Ganadería: Toros de Juan Pedro Domecq (5º sobrero tras devolverse el tercero y correr turno el matador) – Parladé (1º, 2º y 3º), .
Diestros:
Enrique Ponce: de marfil y oro. Silencio, oreja y vuelta.
Cayetano: de turquesa y oro. Dos orejas, herido.
Ginés Marín: de blanco y oro. Ovación y silencio.
Incidencias:
Parte médico- Cayetano “Herida por asta de toro a nivel de la cara interna del tercio superior del muslo izquierdo con orificio de entrada de 6 cm. y tres trayectorias: una superior que llega hasta el pubis, otra posterior de 10 cm. que desgarra las fibras de los músculos aductores y otra inferior de 20 cm. que dislacera las fibras del cuádriceps. Profusa hemorragia a expensas de vasos musculares de pronóstico grave que sí le impide continuar con la lidia”.
Entrada: Lleno en los tendidos
Galería de imágenes:
Crónicas de la prensa:
ZABALA DE LA SERNA. El 'milagro' sangriento de Cayetano
La cornada de Cayetano sacudió La Misericordia sin piedad. En milésimas de segundo, el toro lo crucificó en el aire. Cuando proponía la izquierda, lo atrapó de pleno. De improviso. Como el abrazo de un oso que se mete por la ventana. Entró a saco por el hueco. Ya le había avisado por esa mano. Nunca terminaba de humillar. Y a esa altura incierta se le venció. Un placaje brutal por el Triángulo de Scarpa. Voló el torero catapultado. El lomo ensangrentado amortiguó la caída. El rostro de Cayetano embadurnado y contagiado de coágulos asustaba. La cornada se escondía en el muslo. [Una cornada extensísima. Tanto que si el hueso púbico no frena el hachazo, el pitón entra hasta la cocina de la cavidad abdominal. Sin tocar una arteria. «Milagroso», dijo el doctor Val-Carreres al concluir la operación]. Revuelo de capotes, las cuadrillas al quite. Rivera enrabietado en Ordóñez, o viceversa, se deshizo de todos para finalizar lo que había empezado. La sangre, la suya, que resbalaba por el interior de la taleguilla, no atraía las miradas aterrorizadas como la de su cara, que era del toro. Los grumos hacían temer la desfiguración. Entre el charco sanguinolento de sus pómulos, sus ojos encendidos asomaban como los de Martín Sheen en el río Mekong.
El rostro de Cayetano embadurnado y contagiado de coágulos asustaba. La cornada se escondía en el muslo Cobrada la estocada con los dientes apretados, Cayetano se entregó en brazos de los médicos. Tardó en rodar el parladé murubeño de Juan Pedro. La pañolada se desató en recuerdo de un bello principio de faena. De aquella trinchera, el pase de la firma, la trincherilla. Y de la composición de las series diestras. Tan bien vestida la holgura y la noble embestida que no descolgaba. Una oreja. Y otra más por el dramático fin, la raza del aguante, la angustia, el temor, el terror.
Cuando el tercero se dañó los menudillos de una pezuña en la frontera del tercio de banderillas, alguien preguntó por el gafe. El presidente optó por cambiarlo y Ginés, por correr turno. Otro toro de Parladé. Ni el mínimo castigo en el caballo evitó que se encogiese en la muleta. Marín anduvo fácil, fresco y resuelto desde el principio. Por la mano derecha. Y después firme. Cuando la embestida amagaba frenada y agarrada a la suelta arena del piso. El feote sobrero que le esperaba como quinto, también de Juan Pedro, no le dio opción con su carácter de vaca vieja,
A Enrique Ponce el inombrable ya le había enviado un toro vacío. Que no se queje Ponce que, a la postre, fue el único superviviente del cartel original: ni Colombo ni Cayetano pueden decir lo mismo. No apoyaba bien el cuarto de generoso cuello. Como descoordinado. Quiso E.P. ordenar la lidia y cuidarlo. En su contado poder habitaba un temple mayúsculo y una humillación superior. Las muñecas sabias funcionaron como las de un zahorí. Afianzó sobre la suavidad de sus telas las virtudes trémulas del juampedro. Creció como un gigante el Minotauro de Chiva. Acaderado y relajado. Pulso y yemas en los naturales. Y el cite con el reverso de la muleta, tan Javier Conde. Incombustible y desatado por poncinas. El toro ya se desentendía y quería irse; Ponce no. Como si la temporada se le hubiera hecho corta. Ese final de faena extendido y el tiempo extra que tardó en echarse el juampedro, no enfriaron, curiosamente, los ánimos. Y la plaza insistió con la misma constancia del matador de Chiva para pedir las dos orejas. El palco se parapetó en la colocación de la espada para frenar el frenesí en un solo trofeo. Que bien estaba aunque negase el artista con la cabeza.
La cuadrilla de Ponce recibió el brindis de su jefe de filas en el último toro de la temporada. Que hubiese sido para Cayetano. Si uno se fija, ya ha doblado a una generación completa: el hijo de Juan Ruiz Palomares le ha sustituido en el apoderamiento y el vástago de Manolo Quinta ha hecho lo propio con el castoreño de su padre. Y si se descuidan… Porque al sexto, de buena clase a derechas, le faltó el fuelle del que va sobrado el maestro de los 28 años de alternativa. Que si no. El acero pegó en una banderilla y luego volvió a jugar contra la entusiasta petición. Como la lenta muerte. Nada impidió que pasease una de esas vueltas al ruedo que ataca y colecciona como si estuviera empezando.
