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Plaza de Toros de Bilbao

Miércoles, 22 de agosto de 2018

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Garcigrande y Domingo Hernández para

Diestros:

Juan José Padilla: silencio y oreja.

El Juli: silencio y ovación.

José María Manzanares: ovación y ovación

Entrada: Poco más de media plaza

Galería de fotos: http://www.bilbao.choperatoros.com/corrida/de-bilbao-2018-5a-de-las-generales-2/

Vídeo: https://twitter.com/i/status/1032344801310633984

Crónicas de la prensa:

El País

Por Antonio Lorca. Media entrada (peligro inminente)

El dato no es nuevo, pero no deja de ser dramático: tres reconocidas figuras, de esas que mandan y con tirón entre el público, una ganadería de postín, de que las que casi aseguran el triunfo, y una feria de primerísima categoría, y solo la mitad de los tendidos cubiertos.

‘Houston, tenemos un problema’; pero lo más preocupante es que no hay astronautas -taurinos, en este caso- que emitan el mensaje de socorro, ni mesa de ingenieros -ni autoridad ni organismo competente- que lo reciba. Aquí, cada cual va a su guerra, se animan unos a otros y olvidan pronto los tropiezos. Pero el problema persiste.

Y, además, la corrida fue un pestiño. Es verdad que los dóciles toros no ayudaron; mejor dicho, no ‘colaboraron’ con los toreros, que es lo que ahora se lleva. Unos, los tres primeros, por su falta de casta, de vida, de energía; parecían adormilados, tristes, enfermos… Y los otros, con cierta movilidad y nobleza, porque, quizá, no rebosaban almíbar en sus embestidas. En fin, que no; que los señores Padilla, Juli y Manzanares pasaron por Bilbao como almas en pena a pesar de la extremosa generosidad de unos tendidos bullangueros, triunfalistas y en exceso conformistas.

Padilla se despedía de la feria y paseó un trofeo que no mereció tras una labor tan entregada como vulgar; mató bien, ciertamente, pero su labor careció de mérito torero. Sin embargo, fue recibido y despedido como un auténtico personaje. En la puerta de cuadrillas, antes de comenzar el paseíllo, bailaron en su honor el aurresku, una danza tradicional vasca a modo de homenaje; antes de que sonaran los clarines, saludó una cerrada y muy emotiva ovación desde el centro del anillo, y la vuelta al ruedo fue verdaderamente clamorosa. Fue tratado más como héroe, como un superhombre que ha sido capaz de convertir una tragedia en un triunfo -un referente social- que como torero.

Porque como torero, ciertamente, no aportó nada; quizá, dos largas cambiadas de rodillas en el tercio, dos verónicas y dos chicuelinas en el recibo al cuarto, y una fulminante estocada a ese toro, y poco más. No banderilleó a ninguno de sus toros, se equivocó al brindar el muy deslucido primero, y ofreció un recital de mantazos y dos desplantes ante el toro de la despedida. Eso sí: solo faltó que el público bajara al ruedo e hiciera cola para abrazar a Padilla en su última tarde. ¡Qué explosión de cariño la de los bilbaínos…!

El Juli y Manzanares debieron conformarse con ovaciones. Nada pudieron hacer ante sus marmolillos primeros, pero no se les criticó por sus graves deficiencias en los otros. Ni uno ni otro aprovecharon convenientemente las condiciones de sus oponentes.

El Juli, por ejemplo, se mostró ventajista, y muleteó siempre fuera cacho y al hilo del pitón, en una lección de pegapasismo moderno.

Y Manzanares fue incapaz de ahormar la casta del sexto, mejor que el torero, al que se le vio despegado y acelerado.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Una sedosa y precisa faena de El Juli

A Juan José Padilla rindieron honores. Un aurresku de despedida entretuvo el paseíllo. Padilla, vestido de fucsia y azabache, ataviado con el pañuelo bucanero, en la vanguardia, admiraba al dantzari; en la retaguardia, El Juli y José María Manzanares lo escoltaban con la solemnidad de sus trajes oscuros y oro. Cuando el desfile se deshizo, el público de Vista Alegre ovacionó al Pirata y lo sacó al platillo. Como un alegre adiós después de los tristes sones del txistu.Tan mortecino como la pieza musical apareció un toro grandón, montado y hondo de Domingo Hernández. Como dormido y al paso. Padilla desistió del saludo. La cara alta en el peto. Y en los capotes. Sin empleo ni celo. Cuando se arrancaba, lo hacía como con los pechos. Con la prominente badana. Con todo. Muy bruto. No quiso el Ciclón de Jerez coger las banderillas. La cuadrilla resolvió, un decir, de una en una. A la espera y anclada siempre la bestia. La desaprobación de la gente siguió en el brindis. Un pase de factura por no agarrar los palos. Ni una vez por derecho embistió el marmolillo. Que pasaba del parón en el cite al empujón abrupto. Por el palillo de la muleta y desabrido. La brevedad se impuso.

