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Plaza de Toros de la Misericordia

Jueves, 12 de octubre de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Antonio Bañuelos y un sobrero de La Palmosilla (1º bis), (mansos y deslucidos).

Diestros:

Curro Díaz: de teja y oro. Ovación y silencio.

El Fandi: de marino y oro. Silencio y silencio.

Paco Ureña: de verde hoja y oro. Oreja y oreja.

Entrada: Tres cuartos de entrada.

Crónicas de la prensa:

La Razón

Por Patricia Navarro. Un serio Ureña remonta El Pilar

Los toros del frío de Bañuelos trajeron de pronto un calor del demonio cuando El Fandi se puso de rodillas para recibir al segundo y la acústica de esta plaza hace que la reverberación multiplique por mil los decibelios y a la de ya te abduce. En serio. No sabes qué pasa pero algo debe estar pasando mientras tú, despistado, intentas descubrir el qué. Eran las largas cambiadas en el tercio. Ocurría. Venga va. Qué mérito. Pero El Fandi se puso a torear a la verónica, con las manos bajas, y mecidas, no reverberaba tanto la Misericordia, pero ahí el toreo tuvo quilates, se perdió para encontrarse con el público de rodillas después. Algunos, no digo ni pocos ni muchos, despejábamos la bella incógnita que moría todavía en el vuelo cadente de las verónicas de David. Olé tú Fandi. Vinieron zapopinas después. Y todo aquello que ni suma ni resta. Se rajó el toro en la muleta y sólo la estocada fulminante devolvió las alegrías. No se complicó con el quinto, más brusco y a la espera y abrevió.

Fulminante fue la estocada de Ureña al tercero. Y así el trofeo. Venía de una faena trabajada, anhelada, a un toro noble, pero de media arrancada, que había que buscarle las vueltas y se las buscó.

Curro Díaz no se comprometió con el sobrero de La Palmosilla, que tuvo movilidad pero falta de entrega, e hizo una faena por fuera con el cuarto, rajado, complicado a derechas y de noble pitón zurdo.

En el sexto depositamos todas las esperanzas de una tarde que se desvanecía detrás de la noche. Tuvo muchos matices la faena de Ureña al sexto, porque el de Bañuelos fue detrás de la muleta pero le costaba, había que empujarlo, y le tuvo que hacer las cosas muy bien para coserle las arrancadas. Lo hizo fácil, sin aspavientos. Disfrutando de los desafíos de la tauromaquia. El susto fue mayúsculo cuando entró a matar y se atracó de toro. Le quitó el fajín y parecía que le costaba respirar. Suerte que quedara ahí la cosa. La tarde, al final, fue suya.

ABC

Por Andrés Amorós. La seriedad de Paco Ureña en la Feria del Pilar

El día de la gran fiesta de Zaragoza es también la Fiesta Nacional (aunque algunos Ayuntamientos cierren los ojos a esa realidad); la Fiesta de esa nación que, desde hace más de quinientos años, se llama España. Además, es la Fiesta de la Hispanidad, que nos une a toda Hispanoamérica y conmemora una de las hazañas más extraordinarias realizadas por cualquier pueblo (aunque algunos ignorantes lo llamen genocidio). Este día, acuden más zaragozanos que nunca a la Plaza del Pilar, a ofrecer flores a la Virgen; unos miles, además, van al coso de la Misericordia, un fruto –aunque muchos no lo sepan– de la Ilustración aragonesa, concretada en la figura de Pignatelli.

Con gran ambiente, el escaso juego de los toros de Antonio Bañuelos, serios pero deslucidos, impide el triunfo. Sólo Paco Ureña, muy decidido, con la honradez torera por divisa, corta un trofeo en cada uno de sus enemigos.

Devuelto por flojo el primero, el sobrero de La Palmosilla tiene poca casta, embiste con la cara a media altura, con tan poca gracia como un chiste de Puigdemont. Curro Díaz muestra su buen estilo en algunos muletazos y acierta con un espadazo. El cuarto, serio, mansea, sale suelto, es incierto. Curro logra buenos naturales pero el toro pronto deja la pelea. Mata mal.

Reaparece después de su lesión El Fandi: recibe con tres largas de rodillas y jaleados lances al segundo, alegre y noble, de salida. Luce más al jugar con el toro que en la colocación de los palos. En la muleta, el toro se viene abajo y se raja, igual que un discurso independentista. Mata con seguridad. Se luce en banderillas en el quinto, que brinda al matador Salvador Vega. Pone voluntad pero el toro es muy deslucido y corta la faena.

El tercero protesta en el caballo. Ureña brinda a los toreros heridos, se muestra firme y valiente, pisando un terreno comprometido, con un toro solamente manejable. Una labor de más mérito que brillo, rematada con una espectacular estocada: justa oreja. El último, «el toro de la jota», se entrega tan poco como sus hermanos. Paco no le duda: dejándole la muleta en la cara, saca agua de un pozo medio seco, liga lentos muletazos. Mata entrando muy recto, recibe un pitonazo en el pecho y logra otro justo trofeo. Con esta tarde, remata una excelente temporada, en la que ha cortado trofeos en Valencia, Sevilla, Madrid y Bilbao, entre otras Plazas. La seriedad y honradez de su toreo merecen todos los respetos.

