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Plaza de Toros de Las Ventas

Martes, 14 de mayo de 2019

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de La Quinta cinqueños todos, de buen juego.

Diestros:

Rubén Pinar: de canela y oro. Pinchazo yestocada atravesada (silencio). En el cuarto, metisaca y buena estocada (saludos).

Javier Cortés: de azul pavo y oro. Estocada tendida (saludos). En el quinto, media estocada perpendicular y dos descabellos. Aviso (silencio).

Thomas Duffau: de azul oscuro y oro. Dos pinchazos y estocada. Aviso (silencio). En el sexto, estocada trasera (palmas).

Entrada: trece mil personas

Imágenes: https://t.co/3zYM3ND17W

Video: http://cort.as/-ICi1

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista. Interesante corrida de La Quinta en el inicio de San Isidro

El comienzo del Mundial del toreo, deparó una variada corrida de Santa Coloma. Memorable tercio de varas protagonizado por Francisco José Peña.

El descorche de la feria de San Isidro trajo consigo un meritorio encierro de la sangre santacolomeña de La Quinta. Variada de comportamientos y pelajes, con al menos tres toros encastados - los corridos en tercer, cuarto y quinto lugar, llevaron la inquietud del ruedo a los tendidos. Complicados y con muchas teclas. La corrida se movió, tuvo celo en el peto y hubo un inolvidable tercio de varas en el quinto protagonizado por Francisco José Peña. Javier Cortés fue el mejor parado con un lote con ciertas posibilidades, sobre todo del quinto que recogió una ovación con saludos en una entonada labor donde lo más destacable fue una tanda al natural. Soltura, dimensión y buen gusto fueron las notas de la meritoria actuación. El suceso de la tarde ocurrió en el quinto. Una pintura de toro. El ya mencionado primer tercio frente a “Fogoso” que se arrancó de largo, donde fluyó la unanimidad en los tendidos. El de La Quinta acabó acusando el puyazo y Cortés no pudo hacer más que justificarse ante un toro de embestida irregular.

En su única comparecencia en el abono, Rubén Pinar dejó una agradable imagen en parte gracias a su disposición. Inauguró la feria con un toro justo de fuerzas, ante el que tiró líneas en busca de una faena que nunca tomó vuelo. El cuarto fue otro toro con calidad de La Quinta, ante el que estuvo aseado el de Tobarra sobre el pitón derecho aunque eso le costó que perdiera ligazón la faena sobre la mano izquierda. Se cobró una estocada que le valió para saludar una ovación desde el tercio.

Por su parte Thomas Dufau dio la cara, enfrentándose a un lote de pocas opciones. El encastado que hizo tercero, tuvo peligro y no terminó de humillar llevando la embestida a media altura. Irreprochable su disposición durante toda la tarde. Se fue a la puerta de chiqueros a recibir a su primero, al que le corrió la mano con soltura, pero el toro tardó en caer y fue silenciado tras sonar un aviso. El deslucido que cerró función, rebañó todos y cada uno de sus muletazos y la faena se diluyó. Mañana, es el turno de los toros de Fuente Ymbro. Plato fuerte y el primer “no hay billetes” del serial madrileño. Al lío.

Martes 14 de mayo de 2019. Plaza de toros de Las Ventas (Madrid) - más de media plaza en tarde calurosa (13.016 espectadores). Feria de San Isidro. Primera de abono. Corrida de toros de La Quinta - variados de comportamientos, complicados y encastados en su mayoría - (a menos el primero, con posibilidades el segundo, de buen juego el tercero, noble el cuarto, encastado a menos el quinto y deslucido el sexto) para Rubén Pinar de maquillaje y oro (silencio y ovación con saludos), Javier Cortés de azul Rey y oro (ovación con saludos y silencio tras aviso) y Thomas Duffau de azul marino y oro (silencio tras aviso y silencio).

ABC

Por Andrés Amorós. «Fogoso»: un gran tercio de varas

Como diría don Pedro Muñoz Seca, la primera fue La Quinta. Arranca la Feria de San Isidro, la más larga e importante de todo el mundo taurino: se lidian toros de la ganadería de La Quinta, encaste Santa Coloma, muy valorados por la afición madrileña. Los primeros en el éxito son también los toros, de bella estampa, cuatro cárdenos, casi todos aplaudidos, en el arrastre. Sobre todo, el quinto, «Fogoso», que protagoniza un vibrante tercio de varas, en el que también destaca el picador Juan Francisco Peña, muy aplaudido. La corrida ha tenido movilidad y transmisión, aunque varios han embestido con la cara a media altura y no han sido fáciles, para el torero. Los tres diestros, buenos profesionales, solventan la papeleta pero no logran triunfar. No se cortan trofeos ; sólo saludan Rubén Pinar y Javier Cortés, en uno de sus toros.

