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PLAZA DE TOROS DE LAS VENTAS

Tarde del sábado, 16 de mayo de 2009

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de José Escolar, bien presentados, blandos y dificultosos. Bravos en el caballo los tres primeros.

Diestros:

Rafael Rubio Rafaelillo: Estocada y cinco descabellos. Aviso (tímido saludo) y Estocada desprendida (silencio).

Fernando Robleño: Estocada delantera y desprendida (silencio) y pinchazo y bajonazo (silencio).

Sánchez Vara: Estocada y descabello (silencio) y Estocada (silencio).

Entrada: Lleno.

Nota:Se guardó un minuto de silencio por el 89 aniversario de la muerte de Gallito.

Crónicas de la prensa: El País, La Verdad.

©Rafaelillo/Las Ventas


El País

Por Antonio Lorca. El toro antiguo

Los toros de ayer, puros Albaserradas (Victorino Martín) olían a antiguo por estampa, hechuras, carácter y comportamiento. Listos como el hambre, no permitieron un capotazo limpio de salida, se orientaban con rapidez, acudieron fieros y empujaron con los riñones a los caballos los tres primeros, persiguieron casi todos en el tercio de banderillas, y ofrecieron un juego variado en la muleta: muy nobles y largos tercero y sexto, sosotes segundo y cuarto y peligroso el quinto. Toros, todos ellos, que no admitían dudas y exigían toreros muy preparados, con capacidad técnica, poderío sobrado, agua en las venas y un corazón que nos se les saliera por la boca. No hubo triunfos, y ahora se verá porqué, pero tampoco aburrimiento, porque el toro fiero, de buena o mala casta, exige una atención preferente, una seguridad plena y una firmeza heroica.

Muy interesante la pelea con el picador del segundo, que apretó con fuerza y fijeza y acudió de largo en el segundo puyazo, lo que permitió el lucimiento torero de Pedro Iturralde. Largo, también, pero más blando, el tercero, y cumplieron primero y sexto. El lote de Sánchez Vara fue de una nobleza sin igual en el último tercio, y los dos persiguieron la muleta con codicia, largura y dulzura. Complicado los dos de Robleño, el primero por soso, y el quinto por manso y deslucido, y manejable el primero de Rafaelillo, y muy parado el cuarto.

En fin, una corrida, muy interesante por su variedad, y, sobre todo, por su fiereza de toro antiguo. Para que se entienda mejor: nada que ver con el toro bobo, artista y tonto que exigen las figuras actuales; nada que ver con el descastado, tullido, amuermado y podrido animal que tanto desespera en la imperante modernidad de la fiesta. Éstos eran toros, mejores o peores, pero toros, al fin y al cabo.

¿Y los toreros? Pues lo primero que hay que decir es que no se les puede medir con el mismo rasero que a las figuras que se ponen delante de ratitas inmundas. Ante todo, respeto, pero que mucho respeto, para estos tres señores, que se anuncian con tal corrida dispuestos a pasar las de Caín, cada uno con sus virtudes y defectos, pero todo ellos con dignidad.

Dicho lo cual, es cierto que pudieron estar mejor; es cierto que, quizá, están donde están porque sus condiciones son las que son; pero, como en todos los aspectos de la vida, también debe haber profesionales que maten este tipo de corridas, duras y correosas.

El que menos perdón tiene es Sánchez Vara. Tuvo la inmensa mala fortuna de que le tocara en suerte el mejor lote, dos toros con las orejas colgando, ante los que ha evidenciado que sus carencias son proporcionales a su imperiosa necesidad de triunfo. Banderilleó con acierto a su primero, y lo estropeó en el otro, pero en ambos naufragó con la muleta. Y lo que ocurrió es que no se puede torear despegado, mal colocado, ventajista al máximo, fuera de cacho, sin cruzarse nunca y acompañando simplemente la embestida del toro. Esos son mantazos y no pases ceñidos como le estaban pidiendo a gritos sus oponentes. El público se enfadó con razón, pero el primero que debe dar un golpe en la mesa es él mismo por dejar pasar una oportunidad única.

Por el contrario, no se le puede poner un pero a la actuación de Fernando Robleño, que lidió los dos menos lucidos, pero no perdió nunca la compostura y dio, además, una lección de lo que es cruzarse con un toro. Muy soso y corto de viaje era el segundo, con el que no era posible el lucimiento, pero qué admiración produce ver que un torero se cruza al pitón contrario una y otra vez. En la cuadrilla le acompañan otros dos grandes toreros, Juan Carlos García, con el capote, y Candelas, con los arponcillos.

Y dos tandas de derechazos extraordinarios dibujó Rafaelillo en el primero de la tarde, un toro de escasa calidad, que miraba y lo buscaba con malas ideas, pero ante el que se plantó con enorme gallardía, tragó todo lo tragable, embebió al toro en la muleta, y trazó tandas de muletazos perfectos que valieron un potosí. El toro, sin embargo, no era de fiar, especialmente por el pitón izquierdo, tanto que después de una colada inicial no llegó a intentarlo por ese lado, y la faena no alcanzó la intensidad deseada. Le faltó, sin embargo, dar el paso necesario ante el remiso cuarto, con el que sólo se mostró afanoso, y no fue capaz de asentar las zapatillas, ni de cogerle el aire, si es que lo tenía. Muy bien su subalterno José Mora toda la tarde.


