y sin las probaturas de andarle para atrás, recibió Morante al segundo, bis. El titular se partió un pitón. Cumplió el toro en el caballo y llegó con movilidad a la muleta. Lo vio más claro Morante de primeras al natural, y por ahí se puso. Llegaron aislados los buenos momentos, más cuando lo versionó por el otro lado. Por derechazos hiló una tanda ligada, sin perder pasos y rompiendo al toro por dentro. Y ahí quedó suspendida en el aire el resto de la faena; se apagó el jandilla y se fue a por la espada.

A su hermano Francisco brindó Cayetano el toro de su presentación en Sevilla. No sé si hubo palabras de por medio, pero el abrazo habló por sí solo. La angustia vino después, cuando el toro parecía estar agarrado al piso. Le costaba arrancar y Cayetano abrevió lo que estaba condenado al aburrimiento. Remató fino con la espada.

La lección torera de Morante tenía muchos quilates. Hasta para desplegar el valor tiene arte el de La Puebla.


EFE

Por Juan Miguel Núñez.

Morante, también torero de raza

No funcionó la corrida, pero no fue culpa de los toros. La sensación es que los toreros, excepción de un sorprendente “Morante”, debieron estar mejor.

En realidad fue el de la Puebla el único que hizo el esfuerzo de verdad, y con el toro más complicado, un segundo sobrero de Javier Molina -¿qué pintaba uno de esta ganadería en una corrida de Jandilla?-, con el que se la jugó en una faena muy trabajada, sobre todo en la primera parte de la misma.

Lo que demuestra que la capacidad de este torero no tiene límites. Pues más allá incluso del compromiso asumido, resolvió con un toreo de mucho gusto, con aroma y duende, ni más ni menos con el estilo que le define.

Toro revoltoso en el capote. Enseguida se vio lo que podría dar de sí, o mejor dicho, lo que no iba a dar de sí. Hizo sonar los estribos en los dos puyazos, por cierto, “arreándole” de lo lindo el piquero de turno, presumiblemente sin haberse encomendado antes a su “jefe”, pues cuando uno no quiere ver al toro para eso está el picador, pero en este caso se pudo comprobar a continuación que “Morante” estaba muy por la labor.

Aún así llegó el animalito a la muleta bronco y descompuesto, lo que en la jerga se suele decir “pidiendo el carné”. Sorprendente “Morante” no se arrugó, “metiéndose” con él por abajo desde el primer momento con mucha decisión, buscando ahormarle. Dos tandas a derechas con el toro todavía sin definir, que es como decir que tragó el torero lo suyo. Que “Morante” es único ya se sabe por la calidad de su arte. Pero que esa singularidad pueda descubrirse también a través del valor parece demasiado. Pues así fue. “Morante”, también torero de raza. Única manera de entender derechazos y naturales por abajo, limpios y muy seguidos, dormidas las muñecas y quebrada la cadera, con un marrajo que por fin acabó entregado.

La faena transcurrió entre las rayas, donde los mansos responden mejor, y en las cercanías de chiqueros, para entender definitivamente la solemne mansedumbre del astado. ¡Qué bien estuvo “Morante”, más allá del esfuerzo y del valor! Así obró el milagro del arte. Torero completo. Gran torero.

Fue una pena que se le negara la espada en el último momento, con un pinchazo y un descabello que restaron contundencia a la suerte suprema. El aviso sonó antes de haber montado la espada, ya que la faena necesariamente había requerido de mucho tiempo. Hubo bastantes pañuelos en demanda de la oreja, quizás no los suficientes. Pero la ovación que saludó finalmente “Morante” fue más estremecedora si cabe que cuando se aplauden muchas vueltas al ruedo, trofeos incluidos.

La corrida prácticamente no tuvo más. En todo caso, cosas sueltas. El mismo “Morante” puso varias veces la miel en los labios en su toro anterior, sin embargo, el trasteo resultó con notables desigualdades.

Cayetano, tercer espada, firmó otro pasaje especialmente emotivo desde el punto de vista artístico. Fue en el recibo al sexto, con una serie de lances rodilla en tierra, muy seguidos y, sobre todo, muy sentidos. Capote excelso, que repitió maravillas en un primoroso quite de tafalleras por abajo.

No obstante, con la muleta ya no hubo rotundidad. Le costaba al toro, y le costaba al torero, recolocándose Cayetano para muy pocos muletazos y de uno en uno. También el toro anterior de Cayetano, el tercero, reservón, aportó poco. Y él no estuvo por la labor.

