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Plaza de Toros de Las Ventas

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Domingo , 30 de septiembre de 2018

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Toros de Puerto de San Lorenzo y La Ventana del Puerto, 1º y 3º, correctos de presentación, y variados de juego. Los mejores 1º y 3º y 4º - (con transmisión y peligro el primero, deslucido el segundo, noble con repetición el tercero, manso y rajado el cuarto, deslucido y de corto viaje el quinto y a menos el sexto) para

Diestros:

Emilio de Justo: de verde manzana y oro, Oreja, oreja y silencio en el lidio por Ginés.

Román: de agua marina y plata , ovacion y silencio.

Ginés Marín: de purísima y oro, vuelta y herido en la mandíbula al iniciar la faena al 6º, pasó a enfermería.

Entrada: 16.827 espectadores.

Imágenes: https://www.facebook.com/PlazaLasVentas/photos/?tab=album&album_id=1825308544231916

Video: https://twitter.com/i/status/1046488818780721153

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista.Puerta grande a la heroicidad de Emilio de Justo

Quien le iba a decir a Emilio de Justo que tras la peor semana de su vida, con el fallecimiento de su padre incluido, amén de la dura cornada en Mont de Marsan de un toro de Victorino Martín, iba a salir a hombros de Madrid. Lo que son las cosas. Lo que es la vida. Porque Emilio de Justo cuya carrera ha estado forjada en Francia, no sólo es que haya hecho méritos para triunfar sino que convenció a todo Madrid. Partidarios y detractores - que también los hubo, se encaramaron al éxito de De Justo. Fruto todo ello del esfuerzo, sacrificio y constancia. Ni que decir tiene que sus dos estocadas bien valieron sendos trofeos, pero de bajo coste no fue una puerta grande de Ley forjada en el mérito y el sufrimiento constante de un torero cabal. La felicidad no fue completa toda vez que Ginés Marín que cosechó una importante faena al tercero con el hierro de La Ventana del Puerto, resultó herido por el sexto con una cornada en la cara de cinco centímetros de trayectoria, de una compleja corrida del hierro salmantino.

Lo de Emilio de Justo no es flor de un día, todo ello fue fruto de un trabajo intenso, de una preparación incansable y de una fe inquebrantable por el toreo. Con los puntos recién quitados de una dura cornada en Francia, hizo el paseíllo y se despejaron las dudas. Madrid le sacó a saludar antes de comenzar y De Justo quiso compartir la ovación con sus compañeros, que desecharon la opción y no salieron. Madrid rendida al extremeño, y se rindió también al final de una tarde estratosférica con dos faenas muy distintas y, con el componente de la técnica y el valor. El primer de La Ventana del Puerto fue un toro serio, tocado de pitones con el que se lució de manera magistral con el capote. Lo cuidó en el caballo y quitó por parsimoniosas chicuelinas, replicándole Román por el mismo palo. La actuación seria y acompasada vino precedida de un toro con codicia y falto de fuerzas. Lo mejor llegó con el tremendo estoconazo que se cobró, haciendo retumbar los cimientos de la Monumental madrileña. Y es que hay actuaciones que un estoconazo bien merece un trofeo. El de Emilio fue uno de ellos. Oreja de Ley, en medio del clamor.

Con “Velosico”, llegó la fiesta. El cuarto otro toro serio y ancho de sienes, quiso lucirlo el extremeño en el primer tercio arrancándose de largo. El recuerdo a su padre siempre presente se hizo extensible en el brindis compartido entre el cielo y el respetable. Lo citó de largo sobre la diestra y el del Puerto se desplazó sin acometividad. El toro se fue rajando, hasta que en terrenos del tendido cinco y a contracorriente, se fue cruzando y expuso la verdad del trazo. La pureza como argumentos. La belleza en sí misma del toreo. Las manoletinas finales fueron de órdago y llegó la extenuación con otra estocada de ley, que le abrió de par en par las puertas de la gloria. Recogió la oreja y el baño de multitudes fue el premio a una temporada soñada tras más de diez como matador de toros, saliendo por primera vez en su carrera por la puerta grande de Las Ventas. Se dice pronto.