ABC

Por Zavala de la Serna. Dos buenos toros de Escolar

Dos buenos toros hubo en la corrida de José Escolar, y se enlotaron juntos. Los sorteó Sánchez Vara. Pleno al quince. De la suerte de los toros habría de escribirse un tratado completo. Vara vive en otro circuito lejano al de las grandes ferias. Por gaches y pueblos se ha curtido el hombre en oficio. Y por ellos ha de seguir su carrera. No se pueden plantear faenas con mentalidad de tercera, porque en Madrid no vale citar con la muleta tan descaradamente en uve, ni tan fuera de cacho permanentemente. Aunque corras la mano luego. Y si encima te pone el destino en suerte el milagro de dos toros de Escolar que meten la cara por derecho, el pecado te condena al fuego eterno ante los ojos de la Cátedra. Oportunidades así se presentan pocas en la vida. El terciado y cárdeno tercero, muy bonito de hechuras, y el más toro sexto, también con armonía de líneas. Sánchez Vara banderilleó como sabe y toreó como es. Cabía entre los toros y su persona una piara de cochinos. Matar, el hombre, mató bien. La duración de cuatro series tuvo cada toro. «Campanero» y «Cortinero» se arrastraron enteros. Claro.

La corrida fue desigual de hechuras y juego. Estrenó la tarde un serio cárdeno que echó las manos por delante en el capote y cumplió por tres veces en el caballo, la tercera muy de galería. Rafaelillo contó con que el comportamiento del toro creciera en su nobleza. Tapándole siempre la cara a su altura, que era la media, le sacó series de redondos que conectaron con los tendidos desde la ligazón. Como el toro había hecho feos por el lado izquierdo en el principio de obra, Rafaelillo no se la presentó, ni siquiera para enseñar que por allí no era. La cosa estaba en el camino, pero media estocada atravesada contraria retardó el desenlace. El descabello se encasquilló en la cerviz del toro, que se tapaba la muerte a la defensiva. Se enfrió la masa demasiado para luego no corresponderle siquiera con una ovación. Sirvió en su modo el toro, que encontró el complemento en Rafaelillo. ¿Hablamos pues de dos toros y medio?

El cuarto escarbó, se repuchó en el caballo, se quedó de rayas hacia dentro, no quería y nunca rompió. Y se hacía el remolón sin serlo, con un sordo peligro al paso que la gente no veía. El esfuerzo de Rafaelillo pasó sin calar.

Fernando Robleño se llevó el peor lote. El quinto fue una prenda desde que lo quiso arrollar de salida con el capote. Lo llevaba en la mirada. Robleño se dobló y metió con él por bajo; se la ofreció y apenas quiso el manso nada más que irse al campo. Su primero se abría mucho de los cuartos traseros, sin remate —se tapaba por su cara veleta— y ayuno de fuerza. Se desmoronó en el caballo y luego se quedaba. Mal fario para Robleño, que necesitaba sonar.

Nota: Se llenó la Monumental hasta la bandera. Calculé el aforo en taquilla y aproximadamente el presupuesto del cartel mientras desde Jerez llovían los sms en mi móvil…


La Verdad

Por Francisco Ojados. Rafaelillo pone alma de artista

Ambiente de día grande en Las Ventas, de las de fin de semana del patrón de la villa, con muchas localidades ocupadas por gente de fuera de la capital. La corrida cumplió con su guión, variada de comportamiento e interesante desde el punto de vista ganadero. El primer toro lo brindó Rafaelillo a uno de sus compañeros de batalla en las corridas duras, al maestro Fundi, hospitalizado tras un golpe en la cabeza en tareas de acoso y derribo. El menudo murciano se creyó el milagro y se dobló por abajo con el de Escolar en el inicio de faena.

Derrochó firmeza Rafaelillo, que expuso en una primera serie con la diestra con las zapatillas bien asentadas en la arena, presentando la muleta plana por delante y toreando largo y por bajo, lo que repitió en otra segunda tanda que caló en la grada y arrancó los olés de Madrid. El torero puso corazón de artista en el ruedo ante un astado al que le tapó gran parte de sus dificultades y al que le enjaretó lo muletazos más puros y de mayor verdad de la tarde.

Se quedó sin premio al no rematar su actuación con la espada. El acero hizo carne cayendo atravesado en una estocada corta y delantera que le obligó a tomar el descabello. La posible petición se quedó en una ovación.

Con el cuarto, Rafaelillo lo intentó todo. Este fue un toro con cuajo, serio, largo como un tren, con cara de hombre y mirada agresiva. Lo lidió con cabeza Rafaelillo, sacándolo a los medios con el capote.

El primer puyazo cayó trasero y para el segundo lo puso de largo el torero y desde allí no quiso ir el de Escolar. El murciano lo brindó al público dispuesto a jugársela. En el tercio, sin probaturas citó con la derecha par torear en redondo, lo que protestó el burel. Quiso hacerle las cosas bien el diestro, tocando fuerte en los cites, pero el cárdeno fue a menos, hasta pensarse las embestidas, sin repetir.

Madrid Temporada 2009

madrid_160509.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:25 (editor externo)