En 1872, el escritor italiano Edmundo de Amicis comprobó que «la inauguración de las corridas de toros en Madrid es mucho más importante que un cambio de ministerio». No creo que un viajero actual tenga una opinión diferente. Su importancia rebasa el localismo, aunque la alcaldesa Carmena, por sectarismo, no quiera enterarse. Dictaminó el norteamericano Ernest Hemingway: «Si queréis realmente aprender todo lo que se puede aprender sobre las corridas de toros y si habéis llegado a enamoraros de ellas, tarde o temprano tendréis que ir a Madrid». Mejor, teprano –añado yo– para ver toros encastados y una afición exigente.

El albaceteño Rubén Pinar ha pasado diversas peripecias, a lo largo de su trayectoria: fue subiendo, abrió la Puerta Grande, bajó, sufrió un delicado percance, se ha consolidado como un serio profesional. En la línea de los diestros de su tierra (Dámaso González, por ejemplo), en su estilo predomina el mando y el temple. El primero lo brinda al doctor Máximo García Padrós (sufrió una cornada en su última actuación, en Las Ventas). Es el menos claro de los seis. Rubén Pinar intenta lidiarlo pero no logra ningún brillo. Y mata regular. El cuarto sale manseando pero lo cuida bien y saca su buena clase. Brinda al público y parece que puede haber faena porque traza muletazos largos, templados, de mano baja, en ese estilo «albaceteño». El toro es noble, permite algunos momentos lucidos pero la faena no cuaja, se produce la división, parte del público se pone de parte del animal (algo típico de Madrid, en estos casos). Después de un intento fallido, logra una buena estocada y saluda, con cierta división.

Javier Cortés es un valiente torero madrileño, muy respetado por esta afición; de hecho, es uno de los que actuó más tardes en Las Ventas, la pasada temporada. Esta tarde, es el que más cerca está del triunfo pero tampoco lo alcanza. En el buen tercero, se queda quieto, aguanta con clasicismo las vibrantes arrancadas; cuando el toro se va parando, se cruza al pitón contrario, como debe ser. Sin embargo, el toro va a más y la faena, a menos. Mis amigos sevillanos sentenciarían: «Ha ganado el de negro». Mata de estocada tendida y saluda. En el quinto, se produce el momento más emocionante de la tarde: «Fogoso», un cárdeno de 575 kilos, derriba con facilidad al caballo. Cortés lo luce, colocándolo de lejos: en la primera vara, acude con alegría; desde el centro del platillo, le cuesta más pero mueve bien el caballo el picador Juan Francisco Peña y acaba arrancándose: surge una gran ovación al toro y al varilarguero. Brinda al público: el toro repite con emoción y Cortés aguanta, en una porfía emocionante, logra algunos naturales largos pero el posible éxito se va diluyendo. No mata bien. Y es el toro el que recibe la gran ovación.

El francés Thomas Dufau ha toreado poco fuera de su tierra pero sabe ya lo que es cortar aquí una oreja. Demuestra su intención yéndose a porta gayola y se libra por pelos de un grave percance. Luego, se entrega, con voluntad, sin lograr que prenda la chispa del entusiasmo. No mata bien. El último es un pedazo de toro de 635 kilos que, a pesar de eso, se mueve mucho. Dufau se muestra firme, en un trasteo voluntarioso; se justifica pero nada más. Mata trasero.

Con este tipo de toros, es habitual que los aficionados madrileños más exigentes se pongan de su parte y desmerezcan algo lo que intentan los diestros. De todos modos, gracias al toro «Fogoso» y al picador Juan Francisco Peña, hemos vivido la emocionante belleza de la suerte de varas: eso que algunos taurinos pretenden que desaparezca, por considerarla inútil. Espero que nunca lo consigan.

POSTDATA. El segundo toro de la tarde se llama «Bailaor», como el que mató a Joselito, en Talavera de la Reina. Si ahora es habitual retirar el número de la camiseta de un jugador de baloncesto o de fútbol, cuando se retiran, ¿no sería lógico no volver a llamar a ningún toro bravo con ese nombre? Muchos poetas lo han mencionado, en sus obras. Por ejemplo, Rafael Duyos: «Que, en Castilla, Bailaor, / con sus astas afiladas, / al mejor de los espadas / le ha roto la vida en flor». O Ramón de Garciasol: «¿Cómo fue? ¿Cómo fuiste, en la vacada, / hijo de Bailaora y Canastillo, crecido entre la jara y el tomillo, / ensayando en el monte la cornada?». También le dedican versos, Ángel Peralta, Luis López Anglada, Carlos Murciano… Con la cantidad de nombres posibles, me gustaría más que se hubiera elegido otro, por respeto al más grande torero de toda la historia.