Los tercios previos de la lidia del rematado segundo, de colocada cara y embutido cuello, no sembraron esperanzas. Suelto y a su aire el toro. Descolgando lo justo o nada. Tal cual en el caballo. El Juli se inventó un quite por chicuelinas. Como juego de inercias. También ofreció su muerte a Bilbao. Vería algo que nadie más. Pero la bolita de cristal o el conocimiento de la ganadería no funcionaron. Y ya en el cambio de mano, tras la apertura de faena rodilla en tierra, la paradiña en mitad de la suerte avisó por donde irían los tiros. Repitió los extraños cada vez con más frecuencia. Por momentos más agarrado al piso y sin descolgar. Mirón y pendenciero. A la defensiva. Desfondado y con mal estilo. Juli se desesperó.Al tercero no le acompañaba la belleza. El trapío concentrado en sus cuernos. La expresión lavada. Y el genio para ensuciarla. José María Manzanares desplegó verónicas de amplios vuelos. El punteo constante del toro, camuflado entonces por la velocidad de salida, creció exponencialmente. La cuadrilla pasó apuros con los cabezazos altivos. Su arrítmica movilidad venía salpicada de tornillazos. Por la mano derecha incluso los soltaba con el pitón de fuera. Manzanares emprendió una faena de desgaste. Concienzuda en la fibra y los toques fuertes, haciendo de tripas corazón. Y responsable por el tiempo empleado. Cuando el nervudo toro se sintió podido, amagó con rajarse. Lo despenó con un puñetazo de los suyos. Y recogió la ovación al esfuerzo inesperado.La segunda parte de la corrida, herrada con el hierro de Garcigrande, se movió con otro aire. Como si dentro de la casa hubiera un pulso no cierto, los tres últimos garcigrandes se impusieron a los de Domingo Hernández. Tampoco para tirar cohetes ni sacar pecho ninguno. Pero ya el cuarto traía otro estilo. Noblón y amable. Juan José Padilla libró largas cambiadas, lances de todas las marcas, chicuelinas intercaladas. No le convenció el material para resarcirse con los rehiletes del vacío anterior. Y se lanzó al abordaje de una faena a destajo. En las líneas naturales del toro o más allá. Un vendaval de muletazos. El final tremendista de desplantes y rodillazos, al más puro estilo Pirata, la gestualización incontenida, el dorado chaleco desabrochado, y una seria estocada se celebraron en Vista Alegre con una oreja sellada con la palabra agur.

La serenidad y el temple de El Juli se antojaron por contraste una calma zen. La suavidad con aquel quinto sin excelencias, tan suelto de entrada, o salida, potenció sus bondades. Los derechazos reunidos, sin exigencias, la colocación exacta como la media distancia, las series necesariamente cortas y la ligazón o el paso perdido cuando convino. Que fue por el paso menor del garcigrande por la izquierda. El tacto, la seda y la ciencia julista en definitiva. In crescendo la intensidad. Ya definitiva y al ataque en la última ronda de derechazos, más profundos y rotundos. Como broche de una faena precisa. De sabia construcción. Lo único que se salió de su camino fue el volapié. Pinchó. Y el gesto contrariado de Juli reflejó el sentimiento por el premio que se desvanecía.

Por los aceros también desperdició José María Manzanares una oreja presentida. Volvió a hacer otro esfuerzo con el último garcigrande. Que humilló como ninguno. Con la casta añorada. De más pistón que ritmo. Disparo, que se dice. Y el defecto mosqueante de enterrar la cara entre las manos y escarbar entre series. Y tardeaba. Cuando rompía a embestir, repetía con ganas. Y con recorrido por el pitón derecho. Ése fue. Manzanares ligaba. Y cuanto menos recortó el muletazo, o latigazo, y cuando más lo enganchó por delante -cosa que sucedió más y mejor a mitad de faena- más trepaba la trepidante vibración de aquello. Como la tensión. Pero el defecto del toro de enterrar el hocico complicó la hora de cuadrar la muerte. Y su otrora infalible espada emborronó su coraje.

