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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

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Viernes, 20 de abril de 2012

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Victoriano del Río (regularmente presentados, con juego desigual; nobles, justos de fuerza en general; el 4º fue pitado en el arrastre).

Diestros:

Juan José Padilla. De berenjena y oro. Pinchazo, estocada (saludos desde el tercio); estocada tendida (saludos desde el tercio).

José María Manzanares. De almirante y oro con remates blancos. Estocada tendida (dos orejas); estocada entera (dos orejas).

Alejandro Talavante. De caña y oro. Estocada entera (oreja); pinchazo, estocada (saludos dese el tercio).

Banderilleros que saludaron: la cuadrilla de José María Manzanares al completo (Juan José Trujillo, Luis Blázquez y -en la brega- Curro Javier, en el 5º de la tarde).

Presidente: Gabriel Fernández Rey.

Tiempo: nublado, con temperatura primaveral.

Entrada: hasta la bandera.

Incidencias: José María Manzanares salió por la puerta del Príncipe.

Crónicas de la prensa: La Gaceta, Marca, El País, El Mundo, EFE, Diario de Sevilla, Diario Vasco, ABC, Firmas.

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Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

¿Ha alcanzado la cumbre Manzanares hoy en Sevilla?. Posiblemente no, pero ha estado cerca de ella. Su propio padre confiesa que no sabe dónde tiene el techo su retoño. No se pueden hacer mejor las cosas. La lidia del quinto toro desde que salió de chiqueros hasta su arrastre es para que la pongan en las escuelas. Un ejemplo de perfección de estética, de buen gusto, de inteligencia ante las dificultades que hay en la lidia, de recursos, de trabajo en equipo…No me vale con que le toca el lote bueno. En los toros, como en todo en la vida, cuando se hacen las cosas perfectas, el resultado es bueno, aunque el material que nos den no sea óptimo. El toro era rajado, queriendo irse y logró engañarlo cambiando terrenos, punteando con la muleta…Todo un derroche de perfección de Manzanares y su equipo, con el que compartió el premio. La faena del segundo era más “fácil” pero fue bella, lentísima, profunda…No consiento que nadie me diga que no mereció las dos orejas en ambas. Yo creo que cortará un rabo en Sevilla, espero verlo. Talavante estuvo bien, está más centrado, sin prisas, templando y queriendo hacer todo despacio y con gusto. Lo de Padilla prefiero no comentarlo. Realmente a este cartel le sienta como a un santo dos pistolas, con perdón. Comprendo que son los intereses del marketing del team Matilla, y como la gente aguanta…En fin, se llevó dos ovaciones generosas del público de la Maestranza, pero ¿cuánto va a durar este montaje?. Suponemos que lo que el público quiera. Y es tan meritorio que salga cada tarde y lo dé todo…Creo que la Feria ha tocado techo y la faena de Manzanares no es para enmarcar, que se decía antes, sino para grabarla en nuestra mente y confirmarnos cada día que este es un arte eterno que no debe morir nunca.

Lo mejor, lo peor

Por Juan Carlos Gil.

Lo mejor: la apoteosis del arte del toreo

Indescriptible, inerrable, inefable, inconfesable… ¡Había que estar en la plaza para verlo, disfrutarlo y emocionarse a lágrima viva con el toreo inmenso y ejemplar, cumbre y colosal, hermosísimo y delicado de José María Manzanares. El torero de Alicante, en el momento de gracia que posee, es lo más parecido al dios del toreo: templado, inteligente, artista, delicado, soberbio y magnánimo. Su tauromaquia goza de un amplio repertorio y cuando los toros meten la cara en los engaños con esa dulzura y fijeza esculpe el toreo. Los cambios de manos rompen el tiempo, se dilatan hasta la extenuación, son una suerte de ficción hecha realidad que se detiene, que se demora con delicada lentitud. Las manecillas del reloj se olvidan de contar el tiempo real y se sumergen en la atemporalidad de la obra de arte. Es una delicia presenciar cómo el toro, hechizado por los flecos de la tela roja, se enrosca a la figura Manzanares y se desliza a su alrededor. Así son los cambios de manos: inmarcesibles al minutero, dibujados para la eternidad de la memoria.

El natural es la magia de su repertorio, es la fábula que embruja la embestida y la sujeta, y la empapa y la embebe en toda su dimensión. Y la cintura rota, quebrada por el quejío de ese natural que nace del corazón y muere allá en el infinito, donde la muñeca se abre para dar la salida y dejar el toro en la jurisdicción adecuada para que sólo tenga que seguir persiguiendo los vuelos. Y Manzanares inventa que el remate por bajo sea la caricia suave y tierna, delicada y sensible de una trincherilla que mengua su viaje por inspiración.

Y los derechazos se recrean en la inmensidad de una muleta que embruja y seduce, que encanta y maravilla, que subyuga y emboba a todos los presente. Y una serie mecida como los palios de Sevilla, el recorte como una levantá al cielo… así es su tauromaquia… exquisita, majestuosa y feliz.

Toda esta loa a la inmaculada perfección taurina se encuentra adjetivada por una cuadrilla sublime, que se recrea también en su obra, pausada y medida. Un gran gesto del maestro que, como siempre fue, compartió con sus banderilleros la apoteosis de las cuatro orejas. Es lógico que lloraran por lo vivido, pues en esas lágrimas de felicidad que surcaban sus rostros se explica la mejor camaradería del arte del toreo.

Grande Padilla y el público que le tributó una merecida ovación por su heroísmo. Es impensable que un hombre con la cara partida hace pocos meses se juegue de nuevo la femoral con tanta verdad y pundonor como el torero Juan José Padilla.