La Razón

por Ismael del Prado Con la ilusión del niño con zapatos nuevos

«Malastardes» fue el primero de cientos. Seis cada tarde para vertebrar la feria más importante del mundo. 34 tardes una detrás de la otra. Mes largo ininterrumpido. Pero todos con esa ilusión sin mácula del niño con zapatos nuevos. Esos anhelos ya familiares. Los albores de cada San Isidro. Serio, fuerte y con cuajo este inaugural de La Quinta, que abría mucho la cara. No le sobraban las fuerzas y sus embestidas fueron siempre defensivas. Rubén Pinar quiso ser agradecido y brindó a ese ángel de la guarda perenne que es el doctor García Padrós. En sus manos, quedó encomendado después de un “tabaco” de aúpa en octubre con la de Partido de Resina. Recuperado, el manchego trató de correr la mano sin exigirlo, porque, a pesar de que tenía bondad, esa falta de pujanza era rémora grande. Además, le faltó entrega. Sin finales. Oficio sin rédito, fue silenciado. Otro cárdeno, el cuarto -más bajo, hondo y amplio de cuna- abría más la cara. Salió emplazado y lo lidió Pinar sobre los pies muy a favor del toro. Cumplió en varas y marcó querencias en banderillas. Luego, en la muleta, estuvo inteligente Pinar para correr la mano, a base de dar celo al toro. Siempre la franela muy puesta en el hocico para corregir el defecto del toro de abrirse y salirse de los vuelos en una embestida que tuvo calidad y transmisión por ambos pitones. El albaceteño apostó por la ligazón sobre la colocación y eso no gustó a un sector del tendido. Faena de torero con poso. Saludos.

Hasta el repóker de paseíllos se fue Javier Cortés el año pasado. El madrileño sorteó una lámina en segundo lugar. Un entipado cárdeno girón corrido calcetero. Pero de 621 kilos… Alejado de aquellos Santa Coloma bajos y tan bien armados. Como un ferroviario de largo, alto y apretado de carnes, eso sí, con dos “velas” por delante. Humilló, mejor por el izquierdo, más vencido por el derecho, y cortó lo suyo en banderillas. Enorme mérito de Neiro y Prestel -que se zafaron de milagro- con las farpas. Sin preámbulos, tras sacárselo a los medios, se puso Cortés con la zurda. El pitón bueno del toro. Por ahí, hubo dos tandas de naturales limpias y ligadas, donde el toro humilló con clase y tuvo recorrido, aunque le costaba a partir del cuarto muletazo. En redondo, siguió “acostándose” y tuvo menos franqueza. Al volver al natural, el trasteo ya nunca tuvo aquella intensidad primitiva. Tras una estocada trasera y tendida, saludó desde el tercio. Veleto y musculado, también ofensivo, “Fogoso” derribó en el primer encuentro con el peto. Hizo pelea de bravo este quinto de La Quinta y Juan Francisco Peña toreó a caballo. Acudió tardeando en la segunda vara desde 20 metros y empujó fijo. Movió la montura y agarró en el sitio Peña, que oposita desde el Alfa al puyazo de la feria. Cortés le colocó después en la boca de riego, pero el burel no acudió. Con la pañosa, tiró de aplomo para torear en redondo girando los talones y buscando alargar el recorrido del toro, que la tomaba con casta, pero le faltaban finales. Además, al bajar el ímpetu del toro, decreció también la transmisión del conjunto y aquello no despegó.

Más vareado, de imponente alzada, el ofensivo tercero lucía dos guadañas por pitones. Enseñaba las palas. Se le picó muy trasero y eso, como su mala lidia, no ayudó nada, porque el toro nunca descolgó en los engaños. Tuvo mucha movilidad y poder, así que Dufau trató de ligar aprovechando esas inercias, incluso de relajar la figura, pero el de La Quinta siempre vació la embestida por encima del estaquillador. Sin brillo, fue buena la actitud del francés -porque el animal nunca iba metido en el engaño-, que topó con la indiferencia del tendido. También en el sexto, paquidermo noblote de 637 kilos con romana, que marcó querencias y derrochó sosería. Silencio en ambos. La primera de 34. Seguimos como niño con zapatos nuevos.