Posdata. Sigo escuchando nuevas jotas, estos días: «La Virgen del Pilar dice / que sigue siendo española / y, aunque Puigdemont se empeñe / nunca se va a quedar sola». O esta otra: «No extrañéis, no, que se escapen / lamentos de mi garganta: / si intentan romper España / es mi dolor el que canta». Y una más: «Aragón, la más famosa / es de España y sus regiones / porque aquí nació la Virgen / y aquí nunca hubo traidores». No todas las regiones pueden decir lo mismo.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. La ley de la espada de Ureña

El reclamo del Día del Pilar, del Día de la Fiesta Nacional, sigue funcionando. La potente entrada para un cartel de raro hilo argumental, si lo hubiere, así lo constataba: Curro Díaz, El Fandi y Paco Ureña. Aquellas citas de antaño plagadas de figuras han pasado a la fecha inmediatamente anterior o posterior. Como si la fuerza de la Pilarica pudiese con todo. Cosas más extrañas vio la santa plaza de la Misericordia en la tenebrosa y aún reciente época de Serolo. Si su afición sobrevivió a Serolo, es que es una gran afición. Su resurrección en los dos últimos años de Simón Casas lo atestigua. Que siga y dure.

Cuando rompió filas el paseíllo, el público sacó a saludar a Díaz por su gloria a sangre y fuego en el día de San Jorge. Una vez compartida la ovación con sus compañeros, el sueño se truncó como el pitón del cuajado toro de Antonio Bañuelos enterrado en el piso. El inexpresivo sobrero de La Palmosilla fue tal cual. Frenado, sin celo y arrítmico. Ausentes el poder y la humillación, simplemente pasaba en la muleta. Cumplió Curro Díaz el trámite y lo pasaportó de modo fulminante.

Para espadazo, el de El Fandi. Tan buenas cosas había apuntado el toro de Bañuelos que la decepción se antojó mayúscula cuando se vino abajo tan pronto en la faena. Su tranco, su prontitud y su alegría desaparecieron en el tercio fandilista de banderillas. El recuerdo de cómo la había hecho en el saludo de largas cambiadas, verónicas a compás abierto y, especialmente, en los lances a pies juntos quedó en eso. El quite de Paco Ureña por gaoneras no agradó al granadino: sabía que las embestidas del toro, tan cuidado, podían ser habas contadas. Como sucedió al rajarse.

Paco Ureña aprovechó la virtud de la obediencia del tardo tercero y le puso a sus carencias. La falta de ritmo principalmente y el tramo final del muletazo. Ureña cimentó la faena sobre su mano derecha. Cuatro series, cuatro, en las que esperó y templó asentado con el don de la paciencia. Monocordes las cuatro. Como calcadas. Para cuando presentó la izquierda la embestida se dormía. Apuró con aguante el contenido ya vacío y sacudió la duermevela acero en ristre. El letal y entregado volapié primó sobre la colocación. Y los tendidos entendieron que la guinda elevaba el pastel hasta la oreja.

La imponente testa veleta del castaño y cinqueño cuarto propició sonoras palmas en su aparición. Su loca movilidad de los tercios previos no tanto. Y su desentendida mansedumbre todavía menos. De vez en cuando se equivocó y tomó los vuelos de la zurda de Curro Díaz. Pero su intención siempre fue de fuga. No lo vio claro tampoco Díaz con el estoque. Feos los pinchazos y caída la estocada.

La muy seria, grande y pesadora corrida de Bañuelos traía algunos toros más hechurados como el segundo y otros desarmonizados como el quinto. Un tío de cara desmesurada y desagradable. Como si anunciase su comportamiento hostil. Para todo lo que le valió a Fandi, y sin dar facilidades, fue para cumplir el expediente banderillero. Miró, midió y se defendió luego el áspero morlaco. Siempre por encima del palillo de la muleta del torero, también a la defensiva. Breve y sin fe la intentona.

El toro de la jota lucía líneas de cierta esperanza en su inmensidad de 611 kilos. A la postre cerró el lote más potable de los toros del frío de bravura congelada. Paco Ureña le consintió en su diestra para que aquella bondad creciese. También creció el lorquino en expresión. A la tercera o cuarta ronda, la plaza coreaba el cénit de la faena. Imposible rematar las tandas con el obligado de pecho. Para tanto no daba la embestida. Que duró lo que duró. Eso no más. No se extendió Ureña tras comprobar que ya no había causa en su izquierda. Del estoconazo a tumba abierta, salió el matador milagrosamente ileso, dolorido y sin fajín. El seco derrote le sacó el aire. Del trance al premio cantado. El triunfo de su espada de ley. O de la ley de su espada.

zaragoza_121017.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:15 (editor externo)