ABC

Por Andrés Amorós. Cariñosa despedida a Juan José Padilla en Bilbao

Muy mal sabor de boca dejaron, el martes, los flojos toros de Núñez del Cuvillo. Los miles de espectadores, ¿saldrían con ganas de volver a la Plaza? Me temo que no. Buscando un toro «toreable» (¡horrible concepto!), se suele llegar al borrego. Sin un toro bravo y poderoso, la Fiesta entera se hunde.

Nuevo cartel importante, con los toros preferidos por El Juli. ¿Se repetirá la decepción? No tanto, pero tampoco han dado el juego esperado, ni han propiciado el éxito: los tres primeros, de Domingo Hernández, reservones y complicados; los otros tres, de Garcigrande, simplemente manejables. Sólo Padilla, con su entrega, logra un trofeo.

En el año de su despedida, Padilla, con su negro pañuelo en la cabeza, está recibiendo el cariño popular que merece, como un auténtico héroe. Comienza la tarde dedicándole, como homenaje, el hermoso y solemne baile del «aurresku». Al primero, el picador Mambrú «se fue a la guerra» le pega duro. Sale el toro de varas reservón, muy parado: hace bien Padilla en no banderillear, los peones dan el mitin. Aún así, lo brinda al público, se dobla con oficio pero el toro protesta, queda muy corto: ha de abreviar. Mata con facilidad.

El Juli es, con Ponce, diestro predilecto de Bilbao; ha toreado, aquí, 48 tardes. En el vigésimo aniversario de su alternativa, el Club Cocherito le dedica un libro de homenaje, escrito por Álvaro Suso. Viene con la alegría de un nuevo indulto, el de «Aguamiel», en Cuenca. Echando el capote abajo, intenta sujetar al segundo, muy suelto, que mansea, en el caballo; en la muleta, también es reservón, no da el juego que él esperaba, al brindarlo: se para y protesta. La faena queda en conato: decepción. Mata mal, con el habitual salto. Seguimos en horas bajas.

Dos tardes seguidas torea Manzanares: un arma de doble filo. Con los flojos Cuvillos, «no estuvo». Se le espera, esta tarde. Es muy buen torero pero debe reaccionar. Flaquea y echa las manos por delante el tercero; en la muleta, se queda a medias, quiere rajarse. Manzanares lo intenta, en una faena desigual, con pasajes de buena estética, sólo pasajes. Mata desprendido, yéndose.

Recibe Padilla con dos largas de rodillas al cuarto, más manejable pero que flaquea y embiste con poco celo. Lo domina bien, por bajo; lo embarca en muletazos templados; le va sacando, con habilidad, lo poco que el toro tiene; cuando se para, tira de recursos, rodillazos y desplantes. La estocada desencadena el entusiasmo del público: oreja. Como es habitual en él, lo ha dado todo y el público se lo ha agradecido. En la vuelta, lleva la bandera pirata y el pañuelo azul de las fiestas de Bilbao.

También mansea y flaquea el quinto, manejable pero que apenas transmite emoción. Después de sujetarlo, El Juli se lo enrosca a la cintura: le saca muletazos por los dos lados, en un trasteo técnico y pausado, que el público agradece, aunque la faena no haya sido completa. Mata a la segunda.

Mece bien Manzanares el capote en el sexto, que es «Bochinchero» pero no para armar el alboroto. Pica muy bien Paco María. El toro es pejagosito, embiste a regañadientes; metiéndose en su terreno, tirando de él, Manzanares logra sacarle muletazos estéticos. No ha sido gran faena pero sí un paso adelante, en su temporada. Al final, el toro se pone incómodo y mata a la cuarta. Con lo gran matador que es, parece haber perdido algo el sitio, en esa suerte.

La gente no ha salido disgustada: la exigencia de Bilbao –lamento decirlo– ha bajado mucho. Todavía no se ha producido la emoción unánime que una gran corrida de toros suscita.