Por Patricia Navarro. Un épico Cayetano triunfa herido grave
A Cayetano se le derramaba la sangre por el muslo aunque la épica de la imagen llegaba a través del rostro, ensangrentado al habérselo echado el toro sobre su propio lomo. La cogida de “Manzanito” a Cayetano cuando quiso torear al natural fue espeluznante. El orgullo torero salía a borbotones suponemos que igual que la sangre, tal y como se lo llevaron de la plaza con urgencia inaudita a la enfermería, nada más prender la estocada en el de Parladé. Ahí se mantuvo Cayetano, herido, para darle la última tanda, la estocada, y desaparecer de escena en volandas de su cuadrilla. Lo entendimos después, al leer el parte médico. El pronóstico grave. Los seis centímetros de orificio de entrada del pitón y las tres trayectorias de la cornada, una de ellas hasta el pubis. Tremendo. El toro había sido bravo y encastado. No perdonaba errores. Y no perdonó. Pero gran cómplice para el toreo. Las intermitencias de la faena de Cayetano se olvidaron con un final tan estremecedor y fue su banderillero quien mostró el doble premio que se había llevado el torero. Sin palabras quedó la plaza y en un mano a mano el festejo. Había impresionado la imagen. Como impresiona la carga épica del toreo.
Volvimos a regañadientes al festejo. El tercero, bis, quiso caballo y tomó el capote a las mil maravillas, pero renegó de muleta antes de lo que imaginábamos. No llegó a fluir el toreo en la muleta de Ginés. ¿qué ocurría ahí? Cábalas, ¿distancias? ¿el toque? El toro protestaba allí donde quería llevarle el torero, que lo intentó todo. Flojeó de remos y de intenciones el quinto, y Ginés acabó de desanimarle con el prologó por arriba. Ya no remontó nunca la historia por mucho que Marín le plantó batalla por uno y otro pitón con solvencia.
Irregular fue el cuarto, que tuvo sus cosas buenas y sus desafíos, descolgaba en el engaño pero se metía por dentro y no había uniformidad. Enrique Ponce, que había pasado con discreción con el deslucido primero, echó el resto. Y Zaragoza se entregó sin límite con el punto álgido por poncinas. Se le pidieron las dos, pero el presidente sólo dio una. Se hizo con el sexto Ponce también al caer herido Cayetano y se desmonteró con él Iván García. Gustó de nuevo en una faena entusiasta al toro, irregular de ritmo y con movilidad. Se fundían los plomos de la tarde. La noche cayó.
Por Andrés Amorós. Grave cornada a Cayetano en la Feria del Pilar
En la última corrida de su temporada, en la que ha afrontado con bien serios compromisos, Cayetano sufre una cornada de pronóstico grave, que no afecta a grandes vasos, y corta las orejas; Ponce, en una actuación muy completa, una. Ginés Marín sustituto del herido Colombo –que no ha podido tomar la anunciada alternativa– se estrella con su lote, en una corrida floja y deslucida de los dos hierros de Juan Pedro Domecq.
El segundo, de Parladé, «Manzanito», de 593 kilos, se mueve mucho pero no humilla. Con facilidad, Cayetano liga muletazos vistosos pero es cogido de lleno. Todavía logra la estocada, antes de ser llevado a la enfermería, en un ambiente de gran emoción.
Se lesiona el tercero, en banderillas: se corre turno. Apenas pica al toro el padre del diestro. Saluda Fini. Brinda Ginés al herido Colombo: dibuja muletazos estéticos y «traga», cuando el toro se para, muy pronto. El sobrero quinto, muy soso, se derrumba varias veces, impide cualquier lucimiento. No ha tenido opciones. Volverá el sábado.
Brillantísima temporada Cierra Ponce su brillantísima temporada con una gran tarde. El primero es noble pero tiene tan poca fuerza y fondo como las frases de Puigdemont; como ellas, se derrumba, enseguida. De poco sirve la elegante maestría de Ponce ante un animal que tiene tan poco recorrido como la propuesta de independencia. Flaquea y huye el cuarto, protestado. Ponce le saca lo que nadie esperaba: magistrales cambios de mano, naturales lentísimos, citando con el envés de la muleta (los quiere llamar «chivanas», por Chiva,su pueblo) y tres poncinas valerosas, por lo incierto de la res. Tarda el toro en caer y el premio a la gran faena se queda en una oreja. En el último, entrepelado, saluda Iván García. Brinda Ponce a su cuadrilla, incluido Manuel Quinta, ya retirado. El toro se acaba pronto y Enrique se mete entre los pitones: la espada tropieza en una banderilla y el premio se queda en una vuelta al ruedo.
La víspera del Día de la Raza, Cayetano ha sacado a relucir su raza torera; Ponce, su indiscutible magisterio. Han sonado varias veces gritos de «¡Viva España!». Ponce ha dado la vuelta con una bandera rojigualda: no es de extrañar, en la tierra de Goya y Agustina de Aragón. Los independentistas catalanes han conseguido que el patriotismo español se manifieste con más vigor.
Posdata. La jota está viva, se renueva, cada día. He escuchado, ahora, una nueva jota: «Ni Puigdemont ni Junqueras / acabarán con España: / Zaragoza es española, / seguiremos dando caña». Luego, otra jota: «Aunque firmen y aunque dizan, / que dizan pero no hazan: / Zaragoza es española, /en eso no nos engañan». Y una tercera: « España no es Eslovenia, / Zaragoza no es Liubiana, / soy español y taurino / porque a mí me da la gana». Escuchándolas, recuerdo yo una zarzuela: «Los de Aragón / no saben transigir». Ni los demás españoles, espero.