Lo peor: lo efímero de la obra de arte

Que me perdonen mis lectores, si es que los tengo, pero la tarde descrita sólo tuvo como handicap que la bella intensidad de dos horas largas se fue en un suspiro.

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El País

Por Antonio Lorca. Almibarada apoteosis de Manzanares

José María Manzanares vivió una tarde gloriosa en la Maestranza sevillana. Cortó cuatro orejas, se lo llevaron a hombros por la Puerta del Príncipe y consiguió que la plaza entera saliera toreando por la ribera del Guadalquivir. Fue una corrida preciosa en la que un público arrollador y entusiasta vivió una de esas sorprendentes y emotivas historias para contar.

Fue la de Manzanares una tarde completísima de un torero en estado de gracia, que ha caído de pie, y vive un momento esplendoroso, acompañado por esa santísima trinidad del toreo que forman sus tres subalternos de a pie, Trujillo, Curro Javier y Luis Blázquez, y dos apóstoles en forma de picadores, que son Chocolate y Barroso.

Todo comenzó con sabor a triunfo con unas ajustadas verónicas y elegantes chicuelinas de salida al primer toro. Y terminó, a la muerte el quinto, con el matador y sus subalternos en el centro del ruedo, monteras en mano, respondiendo a una atronadora ovación de la plaza puesta en pie, feliz y agradecida. Encaminado era el nombre de su primero, que cumplió en el caballo y permitió que Talavante se luciera en unos lentísimos delantales. Se dolió en banderillas, y llegó a la muleta con las fuerzas muy justas, y una bondad infinita; una exquisitez para paladares exigentes. Y Manzanares, que es pura elegancia, preñado de buen gusto e inspiración, lo toreó por ambas manos con armonía y empaque. Y los tendidos se volvieron locos. Mató mal de una estocada tendida en la suerte de recibir, pero dio igual.

Y salió el quinto, Jerezano, al que veroniqueó aceleradamente; tras mansear en el caballo, llegó el tercio de banderillas y se produjo uno de los momentos más bellos que se puedan presenciar en una plaza de toros: la perfección bajó del cielo para inspirar a Juan José Trujillo en dos pares auténticos, de poder a poder, un tercero del mismo tenor de Luis Blázquez, y el manejo prodigioso del capote de Curro Javier. Las palmas echaban humo y apagaron los ecos de la música, que quiso estar presente en evento tan singular. Jerezano era de andares lentos, y Manzanares lo estudió, lo mimó, lo cuidó, y dibujó con él unos cuantos derechazos inmensos y una tanda de naturales henchidos de solemnidad. Las dos orejas se las entregó al doctor Ramón Vila, exjefe del equipo médico, a quien le había brindado la muerte del toro.

Este es el toro que gusta hoy: con cara y trapío de novillo, sin casta, con las fuerzas justísimas y con una clase excepcional. Vamos, que el lote de Manzanares se parecía a un toro bravo y encastado como un huevo a una castaña. Dos ovejitas obedientes y dulces de corazón que permitieron que un artista jugara al toro con ellas. ¿Dónde está el toro vibrante, encastado y codicioso? ¿Dónde el toro desafiante y poderoso y el torero heroico?

Este es el toreo de hoy, que más se parece a un paso de ballet que a la lucha entre un animal bravo y noble y un ser humano. Lo de ahora, lo de ayer, es otra cosa; es almíbar, hermosa, dulce y empalagosa, pero nada vibrante. Priman el buen gusto y la elegancia, pero no hay emoción, ni conmoción, cimientos del toreo de verdad.

Honor y gloria a Manzanares, y que dure muchos años. Pero el toreo auténtico nunca fue cursi, y el suyo se asoma, -elegantemente, eso sí- a ese bello precipicio.

Reapareció Juan José Padilla y se ha convertido en el torero más aplaudido de la feria. Hasta siete grandes y sentidas ovaciones de cariño recibió a lo largo de su actuación, un dechado de entrega, de vergüenza y buenas maneras. Le tocó el peor lote, veroniqueó con limpieza, banderilleó con soltura y clasicismo a pesar de algún fallo, y muleteó con buen son. Estuvo muy por encima de un lote insulso y parado.

Y Talavante cortó una merecida oreja a otra ovejita que salió en tercer lugar, y se aburrió con el parado sexto.

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Manzanares, otro hito histórico

La ovación a Padilla, al romperse el paseíllo, como recibimiento tras la gravísima cornada sufrida en Zaragoza, el pasado octubre, fue como un pellizo directo al corazón. El jerezano lo agradeció sacando a saludar a sus compañeros, que dejaron que las palmas batieran en honor de este torero, que ha luchado por su retorno como un auténtico héroe.

El protagonista de la tarde fue José María Manzanares, que bordó el toreo y abrió la Puerta del Príncipe tras dos faenas muy importantes. En la primera, con un toro manejable, surgió la naturalidad, el temple y el gusto de un torero en estado de gracia, ya cuajado. Llegó a parar el tiempo en varios muletazos, tanto al natural como con la diestra. De nuevo, demostró que es el mejor y más auténtico estoqueador del momento. Mató de media estocada, recibiendo, en el mismo hoyo de las agujas.