La tarde tuvo una vez más, el epicentro de la moneda. La cara de Emilio de Justo y la cruz de Ginés Marín que tuvo que tomar el camino de la enfermería tras ser volteado en el sexto tras una espantosa cogida en mitad del ruedo cobrándose una cornada en el rostro de cinco centímetros, y visto lo visto pudo ser peor. El del Puerto no se deshacía del extremeño y los subalternos tardaron en salir, y cuando lo hicieron fue a la deriva. Un poema. Antes Marín le había corrido la mano con dulzura a “Cartuchero” pero no encontró el acople necesario frente a un toro deslucido. Emilio de Justo se hizo cargo del toro y esta vez falló con los aceros. Antes Marín dio una vuelta al ruedo tras petición tras pasaportar al tercero, otro complejo toro del Puerto al que del hizo una faena sobre la corta distancia. Los derechazos por bajo de bella factura recobraron luz a un Marín en estado de gracia, dejando muchos y buenos detalles toreros. Madrid de pie, y el fallo con el descabello que dejó la oreja a un suspiro.

Otro combatiente del régimen de caballería, y con oficio en tardes ingratas y tremebundas, fue como no podía ser menos Román, que estuvo hecho un tío una tarde más. El segundo del Puerto, no apuntó nada en las postrimerías, y el valenciano se entretuvo en correrle la mano pero el toro echó la cara arriba en los embroques en una actuación larga donde no encontró acople alguno. En una de las series sobre la diestra le sorprendió lanzándole un duro derrote con dirección al muslo derecho. El cuerpo por los aires, hizo enmudecer Madrid. La ristra de peones se contaba en más de diez sobre la arena, y todos correteando delante del toro. La faena cobró en ese instante importancia y Román se entretuvo en ligarle una tanda en redondo a un toro que buscaba las tablas. Abrochó por manoletinas y la estocada hizo guardia. Saludó una ovación, que el sector más contestario le recriminó. Se fajó con el quinto, un toro deslucido y de corto viaje donde tampoco llegó acoplarse. Le tocó bailar con la mas fea. Tampoco tuvo la tarde con la espada y fue silenciado.

Dicen que los sueños, sueños son… aunque en el caso de Emilio de Justo sea ya una realidad. Difícil se hace que se le olvide la tarde de su otoño en Madrid. Dos orejas y Puerta grande. La gloria fue para él. Y es que Emilio de Justo no pudo ver la llegada del hombre a la luna, pero todos pudimos observar a qué sabe tocar el cielo con las manos.

El País

Por Alejandro Martínez. Dos soberbios volapiés le abren la puerta grande a Emilio de Justo

Justo a las ocho y media de la tarde, cuando la oscuridad de la noche ya se cernía sobre la plaza de toros de Las Ventas, un torero modesto, Emilio de Justo, cruzaba en volandas el umbral de la gloria. Sonriente y emocionado, aún con el muslo izquierdo abierto por la grave cornada sufrida hace apenas una semana en Mont de Marsan (Francia), el diestro extremeño, con más de una década de alternativa a sus espaldas, salía a hombros por la puerta grande más importante del toreo, la de Madrid.

Dos orejas, una en cada uno de sus toros, se lo permitieron. Dos trofeos logrados gracias, principalmente, a dos grandes estocadas. Dos soberbios volapiés que pusieron el broche a una actuación entregada -y a una sobresaliente y sorprendente temporada- que comenzó, justo tras el paseíllo, con el reconocimiento del público, que le obligó a saludar una ovación desde el tercio.

A la verónica recibió De Justo a su primero, un ejemplar tremendamente serio y musculado de La Ventana del Puerto. Una de las dos medias con las que remató el saludo, a pies juntos, desprendió torería. Después, ante un animal que tuvo movilidad, pero que solía derrotar al final de los muletazos, dejó detalles, como un pase de pecho rematado a la hombrera contraria o un apasionado trincherazo, pero sembró dudas en el toreo fundamental. Casi siempre al hilo, De Justo citó con la pierna retrasada, provocando las protestas de algunos aficionados.