Postdata. Muchos turistas acuden a ver el espectacular Guggenheim pero el gran Museo de Bilbao es el de Bellas Artes, dirigido de nuevo por Miguel Zugaza. Ha cumplido 110 años y lo celebra con una muestra antológica de 110 obras. Admiro un gran toro blanco, en «El rapto de Europa», de Martín de Vos; también, hermosos cuadros de grandes aficionados a los toros, como Goya, Zuloaga, Eduardo Arroyo y Miguel Barceló: para los antitaurinos, ya se sabe, unos bárbaros, unos pobres incultos…

La Razón

Por Patricia Navarro. Naufragio en dos actos

A “Maicero” no se le recordará. No pasará al cuadro de honor de los toros buenos. Ni bravos. Ni tan siquiera guapos. No. No es eso. Pero el de Domingo Hernández. Ese toro que saltó a la arena negra bilbaína, con el cielo nublado, más oscura todavía, en segundo lugar se le recordaré por perseguir los malos pensamientos de un Juli hecho y rehecho en las embestida del toro. El madrileño, que se las sabe todas, no vio toro por ningún lado, o veía toro por todos los lados, porque embestía con todo, por arriba, sin entrega, atropellando el viaje, el cuerpo, la ética y estética del toreo. Con la capa se gustó Julián sobre todo en una media de manos muy bajas que no aventuraba en ese momento lo que venía después. O la ausencia de ello. Sí la cuadrilla que ya sufrió al toro y Julián al rato. Una estocada corta fue suficiente para cumplir condena.

Hubo en el quinto muchos toros en uno. Por momentos se pareció a una cabra montesa cuando tomaba el capote a saltos, alocado, redujo velocidad y motores después, magia, en la muleta de Juli, que le llevó con una parsimonia tremenda en la primera parte de la faena. Intermedió después con esas dificultades de no saber qué venía si una media embestida descolgada, una larga o un tornillazo. Entre ello, estaba la tauromaquia de El Juli que es extensa y repleta de matices. Interesó siempre, unas veces más compacto que otras.

Padilla venía para irse. El Pirata. El Ciclón. Juan José con su cuerpo tatuado a heridas y reconvertido. Un toraco enorme, con mucha papada y poco cuello, se veía desde las alturas ,fue su primero. Qué sería enfilando el camino abajo de los tendidos. Depredador de valor el toro. Y de misterios. Pasaron lo suyo la cuadrilla para ponerle los palos. Custodiaba el animal su terreno, sin moverse, a gañafón cruento al primero que se acercara. El cerco de la muerte. Y así costó no sé cuántas pasadas para clavar las cuatro banderillas del reglamento y que Matías dejara asomar el pañuelo blanco y cambiar de tercio. Y de pesadilla. Padilla brindó al público, suponemos que más por el decoro y por esa ovación de bienvenida que había tenido. Protestón y a la defensiva le esperó en el tú a tú. No hubo mucho compás de espera para una certera estocada. Afán puso a la labor Padilla con un cuarto que no quería ir. Contagiado por un germen que invadió toda la corrida, toda la tarde. Qué cosas. A la espera, derrotón, y entre una cosa y la otra mirón, examinando al torero antes de embarcarse en una embestida que le costaba ser clara. Tiró el gaditano de repertorio para compensar al público la tiranía de la tarde, el despropósito. Eso y el adiós. Molinetes. De rodillas. Desplantes. Un todo en uno en honor de la última. Y una estocada de rápido efecto que contagió al público de todos los buenos ánimos y de pañuelos blancos al unísono. Y Padilla se fue de Bilbao con un trofeo.

Tampoco el tercero se empleó. Se movió con mala clase, derrotes, protestón… Manzanares defendió la faena para los pocos argumentos que tenía y mató con rapidez y celeridad. No había más. El sexto era un cañón, porque embistió por abajo, con casta, empuje y poder. No era fácil, pasaba como un huracán. Pero fue el único toro que tuvo eso que no deja indiferente a nadie. Manzanares lo intentó y de haber entrado el acero hubiera paseado un trofeo, pero esas faenas son de las top. De las que el corazón se ponen a mil, porque sabes que en cada embestida la vida pasa. Y pasó ligero, como si se amontonaran los muletazos antes de definirse el toreo.

Hubo que esperar al sexto, fallaron las espadas… El naufragio, del que veníamos precedidos con la de Cuvillo, se había cumplido en dos actos.

22_agosto_18_bilbao.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:19 (editor externo)