Con el quinto, en lo que fue una gran lección de su cuadrilla, rememoró a su padre en sentidas verónicas. Brindó al doctor Vila. Y en las afueras, con un toro a menos, construyó una faena a más, con una elegancia y parsimonia excelsas. El postre doble de una serie al natural, rematada con una trincherilla; más otra tanda con la derecha, engarzada con un cambio de mano y un pase de pecho, con el público en pie, fue fantástico. Un postre coronado con una estocada recibiendo en la que aguantó mucho las dudas del astado, para coronar su obra con una estocada que por sí misma era de premio.

Juan José Padilla cumplió y dio espectáculo ante el flojo primero, que tuvo un nobilísimo pitón izquierdo. El jerezano descolló en banderillas y cumplió en una faena con algunos pasajes en redondo destacables. Con el cuarto, que llegó aplomado a la muleta, Padilla porfió en una labor que contó con el calor y cariño del público.

Alejandro Talavante tuvo que superar, por dos ocasiones, el impacto que había causado Manzanares. El extremeño consiguió un par de series notables ante el tercero, con un buen pitón derecho; aunque se quedaba corto por el izquierdo. El momento álgido llegó en una serie en el platillo, en el que intercaló un cambio de mano ligado al pase de pecho. Tras una buena estocada fue premiado con un trofeo.

Con el sexto, sin clase y a menos, se empleó, con algunos muletazos de calidad, hasta acabar entre los pitones del astado, parado y buscando tablas.

La tarde fue histórica. Y Manzanares, con arte, torería, elegancia y gusto, enloqueció a la Maestranza, a la que tiene rendida.

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Diario Vasco

Por Víctor J. Vázquez. Y el toreo robó la lentitud a los dioses

La historia del arte se escribe a base de días propicios para robar cualidades a los dioses. Entraron ayer en la Maestranza tres grandes toreros, uno, Juan José Padilla, llegaba al templo con el honor de las cicatrices y la plaza lo recibió con una voz, agradecida de que queden hacedores de épica y alegría. Recibió Padilla a su primero y el torero mostró desde los primeros lances cómo se ha reinventado así mismo, cómo maneja en el ruedo la sabiduría y el aplomo que da el redescubrimiento de la vida, es decir, del toreo. Citó al toro desde los medios, en un emocionante tercio de banderillas que Padilla ejecutó andando tranquilo, dejando un cierto aire de leyenda de western a su paso. No tuvo hoy suerte con el toro este torero. Parado fue su primero, con el que sólo pudo dejar constancia de sus ansias de temple, y parado fue también su segundo. Ahora bien, fue en este último cuando este indomable hombre dejó un gesto de esos que definen el toreo como actitud ante la vida. Falló en unas banderillas que toda la plaza quería que colocara, para curtirle el pecho de aplausos y tocaban ya los clarines anunciando el tercio, cuando Padilla agarró un cuarto par y, arrancando desde las tablas, por derecho, con una sobredosis de fe, colocó un par al violín que levantó a toda la plaza de sus asientos. Un par que vale una tarde.

Pero la tarde ayer no podía ser de este héroe, la tarde de ayer estaba reservada para quien se llama José María Manzanares. Que las gotas de la inspiración habían tocado sus oros, lo pudimos ver en sus primeros lances a la verónica que, en una suerte de inspiración, se trasformaron en bajísimas y ceñidas chicuelinas que, a su vez, luego se transfiguraron en una alegre revolera. El torero había encendido el fuego pagano de lo mágico. Manzanares hoy fue más que nunca una imagen clásica, una escultura griega novia del don del movimiento. Abrió su obra de arte al primero con unos naturales que fueron un portento de colocación. Luego con la mano derecha empezó el artista a hechizar al toro, la muleta siempre delante de la cara, un compás de arquitectura y su brazo marcando imposibles caminos de lentitud al toro. Luego el trincherazo, luego el de pecho interminable y al final ese cambio de mano que ya nos pone el nudo en la garganta. Vuelve la muleta a la mano izquierda y el toque perfecto que era ya lenguaje del toro, que lo entendía e iba a esa distancia justa que es el milagro del temple. Tres muletazos más con la derecha en redondo y entonces un pase de pecho largo como un siglo, que fundió a toro y torero en un momento estelar de la Historia de este arte de lidiar reses bravas. Lo mató recibiéndolo como le pide el corazón a este artista y la obra se cerró con todos los triunfos.

Nada había acabado aquí, quedaba aún la gran gesta. La segunda faena de Manzanares se abrió como una ópera perfecta ejecutada sobre el saber, clásico también, de su cuadrilla. La brega de este cuarto toro fue de una armonía tan sublime que es difícil e injusto loarla solo en unas líneas. Lidió el toro ese mariscal de plata que es Curro Javier. Cada muletazo de este torero tuvo la suavidad y el conocimiento propio de la poesía. Y entre ellos, Blázquez y Trujillo pusieron tres pares de banderillas que fueron el abc de la honestidad y la belleza. Se llevó Curro Javier el toro a chiqueros arrastrando el capote a una mano, y no parecía ni que estaba corriendo. No exagero si digo que en aquel momento la plaza lo hubiese sacado a hombros por la Puerta del Príncipe. Pero ayer había que atender al muchacho griego. Supo Manzanares que aquél era un toro difícil desde los tres limpísimos primeros naturales. Entonces fue cuando el torero decidió desafiar al tiempo y empezó a andar y a moverse delante de la cara del toro, con toda la lentitud que cabe imaginar en el movimiento humano. Y así de lento, le puso la muleta al toro por el pitón derecho, para arrastrarlo con toda la profundidad que da el aire, en una serie de muletazos en redondo. Y luego, una tanda de naturales y otra, y allí ya el toro era parte integrante de la bella lentitud, fluyendo en la obra de un torero griego que había roto las normas del tiempo. No sé si alguna vez el toreo ha sido tan lento. Sabía Manzanares que nada podía romper la conjura de la belleza y tentó una vez más lo imposible, recibiendo al toro con una espada que vale otra página gloriosa en la arena maestrante.