Y llegó la hora de la verdad. Colocado en la rectitud, Emilio de Justo se tiró sobre el morrillo de su oponente, haciendo la suerte con suprema verdad, y dejó una estocada en todo lo alto. El efecto fue fulminante. Tras tambalearse unos segundos, el astado cayó rendido a los pies de su matador. “Una estocada, una oreja”, se dijo siempre. Y así fue esta vez. En unos tiempos en los que se mata fatal, casi siempre en los blandos y tras dar un salto o salir descaradamente de la suerte, semejante lección estoqueadora debía ser recompensada.

De Justo también mató bien al cuarto. Esta vez en los terrenos de sol, con su oponente completamente rajado, el volapié ejecutado volvió a ser descomunal. Un espadazo que remató una labor de gran mérito y firmeza ante un astado manso e incierto que siempre punteó la muleta y que no le puso las cosas fáciles al torero. A base de dejarle la muleta muerta en la cara y de aguantar los arreones, muy al final, el diestro logró una tanda de derechazos largos y profundos que supieron a gloria.

Los otros retazos artísticos de la tarde llevaron la firma de Ginés Marín, que cayó herido en el sexto. Sin probaturas y con la muleta en la mano izquierda, quiso apostar el torero desde el principio, pero cuando comenzaba a hilvanar la segunda tanda, el del Puerto de San Lorenzo se le metió por dentro y echó la cara arriba, infiriéndole una cornada en la cara. Se lo llevaron a la enfermería y no pudo confirmar las buenas sensaciones que había dejado frente al buen tercero, noble y con calidad.

Precipitado en los remates ante el tercero, y ansioso de triunfo, Marín fue cogiéndole el aire al toro hasta lograr un puñado de naturales muy rematados y llenos de enjundia. Con el infalible cambio de mano, que le salió bordado, puso los tendidos en pie, pero el triunfo se le escapó con la espada.

También pudo acabar en la cama Román, que sufrió una espeluznante voltereta cuando toreaba al pavoroso segundo. De arriba abajo, con una terrible violencia, los dos astifinos puñales de la res escudriñaron la anatomía del joven valenciano, que salió indemne del percance. Un milagro. Manso, blando y soso fue su lote, y él, ante la indiferencia del público, dio muchos pases.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. La capacidad de acero de Emilio de Justo estalla la Puerta Grande de Madrid

Reaparecía Emilio de Justo con las puntos frescos de la cornada de Mont de Marsan y la herida abierta de la muerte de su padre. Toreó aquel día luctuoso y doliente apenas una semana atrás. Un crespón negro como recuerdo de la pérdida. Sintió la ovación de Madrid por su compromiso y su ética. Y correspondió con la firmeza y el sitio que han marcado su reveladora temporada. El toro cinqueño de La Ventana del Puerto, rematado, cuajado y musculado pero armónico, fue el material preciso. Contada su humillación. Sólo en el momento del embroque. Para soltar la cara después. Siempre con noble intención. Sobre todo moldeable por su pitón derecho en su justa entrega. De Justo lo entendió desde las poderosas verónicas. Bien voladas como la hermosa media. Enfibradas como el caro quite por chicuelinas. De una seguridad formidable. Como la faena entera. El asiento atalonado en su mano diestra. La exactitud para tocar, enganchar y vaciar el viaje fuerte sin que tocase la muleta. Los enormes pases de pecho se contagiaban del empaque. Por el izquierdo, el toro no se dio igual ni parecido. Adelantaba y ganaba la acción con rectitud. Fue una sola tanda el enredo. En el regreso al pitón de mayor nota, el defecto del cabezazo había crecido. El cacereño limpió la tanda con la misma resolución. El cierre a dos manos genuflexo tuvo su aquel. La obra, o más bien la plaza, estaba en la frontera. Un volapié de libro, de una pureza superior, la decantó. ¡Qué estocada! La oreja cayó con peso.