Las Ventas (Madrid). Primera de la Feria de San Isidro. Toros de La Quinta, serios y ofensivos, hondos y grandes, en tipo a pesar de su romana. El 1º, movilidad sin entrega, le faltó poder; el 2º, de buen pitón izquierdo, se venció por dentro por el derecho; el 3º, encastado, pero nunca humilló; como el 5º, que, además, se vino a menos; el 4º, noble y clase, aunque se abría amagando con rajarse; y el 6º, aquerenciado y soso. Dos tercios de entrada.

El País

Por Antonio Lorca. La casta no es para tontos

Si todas las corridas fueran como esta de La Quinta, el escalafón de matadores se rejuvenecería en un par de meses. Se escucharían excusas de todo tipo para olvidar el traje de luces. Si así fuera, ganaría mucho la fiesta de los toros. Ganarían, sobre todo, los aficionados, los auténticos parias de este espectáculo que vuelven una y otra vez a la taquilla a pesar de que son conscientes de un engaño casi diario.

Y no es que la corrida de La Quinta fuera brava y de encastada nobleza, de modo que permitiera una tarde de triunfo. No. No fueron toros tontos, que es muy distinto; no procedía ninguno de uno de esos laboratorios de genética parda donde fabrican toros artistas, dulzones y almibarados.

Los de La Quinta eran toros y nada fáciles, como se supone que deben ser. Tampoco llegaron con intenciones de comerse a ningún torero, pero avisaron desde el primer momento a los de luces que estuvieran prestos y listos para cometer los menos errores posibles. Porque un error con estos toros es la más que probable posibilidad de una voltereta. Y una voltereta con los astifinos pitones que lucieron, la seguridad absoluta de una cornada.

Es verdad que fue una corrida más para el público que para los toreros, pero, hombre, está bien que así sea de vez en cuando. Se agradece, además, que algún ganadero críe toros para el espectáculo y no para las figuras.

No fue fácil, no, la corrida de La Quinta. Mejor dicho, no fue moderna. Desarrolló sentido, humilló poco, se movió a pesar de sus muchos kilos, su embestida fue corta, con la cara casi siempre a media altura y de un juego intermitente e irregular en el tercio final.

La picaron mal, a excepción del quinto, Fogoso de nombre, muy espectacular en varas y permitió el lucimiento del picador Juan Francisco Peña. Derribó en el primer envite, y acudió, después, desde largo y con alegría, y empujó de verdad en el peto. Lo colocaron en el centro del anillo, el toro hizo amago de acudir a la llamada del piquero pero, finalmente, optó por el caballo que guardaba la puerta y el hechizo se deshizo. El público se lo pasó en grande con la resurrección de un tercio que los toreros y ganaderos que mandan han hecho desaparecer casi por completo.

Y en la muleta hubo de todo, pero ninguno de los toros fue ese juguete al que le dan cuerda para que embista como un perrito faldero. No plantearon excesivos problemas, pero exigieron técnica, conocimiento y, por encima de todo, valor.

Y los tres modestos toreros del cartel derrocharon entrega, decisión y buenas maneras. Trabajaron a destajo para estar por encima de las condiciones de las corridas, posiblemente no ganarán más contratos después de esta tarde, pero se marcharon al hotel con la conciencia tranquila de haber puesto toda la carne en el asador.

Rubén Pinar es un torero curtido en mil batallas, más lidiador que artista, que no vende bien su producto y le cuesta un mundo llegar a los tendidos. Insistió cansinamente ante el soso primero, y alcanzó momentos de brillantez —una gran tanda de derechazos y largos de pecho— ante el cuarto, y acabó con ceñidas manoletinas.

No se arredró Javier Cortés ante la escasa entrega de su primero, y a pesar de que torea poco se le vio muy suelto y con recursos en la cara del toro. No alcanzó, no obstante, la emoción esperada y quedó la impresión de que pudo hacer más. Muy firme se mostró ante el quinto, que se movió con la cara a media altura y poca codicia.