Y qué bien toreó Talavante ayer por la tarde. Y qué gesto de torero de bien ha tenido escudando con todo su talento a quién estaba ayer tocado por el prodigio. Fueron bellísimos sus delantales en el quite al triunfador. Y su toreo en los medios a su primero dejó constancia del manantial que es su muñeca toreando al natural. Las bernardinas finales, ajustadísimas, son testimonio fiel de su valor de figura. Pero mucho más valor demostró cuando sabiendo que era de aquel otro compañero la gloria, dio al toreo lo que es del toreo, y con una faena de auténtico valor a su segundo, pudo sentir las palmas de un público ya borracho de emociones. Mucho se podría hablar de él, pero ayer fue la tarde de ese torero griego que se atrevió a robar la lentitud a los dioses. Suya es con honor la Puerta del Príncipe.

EFE

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Manzanares renueva su romance con Sevilla

El romance de Manzanares con la plaza de Sevilla no tiene parangón. El alicantino volvió a hacerse dueño de la plaza en una actuación pletórica que le sirvió para sumar una nueva Puerta del Príncipe en medio del delirio del público de la Maestranza, que le premió con cuatro orejas después de una actuación reveladora en la que el torero mostró nuevos registros artísticos y técnicos.

Hubo belleza y cerebro desde que se abrió de capa con el segundo de la tarde, un animal noble y no exento de clase al que acarició con un par de verónicas y dos preciosistas chicuelinas que pusieron a todo el mundo alerta.

Pero el torero sabía que había que administrar las fuerzas y la clase del animal, que también mostró su bondad en los delantales que le enjaretó Alejandro Talavante en su turno de quites. Lo que vino después fue un tratado enciclopédico de buen torear: en los templados y medidos inicios por naturales primero y en el toreo en redondo que vino después en creciente intensidad.

Las trincheras, los remates plenos de imaginación y los cambios de mano sirvieron de sedosos nexos entre unas series y otras a la vez que el público se iba enardeciendo con una faena que marcó su cumbre en una postrera serie diestra rematada con un estoconazo en la suerte de recibir que terminó de desatar todos los entusiasmos: la Puerta del Príncipe quedaba entreabierta. Pero Manzanares no quería conformarse y volvió a emplear sobre el albero todo el potencial técnico que atesora en una faena que contó a favor con la exacta medida de los tiempos para evitar que el toro, un pelín rajado, claudicara en su gran faena a la que precedió la excelsa lidia de Curro Javier y la maestría con los palos de Juan José Trujillo y Luis Blázquez. Una vez más, la faena se inició al natural en medio de un clima de calma contagiado por el torero que marcó otras cumbres toreando sobre ambas manos. Ya no cabían dudas, el diestro alicantino forzó la suerte de recibir a pesar del escaso gas del toro para cortar dos nuevas orejas que le abrían la puerta de la gloria.

Otro trofeo se llevaría el diestro extremeño Alejandro Talavante gracias a una templada y entonada faena cuajada sobre la mano derecha en la que pesó como una losa la cumbre vivida en el toro anterior. Pero Talavante no se amilanó y se empleó en una labor segura, también imaginativa, en la que el toro no le permitió las últimas innovaciones en su tauromaquia basadas en el toreo mexicano.

Volvió a brillar con el sexto, otro toro de buenas intenciones al que no le sobraban las fuerzas con el que se empleó en un largo trasteo que podría haber puesto en sus manos otra oreja si la espada hubiera entrado al primer viaje. Pero la tarde se había iniciado con la impresionante ovación que le dedicó el público sevillano al diestro Juan José Padilla en su vuelta a la plaza de la Maestranza después de su gravísimo percance del pasado mes de octubre en Zaragoza. Padilla, que se mostró sobrio y clásico, destacó en el manejo del capote y, sobre todo, en dos soberbios tercios de banderillas en los que supo lucir mucho a sus toros. Pudo templarse a media altura toreando al tercero aunque apenas tuvo enemigo con el sexto, que se aplomó por completo.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Cuatro orejas y Puerta del Príncipe para Manzanares

La emoción incontenida al romperse el paseíllo volcó la plaza llena en una calurosa ovación sobre Juan José Padilla. Doble alegría: su regreso a Sevilla y el lleno. Padilla compartió las palmas y los afectos con sus compañeros. Y salió el toro. Un toro recortado, negro, bajo y cara abierta de justa fuerza y justo fondo. Padilla pudo largas velas sólo por el izquierdo, también la media de buen trazo. La Maestranza estalló con las banderillas: dos pares al cuarteo y uno al sesgo. Los tres por el pitón derecho. A media altura, Padilla interpretó su nobleza sin emoción. Los viajes cada vez mas cortos hasta que lo exprimió en cercanías y péndulos.