Del mismo modo mató al feo y destartalado cuarto, otro espadazo descomunal que descerrajaba la Puerta Grande. Como un obús. Qué manera de crear una faena con aquel buey que se movía tan desgarbado como era. Soltando la testa en giros con uno y otro pitón. La capacidad de Emilio de Justo lo metió en el canasto. Lo ató, lo soltó, lo trajo y lo llevó con una superioridad manifiesta. Y un valor de plomo. Tremendo el tipo. Incluso con el manso ya rajado. Allí en los terrenos de sol. Los pases de pecho barrían el lomo con colosal monumentalidad. Unas manoletinas de despedida avivaron el incendio, desatado tras la suerte suprema. De una verdad incontestable. Como la de este torero en pleno estallido de madurez.

Ginés cuajó la faena más importante y entregada de su año. En el momento oportuno. De menos a más. Inteligente siempre con el hondo tercero de buena condición. Que no se rebosaba. Manejó lucidamente los tiempos y las distancias. Y sobre todo su izquierda. De bello trazo, por abajo, encajado y embrocado como nunca. Muy mentalizado. De la última ronda de espléndidos redondos, brotó un cambio de mano inmenso. Tan torero como el broche de ayudados. Un pinchazo hondo en todo lo alto y un descabello redujo la recompensa a una vuelta al ruedo. De tanto calado como si le hubieran concedido el trofeo escasamente solicitado para como estuvo.Román anduvo voluntarioso y queriendo con un toro descarado, zancudo y largo, sin celo ni empuje. Se le venció por el pitón izquierdo, lo empaló y, en el aire y en el suelo, le dio la mundial. Un milagro que se levantase íntegro. Siguió ya cerca de toriles con el bruto rajado. Por demás. La estocada asomó haciendo guardia y necesitó del descabello. Lo que no impidió que el valenciano saludase una ovación. Quizá por el momento dramático vivido. El gigantesco quinto de casi 700 kilos acaballados embistió, un decir, sin maldad ni empleo. Tal cual cantaban sus hechuras. Román lo paso de muleta como pudo o supo. Y se atascó con la espada.

A últimas, Ginés Marín se descaraba con el basto sexto. Le había presentado la izquierda pronto. Cuando le proponía la mando derecha, el toro lo derribó con la pala del pitón. Y, mientras las rodillas se aflojaba y caía, un derrote le alcanzó en la mandíbula. Del corte manó la sangre. Las cuadrillas lo condujeron a la enfermería. Emilio de Justo liquidó la cuestión. Antes de volar a lomos de la marabunta, sobre la incuestionable ética de su toreo.

ABC

Por Rosario Perez. Emilio de Justo, Puerta Grande en el nombre del padre

Un crespón negro teñía de luto el verde y esperanza oro de Emilio de Justo. Una ovación arropó al extremeño, que reaparecía tras dos cornadas: la de la pierna y la del corazón, la del toro y la del padre muerto. Y en su honor anduvo en torero –qué fácil suena y qué difícil es– desde las verónicas, las chicuelinas y una media primorosa hasta la hora final. Traía «Vendimiador» la expresión de los toros guapos, una pintura de La Ventana creada para embestir. Tuvo muchas teclas: obedecía con nobleza a los toques, pero sin finales y con tendencia a alzar la cara sin clase. El cacereño compuso un conjunto desigual, sí –como los viajes–, pero con empaque y absoluta seguridad. Un gozo en tiempos de vulgaridad. Como coda, un volapié. Qué manera de ejecutar la suerte, tan de verdad. La hermosura de una estocada por derecho. De esas que bien valen una oreja.

Por si alguien no se había enterado, lo explicó otra vez en el manso cuarto, con su peligro a izquierdas. Con el pecho por delante, un capaz De Justo le robó muletazos sinceros, con gusto y enorme mérito, hasta abrochar por manoletinas de alto voltaje. De nuevo brilló la joya de su corona: la tizona. La pañolada se desató y paseó la oreja que rompía la Puerta Grande. En el nombre del padre. Como la sangre derramada días antes. Así se reaparece en Madrid. Y así se mata. Porque la muerte también puede ser bella.

