El Papa Pío V, en el año 1567, promulga la Bula De Salutatis Gregis Domini por la que se prohíben las corridas por ser “cosa del demonio, ajena a lo cristiano, debido a la gran cantidad de muertos, heridos y lisiados que provocan”. La pena era de excomunión especialmente para los clérigos y los caballeros de las órdenes militares. Esta Bula llega a España en el año 1568, pues el correo era algo lento en aquellos tiempos. Los prelados españoles son remisos en su aplicación sabedores de lo impopular que sería una medida de este tenor y retuercen muy eclesiásticamente su interpretación. Así, en las fiestas por e matrimonio del rey Felipe II con Ana de Austria, su cuarta esposa, se celebraron corridas de vacas, ya que la Bula Papal no decía nada de estos animales y para los toros “no había licencia de Su Santidad”. El pueblo llano, católico a machamartillo pero hasta un punto, canta la copla:
“que queriendo desterrarla/el Pontífice Romano/luego el populacho inhumano/sale con fuerza a ampararla”
A pesar de todo, o tal vez por todo esto, Pío V subiría a los altares en 1710 al cumplirse el centenario de su muerte y hoy le llamamos San Pío V.
A la muerte de Pío V sube al Supremo Pontificado el cardenal Ugo Bonconpagni con el nombre de Gregorio XIII. Este Papa es conocido, sobre todo, por fundar la Universidad Gregoriana de Roma y por su reforma del calendario, que dura hasta nuestros días. Pero también tuvo tiempo de ocuparse de los toros y en el año 1575 promulga la Bula Expenis Nobis Super por la que reducía la severidad de la prohibición excluyendo a los seglares de la excomunión. Permitía las corridas en los días festivos pero recomendaba que se tomasen las medidas oportunas para evitar tanta mortandad.
A la muerte de Gregorio XIII en 1585, es elegido Papa el franciscano Felipe Peretti que toma el nombre de Sixto V. Hombre cruel y severo no goza del aprecio de sus súbditos debido a su dureza en el ejercicio de su autoridad temporal. Intentó actualizar la Bula de Pío V sin éxito pues los problemas políticos entre España y el Vaticano (eran los tiempos de la Armada Invencible a la que el Papa se negó a apoyar económicamente) quitaron fuerza a la autoridad de Roma.
Tendría que transcurrir más de un siglo, tiempo durante e cual las prohibiciones papales sobre las corridas de toros dormitaron entre su vigencia y su incumplimiento, hasta que en 1758 sube al Papado el cardenal Carlo Rezzonico que toma el nombre de Clemente XIII y suprime definitivamente todas as prohibiciones sobre la Fiesta Nacional. Nada tiene de extraño pues este Papa se pasó la vida discutiendo con los reyes y príncipes europeos que deseaban quedarse con los dineros que las iglesias enviaban a Roma. Complicarse la vida con los toros debió parecerle poco rentable.
©Arriba, ilustración de Vicente Arnás, grabador madrileño nacido en 1949.