El idilio de José María Manzanares con Sevilla sigue y crece. La gente desde que se abrió con el capote se entregó en cuerpo y alma a las verónicas por el pitón derecho, a las improvisadas chicuelinas de mano baja y a una revolera barroca como bata de cola. El lavado toro de Victoriano del Río se resistió huidizo al segundo puyazo. Un quite por delantales de Talavante emanó un temple sensacional. Huidizo de querencias el toro. Allí cerca de tablas, muy cerrado, a Curro Javier le apretó sin espacios. Manzanares ordenó bascular la lidia hacia la Puerta del Príncipe. El tercio de banderillas transcurrió alocado por los arreones del toro. El torero adoptado por la Maestranza estuvo inteligentísimo con la izquierda para no quitársela de la cara, incluso sacrificando un punto de su natural estética para tapar la embestida, sin terminar nunca de humillar, en beneficio de la eficacia. En redondo la plenitud fue mayor. Manzanares miró varias veces a las banderas y se tomó su tiempo entre series. O se lo dio al toro. Un cambio de mano volteó los tendidos. Un leve paso por la zurda de nuevo no tuvo brillo con el toro más remiso y mirón. El pase de pecho lo vació solventaría la situación. Nada como el que luego cerró una tanda de circulares sin solución de continuidad, un auténtico monumento el obligado. La plaza era ya un manicomio que se desató del todo con la estocada brutal, aunque quedó algo suelta, en la suerte de recibir. Una locura. Las dos orejas y una ovación demasiado generosa al toro en el arrastre.

Talavante también le puso punto final a su faena con una buena estocada, incluso perdiendo el engaño. Hubo expresión sobre la mano derecha, con el torero muy roto. Y sus cosas con la izquierda, que no era la mano del engatillado toro de escasa cara. Se vería el lado óptimo en una nueva serie en redondo. Juegos florales mexicanos que no acabaron de salir. Y las bernadinas de cierre que elevaron el diapasón hasta la oreja.

Arreó mucho el más serio cuarto en banderillas y le complicó la existencia a Padilla en las reuniones. Un par al violín, desigualados los tres anteriores, puso la plaza en pie exageramente. El toro, con el hierro de Toros de Cortés, muy sangrado, se paró en la muleta a plomo.

Sonó la música para la cuadrilla de Manzanares en el quinto. Para Curro Javier con el capote y Trujillo con los palos. Su jefe de filas había estado con empaque a la verónica. El derribo del caballo le dio emoción. Pronto presentó la izquierda. Dos buenos. En redondo la gente presentía e iniciaba el ole antes de que el toro metiese la cara en la muleta, que templaba con suma suavidad. Volvió a la zurda, largos los muletazos; y en redondo cerraría enroscándose al toro a la cintura. Cumbre la serie. Como el de pecho o aquel pase de las flores improvisado. Que el toro se rajase al final era lo normal, pues ya lo había intentado antes. Y por ello también Manzanares no lo apretó hasta el final. La estocada en la suerte de recibir, en dos tiempos; lo nunca visto. Inapelable la eficacia, tremenda la puntería y el aguante. Otras dos orejas. Del tirón casi. ¡Qué importante para la Fiesta! Manzanares, generoso en extremo con sus toros, también lo fue con su cuadrilla, y al finalizar la apoteósica vuelta al ruedo la sacó a los medios en una imagen inédita. Manzanares y los suyos. Se desbordó la pasión en la salida a hombros aún mas por la Puerta del Príncipe.

Talavante echó toda la carne en el asador con el sexto. Y su izquierda dibujó naturales de muñeca e inmensa largura. Por abajo, para fijar abajo la embestida encastada de un toro que tendía a soltar la cara. Puso de su parte el resto cuando la gasolina del ejemplar de Toros de Cortés se apagó. Un arrimón en firme y sin música por capricho de don Tristán, al que no le debió de gustar.

El Mundo

Por Carlos Crivell. El héroe del traje azul marino

El cronista sale de la plaza enfervorizado, lleno de alegría porque es aficionado, satisfecho de que la tauromaquia que adora haya vivido una tarde tan redonda, no sabiendo muy bien por donde comenzar a contar sus sensaciones. Hay una lucha entre el corazón y el cerebro. Por la Puerta del Príncipe está saliendo un torero que es vitoreado como un héroe después de haber cuajado dos toros en la Real Maestranza. Puede el corazón emocionado.

La plaza ha gozado como nunca ante la tauromaquia de un elegido de los dioses. José María Manzanares se ha roto sobre el albero en dos faenas distintas, ambas maravillosas y rematadas de dos estocadas en la suerte de recibir. Toda la lidia del quinto fue modélica, digna de ser revisada por los alumnos de las escuelas taurinas y por quienes aún ponen en duda la grandeza de este arte.

Manzanares toreó a la verónica con cadencia y empaque. Derribó el toro en la primera vara a Barroso. Luego vino el momento mágico de la tarde. La cuadrilla del alicantino dictó una lección magistral. Curro Javier lo colocó con cinco o seis capotazos. La plaza se levantó con júbilo ante cada lance del torero de Sanlúcar la Mayor. Juan José Trujillo se asomó al balcón en dos pares cumbres, igual que el de Luis Blázquez. Saludaron los tres montera en mano y la música, ahora sí Tristán, atronó los aires con el pasodoble. Aún quedaba la manera de llevarse el toro a una mano por parte de Curro Javier. ¿Es posible que haya algún matador que no sea partidario de tanto lucimiento por parte de una cuadrilla? Si estos toreros son capaces de explayarse en la lidia es porque su jefe de filas lo permite. Y es que un toro lidiado de forma tan excepcional siempre mejora sus condiciones.