Ginés Marín sorprendió con la faena de las distancias, esas que siempre conectan con la capital. Así, con muchos metros de por medio, citó al buen «Renacuajillo». No había perfección, pero sí emoción, sobre todo en la primera arrancada de cada serie. Lo oxigenó mucho Ginés, tan joven y tan inteligente, tan dominador de la escena. Cuando se plantó a izquierdas, sencillamente hizo el toreo. Rugió la plaza por naturales. Y continuó arrastrando las telas a derechas. Un «ole» crujió en el cambio de mano y la trincherilla. El remate de aquella obra distinta fue por sabrosos ayudados por bajo y un pase de pecho a la hombrera contraria. Se presentía el triunfo y se hizo entonces el silencio, como instantes antes Ginés había hecho el toreo mayúsculo. Pero el pinchazo hondo necesitó de un golpe de verduguillo y la petición no cuajó. Y el premio de ley se quedó en una vuelta al ruedo. Si en aquel rozó la gloria, en el bastote sexto fue prendido cuando se disponía a torear con la derecha. Sufrió un navajazo de cinco centímetros en la región mandibular, una de las llamadas cornadas de espejo que cada día se verá. Por fortuna, no revestía gravedad.

Ya se habían vivido momentos dramáticos en el complicado segundo del Puerto, que se vencía por el izquierdo y no perdonó un volteretón a Román, dispuesto pero sin fruto.

La tarde había sido de Emilio de Justo, que alzó su mirada al cielo en su encuentro con la Puerta Grande. Hacía tiempo que se buscaban…

La Razón

Por Patricia Navarro. Emilio de Justo, Puerta Grande de justicia divina

En la suerte natural aguardaba el toro y se sabía la estampa perfecta. Hubo un silencio. Sepulcral. Preámbulo. Un estocadón vino después. Memorable. En sí una obra de arte, aunque cueste pensarlo, mucho más entenderlo. Lo hizo cumbre Emilio de Justo. En los tiempos, en la rectitud, en la sensibilidad para prender en el mismo hoyo de las agujas la estocada. La que determina la lealtad y el respeto al toro, que no vale todo, justo eso nos legitima de la barbarie. Una belleza descomunal tuvo aquello de tal manera que sobraba todo para el desenlace. Todo y todos. Solo De Justo y el animal, que había sido mucho. En el peto empujó y quiso hacerlo también detrás de la muleta. Tuvo casta, franqueza y largura, le faltó un punto de humillación en ocasiones, nunca falta de interés. Así la faena de Emilio de Justo, al que se esperaba, porque reaparecía en Madrid con los puntos frescos todavía de una cornada fuerte en Francia que le había taladrado el muslo y el corazón la muerte de su padre. Hay acontecimientos que sobrepasan. No resultó la faena rotunda, es cierto que se le ensució en ocasiones, pero sí impecable su puesta en escena, su verdad, abrumadora su entrega. Un chorro de emoción fue la manera de morir el toro. Un canto a la vida que encontró premio. Informal y sin entrega fue el cuarto. No importó, porque Emilio de Justo había dado el paso al frente antes. Antes de saber esto, o aquello. Antes de hacer el paseíllo incluso de vestirse de torero. Y por eso se puso frente al toro despojado del miedo, desandando el tenebroso camino de la cornada reciente, de la pérdida de su progenitor, desafiando al desigual animal, que nunca acababa de entregarse a la muleta, desafiándose a sí mismo. Dos coladas por el izquierdo nos pusieron en el disparadero y ya en el tramo final le metió en vereda ipso facto al toro y al público. Se ajustó y provocó en las manoletinas y se fue detrás de la espada. Otra vez. Empujaría el padre desde arriba para otro estoconazo de libro. Asomaron los pañuelos para no dejar lugar a dudas. Y el premio, que hacía la suma más bella del mundo, le abrió la puerta de la gloria justo a la espalda de los infiernos para irse de camino a la calle de Alcalá, cuando la noche ya había caído.

Madrid Temporada 2018.

madrid_300918.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:12 (editor externo)