Y al francés Thomas Dufau se le nota más su escaso bagaje, pero fue muy sincero, no se escondió, dio la cara, y, a pesar de lo que pudo parecer, ningún toro se le partió. Recibió a su primero de rodillas a porta gayola y pasó un mal trago. No destacó por su clase torera, pero sí por su vergüenza, que no es poco.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Ya estamos en Madrid: gana La Quinta

Dura transición sin solución de continuidad. Ya lo advierte Barquero en su cuaderno de bitácora para íntimos, que algún día habrá de ver la luz en edición de altura: «Cuando se pasan 13 días seguidos en Sevilla, se vuelve con mono». Abstinencia de la luz y el silencio, escribe entre nostalgias de sombras y aromas. ¡Ah, el silencio perdido! Media entrada de Las Ventas -así como aperitivo isidril- sería la Maestranza llena. Y su ruido, tres Maestranza silentes. Aun callada, Madrid matiene un zumbido sordo. Como si pasase por dentro de la cabeza el tráfico de la M-30.

En el granito del Tendido Preferente, los Martínez Conradi -padre e hijos- ocuparon pronto su localidad como quien se sienta en el banquillo a esperar al juez. Banquillo o patibulario, según. Pero La Quinta cuenta con el cartel de la estirpe y el favor de la plaza. Y, como se vería, el juicio más severo fue para los toreros. Ya traía Conradi una conquista previa de vídeos y fotografías de una corrida cinqueña, apretadísima de kilos y descaradísima de espabiladeras. Unas perchas de muerte. Las del tercero le silbaron al oído a Thomas Dufau. Que a porta gayola se tragó el mensaje terrorífico. No se trataba del santacoloma de mayor peso con sus 556 kilos, pero su trapío imponía un miedo que se acrecentaba con su forma de embestir. Tan viva de casta y tan escasa de humillación y entrega. Dufau se lo pasaba por su verticalidad con un valor infravalorado. Repetía el toro por la bragueta, sin ir nunca sometido, muy suelto, entre miradas y tornillazos: si digo que vi al francés siete veces cogido, no exagero. A Coronel le habían hecho en el caballo una escabechina trasera sin muchos efectos de sangrado. Por la izquierda, la vibración incesante del toro se imponía a la fibra y a los toques. Estaba cantada la voz, solo era cuestión de tiempo: «¡Se va sin torear!». Definitivamente, estamos ya en Madrid. Después TD se encasquilló con la espada, Coronel le persiguió tras los pinchazos y la ovación en el arrastre rellenó el espacio.

Otra historia fue el cuarto en la muleta. Manseó y se encogió en el peto, pero en la muleta marcó la diferencia de la fijeza. Y una humillación de embroque. Y un alegre ritmo. Todo con mucha mayor nota por la mano derecha. Que Rubén Pinar manejó con la técnica y la limpieza que lo acreditan como un muletero cabal. Las series se sucedieron con la sobriedad de su estilo tosco desde los doblones de apertura. Como en la única tanda de naturales el toro se vino por dentro y midiendo, el torero de Tobarra regresó a la diestra. Ya le habían tomado la matrícula y dio lo mismo: las palmas cobraron cuerpo para la despedida de Jinete. Pinar se asomó con las opiniones agrias dividiendo la ovación. Su único lunar en la tarde fue con la espada: el metisaca al encuentro previo a la estocada o la estocada pescuecera con que liquidó al santacoloma de los albores. De corto viaje, cierto temple y ninguna gana de tomar los vuelos.

El redondo y cuajadísimo segundo escondía buenas hechuras dentro de su volumen. Y buenas cosas por el pitón izquierdo. Astifino y bello ejemplar de… ¡621 kilos! Javier Cortés le presentó y ofreció su izquierda calma. Que supo esperar y guiar por abajo la noble embestida en series hondas y necesariamente cortas. El toro le anduvo por el derecho. De los dos santacolomas de nota -2º y 4º-, ninguno se dio completo por las dos manos. Duró lo justo. O menos. Cortés le recetó una estocada y saludó una ovación. Luego, se puso a lucir al quinto en el caballo de lejos. Derribó en el primer chocazo y en el siguiente Juan Francisco Peña agarró una vara que electrizó al «7». Desde donde exigieron un puyazo más: JC colocó pasada la boca de riego al toro. Que eligió al caballo de la querencia. Y cuando le acortaron distancias escarbó locamente y no quiso. Hasta que por pelés lo metieron debajo del jaco en un puyazo corrido. «¡La vara de la feria», le gritaron a Peña. Pues no queda feria y no queda vara. El santacoloma luego se movió por donde había empujado: por el palillo y a su bola. Y Cortés pagó el pato de su generosidad. Como suele pasar. Palmas y fiestas a Fogoso.

A últimas salió un mostrenco contrahecho de 637 kilos al que dieron por santacoloma. Dufau resolvió por allí.

Las claves de Moncholi

madrid_140519.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:21 (editor externo)