El toro estaba muy apagado. El mérito de la faena del torero de Alicante fue darle el tiempo preciso para que no se rajara. Pase a pase, fue esculpiendo muletazos a cámara lenta interminables. Faena de veinte pases; faena de inteligencia; faena de maestro; faena para Sevilla. Los cambios de manos fueron monumentales; las trincherillas, de cartel; los de pecho, de pitón a rabo; el porte del torero, la apoteosis de la tauromaquia eterna. Todo lo remató de una estocada en las péndolas en la suerte de recibir. Dos orejas, el delirio y la Fiesta por las nubes como expresión de lo que es, un arte excelso. Los aficionados se felicitaban exhaustos porque habían tenido el privilegio de estar presentes en la plaza en una jornada para el recuerdo. El saludo final de Manzanares con su cuadrilla en el centro del ruedo fue lo nunca visto.

El corazón late con taquicardia pero es necesario dejarle paso al cerebro. Fue una tarde de emociones. La plaza ovacionó a Padilla después del paseíllo. Era el reconocimiento a un héroe moderno. No tuvo ninguna suerte y se llevó dos toros poco gratos. El primero, con medio recorrido. El cuarto, tan noble como soso. Toreó bien con el capote al cuarto y banderilleó muy bien en sus dos toros.

El cerebro también debe admitir que la faena al segundo de Manzanares fue buena, pero no rotunda. Las tandas fueron cortas, algunos muletazos de corte espléndido, los adornos de una elegancia suprema, pero quizás faltó algo de más continuidad. Ocurre que el de Alicante los mata con dinamita. ¿Dos orejas? Con una hubiera bastado en ese primer toro.

Talavante mató dos toros después de Manzanares, que además de su calidad suprema ya tiene todos los beneplácitos de la plaza sevillana. No es fácil torear después del alicantino. El tercero fue muy buen toro. Talavante lo toreó con temple y frescura de ideas. En algunos pasajes floreció el torero de fantasía de este diestro reconvertido. Mató bien y le dieron la oreja. Con el sexto no llegó el temple deseado y acortó mucho las distancias ante una res apagada.

La mente no puede dejar de un lado que la corrida de Victoriano del Río, con los remiendos de Cortés, fue noble, justa de raza y con dos toros mejores, segundo y tercero. Tampoco se puede dejar en el tintero que la corrida no era pareja y que tres toros, segundo, tercero y cuarto, no tenían el trapío, ni pitones, para ser lidiados en la Feria de Abril de Sevilla. El lote de Padilla y el sexto carecieron de raza. Y el quinto se fue sin las orejas porque recibió una lidia excepcional. El toro era mansito, apenas tenía fuerzas y si metió la cara veinte veces fue porque se enfrentó a un torero vestido de azul marino que le trató con mimo e inteligencia para exprimir sus arrancadas.

Ese hombre del traje azul marino salió por la Puerta del Príncipe en volandas entre el clamor de una afición, una ciudad se podría decir, que ya lo tiene entre sus elegidos. Es José María Manzanares, torero por la gracia de Dios.

ABC

<img src="http://www.portaltaurino.com/images/criticos/fdo_carrasco.jpg"/>Por Fernando Carrasco. José María Manzanares borda el toreo y sale por la Puerta del Príncipe

El matador de toros José María Manzanares ha cuajado una histórica tarde - que ABC ha narrado en directo - en la Maestranza, en el octavo festejo de la Feria de Abril. El de Alicante, pletórico en sus dos toros, ha cortado un total de cuatro orejas, lo que le ha permitido salir a hombros por la Puerta del Príncipe en medio del clamor de los aficionados, que han abarrotado por completo los aledaños del coso del Baratillo.

Manzanares ha realizado a su primero una excelsa faena a un muy noble ejemplar de Victoriano del Río que, como toda la corrida, ha tenido bondad en líneas generales. El torero ha conseguido pasajes realmente extraordinarios, de toreo profundo y sentido, rematando la faena con una gran estocada recibiendo.

A su segundo, un toro también noble aunque ha querido en ciertos momentos rehuir la pelea, le ha construido una faena pletórica de arte e inteligencia, bordando el toreo al natural o en los redondos sobre la mano derecha. De nuevo ha entrado a matar recibiendo, aguantando el primer parón del astado, para dejar otra gran estocada. La vuelta al ruedo ha sido triunfal, sacando a saludar al final a su cuadrilla: Y es que Curro Javier en la brega, y Juan José Trujillo y Luis Blázquez en banderillas, han realizado un excepcional tercio de banderillas, para los que ha sonado la música.

Juan José Padilla, primer espada de la terna, ha recibido la ovación del público al romperse el paseíllo. El jerezano, físicamente muy bien, ha sorteado un primer toro que se ha dejado aunque no ha terminado de romper. Padilla ha estado centrado, dejando muletazos de buena factura. Su segundo ha sido el más parado de todo el encierro y tan sólo ha podido mostrar disposición.

Alejandro Talavante, en su primero, otro toro noble, ha realizado una labor templada y bien conjuntada, destacando el toreo al natural. Ha matado a la primera y ha cortado una oreja.Ha expuesto mucho, con inteligencia, ante el sexto, un toro que cuando se ha visto podido ha querido irse a tablas, aguantándolo bien y sacándole todo el partido.

Al final del festejo, José María Manzanares ha salido a hombros por la Puerta del Príncipe en loor de multitudes.

Marca

Por Carlos Ilián. Manzanares, rey de la Maestranza

A las nueve y diez de la noche sacaban a José María Manzanares en hombros por la Puerta del Príncipe enmedio de un clamor, como a un nuevo héroe, convertido de hecho en el rey de esta Real Maestranza de Caballería, en ídolo indiscutible de Sevilla y en el torero que desborda con su estética cualquier exigencia de manual taurino. Había cortado las cuatro orejas en dos faenas muy parecidas, ambas casi en exclusiva sobre la mano derecha.