Aparicio desaprovechó el lote con más posibilidades. Bravo e importante el primero, al que quiso hacer faena sólo a base de pellizcos en lugar de ponerse a torear.


Autores

Por Barquerito.

El sobrero que mató Morante por delante se aplomó después de picado. Morante se lo sacó al tercio, le pegó pases donde se fundieron la buena caligrafía y el buen toreo, no se prestó especial atención, el toro se vino abajo en cuanto Morante quiso forzar, media atravesada y hasta luego. El cuarto, lindo cárdeno claro, se derrumbó una vez, no empujó, no dijo nada, Aparicio lo pasó a media altura y lo mató sin perder el tiempo. Escarmentado, Morante salió a saludar al quinto sin dejar a nadie antes, sacó los brazos y se sujetó de verdad, el toro se acostó, lo desarmó y estuvo a punto de atropellarlo. Del recibo salió el toro acalambrado o cojeando. Lo devolvieron. Saltó un segundo sobrero, De Javier Molina y de sangre Jandilla. Sin poner, sin trapío, anovillado. Fue toro con genio defensivo y zascandil, de arrear, de incierto son, de resistirse incluso cuando ya estuvo rendido, artero de intención, pegajoso.

Morante estuvo espléndido con ese envenenadito toro sorpresa. La torería, el valor, la entereza, la entrega, la paciencia, el sentido del toreo para poco a poco irle ganado al toro la pelea, que no fue fácil. Bajarle al toro los humos, aguantarle en los medios parones de riesgo, poderle entre rayas y tablas frente a toriles, templarlo, domarlo, llevarlo toreado y metido en todas las bazas, perdiendo o ganado pasos según convenía.

Torear. Y hacerlo con ese melódico estilo tan de Morante: la tanda en que el toro ya quedó sometido, en los medios, resuelta con una trinchera y un molinete en reolina fue de pasmo. Como la calma con que salió Morante al paso de un desarme en el mismo anillo después de haberle arrancado de las manos la muleta el toro. La segunda que gastaba, porque en la primera le había hecho el toro tres jirones en otros tantos gañafones. Después de ese primer asalto, vino una suave tanda de cambiados genuflexos que cambiaron el signo del combate. A favor de Morante. Larga la pelea, intensa y templada. De torero grande. Un aviso antes de la igualada. Un pinchazo hondo. El toro aculado en tablas. Un descabello.


Autores

Por Gastón Ramírez. Morante, lidiador gallardo y artista

La corrida de Jandilla muy escogida, muy Domecq tuvo un ejemplar toreable, bien presentado y menos bobo y débil que los otros, fue el primero del lote de Julio Aparicio. Quedará para siempre la incógnita de si el segundo de la tarde, primero de Morante, se hubiera dejado hacer fiestas, pero como le estrellaron en el burladero de matadores y le partieron un pitón, eso no lo sabremos jamás. También fue devuelto a los corrales el quinto de la tarde, esta vez porque el bicho se había estropeado una de las manos. Lo que evitó que presenciáramos la enésima repetición de la tragedia del toreo actual: el toro inválido, medio manso y sin peligro al que el torero extrae un ramillete de pases empalagosos.

Salió el segundo sobrero, un animal feo, manso y con peligro. Nada nos hacía abrigar espernaza, pues ese toro corraleado era además muy taimado y presentaba la viva imagen de la derrota después del primer puyazo. Pero no, tenía su genio, su guasa y apretó en banderillas queriendo coger a los rehileteros.

A Morante le destrozó la muletilla en un pase de tanteo y ahí el público se percató de que no era un cornúpeta para torearlo a la moderna, con quietud y tandas largas de naturales y derechazos. No, había que tener mucho oficio, gran decisión y aguantar horrores para robarle uno o dos pases que nos darían más emoción que todo el resto de la tarde. José Antonio Morante Camacho, le echó mucho poder y mucho temple al asunto, se jugó la vida como lo que siempre ha sido: el equilibrio perfecto entre el valor y arte.

Los derechazos mandones, los trincherazos de cartel, un par de naturales que parecían imposibles y la manera como preparó y tiró el golpe de descabello después de un pinchazo hondo en todo lo alto, eran -para mí- labor más que suficiente para que Morante cortara una oreja. Pero una parte del público, la que faltó para que la petición fuera unánime, esa que no sabe ver toros y que tampoco sabe que desde que el mundo es mundo se han cortado orejas serias por menos que lo hecho por el de La Puebla del Río. Visiblemente contrariado, Morante agradeció la fortísima ovación en el tercio, pero no quiso dar la vuelta al ruedo.