Manzanares ya avisó de lo que sería su tarde mágica en la Maestranza cuando recibió con el capote a su primer toro. A propósito, un novillote impresentable. José Mari lo toreó con suavidad exquisita y el percal se movió como si fuera seda de Oriente. A las verónicas ganando terreno las quiso adornar improvisando dos chicuelinas de mano baja en las que me recordó mucho a su padre, que fue un intérprete exquisito de este lance.

El animalito de Victoriano del Río llegó a la muleta con la fuerza justita, derrochando nobleza. Un borreguillo al que Manzanares hizo un toreo muy bello, muy desmayado, de enorme plasticidad de cintura para arriba. Intentó brevemente el toreo al natural para cerrar definitivamente con una estocada recibiendo que le puso en las manos las dos orejas. Para abrir la Puerta del Príncipe le quedaba todo a tiro. Y lo supo asegurar en el quinto, algo más seriecito pero igualmente blando y noblote. Manzanares se empleó con enorme inteligencia, sin exigir más allá de lo que el toro permitía por su falta de casta. Otra vez los derechazos enormes, como si toreara a un carretón. El clamor en la plaza se desató y para llegar al paroxismo tan solo faltaba una estocada como la que ejecutó, recibiendo en dos tiempos, un monumento a la suerte suprema.

Otras dos orejas que Jose María tuvo el bello detalle de compartir con sus peopnes Curro Javier y Juan José Trujillo, que en la brega y en banderillas dieron un recital, recibiendo el honor de que sonara la banda. Todo había salido perfecto para José María Manzanares en esta tarde: se llevó los dos únicos toros que se emñplesaron con molvilidad y con recorrido y hasta su cuadrilla lo bordó. Por ejemplo Curro Javier al colocar en suerte y torear a una mano al quinto. Segunda salida en hombros por la mítica puerta de la Maestranza y por segundo año consecutivo. Manzanares, aquí ya eres el amo

La plaza recibió en pie, con una clamorosa ovación después del paseillo, a Juan José Padilla y le jaleó durante sus dos faenas a pesar de que el jerezano se llevó un lote infumable, descastado y sin movilidad. Pero ante todo la gente quería apoyar al torero que volvía a esta plaza después de su terrible percance en Zaragoza. Padilla hizo un toreo leve ante la falta de toro. Ya veremos su auténtica capacidad física cuanmdo llegue otro tipop de corrida. de momento tiene a la gente con él.

Talavante no tuvo ni un gramo de suerte en el sorteo. Tuvo enfrente dos toros de desesperante mansedumbre, que no se empleaban en la mul,eta a pesar de que el torero quiso meterlo en la muleta. Ni el tercero y mucho menos el sexto, le permitieron otra cosa que una labor rutinaria. En el sexto se montó, literalmente, en el toro para salvar, al menos, la cara. Y es que a Talavante no le va este tipo de corridas tan bajas de casta.

La Gaceta

Por José Antonio del Moral. Manzanares se reafirma en la cumbre del toreo

Al fin una tarde con expectación y llenazo y triunfo grande. ¿Ven como cuando hay una oferta importante, la gente acude en masa a la plaza? Y eso que el cartel no estaba totalmente cerrado a no ser por la morbosa presencia de Padilla que durará hasta que finalice esta temporada. Claro que, José María Manzanares y Alejandro Talavante, son quienes verdaderamente interesaban a los buenos aficionados. Ambos, muy gentiles, no quisieron compartir con Padilla la ovación que se le tributó tras el paseíllo. Pero luego, cada cual quedó en su sitio. Manzanares, con cuatro orejas y Puerta del Príncipe, en la cumbre de su excelsitud y amo del toreo actual. Talavante, fiel a su estilo y personalidad, cortó una del tercero y perdió la del sexto por pinchar. Y Padilla, muy cariñosamente arropado por el público pero por bajo de la situación aunque hizo todo lo que pudo.

El temple y el arte de José María Manzanares se hicieron presentes desde el primer lance a la media arrevolerada con que saludó al segundo toro. Preciosos y precisos los remates para cerrar la serie de verónicas y para abrir el tercio de varas. Primeros oles de la tarde. No quiso que nadie interviniera en la brega y ordenó que no pegaran al burel con el toro marcando su querencia a los adentros. Soberbios delantales de Talavante. Enorme Curro Javier en un primer par por los adentros. Eficaces y templados tanteos para iniciar la faena que fue por naturales, primero a media altura y luego bajando la mano. Cumbre por redondos, cambios de mano, trinchera y de pecho. Y lo que no está en los escritos para rematar con la derecha. Señores, qué maravilla ver y oír extasiarse a la plaza que estalló enardecida con una estocada colosal en la suerte de recibir. Dos orejas como dos pianos de cola. ¡Viva el toreo eterno¡

Retomó el gran concierto con el quinto toro en el recibo de capa. Pero el bravo animal romaneó y derribó a un sensacional picador, José Antonio Barroso. Digno hijo de su padre. Le afectaría al burel en su encastada franquía? Curro Javier disipó magistralmente la duda en la brega y Trujillo en palos. Y a la dulzura de sus cuidados para que el toro aguantara, siguió la más majestuosamente calmada y elegante manera de torear por redondos. Lentísima dosantina, perfumada trinchera, eternos naturales, recorte inenarrable, su divina paciencia en pausas exactas y otra sensacional estocada recibiendo en dos tiempos. Dos y dos, son cuatro orejas. Tras la clamorosa vuelta al ruedo, sacó a sus peones para compartir un ensordecedora ovación. Impresionante.

El primer toro metió la cara por el lado izquierdo en el corriente saludo de Padilla. El animal perdió las manos antes de ser picado. Le midieron el castigo y el matador lo hizo de poder a poder con gran facilidad mientras se iba arriba. Cuando brindó, se cayó la plaza y calló al empezar la faena. Bien con la derecha, noble el animal, poco a poco tuvo que provocarlo porque empezó a tardear. Y lo mismo al natural. Con el toro ya casi parado, siguió sin templar igual y pinchó antes de meter la espada. La ovación fue seriamente medida.

Pesaba mucho el recuerdo de lo hecho por Manzanares y Padilla recibió al cuarto con una larga cambiada de rodillas. Suelto el toro. Vibrantes aunque vulgares verónicas. Deficiente el castigo en varas. Desigual al parear. Inconveniente inicio de faena sentado en el estribo. Chocó al toro contra las tablas y ahí acabó lo bueno que llevaba dentro.

Corto y revoltoso el tercer toro. No pudo sosegarse Talavante con el capote. Bravucón y doliente al embestir por el momento. Pero no en la faena por embestir noble aunque discontinuamente mente. Lo que propició una buena faena de Talavante. Sobre todo con su mano de oro, la izquierda, aunque este animal no repitió como el anterior y escarbó demasiado. La cerró con sus mexicanadas que, esta vez, no resultaron del todo limpias al quedarse corto el toro. La buena estocada puso en sus manos una oreja.

La corrida ya estaba sentenciada cuando salió el sexto y más después de la otra vez histórica actuación de Manzanares. Además, el animal, de por sí débil, se pegó una voltereta y quedó disminuido. No obstante, Talavante aprovechó muy bien sus nobles posibilidades en otra faena fiel a su estilo valiente a la par que auténtico. Pero pinchó perdiendo otra oreja.

Firmas

Por Gastón Ramírez Cuevas. La Maestranza volvió a ser el Paraíso Terrenal

El año pasado, el viernes de pre-Feria, Manzanares indultó a un toro de Núñez del Cuvillo. La faena fue memorable pero, según el que esto escribe, merecía ser rubricada con el acero.

En el viernes de pre-Feria de este 2012, José Mari ha hecho algo quizá mucho más imperecedero: se entretuvo en cortarle cuatro orejas a su lote y en atizarle portentosas estocadas recibiendo a cada uno de los bichos de Victoriano del Río. Ninguna de sus faenas, dadas las condiciones de los astados, pudo ser más perfecta, más exacta, más sabia, más torera, más elegante. Y vamos a tratar de cerrar el grifo de los adjetivos laudatorios y los lugares comunes, porque si no –aunque sólo estaríamos diciendo la verdad monda y lironda- sería el cuento de nunca acabar.

Para callar a todos los inconformes de siempre, esos que se regodean en decir que José Mari (el torero de Sevilla, manque haya nacido en otro sitio) no torea bien con el capotillo, ahí quedan las verónicas y las alicantinas que le pegó al segundo de la tarde.

Los cambios de mano que finalizaban no en un natural sino en un desdén; los trincherazos; un pase de pecho casi circular, y un cambio de manos por delante rematado con un natural kilométrico, fueron los chispazos cumbre de tandas formidables al natural y al derechazo en ambos toros.

La primera estocada recibiendo fue colosal, pero la mejor que se ha visto en décadas fue la que le propinó al quinto, un cornúpeto que hizo todo lo posible para que lo pincharan. El torillo se rajó de lo lindo y era evidente que si embestía a la hora de la verdad sería para buscar las tablas. Manzanares se perfiló casi tapándole la salida, el morito se frenó apenas comenzado el viaje y el torerazo aguantó impávido, echándole la zurda a las pezuñas, sin enmendar los terrenos; y cuando al burel no le quedó otra más que seguir el engaño, José Mari le metió la espada en los rubios, hasta los gavilanes, en cámara lenta.

Digo yo que el saber torear es una proeza de la inteligencia, pero el ser torero es una hazaña del alma, y Manzanares nos regaló ayer el mejor ejemplo de ambos logros.

Además del milagro manzanarista hubo más cosas portentosas en el festejo: Las ovaciones sentidas y arrolladoras que el público sevillano le tributó a Padilla antes de que se abriera la puerta de toriles para dar paso al primero de la tarde, y cuando brindó al respetable la muerte del que abrió plaza; el toreo macho, artista y variado de Talavante, quien cortó merecida oreja al tercero y salió al tercio en el sexto, y el primer par de banderillas de Trujillo al que hizo quinto, donde el torero de plata caminó pausadamente buscando el embroque como un legionario romano. ¿Y qué me dice usted del detalle de categoría, del público de pie vitoreando a Luis Blázquez, Curro Javier y Juan José Trujillo junto a su maestro? Eso ocurrió después de la vuelta al ruedo en el penúltimo toro y fue algo inusitado, merecido y conmovedor.

Así pues, en el Coso del Baratillo, la única catedral del toreo, ayer se suspendió la incredulidad, se le puso un alto a la sequía de los días anteriores. La autora inglesa Eliza Marian Butler, en su libro “Ritual Magic” nos dice: “…la magia, recordarlo es importante, es una arte que exige la colaboración entre el artista y su público.”

Ayer, Manzanares y la afición sevillana lograron crear el verdadero Paraíso Terrenal en el coso maestrante, y conste que lo lograron sin toros bravos…

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©/Juan Carlos Muñoz/Diario de Sevilla/EFE/Empresa Pagés.

Sevilla Temporada 2012.

sevilla_200412.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:20 (editor externo)