Me parece recordar que, en “Los Bestiarios”, Henry de Montherlant dice que el torero de verdad está destinado a adorar siempre esa mezcla de sabiduría y locura que es el toreo. Considero que eso podría, en parte, alcanzar a definir la personalidad y la tauromaquia de Morante.

Aparicio estuvo voluntarioso y a veces logró muletazos y lances de artista. Cayetano mató espectacularmente a su primero y salió al tercio. A su segundo lo mató de igual manera y se fue a los medios para oir fuertes palmas. Con el percal estuvo elegante y torero, sobre todo en un quite a capote vuelto, por talaveranas.


ABC

<img src="http://www.portaltaurino.com/images/criticos/andres_amoros_bn.jpg"/>Por Andrés Amorós. El valor de un artista

Suele identificarse el arte de un torero con las precauciones. No siempre es justo. Esta tarde, con un complicado sobrero, Morante de la Puebla se muestra realmente valiente y consigue una faena de mucho mérito. Julio Aparicio y Cayetano se quedan en los chispazos de la estética.

Por primera vez se ha puesto el cartel de no hay billetes. Se respira el ambiente de Feria y hay muchas caras conocidas en la Maestranza. El «cartel de arte» ha atraído a mucha gente, por disfrutar de la belleza o por el morbo… Los toros de Jandilla son nobles pero demasiado flojos y todo queda en detalles estéticos hasta llegar a ese quinto toro. Es un sobrero de Javier Molina, que los habituales ya conocemos: está aquí, anunciado como sobrero, desde el Domingo de Resurrección. Está poco rematado pero es muy astifino y pegajoso, pone en apuros a Morante con el capote. La gente cree que han acabado con él en varas. Craso error: no es flojo sino reservón. Muchos esperan que Morante le espante las moscas y se lo quite de delante en seguida.

Pero se engañan. Es su último toro de la Feria, no ha conseguido triunfar y reacciona como un torero: traga, expone. Al natural, aguanta parones. Aprovecha las embestidas vibrantes para lograr series por ambas manos no perfectas pero sí estimables y emocionantes. El toro le ha roto dos muletas.

Tan porfión está el diestro que suena un aviso antes de entrar a matar. No lo hace bien y la petición es insuficiente. ¿Por qué no da la vuelta al ruedo? Y, ¿por qué el público no le obliga a darla?

Su toro anterior flojea y se para. Morante corre la mano con gran suavidad pero no cuaja faena. En el primero, de Aparicio, da unas verónicas superiores y no se descompone cuando el toro se le queda debajo.

Aparicio también sale dispuesto y se encuentra con el mejor toro, el primero. Parece que puede armar el lío gordo pero todo se queda en chispazos de gracia muy personal. Ha estado bien pero no es fácil que le vuelva a salir un toro así en la Maestranza. Más de lo mismo en el cuarto, flojo y noble: como remata los muletazos a media altura, no convence al público.

Cayetano levanta clamores de expectación en su primero, que brinda a su hermano. Está voluntarioso pero con claras carencias técnicas: decepción. Se tapa con la estocada. Algo parecido con el último, al que lancea rodilla en tierra y le aguanta parones pero no resuelve sus problemas. Otra estocada. Antes del alumbrado de la Feria, esta noche, brillan ya las luces del auténtico arte con el valor de Morante de la Puebla.


El Mundo

Por Zabala de la Serna. Una novillada para Cayetano

La presentación de Cayetano en Sevilla era una corrida de toros con hechuras de novillada. Trapío ninguno. Lo permite la marca registrada. La autoridad y un público indolente. Después del pedazo corrida de El Pilar, una vergüenza.

Cayetano Rivera brindó a su hermano Francisco un torete que se pegó un volatín en el saludo con el capote. Ni tenía presencia, ni fiuerzá, ni bravura. Se compuso en el principio y quiso acompañar bonito. Como poniéndose si enfrente tuviese enemigo. No lo había. Lo mató por arriba y lo sacaron inexpicablemente al tercio.

El de más cara y más vida y morfología de toro, dentro de un orden, fue el primero. Bravo. Venía cambiado el orden en el programa y era de Jandilla. Aparicio se quiso componer. Se lo comía el toro en el capote. Un lance dejó. Un apunte de quite en el que cuenta más la intención que el resultado. El molinete que le pega con el capote es airoso remate. Morante entra en quite también. Esbozos que no cuajan. Aparicio se conserva y el toro se le va.

A Morante le devuelven el primero, que se partió un pitón, sin que se le cayese, por la mazorca. El sobrero de Jandilla es un perro parado. Alguno le pega en su aire. También le devuelven el quinto. Muy flojo. El segundo sobrero es de Javier Molina, un churro con sus puntas y su genio manso. Morante está valiente con él en los medios, y le consiente. Saca de donde no hay. Un desarme interrumpe una buena tanda y le pega otra hacia la querencia, muy por encima del toro. Hay una trinchera de cartel. Embiste desigual el bicho, siempre mejor a favor de tablas. Pasa la faena Morante en su esfuerzo. Suena un aviso. Pinchazo hondo y descabello. Hay petición no concedida. Saluda.

El sexto tiene cara de becerrón Lo recibe rodilla en tierra. El principio de faena tiene soltura. Luego se coloca mal y toca siempre por fuera. No hay raza. Vaya presentación en Sevilla de matador de toros…


El Mundo

Por Carlos Crivell. Valor seco de Morante en tarde sin toros

Morante mató dos toros; ninguno era de los anunciados en principio. El primero de su lote se partió un pitón. El segundo era inválido. El primer sobrero era una raspa, como casi toda la corrida de Jandilla, que no tenía ni alma ni corazón ni vida. El segundo sobrero, con el hierro de Javier Molina, tenía toda la guasa del mundo. Fue un regalito. Nadie esperaba nada. Esos toros se aliñan por bajo y se matan. Morante se puso, se cruzó y exprimió las pocas embestidas de un toro que acabó en la puerta de toriles mirando al torero. No era para menos. Todos los toros no tienen la suerte de que los lidie el de La Puebla.

Las tandas surgieron como por arte de magia. De la chistera fue sacando muletazos de distinto valor. Algunos con la derecha de corte espléndido, sentidos y toreros. Otras veces, el de Molina se acordaba de la guasa y que quedaba en la mitad del pase. Cualquiera diría que era un torero fajador, valiente y aguerrido. Nada de eso; era un artista consumado que se jugó los muslos para demostrar que tampoco en cuestiones de valor se queda corto.

La plaza le entendió. Antes del remate, se puso por la izquierda y dejó pases de adorno y algún trincherazo a modo de la firma para recordar que atesora arte por los cuatro costados. Pinchó en hueso y la espada quedó tan firme que sacarla costó un mundo. Le pidieron la oreja, pero no era para premio. Sevilla se rompió las palmas admirada del valor de un artista consumado.

Antes, unos lances bellísimos al primer sobrero, de Jandilla, algún natural suelto al mismo toro, el quite al primero de la tarde, y un quite providencial a Cayetano en el sexto. Tarde de torero de cuerpo entero, sin alardes, seco, valiente, para forjar una legión de lidiadores. Y a todo esto, sigue sin encontrar a ese toro que le embista para que Sevilla le haga, para siempre, su mayor mito torero de estos tiempos.

La de Jandilla fue una corrida basura en toda regla. El encierro se lo colaron a los veterinarios y la afición se la tragó sin rechistar. Chicos, la mayoría terciados, de pitones tan lamentables como los del burraco cuarto, flojos, descastados, todo un muestrario de toros inútiles para el lucimiento. Como el cartel era de artistas, se supone que eligieron ese tipo de toros patentado por Juan Pedro que puede ser más peligroso para la Fiesta que todas las iniciativas populares catalanas.

Aparicio dejó detalles de toreo de desgarro y quejido en el primero. Dos pases y a correr para empezar de nuevo. Con el cuarto estuvo diez minutos por allí sin un destello de gracia. El toro era una babosa; Aparicio, a gusto ante la inocencia del animal, no se cansó de dar muletazos vulgares.

La plaza era casi un plató de televisión ante la presencia de Cayetano en la Maestranza. Vestido de primera comunión, el nieto de Ordóñez dejó como mejor tarjeta de presentación una estocada al tercero y los lances del saludo con una rodilla genuflexa al sexto. Todo los demás, toreo aseado, distante y sin compromiso. Sobre todo la faena al sexto fue un modelo de toreo sin ajuste. Se fue con el terno casi incólume, blanco inmaculado. Hay una lectura final a vueltas de la corrida de Jandilla. Además de la mala presentación, que es cosa de la autoridad, incompetente en este caso, la elección de un ganado tan descastado llevó al festejo al fracaso. La gente fue a ver torear a Morante, e incluso a Cayetano, pero no pudo ver más que una exhibición de valor del primero ante un animal de esos que vienen a llevarse el dinero de la temporada. Sólo por eso, mereció la pena. A los taurinos culpables de una corrida tan ruinosa, hay que darles un serio toque de atención. Así, con estos toros, acaban con la Fiesta.


Sevilla Temporada 2010

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